Unidos y desorganizados: conducción colegiada para un peronismo cruzado por las internas
Descolocados. Incómodos. Sin respuestas. Desde el escenario, Axel Kicillof jugaba con la botellita de agua a medio tomar. Andrés Cuervo Larroque, su ministro y armador, le susurraba cosas al oído. “¿Desde cuándo los peronistas pedimos permiso? Vamos a abrir esa comisión a las patadas si hace falta”, lanzaba Sergio Berni, y todas las miradas iban al gobernador de la provincia de Buenos Aires, uno de los artífices de la obligada mesa de transición que el partido armó a las apuras para el engorroso camino de encontrar un líder.
Inesperado para muchos, la irrupción de Berni en el congreso del PJ en el club Ferro dejó la sensación flotando de un preacuerdo con Máximo Kirchner, a quien iban apuntados, en la previa, todos los dardos en el generalizado reclamo de terminar con el dedo del Instituto Patria.
“Juega mal”, fue la primera reacción de los allegados al gobernador que vieron detrás de las filosas palabras del exministro de Seguridad un mensaje del propio Máximo, ausente este viernes del debate, no de la rosca.
El PJ se reunió para postergar cualquier definición partidaria. Sí, por falta de acuerdo. Aprobado por parte del consejo del partido, vía zoom, el miércoles pasado, el pedido de licencia de Alberto Fernández, no se llegó a un entendimiento por la firma y la pulseada se concentró en las horas previas al comienzo del congreso en quién tendría la lapicera sin uso que dejaba el expresidente.
Por orden legal le correspondía a la primera vicepresidenta, de los cinco que tiene ese órgano, que es Cristina Alvarez Rodríguez. Pero el sector que responde a Máximo hizo todo lo posible por bloquear que la ministra del gabinete de Kicillof, otro de los vices, quedara en ese lugar. Primero propusieron a Lucía Corpacci, pero ella misma se corrió; después llegó la opción de Juan Manzur. Según cuentan quienes participaron de esas reuniones, temprano en la mañana, ante la negativa del gobernador bonaerense de aceptar la imposición, se optó por un todos: en un hecho más que insólito para un partido que se ufana de la verticalidad, quedaron los cinco, incluida Analía Rach Quiroga, para firmar.
Sin poder disimular las diferencias, la vida interna del peronismo está cruzada hoy por la disputa de Máximo contra Kicillof. “El único que le habla a la sociedad es Axel, el resto no tiene votos”, lo defiende uno de sus hombres de confianza. El dirá que está acostumbrado al debate. “Tengo mucha asamblea yo, no te olvides”, dice cuando deja el escenario, como al pasar, para minimizar los roces, mientras le piden fotos.
Kicillof está en el centro de un peronismo que busca líder, entre quienes pretenden que él asuma ese rol y quiénes lo psicoanalizan de por qué hasta ahora no lo hace. De todas maneras, la novedad que aporta la trabajosa reorganización del PJ es la presencia marcada del gobernador bonaerense. “En otros tiempos ni hubiera participado”, advierte un peronista de la mesa chica del partido.
Detrás de Axel se tejen todo tipo de análisis. “No hará nada que no quiera Crisitina, no la va a enfrentar”, rezongan los que lo quieren ver aún más activo. Uno de los que más lo promueve es el intendente de Avellaneda, Jorge Ferraressi. Su presencia en Ferro se esperaba con expectativa por sus últimas declaraciones contra Máximo Kirchner. Llegó casi corriendo, se metió en el microestadio, y apenas habían pasado 15 minutos del comienzo del congreso, se fue, protestando porque nada cambiaría.
“¿Desde cuándo el peronismo le tiene miedo a una elección interna, compañeros? O será que el negocio será seguir perdiendo y sentarse entre 3 o 4 a repartirse el poder?”, insistía Berni, adentro. “La puta madre, nos hacemos todos los pelotudos. Tenemos diputados que han levantado la mano traicionando los intereses de la patria cuando aprobaron el acuerdo con el FMI. Saquémonos las caretas. El peronismo se subleva ante las injusticias, no ante el llamado a la rebelión fiscal, eso es una pelotudez”, pegaba duro.
En el escenario ya estaban incómodos. Allí se sentó el presidente del congreso, Gildo Insfrán, que daba la palabra. A su lado estaban los cinco vicepresidentes del consejo y el resto de los integrantes de la mesa chica.
Abajo se colocó un micrófono para las expresiones libres. Antes de Berni, rompió la parsimonia Alberto Rodríguez Saá, para reclamar por su vieja disputa de cuando intentó comandar el partido. Dijo que era una mesa de funcionarios. Y que se debía llamar a elecciones internas cuanto antes. Aplausos. Cuando terminó con su catarata de críticas, aclaró. “Lo he dicho con bronca porque me fogonearon”.
Después le tocó el turno a Fernando Gray —sobre quien estaban puestas las miradas por su pelea contra Máximo—, que insistió en pedirle la renuncia al partido en la provincia de Buenos Aires. Tomó el guante Fernanda Raverta que junto a Eduardo Wado de Pedro, estaban en el escenario, como autoridades, para defender a Máximo. La exdirectora de la Anses levantó la voz y el dedo. “Pido respeto hacia las fuerzas que integramos el peronismo. El peronismo tiene que dejar de señalar”. Buscaba con la mirada al intendente de Esteban Echeverría, que para entonces ya se había ido.
El camino hacia la reorganización terminó sin decisiones. Sólo se anunció la creación de una comisión de acción política, salida elegante ante la falta de acuerdos. Pero se evitó definir la integración. No hay una síntesis hoy en los distintos sectores que deberían conformarla. Posiblemente, será de un número cercano a 30. Un estado asambleario. Allí deberían estar representados todos los sectores: gobernadores, movimiento obrero, movimientos sociales, bloques parlamentarios, con la idea de abrir esa mesa para incorporar a los díscolos que se fueron, hoy una ilusión. Para fin de año, deberían estar en condiciones de hacer la elección de autoridades. Todos los sectores no cristinistas piensan en una interna. Los cristinistas no opinan.
En ese todos contra todos, el peronismo demostró que sigue unido, pero desorganizado.
MV/JJD
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