Periodismo desesperado y el poder de poder
Arranquemos con dos palabras fuertes, fuertísimas: Luis Majul. Y un agradecimiento a dios, aunque no exista: no hay con qué pagar la gracia de habernos hecho contemporáneos de su talento descollante para ejercer el periodismo en estado de arte desde ese templo de la libertad de expresión que es LN+.
En un futuro podremos decir: yo lo vi a Majul en LN+ como quien vio a Maradona en Nápoles. Lo vi, no me la contaron. Oí un millón de veces su voz aflautada entonando las canciones del Bien, vi su pasión desinteresada para que la Argentina salga de la cloaca en la que la metieron todos los argentinos menos Mauricio Macri, y también sentí y admiré su intransigencia insobornable: la mala fe no se negocia. Nunca.
Y allí está, otra vez, superando sus récords de inmolación en nombre de la República de Acassuso y su Príncipe de Calabria. El debate entre Milei y Massa acaba de terminar, y Majul da sus legendarios golpes de cuello. Son una ráfaga de descargas eléctricas que buscan liberar las fuerzas malas que se acumularon durante una hora. Está tocado por dentro. Se comprende la conmoción: meses defenestrando a Milei para luego ser su tutor por esas cosas gratuitas de la vida y ver más tarde cómo Massa lo tiernizaba como a un cordero lechal durante una hora de horno televisivo con papas.
En la disposición de Zoom por la que la pantalla de LN+ finge discusiones abiertas, Majul es un centro de gravedad del que cuelgan las hilachas de la irritación. Otra vez se ha pegado el palo contra la realidad política, y su rostro de mil gestos indica que sigue prefiriendo la suya. Es el que domina el escenario devastado. Presiona a José Del Río, a Paulino Rodríguez, a Débora Plager. Es el líder de un ánimo colectivo descendente.
Mientras pone a funcionar su carburador mental, pide a la producción que le preparen un audio de Massa en el que el tiernizador de Milei invita a sus simpatizantes a continuar con la llamada “micromilitancia”. Es un mensaje naif de solicitud de apoyo pensado para viralizarse, pero Majul regula su expresión como si hubiera visto imágenes sórdidas en la deep web y lo anuncia como algo “tipo piraña, muy brutal”. Se lo ve asustadizo hasta la alucinación, y decepcionado con Milei. Ay, si hubiera ido él a debatir con Massa, le habría ahorrado disgustos a la Argentina Buena.
Entre todos se pisan las lenguas para tomar nota de todo lo que no dijo Milei. La situación es la del que corrió el último tren y no alcanzó a subirse. A Del Río le entró la bala del escepticismo y habla en términos derrotistas del Plan Platita y el Plan Miedo. Majul le levanta la moral a una tropa reptante: “No subestimen el Plan Hartazgo”, en alusión a lo que todavía la sociedad no habría manifestado contra Massa.
La desesperación por emparejar la cancha que quedó inclinada en el debate, lo lleva a hablar de más. Majul: el hombre que no calla, el enemigo público del silencio. Alguien recuerda un pasaje del debate en el que Massa le dice a Milei que sus socios lo abandonaron, en alusión a las ausencias de Bullrich y Macri en el ringside, y entonces Majul se tira en palomita sobre el error no forzado. Primero se sube a los zapatos con plataforma de la arrogancia: “Está bien lo que decís. Es cierto, pero es corto”. Y ataca, ya con los zapatos con plataforma puestos: “¿Estuvo Cristina?”. No, le dicen, pero estuvieron Alicia Kirchner y Axel Kicillof.
Majul es un as en oir sin escuchar. Vive ocupando su cabeza con lo que tiene que decir o lo que le dicen que tiene que decir. Su periodismo es un periodismo de hotel capsula en el que sólo cabe él. Así le fue. Porque en vez de cortar por lo sano y pasar a otro tema, fue hacia adelante para retroceder: “¿Estuvo Insaurralde? ¿Estuvo 'Chocolate Rigou'?”. Yo no quiero meter la púa porque son horas delicadas, pero ¿Majul está comparando a Macri con Rigou?
El esfuerzo de Majul por hacerle un RCP electoral a Milei, y hacerlo así, desinteresadamente, por los colores de la República, sin recibir nada a cambio, es emocionante y debería inspirar a las generaciones del porvenir. Pero lo que ocurrió antes de que él y su panel de hermeneutas vocacionales se pusieran a traducir la realidad del debate a una enésima expresión de deseos incumplibles, fue tan desproporcionado que estuvo al borde de la desnaturalización.
Massa dominó el trámite en todos los niveles de disputa. Atacó, asedió, presionó sobre lo blando y contragolpeó las durezas. Por momentos, las zozobras de Milei produjeron pena y hasta un deseo humanitario de protección. Una pregunta crecía en el ambiente: “¿Qué hace ese tipo ahí?”. Sin la fuerza ni la confianza que obtuvo de los anfitriones televisivos con los que se formó como personaje de la comedia pública, Milei se quedó sin mundo donde actuar.
Massa, que es una bestia de caza, lo fue a buscar a su cueva y lo sacó de los clichés obligándolo a repetir o a negar los chichés. De golpe, en el lugar de los tutores que lo llevaron por las sendas presidenciales, en el lugar donde Fantino lo recibía con su campechanismo de tea party y Jony Viale con su risita sadeana y el inexplicable Trebucq con sus “códigos”, apareció el Antagonista para hundirle una y otra vez en él cuestionario envenenado del: “¿Sí o no?”.
Lo que ocurrió en el debate, sin un segundo de tregua, fue una rotura de continente (la figura de Milei, una figura sin hombre) en el que se abrió el vacío. Del “otro lado”, había casi nada, o directamente nada. Massa detectó la falta de consistencia del rival y hasta su falta de deseo, ya no un: “¿qué hace ese tipo ahí?” sino un; “¿qué hago yo acá?”.
La flor de un día comienza a marchitarse, lo que no significa nada. Falta votar, pequeño detalle, y cursar una semana argentina en la que van a contarse mil historias. Sin perjuicio del resultado electoral, que es un enigma hasta que sea un hecho, la figura del león se viene apagando, lo que paradójicamente lo muestra en toda su expresión: un maximalista de ideas regresivas sepultado bajo el peso de un repertorio sin vida y una crisis de oferta. Mientras tanto, Massa se encamina hacia una instancia en la que vemos bajo la luz de la ansiedad, a dos personas de las cuales solo una tiene el poder de poder.
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