Mary Claire King, la genetista que desarrolló el “índice de abuelidad”, fue reconocida por la UBA
El Aula Magna del Pabellón II de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires, repleta. La multipremiada genetista estadounidense Mary Claire King protagoniza una conferencia con motivo del recibimiento del doctorado honoris causa. Una estudiante se seca las lágrimas, abraza a su compañero. Se acomoda y pide la palabra.
—Primero que nada, gracias. Creo que hablo en nombre de todos los presentes cuando digo que su trabajo es una inspiración. Mi pregunta es cuáles son sus proyectos actuales. Si no está retirada…
—¿Retirada? No, yo trabajo, siempre trabajo. ¡Miren, ahí está una de mis jefas!
La doctora King señala a Estela de Carlotto, a quien conoce hace cuarenta años. Luego se baja del escenario y ambas se funden en un abrazo largo, cargado de vida, mientras el auditorio entero aplaude.
El Consejo Superior de la UBA había decidido distinguir a esta científica en 2012, por su rol fundamental en la recuperación de nietos apropiados durante la última dictadura militar y la identificación de restos de detenidos desaparecidos. Recién este martes pudo concretarse el homenaje. El mismo día que el Museo de la ex ESMA fue declarado Patrimonio Mundial de la Humanidad. En un contexto social, político y electoral de discusión en torno a la memoria, con emergencia de discursos negacionistas.
El doctor en Ciencias Químicas, biólogo molecular y profesor emérito Alberto Kornblihtt fue el encargado del “elogio académico”. Trazó un recorrido por la variada y prolífica carrera de King, quien demostró que los seres humanos y los chimpancés son genéticamente idénticos en un 99%; descubrió el llamado “gen del cáncer de mama” (lo cual revolucionó el estudio de otras enfermedades como la fibrosis quística); y puso su especialidad al servicio de los derechos humanos.
Egresada magna cum laude, ganadora —entre tantos galardones— del prestigioso Premio Albert Lasker y la Medalla Nacional de Ciencia de Estados Unidos (otorgada por el expresidente Barack Obama), beneficiaria de títulos honorarios de instituciones como Yale, Brown, Princeton y Columbia. La doctora mezcla rigurosidad académica y compromiso social. Kornblihtt habló de su activismo contra la Guerra de Vietnam durante su etapa estudiantil, recordó sus días como profesora en Chile durante el gobierno de Salvador Allende y su temprano vínculo con Abuelas de Plaza Mayo.
Contó, por último, cómo impulsó la colaboración entre académicos palestinos e israelíes con la convicción de que —citándola— “es posible hacer juntos ciencia hermosa y útil, incluso entre países que están en conflicto”. Por todo esto, se refirió a ella como “un prócer de nuestro país que merece el más alto respeto del pueblo”.
Tras una breve introducción del rector Ricardo Gelpi y del decano Guillermo Durán, King comenzó su presentación. “Todos tenemos responsabilidades como científicos y como ciudadanos del mundo. De vez en cuando, nuestra formación resulta útil. Mi trabajo con las Abuelas es un ejemplo de esta convergencia”, expresó con su castellano forjado a través de viajes, docencia y relación con familiares de víctimas del terrorismo de Estado.
La doctora reivindicó el rol pionero de aquellas mujeres que, con valentía y pañuelos blancos en la cabeza, salieron a buscar a sus hijos, hijas y nietos. Fueron ellas quienes plantearon la pregunta que marcaría un giro en su vida profesional y personal: ¿es posible determinar el parentesco de un menor con sus abuelos a partir del análisis del material genético, si sus padres están desaparecidos?
Muchos científicos alrededor del mundo se mostraban escépticos. Fue Víctor Penchaszadeh, genetista argentino exiliado durante la Triple A, el primero en transmitirle a las Abuelas que su idea no era esotérica. Él actuó como nexo con Mary Claire King.
Corría 1984. Junto a dos colegas, la genetista publicó el artículo “Genética humana y derechos humanos: identificando las familias de niños secuestrados”, en la revista Forensic Medicine and Pathology. Allí nació el famoso “índice de abuelidad”, una fórmula matemático-probabilística a partir de análisis de material genético.
De los tres autores de este trabajo, fue ella quien eligió venir a la Argentina, invitada por la Conadep. Por su experiencia en Latinoamérica; pero, sobre todo, porque tenía una hija de la misma edad que los chicos apropiados. “Pensé que iba a ser un solo viaje de solidaridad, terminó siendo mucho más”, confesó.
Ese mismo año, 1984, ocurrió la primera restitución de identidad de una nieta, con el índice de abuelidad (realizado en el Hospital Durand) como prueba. Se trató de Paula Eva Logares, quien había sido separada de sus padres Mónica Grinspon y Claudio Logares a los 23 meses, para luego ser apropiada por un subcomisario de la Policía Bonaerense.
Paula Logares volvió con su familia, pese a obstáculos por parte de miembros del Poder Judicial. Tanto ella como su abuela Elsa Pavón asistieron a la charla en la Facultad, ubicadas entre las primeras filas.
Mientras volvía sobre los años ochenta, a la doctora King se le quebró la voz. El exitoso caso de Paula fue precursor. Sin embargo, el sistema demandaba perfectibilidad. Los índices de abuelidad, efectuados con muestras de sangre bajo microscopio, dependían mucho del ojo humano y surgían diferentes problemas.
Las abuelas pidieron a la doctora métodos innovadores. “Me dijeron que busque y vuelva con algo mejor”. Ella no podía sacar de su cabeza el póster que habían colgado en su oficina de la calle Corrientes, repleto de rostros de niños y niñas. Pasó largas jornadas en vela, hasta que decidió trabajar con el ADN mitocondrial, que se hereda por vía materna y proporciona secuencias prácticamente únicas para cada familia.
“Fue un avance aún más revolucionario que el índice de abuelidad”. De hecho, estuvo en la base de la creación del Banco Nacional de Datos Genéticos, una institución autónoma y autárquica creada en 1987, para garantizar un archivo público y sistemático de material genético y muestras biológicas de familiares de personas secuestradas y desaparecidas por el gobierno militar.
Claro que los desafíos seguían apareciendo, para el activismo, las familias y la ciencia. King rememora: “Surgió una nueva pregunta: ¿podríamos identificar los restos encontrados con el ADN de los familiares?”. Aunque nunca se había hecho, volvió a acudir al ADN mitocondrial; esta vez, preservado en la pulpa de los dientes.
Las pruebas fueron exitosas y publicó los hallazgos en una revista científica internacional, “para que el método fuera aceptado en los tribunales”. La oradora, con entusiasmo de investigadora e ímpetu de luchadora por los derechos humanos, remarcó que los esfuerzos no fueron en vano, como comprobó en el caso Manfil.
A modo de cierre, pasó una diapositiva con dos elementos que sintetizan su búsqueda: la palabra “ADN” y el poema “Testamento”, del escritor Ariel Dorfman:
Cuando te digan
que no estoy preso,
no les creas.
Tendrán que reconocerlo
algún día.
Cuando te digan
que me soltaron,
no les creas.
(…)
No les creas cuando te muestren
la foto de mi cuerpo,
no les creas.
(…)
Y cuando finalmente
llegue ese día
cuando te pidan que pases
a reconocer el cadáver
y ahí me veas
y una voz te diga
“Lo matamos
se nos escapó en la tortura
está muerto“,
cuando te digan
que estoy
enteramente absolutamente
definitivamente
muerto,
no les creas,
no les creas,
no les creas,
no les creas.
JB/DTC
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