En minoría y unidas para sentirse más cerca de su país: la migración senegalesa también es femenina
Astou revuelve el pollo con una espumadera y sonríe. Cada vez que da vuelta una presa, para que se dore de ambos lados, respira hondo y cierra los ojos para sentir esa mezcla de ajo y curry que la transporta directo a la cocina de su madre.
“El curry es una de mis especias favoritas. Me gusta el color y el sabor picante que le da a las comidas. Esta receta se llama thiou carry. Todos los platos a base de arroz y cocidos a fuego lento con cebolla acompañados de carne, pollo, pescado o verduras se los llama thiou, por eso hay varios tipos de thiou en Senegal”, explica la mujer, que sonríe y vuelve a inhalar profundo.
Cuando en el año 2012 Ndeye Astou dejó Meckhe, una ciudad de 22.000 habitantes en el noroeste de Senegal, lo hizo para encontrarse con su hermana Numbe que había venido a la Argentina en el 2006. Ella le mandó el dinero para los pasajes y la recibió, en un cuarto de pensión de La Plata, con un paño y una variedad de bijouterie listas para vender al día siguiente.
Como los más de 530.000 senegaleses que viven en el extranjero, aproximadamente el tres por ciento de la población -según datos de la División de Población de las Naciones Unidas-, Astou vino con el mismo objetivo de todos sus compatriotas: juntar dinero para mandarle a su familia. Aunque Astou también tenía un sueño.
“Cuando llegué, como todo el que recién llega, vendía en la calle. Estuve en diagonal 80 y 49, viajé mucho tiempo a Hurlingham en tren hasta que mi hermana me incentivó para hacer comida, que es lo que a mí gusta hacer y de lo que trabajaba en Senegal”, cuenta.
Al principio cocinaba unas pocas viandas de comida senegalesa y las repartía, con un changuito de hacer las compras, entre la gente de la comunidad, que fueron sus primeros clientes. Como la sazón de Astou empezó a cobrar fama en la zona cercana a la estación de trenes de La Plata, cada vez más personas, entre vendedores ambulantes y taxistas, le empezaron a encargar comida.
“Como la clientela creció mi hermana me ayudó con el dinero para poner el local. Tuve que juntar 160.000 pesos, mucho dinero para nosotros pero trabajamos mucho y lo juntamos”, dice la cocinera, que en un pequeño local de calle 45 entre 1 y 2 empezó a darle forma a su sueño: tener un restaurante de comida senegalesa. Lo llamó Viandas senegalesas para mantener la esencia de la gestación de su emprendimiento.
Con el corazón en Senegal
La Asociación de Residentes Senegaleses en Argentina (ARSA) estima en alrededor de 5.000 el número de personas de ese país que habitan en la Argentina. De esa cifra, aproximadamente 70 son mujeres, lo que representa menos del 1,5 %.
“Este perfil masculinizado de la migración senegalesa responde en parte a una estructura social de origen en la que la migración es una estrategia familiar para acumular recursos materiales (remesas, bienes) y simbólicos (prestigio) que posibiliten cambios en las condiciones de reproducción de los hogares”, explica la antropóloga María Luz Espiro en su investigación titulada “Mujeres senegalesas en Argentina. Notas sobre migración,regularización, asociacionismo y trabajo”.
Los datos de la ONU indican que casi la mitad de los senegaleses que emigra reside en Europa -con Francia, Italia y España a la cabeza- y el resto en otros países africanos. Aunque las mujeres siguen siendo minoría -se calcula que el 63 % son hombres- cada vez más chicas jóvenes deciden migrar de forma autónoma. Senegal es el cuarto país de África subsahariana al que más dinero se envía desde el extranjero; las remesas constituyen el 12 % del PIB del país, según estadísticas del Banco Mundial.
“Podemos establecer dos tipos de proyectos migratorios entre las mujeres senegalesas en Argentina: por un lado, encontramos la reunificación familiar, es decir, mujeres con o sin hijos vinieron desde Senegal para unirse a su marido una vez que este ya está ‘instalado’ en el lugar de destino (pudiendo el matrimonio preexistir o darse con posterioridad a la migración del varón); y por otro lado, encontramos aquellas mujeres que migraron de manera independiente motivadas para trabajar y enviar remesas a sus familias”, dice a elDiarioAR María Luz Espiro, que se doctoró con la tesis titulada “Trayectorias laborales de migrantes senegaleses en La Plata y Puerto Madryn”.
Cuando Astou emigró a la Argentina dejó dos hijos y un marido en Senegal. “Mis hijos ya son grandes, hoy tienen 25 y 22 años, y mi marido tiene otra mujer además de mí”, explica, teniendo en cuenta que en su país está permitida la poligamia (aunque sólo para los hombres, que pueden tener hasta cuatro esposas).
Astou es la vicepresidenta de Ande Neke Benne, que en lengua wolof, la más hablada en Senegal y en la migración, remite a: la unión hace la fuerza, estar juntas, todas juntas, no mentir. “Con la asociación nos ayudamos. Si una necesita dinero lo juntamos, si otra está mal la acompañamos. Nunca estamos solas”.
