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a 47 años del golpe cívico militar

Victoria Montenegro, nieta recuperada y abuela: “No imagino a mi nieto en otros brazos que no fueran los míos”.

23 03 2023 se inauguro la muestra fotografica

Gabriel Tuñez

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“¿Cómo hicieron las Abuelas?”, fue una de las primeras preguntas que se hizo Victoria Montenegro cuando tuvo en sus brazos a Noah, su primer nieto. Y allí, mientras le sostenía la cabeza y veía cómo ese bebé buscaba el olor de su madre, volvió a repasar su historia y pensó de qué manera podría contarla a ese recién nacido arropado de amor. Se imaginó un relato de abuela, quizás un poco desordenado, cuidado y, especialmente, verdadero.

“Mi mamá y mi papá estuvieron detenidos en Campo de Mayo, en el Centro Clandestino de Detención El Campito. Y yo también. A lo mejor del operativo del secuestro no me llevaron a Campo de Mayo, sino a la comisaría y después estuve dos meses con las monjas. Yo nací el 31 de enero de 1976, pero Herman y Mary me anotaron el 28 de mayo”. 

Después tendría que ponerle nombres y apellidos a esas personas. Y un contexto histórico. Victoria Montenegro nació hace 47 años en el barrio porteño de Flores, pero 13 días después fue secuestrada por fuerzas militares en una casa de la localidad bonaerense de William Morris junto a su madre, Hilda Ramona “Chicha” Torres, y su padre, Roque Orlando “Toti” Montenegro, ambos militantes del Partido Revolucionario de los Trabajadores-Ejército Revolucionario del Pueblo (PRT-ERP). El operativo represivo estuvo a cargo, entre otros, del coronel del Ejército Herman Antonio Tetzlaff. 

En los días siguientes el “Gordo José”, como se lo conocía a Tetzlaff en el Centro Clandestino de Detención “El Vesubio”,  inscribió a la niña como hija del matrimonio que mantenía con su esposa, María del Carmen Eduartes, “Mary”. A Victoria la llamaron María Sol y ese fue el primer cambio de nombre que tuvo, involuntariamente, en su historia. El cadáver de Roque Montenegro, que tenía 21 años al momento del secuestro, fue arrojado desde un avión al Río de la Plata en los llamados “vuelos de la muerte”, hallado tiempo después en las costas uruguayas y sepultado como NN en el cementerio de Colonia del Sacramento. El Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) lo identificó allí en 2011 y restituyó sus restos a la familia. El cuerpo de “Chicha”, que tenía 18 años cuando fue raptada en aquel hogar de William Morris, continúa desaparecido.

Victoria Montenegro tenía 8 años, se llamaba María Sol y vivía en un departamento del barrio de Villa Lugano cuando las Abuelas de Plaza de Mayo recibieron una advertencia: el “Gordo José” tendría en su poder a la hija de un matrimonio desaparecido. Con ese dato presentaron una denuncia judicia. Fue el juez federal Roberto Marquevich quien comprobó que Tetzlaff había secuestrado y apropiado a la niña, a quien bautizaron en Campo de Mayo.

Recién en 2001 la Justicia restituyó la identidad de la actual legisladora y condenó a Tetzlaff a ocho años de prisión por el delito de apropiación. Su esposa, en tanto, fue absuelta tras ser considerada inimputable por padecer un severo síndrome psico-orgánico, con consecuencias neurológicas, que le impedían comprender la criminalidad del delito.

“Mis tres hijos nacieron mientras yo todavía era María Sol. Mi nieto, en cambio, lo hizo ya siendo Victoria. Por primera vez alguien de mi ascendencia nace en la verdad. No hay un momento en que puedas ordenar la historia desde la quietud de la verdad para procesarla. Tuve mucho que procesar de mi historia. No es algo de un día para el otro. Tuve que depurar mucha violencia y odio”, dijo Montenegro a elDiarioAR.

Mis tres hijos nacieron mientras yo todavía era María Sol. Mi nieto, en cambio, lo hizo ya siendo Victoria. Por primera vez alguien de mi ascendencia nace en la verdad

La restitución de su identidad la convirtió a principios de este siglo en la nieta número 95 recuperada por las Abuelas de Plaza de Mayo. El tránsito que le llevó conocer su verdadera historia, desenterrar las raíces familiares y enfrentar a sus apropiadores fue difícil, lleno de contradicciones y culpa.

Caminar hacia su familia sanguínea no resultó sencillo para ninguna de las partes. Para Victoria, que todavía estaba unida por un lazo de cariño con sus apropiadores, a quienes cuidó cuando ambos tuvieron problemas de salud, y para su abuela y tíos, a quienes les resultó complicado de comprender cómo la hija de “Chicha” y “Toti” no podía alejarse de quienes habían secuestrado a la pareja de militantes salteños.

