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Lo que dejó el acto en Berisso

Día de la Lealtad: Kicillof reivindica a Cristina y teje la unidad para fortalecer su propio liderazgo

Axel Kicillof, el jueves, en el acto que encabezó en Berisso por el Día de la Lealtad.

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El acto que encabezó Axel Kicillof en el municipio del conurbano bonaerense de Berisso dejó más que claras sus intenciones políticas: consolidar su figura como un líder autónomo dentro del peronismo, aun a costa de incomodar a sectores poderosos como La Cámpora. Aunque en su discurso reivindicó a la líder histórica del espacio, Cristina Fernández de Kirchner, y al legado de su gobierno (del que formó parte), esquivó justamente lo que el camporismo le viene exigiendo: una definición explícita en la interna del Partido Justicialista. El mandatario expresó que quiere la unidad pero bajo sus propios términos: posicionándose por encima de las disputas internas, lo cual, sin duda, no cae nada bien entre quienes ven amenazada su cuota de poder. Es decir en el Instituto Patria.

El gobernador de la Provincia de Buenos Aires viene respaldando la candidatura de un colega suyo a la presidencia del PJ, que está acéfala desde la renuncia de Alberto Fernández, envuelto en el ostracismo político como consecuencia de la denuncia por violencia de género que presentó Fabiola Yáñez en su contra. Ese colega de Kicillof es el riojano Ricardo Quintela.

El mes pasadp, el propio Quintela, apodado “El Gitano”, había asegurado que asumiría la conducción partidaria —“Creo que voy a ser el presidente del PJ”, dijo, alegremente—. Dos semanas después, el kirchnerismo activó sorpresivamente un operativo clamor para que la presidencia del PJ quede en manos de Cristina: en una acción coordinada, salieron dirigentes de la primera línea del kirchnerismo —como Wado de Pedro y Juliana Di Tullio— a pedir públicamente esa postulación. Y la semana siguiente ya fue la propia Cristina la que salió a “aceptar” el pedido de sus compañeros, a través de una “carta abierta”.

Quintela, lejos de bajarse de su postulación, la sostuvo y señaló que al peronismo le viene bien una elección interna, con el voto de los afiliados, algo que es inédito al menos en los 41 años de democracia desde el fin de la última dictadura militar.

Kicillof quedó desconcertado por la salida de la propia Cristina a jugar en la arena de la interna partidaria, sobre todo porque no fue informado al respecto. En el medio, siguieron los ataques hacia su figura de parte de dirigentes de La Cámpora, como la intendenta de Quilmes, Mayra Mendoza.

El gobernador bonaerense utilizó el acto del Día de la Lealtad de este jueves para reafirmar su postura de no entrar en peleas intestinas, lo que no es otra cosa que una maniobra para proyectarse como un líder que trasciende las facciones del peronismo. Su discurso estuvo plagado de menciones a la necesidad de “unidad, unidad, unidad” que, en realidad, expresadas desde un atril y frente a una multitud en el Día de la Lealtad, no apuntan a otro objetivo que el de construir y fortalecer su propia facción: el “axelismo”.

Es lógico: Kicillof lleva cuatro años, 10 meses y seis días como gobernador de la provincia más grande del país y el curso natural de cualquier carrera política en la Argentina, al cabo de dos mandatos y sin la posibilidad de reelección —como es el caso de Buenos Aires— es pelear por la Presidencia. De hecho, en el acto del Día de la Lealtad, el intendente de Berisso, Fabián Cagliardi, lo presentó ante la multitud como “el futuro presidente de los argentinos”.

La danza de los antagonismos

Kicillof tampoco ahorró críticas al modelo económico planteado por el tándem Javier Milei-Luis Caputo, pintando un escenario apocalíptico donde los únicos que sobreviven son los sectores pudientes, mientras los sectores populares son sometidos a una cruel política de exclusión. “La única libertad que avanza es la de los ricos”, dijo.

El gobernador necesita volver a poner en el centro de la opinión pública ese antagonismo, que perdió protagonismo en las últimas semanas a costa de las acciones de Cristina Fernández de Kirchner en redes sociales cuestionando al gobierno de La Libertad Avanza. El eje del discurso de Kicillof en Berisso pareció ser la confrontación modelo nacional de Milei vs. modelo peronista de la Provincia, todo anclado en buscar esa polarización con Milei, que perdió en las últimas semanas por el centralismo que sigue demostrando Cristina a pesar de los años y del fracaso del ya fantasmal gobierno del Frente de Todos.

Como Cristina sigue viva y sigue jugando en la primera línea de la política, Kicillof reiteró su apoyo públicamente en la Causa Vialidad pero evitó alinearse con los sectores que le piden que lo haga de manera más contundente en la interna del PJ.

Las presencias en el escenario

Fue imposible no notar también el escenario en el que se llevó a cabo el acto: rodeado de intendentes, Kicillof dejó en claro quiénes están con él y quiénes no. En este terreno de alineaciones, ya no se trata solo de ideologías sino de supervivencia política. Y Kicillof, astuto, está usando este momento para marcar territorio. Las palabras grandilocuentes sobre la unidad y la síntesis superadora suenan bien, pero tras ese velo conciliador está la búsqueda de poder.

El acto fue un parteaguas para los intendentes. Para los organizadores hubo dos presencias inesperadas: Federico Achával, de Pilar, y Alejandro Granados, de Ezeiza (uno de los que, curiosamente, había lanzado el operativo clamor por Cristina). La asistencia del jefe municipal de Morón, Lucas Ghi, una vez más, profundiza su distancia con su antecesor, Martín Sabbatella.

Al final del día, Kicillof busca ser más que el gobernador de Buenos Aires. Se proyecta como una figura nacional, un futuro posible para el PJ. Y aunque suene a que está buscando evitar confrontaciones internas, la realidad es que está construyendo su propio liderazgo a base de no decir lo que algunos esperan que diga.

JJD

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