La política, cuerpo a tierra
“Cuando el cantante entra, los músicos hacen cuerpo a tierra”. Eso decía Aníbal Troilo. Resumía su economía magistral para la música: podar los arreglos. “Menos, menos.” Así, con lápiz rojo, el Gordo compuso y puso en órbita las versiones definitivas del tango. Sobre esa base, un teatro sencillo, de pueblito en día feriado: supongamos que el cantante es “la sociedad” y entonces la orquesta es “la política”. El argumento dura unos párrafos y se autodestruirá. La informalidad económica será también informalidad política, entre el ruido esperamos el resultado electoral del año como cuando pedís la cuenta en el restaurant: no sabés lo que trae. ¿Qué se incuba en el fondo? Democracia e inflación: lotería.
En 2012, el leitmotiv troileano podría haber sido de los macristas. Tragedia de Once, marchas de septiembre y el 8N desbordaron la minoría intensa cristinista con la imagen de una sociedad. ¿Quién era el político de ese año? En un sentido ninguno. Hacían cuerpo a tierra. Massa tomó envión en la corta ganando la elección del año 13. Y Macri armó el partido y ganó la elección del 15. Digamos: la política habilidosa se puso “detrás” de la sociedad, aún cuando se trate: de su parte de la sociedad; de que la sociedad no existe; o… de que la mitad de las “espontaneidades” se organizan. Espontaneidad es otro nombre de guerra de la política del siglo XXI.
Thatcher dijo ese lugar común cuando decirlo era incómodo: que la sociedad no existe. Nadie igualó en contundencia la frase (bueno, Lacan dijo “la mujer no existe”). Pero a su vez, aquellas reformas con las que Occidente despedía el siglo pasado tenían fe de sostenerse en una sociedad. Adelina De Viola decía que los obreros querían ser propietarios y no proletarios. Era ella, a su modo, tan rea y popular como Ubaldini. No hay cita al menemismo que no incluya como testimonio de “humor social” los chistes de Gasalla o la Doña Rosa de Neustadt. Los rastros de consenso crecían desde el pie.
Polarización mediante, y a riesgo evidente de terminar hablándole solo a su propia audiencia, hoy en política se existe mejor si se muestra aunque sea la partecita de la sociedad que te acompaña. Poder se construye en la llanura, no en laboratorios. Veamos el último. A Milei le sobra gente y dicen que le falta política (cuadros leales, sobrios). El crecimiento los traerá, porque cuando el carro anda lo melones se acomodan (o se suben). Pero Milei está ahí, iluminado por el fuego de eso que se encendió entre él y esos otros que en la actual crisis cocinan ideas que ya no condenan la riqueza, el dinero o el hedonismo (como en 2001), sino la incapacidad de hacerlo por tus propias manos. Del fallido El Estado te salva nació el rencor inevitable: Estado no te vas a salvar de nosotros.
En la otra punta… el gobernador Schiaretti. Siempre hubo un fantasma anti kirchnerista: el poder detrás del poder de los gobernadores peronistas. Se agitó y al final era un tigre de papel. Los gobernadores que se estaban por “lanzar” pagaban y pagaban encuestas hasta que les llegaba la esperada: la que dice que no miden. Pero en Córdoba no, tal vez porque es una tradición que no juntó rencor yendo a aplaudir al Salón Blanco. Schiaretti gobierna desde 2015 –y antes, de 2007 a 2011–. Amasó el cordobesismo, herencia común de su viejo compañero, De la Sota. Y tuvieron la fuerza de armar un modelo provincial que no se subordinó al canto de sirenas de una época. ¿Ahora dio su primer paso para jugar la liga nacional? Por lo pronto se rompió el interbloque del Frente de Todos en el Senado, hizo crack la placa tectónica de la cámara alta (cuatro senadores peronistas se fueron y armaron un bloque denominado “Unidad Federal” junto a Alejandra Vigo, esposa del gobernador). Hace un mes, después de especulaciones, Schiaretti se había mostrado en una foto más bien lúgubre con Juan Manuel Urtubey. Parecía el final del juego de la silla con los dos que quedaron del peronismo federal. Pero es corto y sin arrugues: para ser alguien faltará salirse de esa imagen de peronismo de lobby de hotel y mostrar el peronismo productivista. Tractores y obreros industriales no deberían faltar para esa aventura embrionaria y difícil.
Decirlo porque existe o decirlo para que exista. Todos tienen una versión del pueblo en la que refugiarse. Real, simbólica, imaginaria, incluso en tiempos de casta. El mejor Massa era ése que, hasta 2015, y cuando le sacaban intendentes, se sumergía en el hervor de una caravana. Como un loco con escopeta recortada saltando entre los techos gritando que el salario no es ganancia o que iba a poner camaritas hasta en los baños de estaciones de servicio. La batalla que ganó.