-¿Cómo ves a las mujeres argentinas y la lucha feminista?
-Es muy distinto a nosotras. Si vos estás casada en Senegal hacés las compras, limpiás la casa, cuidás a los hijos y atendés a tu marido. Hay mucho respeto al marido que trabaja y trae el dinero.
-¿Entonces la mujer no sale a trabajar afuera en Senegal?
-Sí, sale. La mujer trabaja más que el hombre en Senegal, dice Astou y vuelve a sonreír.
Estar cerca aunque estén lejos
Conocida como la Juana de Arco senegalesa, la profetisa Aline Sitoé Diatta (1920-1944) es una heroína de la resistencia frente a la colonización de Casamance, región del sur de Senegal. En homenaje a la lucha de esta mujer, la tienda de ropa africana que Seynabou Sane fundó hace más de diez años lleva su nombre.
Seynabou llegó al país hace 21 años, desde Dakar, para reunirse con su esposo. Su hijo y su hija, que hoy tienen 20 y 17 años, nacieron en Argentina. Ni bien se instaló quiso retomar los estudios de abogacía pero, según cuenta aún apenada, se topo “con la discriminación”. Y detalla: “Tenía que hacer los trámites de equivalencia y me mandaron a un lugar donde dos mujeres me trataron muy mal. En ese momento no sabía hablar bien y no podía explicarme. Eso me golpeó mucho y me sacó las ganas”.
Al año siguiente del primer choque con la discriminación y la burocracia tuvo su primer hijo y el estudio dejó de ser una prioridad. En el 2007, Seyna -como la llaman aquí- abrió su local de ropa africana en la calle Lavalle, en el que también hacían trenzas y extensiones conocidas como kanekalon.
“Al local lo tuve que cerrar por la situación de pandemia, así que ahora vendo por internet a través de Instagram y Facebook. Al principio la ropa la traíamos de Senegal, pero ahora consigo las telas y las hacemos acá”, dice Seyna desde su casa en Avellaneda.
En un español muy fluido cuenta que “la mayoría de los clientes son argentinos” y que “de a poco son cada vez más personas las que se van animando a usar ropa africana, que es colorida, amplia, fresca. Al principio me decían ‘nooo, es muy colorinche’ pero ahora les gusta”.
Seynabou preside la otra asociación de mujeres de la Argentina, la primera que se organizó, llamada Karambenor, que significa “ayuda mutua”, “ayudamos”, “entre ayudarse”. Esta agrupación reúne a las mujeres de la región de Casamance, de países limítrofes y a mujeres argentinas casadas con senegaleses.
“Somos unas 15 mujeres que hacemos eventos sociales abiertos, reuniones, desfiles de ropas típicas, ferias de comidas y artesanías y nos ayudamos las unas a las otras”, explica la mujer de 49 años, que es una referente para sus compatriotas ya que ocupa un puesto en la Comisión Nacional para los Refugiados (CONARE), dependiente de Migraciones.
-¿Qué opinión te merece el movimiento feminista en Argentina y qué posición tenés vos al respecto como mujer?
-Les tengo mucho respeto a las feministas en su lucha. Personalmente pienso que no necesito ser feminista para defender la causa de las mujeres.
-¿Por qué cree que migran tanto los senegaleses?
-El senegalés es de sangre viajera y como en mi país no hay trabajo, no tenemos dirigentes políticos dignos, nos tenemos que ir a buscar trabajos a otros países. Lo bueno es que la gente se va dando cuenta de a poco de que los senegaleses queremos que nos dejen trabajar sin molestar a nadie, porque somos respetuosos. Si a más senegaleses nos dieran la posibilidad de tener un trabajo que no sea el de vender en la calle, la televisión no mostraría más esas noticias de desalojos y violencia de la policía en la que nos hacen quedar como problemáticos, cuando lo único que queremos es trabajar.
La realidad de los manteros senegaleses, en su mayoría hombres, suele ser muy dura en ciudades como Buenos Aires y La Plata. Cada tanto aparecen en portales de noticias porque sufren desalojos violentos y la policía aprovecha para “incautar” sus mercaderías, que rara vez devuelven.
El gran problema en Argentina sigue siendo la documentación. Al no funcionar una embajada senegalesa en nuestro territorio es una complicación tramitar el DNI, por lo que la mayoría cuenta con un permiso precario de refugiado.
Tanto Astou como Seyna profesan la religión musulmana. Rezan 5 veces por día y antes de hacerlo se bañan. Ambas extrañan Senegal y dicen que volverían, pero de visita. “Estar juntas y comer nuestra comida nos hace sentir más cerca”, dice Astou. “Llevar nuestras ropas y bailar es un modo de habitar el sentimiento senegalés”, afirma Seyna, minutos antes de cortar la charla para asearse e irse a rezar.
URR
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