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Opinión
Perdón que interrumpa

Pescadores: viaje al pasado de un país que parece sin futuro

Martin Rodríguez rojo Perdón que interrumpa

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Al abuelo Luis

“Mi viejo se llamaba Silverio Onorato y vino de las islas de Ponza en un barco”, dice Herminio, argentino, pescador artesanal del Puerto de Ingeniero White hace 45 años. Habla pausado, toma su tiempo. Es nuestro primer intercambio de audios. Conozco Ingeniero White, pero no conocía a Herminio. “¿Qué siento? Que soy libre. Que soy alguien que rompe la cadena. Eso me produce navegar. Siento que estoy vivo porque por mis venas corre sangre marina. Y eso me encanta”. 

Llevamos días conversando, con intervalos de silencio que se rompen en confianza: “¿Qué dice, mi amigo?”, me tira de golpe, después de días sin hablar. Planificamos un viaje. Le cuento del nacimiento de mi tercer hijo, me cuenta de sus nietos, de su tiempo libre, de sus navegaciones mentales o en el mar. Tiene tiempo para hablar y tiene de qué hablar. La vida de un pescador argentino en el siglo XXI. 

El aire está fulero en el clima nacional. El gobierno mete mano en resquicios donde hay dólares. Se terminó el triunfalismo de la derrota. Días antes de los comicios atiné a preguntarle a Herminio a quién votaba. Transpiraba escepticismo y la vi venir. Las imágenes y registros en internet y diarios zonales no le permiten a Herminio Onorato inventarse un pasado: hace décadas que él y su familia participan en cada conflicto con los pescadores de la Ría. “Con respecto a la votada voy a votar en blanco, le meto cualquier cachivache adentro y listo, a la mierda… muchos corruptos. Así que voy a votar porque tengo que votar, pero si no… son lo mismo.” Corta.  

Cuando tenía 13 Herminio iba a la escuela en White, y a veces se rateaba con los hermanos y se escondían en la bodega de la lancha del padre, que estaba en la pequeña dársena donde los pescadores atracan las lanchas de flota amarilla, llamada por ellos mismos “Puerto Piojo”. “Nos íbamos a dormir ahí antes que llegara y cuando llegaba, nos asomábamos de abajo. Nos gritaba: ¿Qué hacen ustedes acá? ¿Su mamá está enterada?” “Noooo”, le gritaban entre el susto y la risa. Y esperaban una silenciosa aprobación que llegaba de un solo modo: la lancha arrancaba. Con ellos adentro. 

El viejo de Herminio se llamó Silverio, el mismo nombre del santo (San Silverio), la fe con mayúsculas de Ingeniero White, que rememora al Santo Patrono de Ponza. Es el santo de los pescadores. Silverio, el papá de Herminio, un pionero, que conoció a la mujer de su vida en un barco que cruzaba el océano, murió en el mar. Se lo tragó una noche de tormenta. La lancha, esa última lancha, se exhibe en un patio del Museo del Puerto de Ingeniero White, ahí, a metros del puerto.  

“La pesca la trajeron los inmigrantes de Italia”, dice Herminio. Los Onorato llegaron después de la Segunda Guerra. “Era todo un quilombo, venían desolados de allá. Mi mamá y mi papá se conocieron en el barco que los trajo de Italia. Vivieron en el barco tres meses juntos, mi viejo nos contaba siempre”. El amor pisó tierra: llegaron a White, se frecuentaron, se casaron, tuvieron los hijos, “que somos las semillas”, dice Herminio. “Pero mi familia en Italia con el agua no tenía prácticamente relación. Mi viejo vino a conocer más gente que estaba allá, que había venido de su pueblo, eran los primeros italianos que llegaron a White y que tenían esta forma de pesca a pocas millas de la costa, usando distintos tipos de redes y tramallos, con embarcaciones menores que un principio se propulsaban a vela. Mi padre llegó acá y se hizo pescador.”

Lucía Bianco es la  directora del Museo del Puerto de Ingeniero White, un museo que guarda en sus archivos fotos, herramientas, historias de pescadores, carpinteros de ribera, tejedores de redes, fileteras, cocineros y cocineras de pescado, todo un material para el presente. “La pesca artesanal en Ingeniero White está ligada a la llegada de la migración italiana desde fines del siglo XIX para trabajar en la construcción de este puerto, que era, originalmente, de capital inglés”, dice. “Llegaban inmigrantes y traían sus formas de vida, de cocinar, sus creencias, sus canciones y las artes de pesca con las que ocuparon un lateral del muelle inglés para desarrollar esa actividad durante décadas. Que fue también lateral en relación al perfil de un puerto agro-exportador”. Una flota de aproximadamente cincuenta lanchas durante décadas (llegaron a ser más de cien en la década del 90), y de las que hoy sólo quedan unas pocas (alrededor de cinco). Después de la década del 70 comenzó un periplo de reducción del recurso pesquero, reclamos por contaminación, el avance de la pesca de altura, la promulgación de la ley de Emergencia Pesquera (promulgada en el 2000), las protestas, las represiones a las protestas, los cortes de ría y finalmente en los últimos años la migración de la mayoría de los pescadores a otros trabajos. Aquel semblante whitense, ya diluido. 

