Cristina Kirchner en la UMET: respaldo a Massa, fuerte crítica a los libertarios y alegato por un estado que “no se vuelva indefendible”
“Yo también los amo, no saben cuánto. (…) A militar fuerte, compañeros y compañeras. Y a no enojarse, no hay que enojarse con nadie, no hay que criticar a nadie por su voto. Hay que debatir, pero con respeto”. Así se dirigía Cristina Fernández de Kirchner a la militancia que la esperaba en las puertas de la Universidad Metropolitana para la Educación y el Trabajo, en Sarmiento 2037 (CABA). Acababa de presentar la reedición de Después del derrumbe, una compilación de conversaciones entre Torcuato Di Tella y Néstor Kirchner, previas a las elecciones de 2003.
“De castas, herencias, derrumbes y el futuro” fue el título de la charla impulsada por la Escuela Justicialista Néstor Kirchner, que contó con Pedro Rosemblat como interlocutor y arrancó a las 18 horas del sábado. Duró una hora y media y fue la primera aparición pública de la vicepresidenta tras las PASO, a la vez que su mensaje hacia los comicios de octubre.
En la esquina de Junín, se realizaba el ingreso de los invitados y la prensa con una guardia mínima. Una bandera argentina con la cara de la vicepresidenta y dos tablones marcaron, desde temprano, un corte de dos cuadras sobre Sarmiento: demasiado espacio para los pocos autoconvocados, las banderas de la Cámpora y otras agrupaciones kirchneristas, que mostraron una presencia más que moderada.
Pantalón de cuero, blazer azul, escarapela y un rosario. Cristina llegó a la UMET acompañada de aplausos. Sobre el escenario, una imagen repetida: los ojos de Néstor Kirchner. En el palco de invitados, se sentaron el gobernador bonaerense Axel Kicillof, ministros como Eduardo “Wado” de Pedro, Gabriel Katopodis y Tristán Bauer, el secretario de Justicia Juan Martín Mena, el procurador del Tesoro Carlos Zannini, la legisladora porteña Ofelia Fernández, los sindicalistas Hugo Yasky, Víctor Santamaría y Roberto Baradel, entre otras figuras. Frente al palco, representantes de Madres de Plaza de Mayo, Victoria Donda, jóvenes estudiantes y docentes de la Escuela Justicialista, como Mariano Recalde e Itaí Hagman.
“Vengo leyendo editoriales, notas periodísticas diciendo que no hablo. (…) ¿Qué iba a decir del resultado de las elecciones? Yo ya había dicho el resultado de las elecciones antes. (…) Dije que iba a ser una elección atípica, de tercios, y que lo importante iba a ser el piso y no el techo. Bueno, sucedió eso y hoy los competidores son los que tuvieron mejor piso en términos individuales: el candidato de la Libertad Avanza y el de Unión por la Patria”, arrancó Cristina.
Javier Milei, sin nombre y apellido, pero con múltiples alusiones (la escuela austríaca, la motosierra, la dolarización, los vouchers) fue el blanco de un discurso que apenas tocó el libro como excusa y se centró en un análisis social, político y económico de cuatro décadas, desde la recuperación de la democracia. También aludió a sus gestiones y a la de Juntos por el Cambio (“No pudieron construir una mayoría porque nadie se acuerda bien del gobierno que fueron”).
“No soy periodista, soy militante político”, atinó a decir un Rosemblat de pocas intervenciones. La expresidenta marcó los tiempos, los temas y las conclusiones del conversatorio. Con la acidez que la caracteriza, pero remarcando un tono reflexivo, casi docente. Pidió un pizarrón –usando a su interlocutor como “alumno”– y llevó dos videos que, por desperfectos técnicos, no pudo compartir con el auditorio. Pese a la tensión inicial, sorteó la situación con altura: “A mí no me gusta dejar las cosas a medias. A las cosas hay que hacerlas”.
Tanto dentro como fuera de la UMET se respiró un clima internista, para convencer y moralizar a los propios. Respondiendo a una base que hace rato pide la voz de la vicepresidenta, pero que no se movilizó para escucharla. “Tenía muchas ganas de entrar en contacto con todos ustedes y hablar sobre lo que está pasando. No desde la teoría, sino desde la realidad que nos tocó vivir. (…) Hubo mucha ilusión, hubo mucha expectativa que no se pudo cumplir”, le dijo al núcleo activo que esperó a su salida.
No faltó la crítica hacia el propio espacio, siempre desde una distancia prudencial del Gobierno del que forma parte. El respaldo a Sergio Massa fue de la mano de alguna “infidencia” (sic) respecto a discusiones con el presidente Alberto Fernández. Además, reivindicó su decisión de haber defendido una lista única para el peronismo, alegando que los enfrentamientos dentro de la fuerza, en un marco de más de 100 puntos de inflación, solo hubieran hecho crecer a La Libertad Avanza. “A ver, muchachos, por favor, un poco más de seriedad o de honestidad intelectual en los planteos”, asestó.
En constante diálogo con el repaso histórico, Cristina habló de los desafíos del presente. Más o menos explícitamente, tomó cuatro ejes centrales que Néstor Kirchner resaltó durante sus conversaciones con Di Tella: 1) La necesidad de que el Estado recupere control de los instrumentos macroeconómicos e impulse un modelo de producción y trabajo; 2) La idea de que el presidente debe tener control de la política económica; 3) La oposición al sectarismo; 4) La frase de su esposo: “Primero, Argentina”.
Sumó otros debates, propios de la coyuntura y nuevas configuraciones políticas. “Querer vivir dignamente no es de derecha, es de argentinos”, afirmó. Remarcaba así que, para ella, el voto libertario no implica un crecimiento de los extremismos conservadores. Sí se dedicó a mostrar los problemas de los planes de La Libertad Avanza, con foco en dos elementos: el endeudamiento y la economía bimonetaria.
Por último, la vicepresidenta problematizó la presencia de un nuevo sujeto: el asalariado pobre. Y planteó: “No podemos negarnos a discutir”. En ese sentido, sugirió que, incluso, los planes sociales -a los cuales defendió fuertemente, pero desde el punto de vista del “auxilio” y “no como algo permanente”-, los paros docentes y el funcionamiento de las obras sociales deben ser puestos bajo la lupa. “El sector nacional y popular debe contribuir a que el Estado no se vuelva indefendible”, aseveró.
Fuera de la UMET, la vicepresidenta habló de derechos humanos, firmó una bandera, interactuó con el público, pidió disculpas por las expectativas no cumplidas y moralizó “hacia adelante”. “Muerta o presa, no me importa, pero no me voy a callar nunca”, cerró. Los militantes, concentrados en pocos metros, no demoraron en dispersarse.
JB
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