Las “Sephora Kids” (o el ineludible mandato de la juventud a edades impensadas)
Días atrás, la Sociedad Argentina de Dermatología (SAD) emitió un comunicado sobre los riesgos que implica la adopción temprana de rutinas de skincare en menores de 13 años. Según el texto, la comercialización de videos instructivos en redes sociales –muchas veces a cargo de influencers también de la llamada Generación Alfa–, la imitación, la “idealización de la imagen”, la falta de supervisión adulta (que financia estas prácticas), el empaquetado vistoso de los productos, el interés por compartir experiencias para encajar y evitar la frustración, así como los consejos de amigas de su misma edad, han llevado a que cada vez más niñas adquieran productos antiage, exfoliantes y maquillajes con alérgenos como fragancias o conservantes.
¿El resultado? En lo inmediato, un aumento de casos de dermatitis alérgica por contacto (DAC), con una prevalencia comparable a la que existe en la población adulta. Y, a largo plazo, posibles “trastornos del desarrollo”, debido a que los cosméticos pueden contener “sustancias reconocidas como disruptores endocrinos, lo que significa que pueden imitar, bloquear o interferir con las hormonas del propio cuerpo”.
Es muy importante que las personas adultas apoyemos a adolescentes y jóvenes para que no se siga exagerando el tema de la estética y el uso de productos que no son aconsejables para su edad. Las y los adolescentes están en plena etapa de lograr su propia identidad
El consumo de contenido, insumos y servicios de “belleza” entre preadolescentes y niñas se ha convertido en una preocupación mundial, bajo el nombre de “Sephora Kids”, en referencia a la reconocida empresa de productos para la piel. En Argentina, donde la firma aún no ha desembarcado, el aumento de las preocupaciones de médicos y padres sugiere una llegada inminente del fenómeno.
De hecho, el próximo Congreso Mundial de Dermatología Pediátrica, fechado para 2025, tendrá entre sus objetivos “aunar estrategias con (…) colegas de otras latitudes, que comparten esta preocupación por la salud de la piel de los niños”.
La palabra de la comunidad médica
La doctora Ángela Nakab confirma que, actualmente, se constata una influencia del concepto de “cuidado” (de la piel, el cuerpo y la apariencia) entre los más jóvenes: desde la niñez tardía hasta la adolescencia. Tanto en varones como en mujeres.
“Es muy importante que las personas adultas apoyemos a adolescentes y jóvenes para que no se siga exagerando el tema de la estética y el uso de productos que no son aconsejables para su edad. Las y los adolescentes están en plena etapa de lograr su propia identidad”, reflexiona la pediatra y presidenta de la subcomisión de medios de la Sociedad Argentina de Pediatría.Ángela Nakab
Sobre los parámetros básicos para el cuidado de pieles de niñas y preadolescentes, Nakab destaca la importancia de la higiene, el protector solar y, si es necesario, alguna hidratación de la piel. Siempre con productos naturales, sin ningún tipo de componentes erosivos y bajo asesoramiento profesional, especialmente de especialistas en dermatología. “Si no se tienen estas precauciones, puede haber consecuencias a nivel físico, como acné, cicatrices y reacciones alérgicas”, puntualiza.
Nakab observa que la excesiva valoración de las cuestiones físicas, al igual que ciertos discursos en redes sociales y medios de comunicación, afecta la “confianza básica y la sensación de seguridad” de los más jóvenes. De parte de las familias y cuidadores, propone una práctica de “afecto, equilibrio y contención”. En otras palabras, “estimular la autoestima y cambiar la idea de que la imagen depende únicamente de lo que se ve en las pantallas”.
La carrera por la juventud enferma (incluso a las niñas)
“Los chicos crecieron en medio de las redes sociales, donde la imagen y el aspecto son lo más importante. Muchos de los tutoriales de rutinas de cuidado facial muestran lo que a diario hacen los influencers y figuras del entretenimiento”, refuerza la psiquiatra Patricia O´Donnell, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina y de la International Psychoanalytic Association.
La experta apela al término “cosmeticorexia”, que surgió de manera informal en las redes sociales para describir el creciente uso por parte de niñas y adolescentes de productos para el rostro.
Por un lado, entiende que hay un momento de la vida ligado a la construcción de identidad (aún vacilante), donde la corporalidad es fundamental. Entonces, puede surgir el uso de cremas y maquillajes como forma de imitación o como parte de la necesidad de verse de diferentes maneras frente al espejo.
“Mientras se mantenga como un juego y se relacione con estas búsquedas, no tiene mayores consecuencias y es parte de ese tiempo”, afirma la especialista. Sin embargo, sí puede aparecer un problema cuando la cosmeticorexia manifiesta cuestiones más profundas vinculadas al cuerpo: desde compulsiones hasta desórdenes alimenticios.