La familia Onorato es de las pocas familias de ponceses que siguen pescando hasta hoy en White. El carácter “menor” de la pesca artesanal en el puerto se contrapone al peso “mayor” con que impregnaron el pueblo: White tiene un polo petroquímico pero cree en San Silverio. “El puerto (nacido como puerto de exportación) se vuelve petroquímico en los años setenta, aunque sigue siendo de cargas generales, de enorme carga agroexportadora”, dice Lucía. “Esa mano de obra inmigrante que llegó al puerto trasplantó de Italia una práctica y un tipo de relación con el mar que no estaba para nada en los planes del Estado-nación argentino y que a través de vínculos familiares incluso sigue hasta hoy”.

Claro, un país no se hace sólo con pescadores: tanto la proyección del puerto de White en sus inicios como su conversión en el primer puerto autónomo de Argentina en la década del 90 incluyeron profundizaciones de calado del canal principal, modificaciones de leyes, adaptar modos de trabajo, incorporar tecnología y un crecimiento al ritmo que se dio paralelamente a la presencia de los pescadores. Con todo eso al mismo tiempo, fue tomando forma el puerto de aguas profundas actual, que este año tuvo una de las marcas históricas. “Tal vez ese contraste entre el oficio artesanal precario y el simultáneo crecimiento y modernización del puerto es lo que lleva a preguntar por modos de desarrollo que no dejen afuera una mirada sobre la vida en términos más amplios, sin perder de vista en relación al mundo la escala local”, concluye Lucía Bianco.

La terra trema

En los años 40 llegaban las lanchas después de la noche entera de pesca. Como lucecitas venidas de la oscuridad. Fijemos la escena. White, al mismo tiempo, reproducía las imágenes (y los conflictos) de “La tierra tiembla”, la película de Luchino Visconti. De Sicilia al sur bonaerense el grito del pescador. En el puerto de White había dos personajes que los esperaban con la servilleta puesta: los palanqueros -que compraban pescado en menor cantidad y se lo llevaban inmediatamente a Bahía Blanca en canastos para venderlo (les decían palanqueros porque tenían un canasto y un palo en cada punta)- y los marchantes que, con otro capital, compraban en grandes cantidades con la posibilidad de enfriarlo y distribuirlo más lejos. Si los pescadores no accedían al precio que les pagaban estos marchantes tenían que tirar la pesca. Así, estaban presos de ese sistema de compra. 

En las “Memorias de un pescador de la ría de Bahía Blanca”, otro vecino whitense llamado Francisco Vitale, escribió el origen de todo: “Un día habiendo finalizado de almorzar, encontrándome yo en el patio se acerca un señor y me pregunta por mi padre, le digo que me acompañe y lo llevo hacia la cocina donde él se encontraba sentado en la mesa, se saludan, papá me dice que es Pascual Russo, que habían estado disgustados por tonterías de trabajo. Papá lo invita con un vaso de vino, hacen un brindis y Pascual Russo le dice a mi padre: ‘Giuseppe, vengo a verte porque tenemos que formar una sociedad de pescadores y necesito tu ayuda, así no podemos seguir, yendo a pescar sin que no nos quede nada para nuestra familia, para ello nos ayudará el Doctor Llosa; (era un especialista en niños y amigo de los pescadores), el doctor tenía un velero llamado FRANK dentro del Muelle Nacional’”. Así nace la histórica Organización de la Sociedad de Pescadores en 1940, que cuatro años después se hace Cooperativa Pesquera, y dura hasta 1999, para organizar lo básico: negociar frente a los marchantes el precio y tener su propio freezer, más allá de otras ventajas sindicales. Finalmente la cooperativa cambió la comercialización. Si bien al principio siguieron existiendo los marchantes, la cooperativa fue haciendo algunas ventas directas hasta que empezó a encargarse del total de las ventas.

Más acá en el tiempo, Herminio retoma la línea del conflicto. Dice: “Los pescadores siempre fuimos la clase baja para los compradores, para los que están en el muelle que ahora nos quieren erradicar. Ellos siempre nos quisieron erradicar, desde que se hizo el Consorcio de Gestión. Siempre aspiraron al lugar donde estamos nosotros amarrados. Y al puerto lo están cerrando cada vez más y si los barcos piden algo están a la orden del día pero si los pescadores piden algo, nada. Ya se firmaron acuerdos, convenios, un montón de cosas que no se respetaron. Todo el mundo mete la mano en la lata y se hacen rutas, se hacen todas cosas pero la guita de los pescadores sigue sin aparecer. Nos subsidian el combustible, los elementos de seguridad de la lancha, un montón de cosas, sí. Nos dan una tarjeta para Navidad y con ese puchito vamos viviendo pero en realidad no nos tienen como nos tienen que tener. También tenemos problemas con los compradores: todo aumenta pero el pescado nunca aumenta lo que tiene que aumentar”.

