Rechazo “compañero” y miedo a la intervención, el cóctel que precipitó la salida de Alberto Fernández
Alberto Fernández ya no tenía margen. Desde diciembre había quedado flotando en el aire el pedido para que diera un paso al costado como presidente del partido Justicialista, un operativo que iniciaron desde sus declamados detractores internos, hasta sus propios allegados. El se resistía. Pero la decisión de su salida estaba tomada: faltaba el cómo. El peronismo aceleró los tiempos y resolvió una licencia, que será aprobada el 22 de marzo próximo y con ese acto formal se activará un nuevo mecanismo para intentar el cambio de piel que el partido necesita tras la derrota a manos de Javier Milei.
En la formalidad, que pesa y mucho en este tiempo, a la aprobación de la licencia le seguirá la conformación de una comisión de acción política que tendrá la tarea de organizar la elección interna. Alberto Fernández tenía mandato hasta abril de 2025. Todavía lo tiene, pero licenciado. Una renuncia podría haber dejado el campo fértil para una denuncia y posterior intervención judicial, que ya vivió el PJ durante el gobierno de Mauricio Macri, y por lo tanto, era primordial dejar los papeles al día. El recuerdo todavía está fresco: en 2018 la jueza María Romilda Servini dispuso la intervención con Luis Barrionuevo a la cabeza, que incluyó que el entonces presidente José Luis Gioja se atrincherara, llegara la policía y tuviera su minuto de fama Hugo, el cerrajero del barrio que debió hacer un cambio de cerradura del ingreso de Matheu 130 para los nuevos moradores.
Con ese antecedente, que no es el único, el PJ está obligado a legitimarse y mantener las formas. Más allá de la nula ascendencia de Alberto Fernández en el partido y la baja consideración de la mayoría de sus compañeros, menos aún en medio de las denuncias en su contra por las contrataciones de seguros, hay movimientos externos que empezaban a llamar la atención. El intendente de Esteban Echeverría, Fernando Gray, el primero que activó el reclamo para que renunciara Alberto Fernández a nivel nacional y Máximo Kirchner a nivel provincial, suma fotos a su álbum político como su reciente encuentro con el gobernador de Córdoba, Martín Llaryora. Fue hace dos semanas, en Córdoba, y ambos hablaron de la reconstrucción peronista sin imposición. Un paso en falso en la formalidad partidaria podría dejarlos a tiro de denuncia.
Los tiempos se aceleraron para el peronismo, noqueado aún por la derrota y sin conducción. Lejos está de encontrar una síntesis, tampoco parece ser ésta la etapa del surgimiento de los liderazgos, pero activar el partido tiene hoy la finalidad de evitar contratiempos judiciales que una renuncia lisa y llana de Fernández podría haber generado. Su versión es que su salida fue su exclusiva decisión, imposibilitado de hacerse cargo del partido por sus compromisos externos. De México volverá a la Argentina, donde estará unos días para irse la semana próxima, primero a Bolivia y después nuevamente a España.
A partir de ahora las decisiones quedarán concentradas en el presidente del congreso nacional del partido, el gobernador de Formosa, Gildo Insfrán, que fue quien firmó la convocatoria a sesión para marzo y decirle adiós al ex presidente. Lleva sin dudas la voz contante hoy en Matheu 130, que se reabrió hace apenas dos jueves para la primera reunión del año, convocada por los vicepresidentes, apenas un día antes de que Alberto Fernández volviera al país y le llovieran las denuncias judiciales. ¿Coincidencias del calendario?
Ese día se reunieron los vices del partido, Axel Kicillof, Lucía Corpacci, Cristina Alvarez Rodríguez, Juan Manzur; los secretarios Eduardo Wado de Pedro y Santiago Cafiero; los apoderados, Juan Manuel Olmos y Patricia García Blanco; además de Insfrán y el gobernador de La Rioja, Ricardo Quintela; también estuvo Gioja.
Flaco de gobernadores, el peronismo tiene rota su armadura política para resistir tras la pérdida de poder provincial derivada de las derrotas en Chaco, San Juan, San Luis, Santa Cruz, Santa Fe, Entre Ríos y Chubut. Una merma histórica que lo deja con bajo poder territorial más allá de la provincia de Buenos Aires.
Ahora, dicen en el partido, el objetivo es reactivarlo para evitar cualquier traspié judicial y trabajar en la apertura a otros espacios. Es la tarea que más le cuesta al peronismo, imposibilitado de sumar. “Hasta el 25 de mayo no podemos juntar un voto”, reconoce un diputado sobre el llamado al diálogo que hizo Milei y que mantendrá entretenidos a los gobernadores y dirigentes más cercanos a la Casa Rosada. Está claro que en los próximos días ganará las luces la agenda de los “amigables” y el PJ deberá volver a la sombra.
Acordada ya la salida de Alberto Fernández, la otra incógnita es el rol de Cristina Kirchner. “Ella va a trabajar para mantener su capital político”, refuerza una fuente del partido, que reconoce que la ex presidenta también se vio obligada a acelerar los tiempos de aparición, con su carta de 33 páginas. “No se puede llegar a fin de año con este desorden”, se anticipa un dirigente de la provincia de Buenos Aires. El único eje claro hoy en el partido es mantener la unidad.
En la renovación sin nadie nuevo, el camino a 2025 debería ser, sin excepción, con lista de unidad. Por ahora sólo parece una expresión de deseos de un partido que busca, antes que un líder, volver a tener pulso cardíaco.
MV/MG
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