En resumen, para O’Donnell, “copiar lo que hacen los adultos, mientras se mantenga como un juego entre púberes y adolescentes, puede no tener mayores consecuencias”. Sin embargo, hay que estar “alerta de que eso no se convierta en una obsesión”.
Para cerrar, añade: “Chicas y chicos quieren preservar la imagen de juventud eterna, una cuestión latente en la sociedad. Los jóvenes reaccionan en espejo a este mensaje que la publicidad, los medios y las exigencias laborales determinan”.
Como contraparte, promueve el diálogo respecto al uso responsable de las redes sociales, así como conversaciones sobre la autoaceptación, los valores y la confianza en la propia apariencia.
Feminidades: ¿un menú con pocas opciones?
Lala Pasquinelli es abogada y fundadora de “Mujeres que no fueron tapa”, una organización con casi medio millón de seguidores en Instagram que busca “hackear” estereotipos mediante la visibilización de las desigualdades de género y el machismo que persiste en la cultura masiva. Además, es autora de La estafa de la feminidad. Cómo la belleza nos educa para ser sumisas.
Este año, abrió el debate sobre los mandatos que pesan sobre las niñas y preadolescentes. Pasquinelli asegura que “el menú de subjetividades y de modelo identitario que se les ofrece a las niñas es muy acotado”. Lo ve en las propuestas culturales, en los consumos, en el entretenimiento. “Todo tiene que ver con la belleza, esta nueva tendencia del skincare, de los rituales de belleza”.
“En TikTok y YouTube vemos una especie de vuelta al pasado, solo que con nuevos dispositivos: niñas que se comportan como lo hacían las mujeres hace cincuenta años”, dice la activista, en referencia a los videos que pululan en Internet (la mayoría, de cuentas administradas por adultos). “Hay niñas que enseñan a otras niñas los rituales de belleza y domésticos, a muy temprana edad. Pienso en el canal de Diana y Roma, en los ‘juegos de cirugías’, en toda esta tendencia del spa para niñas”, ejemplifica.
En TikTok y YouTube vemos una especie de vuelta al pasado, solo que con nuevos dispositivos: niñas que se comportan como lo hacían las mujeres hace cincuenta años
“Yo creo que el impacto es negativo desde todo punto de vista. Si toda nuestra creatividad, nuestra energía vital y psíquica está destinada a encajar en estas corporalidades o en estos ideales femeninos, no se pone en otro lado. Esto afecta también a nuestra economía y nuestras finanzas porque, siendo las que menos ganamos, encima tenemos que gastar más en estos hábitos. Todo esto modela nuestro registro de lo que podemos y no podemos hacer en el mundo”, amplía.
Pasquinelli resalta el componente clasista y racista que tiene la belleza como herramienta que cristaliza desigualdades y segrega a las personas más pobres, ya que estas pierden oportunidades laborales y sociales por no poder acceder a los ritos de belleza cada vez más fuertes.
En la misma línea, desarrolla que, en contextos de pobreza, la belleza sigue siendo un recurso que facilita la movilidad social de las mujeres, “pero a un costo muy alto”. “Las niñas que no acceden a productos de calidad consumen mascarillas y maquillajes baratos y dañinos que arruinan su salud, su piel y su sistema endócrino”, aclara.
Muchas educadoras le escriben: ven en las aulas “niñas, adolescentes, preadolescentes, abrazando con contundencia gestualidades, formas de feminidad cosificada y sumisa, en nombre de la libertad, en nombre del deseo”.
Una de ellas es Marina, quien habló con elDiarioAR. Como profesora de Plástica en una secundaria estatal, se enfrenta a los problemas de tener estudiantes con las manos “hechas”. “Usamos las manos para todo: atamos, lijamos, pegamos papeles. Hay que verlas tratando de no ensuciarse las uñas, trabajando con las yemas de los dedos”, relata.
Recuerda el caso de una chica que no podía siquiera hacer un nudo con lana debido a las uñas esculpidas y, frustrada, le echó la culpa a la propuesta y la insultó. Cuando tocó el trabajo con arcilla, directamente se quedó afuera de la actividad. La cuestión se extiende a los maquillajes, las pestañas. “Parecen muñequitas mameluco”, comenta Marina. Aunque lo charla con otros profesores, sabe que no puede decirles nada a las familias. “Les tengo miedo, la verdad”.
Docentes de Deporte comparten experiencias similares, en las que las chicas no pueden participar de juegos porque no quieren poner en peligro sus uñas. Los neceseres llenos de maquillajes, los espejos y las selfies se volvieron parte del paisaje en las escuelas.
“En los últimos años –especialmente en los últimos dos– he notado que, aunque hay un bombardeo intensificado de propuestas agresivas e invasivas, también hay resistencia de muchas mujeres a reflexionar sobre esto”, alerta Pasquinelli. “La belleza es una forma de control de los cuerpos y vemos cómo se van normalizando y naturalizando estas maneras de habitarse y de habitar el mundo, a edades más tempranas. A mi criterio, esta reacción es en contra del feminismo, en contra de los avances de las mujeres”, cierra.