El mar y las campanas

En un extenso artículo sobre los pescadores (“La pesca artesanal en Península Valdez amenazada”) publicado en La Nación Trabajadora, Marta Piñeiro dio en la tecla. Dijo algo que parte del lugar común para darlo vuelta, y que no desgasta la verdad que enuncia: “Argentina es un país con una enorme y reconocida plataforma marítima; sin embargo, su ciudadanía no se percibe parte de un país marítimo. Muchos factores incidieron para que la identidad posible orientada al mar se haya desplazado sistemáticamente a una identidad agrícola ganadera cuyo peso en el acervo popular es innegable, aunque no por ello inexorable”. 

Hace pocos días Carlos Mackevicius entrevistó al ex combatiente Mario Volpe, también coordinador de investigación del Museo Malvinas. Volpe dijo algo al pasar: “Somos un Estado marítimo”. Se puede ver completo acá. Un cálculo de dimensiones: el territorio insular, marítimo y antártico es dos veces superior al territorio continental. “El mar es la base del futuro”, dijo Volpe, que lo cruzó para pelear por las islas hace casi cuarenta años. Calculó en el aire potenciales PBI’s y mencionó la posibilidad de una cultura soberanista que nos permita alguna vez pensar en el mar más allá de las playas y el ocio.  

La Argentina se escribió más en los ríos que en el mar, quizás. En nuestra gran tradición de literatura y río. “¡Me atravesaba un río, me atravesaba un río!”. El río oscuro de Alfredo Varela. El viejo río que va / cruzando el amanecer de Ramón Ayala. ¿Y el mar? ¿El mar no tiene quien le escriba? Menos. Provisoriamente anoto una novela de Eduardo Belgrano Rawson “El náufrago de las estrellas” (1979) o una reciente historia del “Ara, Bahía Paraíso” (2021) que reconstruyó Juan Terranova. En el mar hicimos la guerra, el mar es la tumba de muchos de nuestros héroes. Aguas heladas para una literatura más fluvial. Martín del Barco Centenera en su extenso poema sobre el río Paraná menciona por primera vez la palabra Argentina. La dice varios siglos antes de que fuéramos al menos el borrador de una Nación. Primero la palabra. Si hiciéramos un viaje relámpago a través de los siglos, podríamos imaginar a ese primer poema épico -en el que la fauna, las tribus y lo que se narra, al decir de Adolfo Prieto (que reconstruyó la relación de la literatura y el Paraná), es la “simple prolongación de la historia general de España”- con el poema “¿Qué es el mar?” publicado en “Poesía Civil” (Vox, 2001) de Sergio Raimondi. Escrito mientras la Argentina, hace veinte años, se desangraba. Raimondi anota en el canal profundo con el que el mar ingresa a White el remolino de economías, trabajos de pesca de altura, cardúmenes, sindicatos, instituciones estatales que regulan, estallan y se enjuagan en las primeras millas hasta que el mar argentino es el océano y el océano es la patria común de las naciones. El viejo río argentino que da al mar. Raimondi publica en el año de aquella crisis el libro sobre las transformaciones del puerto de Bahía Blanca, nacido por decisión de un Estado casi sin pueblo. 

Y las crisis se repiten. A la efeméride de veinte años de la crisis del 2001 la recibimos con nueva crisis. Somos la efeméride meme del hombre araña. ¿Qué es crisis? ¿Y tú me lo preguntas? Crisis… eres tú. El Estado como otro pescador entre millones de pescadores de oportunidades, el pescador de los dólares que siempre faltan. Pero aquellos italianos llegaron con su estampita y su red, hombres y mujeres que también hicieron a este país en el mar. Acá, el poema de Raimondi: 

Qué es el mar

El barrido de una red de arrastre a lo largo del lecho,

mallas de apertura máxima, en el tanque setecientos mil

litros de gas-oil, en la bodega bolsas de papa y cebolla,

jornada de treinta y cinco horas, sueño de cuatro, café,

acuerdos pactados en oficinas de Bruselas, crecimiento

del calamar illex en relación a la temperatura del agua

y las firmas de aprobación de la Corte Suprema, circuito

de canales de acero inoxidable por donde el pescado cae,

abadejo, hubbsi, transferencias de permiso amparadas

por la Secretaría de Agricultura, Ganadería y Pesca; ahí:

atraviesa el fresquero la línea imaginaria del paralelo, va

tras una mancha en la pantalla del equipo de detección,

ignorante el cardumen de la noción de millas o charteo

de las estadísticas irreales del INIDEP o el desfasaje

entre jornal y costo de vida desde el año mil novecientos

noventa y dos, filet de merluza de cola, SOMU y pez rata,

cartas de crédito adulteradas, lámparas y asiático pabellón,

irrupción de brotes de aftosa de rodeos británicos, hoki,

retorno a lo más hondo de toneladas de pota muerta

ante la aparición de langostino (valor cinco veces mayor),

infraestructura de almacenamiento y frío, caladero, eso.

MR

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