Escala la crisis entre Alberto y Cristina y ya hay línea de largada para una PASO grande del peronismo
- Un gobernador no tiene jefe político, él es su propio jefe político.
Se lo dijo Alberto Fernández a Axel Kicillof. Fue durante una charla en la que buscó sondear la postura del gobernador en el lío inagotable que es la guerra abierta frentodista. Ajustado o no, el dictamen permite una traslación: la afirmación de Fernández indica, por default, que un presidente tampoco puede tener un jefe político, por lo que su frase aplica para la influencia o dominio que sobre él “ejerció” -el tiempo verbal es discutible- Cristina Kirchner.
Sobre la certeza de que Fernández no removerá a funcionarios de La Cámpora, le sugirieron que haga cambios en las segundas líneas de esas áreas. Se atribuye la idea a Juan Manuel Olmos, un albertista al que los K reprochan su cohabitación con Larreta
Fernández trató, más que nada, de trasmitir que la tirria en la cima del oficialismo en algún momento dividirá aguas en todo el dispositivo del FdT y Kicillof, que gobierna una provincia de alta dependencia económica y financiera, puede estar incómodo en medio del fuego cruzado. A nadie se le ocurre teorizar sobre la autonomía del gobernador de la vice.
O sí. Eso podría sugerir la frecuenta con que desde el reencuentro público en la marcha del 24 de marzo, Kicillof se mostró con Máximo Kirchner, incluso en anuncios oficiales donde el jefe del PJ bonaerense, sin más protocolo que ser diputado “raso”, estuvo en el escenario junto al gobernador, el ministro nacional Juan Cabandié y la ministra bonaerense Daniela Villar.
El despliegue K para abrazar al gobernador, luego de la semi “intervención” que significó el desembarco de Martín Insaurralde como jefe de Gabinete y de meses gélidos en el que las usinas camporistas instalaron la idea del desencanto de Cristina con Axel, puede interpretarse como un movimiento táctico de la vice para solidificar la pertenencia del gobernador a su ajedrez político. Kicillof nunca analizó otro destino pero padeció, por semanas, la lluvia ácida que significó sobre su figura el romance político de Máximo con Insaurralde.
Metralla
La reciente advertencia de Kicillof sobre el impacto social de la inflación, su frase “hay que pelearse” -que se leyó como un buscapié contra Fernández- y la galería de fotos con Kirchner, artillero principal de kirchnerismo contra el presidente, reubican al gobernador como parte de engranaje de Cristina para incomodar al presidente. “A Axel se le nota en la cara si está dos días sin hablar con Cristina”, describen en el anillo cercano al gobernador. Si en algún momento llamadas perdidas de La Plata a Recoleta, eso ya no ocurre y la crisis entre los Fernández reinstala a Kicillof como una pieza central en el tablero.
Para mí sería un grave error prescindir de Martín Guzmán, gravísimo
En Casa Rosada, se amontona el malestar con Kicillof -ya se contó, acá, el episodio del cambio de voto de Daniel Gollán luego de un llamado desde el Instituto Patria y tras una consulta con el gobernador- que genera, en paralelo, reproches internos. El 3 de marzo, en el despacho de Juan Manzur, Fernández y Kicillof firmaron junto a los ministros Juan Zabaleta y Andrés “Cuervo” Larroque un acuerdo para la ampliación de fondos para la provincia por 75 mil millones de pesos. Eran partidas que estaban a la espera de una firma y Manzur las destrabó, sin considerar que la “lentitud” no era causal sino que formaba parte de una negociación, o mensaje, a Kicillof.
Al teléfono de Manzur llegó una consulta inquietante sobre por qué había hecho eso y el jefe de Gabinete dijo que el trámite se había acelerado en el área de Jorge Neme, su viceministro. “Pará que le pregunto al Muerto (así lo llaman a Neme)”, eludió Manzur. Horas después de la firma del acuerdo, del que también participó Insaurralde y que registró un saludo amistoso entre Zabaleta y Larroque, La Cámpora difundió un video crítico sobre el acuerdo con el FMI.
Daño mutuo
“Alberto no quiere hablar con Cristina, pero se la pasa hablando de Cristina”. La frase pertenece a un dirigente peronista de buen diálogo con el Presidente y describe el clima de Olivos. Si cuando decidió no retomar el diálogo imaginó que la crisis se amesetaría, se equivocó: desde entonces, a cada día, la tensión escala y el fuego amigo del cristinismo se potencia.