¿Las “hijas” frenaron su revolución?
“En el marco de las transformaciones operadas en la actual coyuntura nacional a partir del giro expansionista de la derecha, de su gobernabilidad neoliberal y algorítmica y de un fuerte backlash [o contragolpe] a los feminismos, a la educación sexual integral, a las políticas de género y sexualidad en general, el ‘empoderamiento’ femenino persiste como una narrativa polisémica, que pendula entre dos polos”, argumenta Silvia Elizalde, investigadora principal del CONICET y miembro del Instituto de Investigaciones de Estudios de Género de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA.
Por una parte, distingue la “soberanía subjetiva y política conquistada por las mujeres, sobre todo, en los últimos años, de la mano de las más jóvenes, que lideraron una praxis feminista modélica en la región” (que, incluso, algunos sectores han llamado la “revolución de las hijas”). Por otra parte, apunta al “imperativo individualista de contar con ‘amor propio’”.
Como parte de estas tensiones, arguye que hoy conviven dos grandes figuraciones de feminidad juvenil y adolescente: las chicas politizadas y con “conciencia feminista”; y las que, haciendo suyas ciertas resonancias del feminismo, “activan un discurso del empoderamiento fuertemente basado en ciertos consumos de la industria cultural y en ciertas performances en redes”.
Elizalde indica que estas representaciones entran en contradicción con las retóricas de “rebeldía” de los feminismos y “disputan sentidos en un nuevo contexto de prácticas y saberes sobre los géneros, la sexualidad, el erotismo y la autonomía de los cuerpos, hoy exponencialmente potenciado por las tecnologías de la información y la comunicación, y la exigencia constante de narrarse visualmente”.
Ante este panorama político y social, plantea que se vuelve fundamental interrogarse por los “impactos ideológicos, estético-culturales y de incidencia cotidiana que estas nuevas representaciones de feminidad juvenil producen en las niñas y jóvenes”.
También le parece necesario examinar con detenimiento “los desafíos que estos procesos conllevan para los feminismos”. Y, en particular, para “la apuesta cultural y pedagógica que implica la educación sexual integral”, una herramienta fundamental para concientizar acerca de la diversidad, las disidencias, los valores democráticos y los desafíos que existen para la igualdad de género.
El juego y el negocio de los estereotipos
Paula Bontempo, doctora en Historia, advierte que ya desde 1930 se podía ver a niñas maquillándose. “Una tapa de revista de la época muestra a una nena jugando, probablemente probando los maquillajes de la madre. No iba a salir a la calle de esa manera. Creo que el cambio principal en cuanto a las infancias es que, en la actualidad, muchas chicas están usando estos productos de verdad y no de forma lúdica”, desarrolla.
Una tapa de revista de 1930 muestra a una nena jugando, probablemente probando los maquillajes de la madre. No iba a salir a la calle de esa manera. Creo que el cambio principal en cuanto a las infancias es que, en la actualidad, muchas chicas están usando estos productos de verdad y no de forma lúdica
La especialista en historia de las infancias y la familia explica que fue entre fines de los años 80 y principios de los 90 cuando surgió un espacio “preadolescente” en el país y el mercado apuntó de manera concreta a este target, creando, fomentando y transformando las prácticas culturales de un grupo etario que, a su vez, forjaba gustos, necesidades y demandas particulares.
En un principio, el maquillaje era solo uno de los aspectos del emergente negocio que representaba la audiencia preadolescente (como también lo eran, por ejemplo, las series de televisión y la música). Si bien los productos culturales no dejaban de incluir prescripciones respecto a los cuerpos –como es el caso de la revista Barbie, que Bontempo estudió cabalmente–, todavía en esta época el hábito de pintarse la cara se consideraba “un juego”, expande la historiadora.
En 2024, el mercado ha extendido sus garras a públicos antes impensados: las infancias. Con las redes sociales –fuera de la supervisión adulta, pero también legal– como aliadas.
En la incorporación de productos de adultos (como también de sus actitudes y posturas) por parte de las chicas, se conjugan la sed de un mercado imparable, los cuidadores que facilitan el dinero, los algoritmos, las ansiedades de crecimiento, la moda, la relación con sus pares y la conformación de la identidad. Todo esto, habilitado por un trasfondo político, cultural y social complejo (de avance de las derechas, discursos antifeministas, “empoderamientos” vacíos, falta de opciones, hiperconsumismo y un individualismo rampante).
Claro que, al mismo tiempo, operan resistencias desde los movimientos de mujeres, del cual las adolescentes han sido parte durante los últimos años y, probablemente, lo seguirán siendo.
JB/MG
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