Marcha y contramarcha, el cristinismo últimamente no puede consensuar ni una política con Estela De Carlotto. Se “entiende” que no se hablen entre ellos en el gobierno porque se entiende como toda irresponsabilidad a la que nos acostumbramos, pero si la interna oficialista venía antropofágica (hablar pestes de intermediarios del Estado como si no hubiera sido el kirchnerismo quien incorporó los movimientos sociales al sistema político) ahora el paso en falso fue el intento de hacer la marcha de la memoria de todos con sentido propio y terminar enroscados en el metro cuadrado de la plaza. Lo del principio: es mejor hacer cuerpo a tierra y dejar libre una marcha en la que se supone que se ve la parte de la sociedad que te sostiene. Sería más estratégico aunque, claro, implica menos “control”.
Se lanzó Larreta en el kilómetro cero al que llegó después de su verano mochilero. Solo, hablando a cámara. El video, se ve, se pretende desafiante para propios. Él habla solo, formaliza su deseo de ser presidente. Patricia y Esteban Bullrich se chucearon en twitter porque ella le marcó la cancha a Larreta, su lista negra. (Y Macri la recibió a Patricia). Con un discurso anti grieta de manual, Larreta dijo que los que apuestan a la grieta son estafadores. Muchos de los suyos, ante tal tono, ya decían estar a la espera de un gesto compensatorio de él para contener a los halcones. No saben si va a ocurrir, pero se preparan. “Mañana aparece haciéndole un guiño a Biondini”, dijo un hombre de Uspallata. En el último año de la presidencia del Frente de Todos, la ironía trae la pregunta: ¿hay margen para opciones delegadas, que juegan a compensar la interna dedicándole cafecitos, asados, guasap a cada temblor de vajilla en la coalición y desentenderse del país? ¿Otro candidato bajo el modelo Alberto?
La necesidad futura es, de mínima, la de un gobierno con un presidente que tenga la última palabra, sin el enredo coalicional, más nítido todo. Lo vimos en el Frente de Todos: quienes primero celebraron la jugada de CFK de elegir a Alberto (“elige un moderado porque entiende la etapa”) terminaron reprochando en esos mismos términos la naturaleza presidencial (“es moderado”). Son tan grandes los problemas argentinos que se necesitan juegos más transparentes. Nadie tiene una idea segura de “lo que hay que hacer”. Y a todo esto se agrega mucho de lo que dicen varios candidatos, precandidatos o semi lanzados (desde Massa, Scioli o Wado hasta Schiaretti y Larreta): construir acuerdos. Si existe una oferta política que propone ir hacia los acuerdos, a romper la polarización, a quebrar la inercia de esta larga década bloqueada y sin resultados, esa misma oferta no funcionará sobre el cálculo corto de asegurarse el voto duro propio pero “seduciendo” al voto blando (la manta corta de un liderazgo a tiro de la sanción del líder más potente –sea Macri o Cristina–). No estamos para otro culebrón lleno de crónicas de palacio, políticos mortificados y opositores oficialistas sentados en presupuestos. Ya vimos que lo que “ordena” la política no le sirve al país. El político que llame al acuerdo, que lo haga explícito, descarnado, tiene que liderar, alguien que no se pare “en el medio”, en la supuesta posición débil, lleno de tics nerviosos por los gestos que dispara para cada lado. No puede estar pendiente de tirones de oreja de la casa matriz. La negociación es el triunfo de las partes. Si se habla de acuerdo, además hay que decir qué se está dispuesto a perder. El acuerdo que no rompe nada no es acuerdo. El acuerdo que no incomoda no es acuerdo. El acuerdo termina siendo la palabra más vacía. No sirve juntarse a hacer gárgaras de bronce en el Tabac o a hablar de educación en la UTDT o Flacso. Deberá tener olor a mediodía en un remate de hacienda. Salir transpirados.
¿Y el presidente? Esta semana en cadena nacional citó sin citar a Alfonsín. La campera, el frío, la nieve, o sea, hacia el sur, hacia el mar y hacia el frío. La huida a Viedma como música funcional de esa cadena. Y una cadena, ¿para qué? ¿Para recordarle a quién que él está ahí? Él y Larreta eligieron el sur esta semana de “definiciones”. Y en el final diremos que la palabra “austral”, el nombre de la moneda que no fue, traía en los ochenta la cifra del sur. En la palabra “sur” se arrinconaba sentido para ese tiempo y su largo cliché: la película de Solanas (“Sur”), los versos de Mario Benedetti musicalizados por Serrat (“El sur también existe”), todo corroboraba el sur metafísico, utópico, derrotado. La huida hacia adelante era al sur. Pero el miércoles a Alberto se lo vio solo. Rodeado del vacío blanco del Estado, entre el orgullo antártico, sí, pero bajo una nevada que sin dudas ocurría en el pasado. Llegar demasiado tarde a la oportunidad.
MR
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