“El proceso que hay que transitar para aceptar la verdad es largo y difícil. Tal vez no alcance la vida para poder manejar las contradicciones. Por un lado, la suerte de que me hayan encontrado, de ser quién soy. Y, por otro, la culpa, que es muy difícil de llevar”, reconoció Montenegro.

Esa mezcla de sentimientos, aseguró, es la que deben saber los más de 300 nietas y nietos que se estiman que todavía no conocen su verdadera identidad tras haber, en su gran mayoría, nacido durante el cautiverio de sus madres y sufrido la supresión de su verdadera identidad. “Las nietas y los nietos que faltan encontrar tienen mi edad. Yo creo que algunos deben estar en familias de quienes integraron las Fuerzas Armadas durante la dictadura. Tienen que saber que pueden vivir contradicciones, pero que serán cuidados y queridos. Son nuestros hermanos y queremos que vivan en la verdad. No se puede transitar un camino que no sea desde la verdad. La verdad -insistió- no debe ser una opción”. 

Montenegro sólo llegó a conocer a sus abuelos maternos, a la madre y al padre de Hilda. Brígida Cabrera tenía 63 años cuando la Justicia identificó a su nieta. No había llegado a conocerla tras el nacimiento porque estaba detenida por militar, como lo hacía su hija, en el PRT-ERP en Salta. Además de “Chicha”, Brígida sufrió el secuestro y desaparición de sus hijos Pedro y Juana. Ella misma estuvo varias veces al borde de la muerte: el 6 de julio de 1976, seis detenidas que estaban junto a ella en la unidad penal de Salta fueron sacadas de allí y fusiladas junto a otros cinco arrestados en su supuesto enfrentamiento armado con policías. Fue la Masacre de las Palomitas, el nombre del paraje situado a unos 30 kilómetros de la capital provincial. Los cuerpos de las once víctimas fueron dinamitados a un costado de la ruta nacional 34. “Me han devuelto una parte de mi hija”, dijo Brígida aquel día de agosto de 2001 cuando supo que Victoria era su nieta.

El abuelo Domingo sí llegó a conocerla. Tres días antes del operativo en la casa de William Morris, acompañó a “Chicha” y “Toti” a inscribirla en el Registro Civil. Volvió a verla recién 25 años después. 

Mi abuela tenía tres hijos desaparecidos y había estado detenida. No comprendía mi postura respecto de mi apropiador. Hoy la entiendo

 “Con mis abuelos maternos no pude construir un vínculo. Mi abuela tenía tres hijos desaparecidos y había estado detenida. No comprendía mi postura respecto de mi apropiador. Hoy la entiendo. Me da tristeza que no hayamos podido construir ese vínculo. Había muchas heridas abiertas”, recordó Montenegro.

Sus abuelos paternos habían fallecido en 2001. “Pero logré construir algo de ellos en mi imaginación y gracias al testimonio de mis primos, de mis tíos. En sus recuerdos de su infancia, cuando les preparaban empanadas de cayote para merendar. Si bien no estuve con ellos, siento que un poco de todo eso es mío”, rememoró. 

Esa historia que Montenegro, después de mucho tiempo, había logrado ordenar, se resignificó con el nacimiento de su nieto. “Ser mamá, tener un bebé en brazos y pensar en nosotros es duro. Pero cuando sos abuela, es peor. Pensás en que te sacan al bebé de tu bebé, a tu bebé al cuadrado”, escribió en su biografía “Hasta ser Victoria”, publicada en 2020 por Editorial Marea. El libro, que dedicó a sus padres, fue pensado como un legado para su nieto y tiene prólogo de Estela de Carlotto, presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, clave en el proceso que vivió Montenegro para recuperar su identidad apropiada. “Con valentía e inteligencia, sostenida por el amor de sus seres queridos, pudo dimensionar el daño que el terrorismo de Estado le había inflingido a ella y a su familia. Muy pronto entendió, además, que esas heridas y sus secuelas eran de toda una sociedad”, destacó la dirigente.

Estela de Carlotto fue una de las tres abuelas que se le vinieron a la cabeza a Victoria cuando pudo abrazar a su nieto. Las otras dos fueron  Buscarita Roa y Delia Giovanola. “Siento mucho orgullo por esas mujeres, a quienes admiro y quiero. Cuando a veces me siento cansada, me acuerdo de ellas. Y me pregunto: ¿cómo habrán hecho en medio de tanto dolor?”

GT/MG

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