Aparecen, en ese ruido, teorías mixtas. Sobre la certeza de que Fernández no removerá a funcionarios de La Cámpora, le sugirieron que active sobre las segundas líneas de, por caso, Eduardo “Wado” De Pedro en Interior, ANSeS, el PAMI, Aerolíneas o YPF. Se atribuye la propuesta al asesor presidencial Juan Manuel Olmos, un habitante del micromundo albertista que habla poco y se muestra menos, y que suele ser un blanco móvil del kirchnerismo por su convivencia con Horacio Rodríguez Larreta en CABA.
Todo en un clima de daño mutuo entre los Fernández, que funcionan como los arquitectos de una crisis política infinita. Cerca del presidente repiten que, antes de que se interrumpa el diálogo con la vice, Cristina le trasmitió que no tiene un/a candidato/a para ubicar en Economía en reemplazo de Martín Guzmán. Puede ser por aquel axioma político que reza que el que saca, no pone. O por algo más específico: no se conoce, porque nunca nadie lo expresó, cuál es -si es que hay alguno- el plan Cristina para esta coyuntura, más allá de las referencias a lo que se hizo en otro tiempo.
El síndrome del teléfono mudo
Tampoco, por caso, a pesar de las fuertes críticas al acuerdo con el FMI, el camporismo explicitó una alternativa que, claro, no había cuando se estaba con la soga al cuello del límite de reservas. En Gobierno invocan, ahora, un hecho que se negó en otro tiempo. Se afirma que el acuerdo con el FMI estaba encaminado, y listo para firmarse, en febrero del 2021 pero que se decidió no avanzar para que no sea tema de la agenda electoral.
Forma parte de las versiones envenenadas, que estaban guardadas y ahora emergen, entre las que figura la teoría K de que Guzmán “nos mintió durante dos años”. En el juego de las verdades parciales, un legislador escuchó contar al ministro de Economía que informó a Cristina cada detalle de la negociación, pero que una semana antes del cierre final le dejó de responder.
El síndrome del teléfono mudo parece ser un modis operandi: Santiago Cafiero tenía diálogo diario con Máximo Kirchner, incluso luego de que “Wado” de Pedro presentó la renuncia tras las PASO, hasta que el contacto enmudeció. Cristina le pidió a Fernández que lo desplazara. El siguiente fue Fernández: el 10 de marzo, luego de la pedrada a las oficinas de la vice en el Senado, el presidente le envió mensajes a la presidente y a su secretario privado. No tuvo respuesta.
Efectos
Este sábado, el presidente tuvo una charla larga telefónica con Guzmán que estaba en Brasil y desde su entorno solo emitieron señales de respaldo. “Mientras algunos estuvieron semanas agitando el fantasma de que no habría gas, Guzmán viene de Brasil con el acuerdo que faltaba para garantizar el gas”, dicen en gobierno. En esa gestión, fue relevante la intervención del embajador en Brasilia, Daniel Scioli.
Algo es cierto: el rumor incesante sobre la salida del ministro de Economía permea a tal punto que en circuitos cercanos a Fernández, donde antes no entraba la idea del recambio y ahora se baraja como una hipótesis de recambio integral. “La incertidumbre sobre Guzmán no es sólo daño político sobre Alberto, es daño al gobierno y afecta de manera directa sobre la Economía. La incertidumbre política se mide en el PBI”, emiten desde una trinchera que defiende al ministro.
No hay, tampoco, muchas voces que lo hagan en público. Agustín Rossi, que la semana pasada estuvo con Fernández en Casa Rosada y este sábado relanzó La Corriente de la Militancia en Rosario, fue una de las pocas. “Para mí sería un grave error prescindir de Martín Guzmán, gravísimo”, dijo en Radio 10 y agregó en la misma variable al ministro de Desarrollo Productivo Matías Kulfas. Rossi aparece, cada tanto, como futuro ministro albertista pero los dos casilleros en los que, por lógica, tendría lugar significarían sacudones: el cargo de Manzur o el de “Wado” De Pedro. Lo primero significaría tensar con parte del PJ y otros actores del poder; lo segundo dar por finalizada la convivencia, siquiera accidentada, con Cristina.
Gira la ruleta
Sobre Kicillof, Fernández se anota una señal positiva: el gobernador trasmite que su plan es buscar ser reelecto en la provincia y no aparece en ninguna parte de su menú la opción de querer competir por la presidencia. Así mismo, Kicillof admite algo: su lugar en el puzzle electoral del 2023 dependerá de lo que disponga Cristina, que luego de las PASO, al allanar el ingreso de Insaurralde al gabinete bonaerense, autorizó una especie de Juego del Hambre electoral: todos a la cancha, el que llega mejor, es el candidato. Es decir: tampoco hay certezas de que Kicillof no se convierta, por indicación de Cristina, en candidato presidencial el año próximo.
Capitanich milita la idea de que el próximo presidente debe ser un gobernador, lo que aparece cruzado por el registro de que el AMBA ha sido responsable de suficientes fracasos presidenciales, los últimos Macri y Fernández. Antes, de la Rúa
La hipótesis de que Kicillof no aparece en la carrera presidencial es un consuelo corto porque esta semana, como contó elDiarioAR, Jorge “Coqui” Capitanich dio un paso formal hacia una candidatura en el 2023, mediante el recurso de una PASO grande y con un mensaje claro: será candidato por más que Fernández esté entre los que compitan en una primaria del Frente de Todos o como sea que se llame esa marca electoral el año próximo. “No es una condición sine qua non que se presente o no el Presidente”, dijo Capitanich en un reportaje con el diario Perfil sobre una eventual competencia interna contra Fernández.
Capitanich expresa a Cristina, o al menos resulta funcional al plan de la vice de torpedear la fantasía albertista de la reelección, pero pone otro elemento sobre la mesa: la idea de que el próximo presidente debe ser un gobernador, una idea que aparece como un mandamiento de los mandatarios y que aparece cruzado por una idea de que el AMBA ha sido, hasta acá, responsable de suficientes fracasos presidenciales, los últimos fueron Mauricio Macri y Fernández. Antes, Fernando de la Rúa.
La regla general, en medio de la crisis y sin escenario de acuerdos cercanos, es que la única forma de mantener cierta cohesión es la zanahoria de una primaria grande del PJ en el 2023 para que todas las opciones queden dentro del mismo armado. Una cláusula adicional, como ya se contó en este diario, consistiría en que los Fernández, Alberto y Cristina, acuerden un renunciamiento doble y se anuncien que ninguno será candidato a presidente en el 2023.
El Alberto de....
Lo de Capitanich supone una línea de largada oficial y marca una tendencia porque aparecen otros jugadores en ese menú. De Pedro, con una agenda nórdica en medio de los sacudones del día a día con piquetes e inflación, enhebra la que puede leerse como la postulación “moderada” de Cristina y que supone considerar agotada, al menos para esta instancia, el perfil duro que expresa Máximo que según los números que mostró en una reunión el consultar catalán Antoni Gutiérrez Rubí, está al tope de los dirigentes con peor imagen: 66% de negativa.
Pero el océano donde quieren pescar Capitanich y otros es más grande, y se repite en una frase: “ser el Alberto de...”. Unos dicen “el Alberto de Cristina en el 2023”, otros hablan del “Alberto del peronismo en el 2023”. En ambos casos, implica prescindir de Alberto pero ser una versión mejorada del ensayo que fue exitoso en términos electorales en el 2019. El caso repetido es el de Sergio Massa, a quien hace tiempo se lo imagina como el candidato moderado, bendecido por la vice para el 2023.
Massa pivotea entre los Fernández, feliz de esos juegos de seducción pero con el riesgo de terminar desmembrado en esa pelea como Tupac Amarú. Así como sectores K creen que Massa puede ser la oferta presidencial, en el PJ hablan de que Massa debería convertirse en el Alberto del FdT pero con el respaldo del peronismo nacional. Ahí está la cuestión: Massa fantasea con ser los dos Albertos pero todo marcha, casi inevitablemente, hacia una PASO grande.
No es el único que construye esa teoría mágica: Omar Perotti, gobernador de Santa Fe, que no tiene posibilidad de reelegir y que trata de construir como sucesor en la provincia a Roberto Mirabella, mientras se ilusiona con un destino presidencial en un mapa sinuoso: un Frankestein que tendría el respaldo de Juan Schiaretti, que celebra el regreso de la “tercera vía” al menos en un asado en Olivos, el respaldo de gobernadores del PJ y el guiño, luego de haber sido socios electorales en el 2021, de la vicepresidente.
PI
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