¿Fin de la Red SUBE? El AMBA paga el precio de una gestión fallida
Una marea de chisme y noticias nos mantuvo entretenidos durante el primer tramo de agosto. Pero hubo varias malas nuevas en el AMBA con las que ya no pudimos hacernos los tontos: el aumento del 37% en colectivos y el anuncio del Gobierno de que en septiembre dejará de pagar los descuentos de Red SUBE –que otorga descuentos en las combinaciones de transporte– para el 73% de las líneas.
Con el arranque de agosto también llegaron los datos de viajes de julio. Y los del subte siguen en caída: hubo 2,7 millones de viajes menos que en el mismo mes de 2023 y más de 11 millones menos que antes de la pandemia, en 2019. No sorprende con un boleto que sale hasta el triple que otros medios de transporte.
Habrá que ver qué ocurre este mes con el aumento en colectivos, que hizo que el transporte del AMBA sea uno de los que más ingresos consume en la región: 44 viajes de colectivo y subte combinados representan el 14% del salario mínimo. Eso es más del doble que en Santiago de Chile y del triple que en Ciudad de México, como bien señala el sociólogo urbano Fernando Bercovich, coordinador del Área Urbana del Centro de Estudios Metropolitanos (CEM). Fuera del AMBA, ese porcentaje es aún mayor.
La frutilla del postre fue el anuncio del secretario de Transporte Franco Mogetta, que días atrás adelantó que cada jurisdicción deberá hacerse cargo de los descuentos que se hacen vía Red SUBE en el 73% de las líneas de colectivos del AMBA, es decir, las municipales (126), las provinciales (129) y las porteñas (31). El Estado nacional seguirá poniendo los fondos para los descuentos de la red en ferrocarriles y en las 103 líneas de colectivos nacionales (interjurisdiccionales), que cruzan de CABA a GBA y viceversa.
Acaso una de las pocas políticas populares heredadas del macrismo, la Red SUBE integra todos los modos de transporte público del AMBA con descuentos por hacer combinaciones. El segundo viaje dentro de las dos horas cuesta la mitad que el primero (con el precio de un boleto mínimo urbano de colectivo como tope de descuento), mientras que el tercero vale un 75% menos.
La Red SUBE es crucial a la hora de moverse en un área metropolitana que combina variantes de todo tipo (jurisdicciones, tarifas, empresas, nivel de subsidios y hasta modelos de gestión y operación), pero que la gente debe atravesar igual, sobre todo la de menores ingresos.
Al escenario de por sí intrincado hay que sumarle la concentración de empresas en el sector. La mayoría agrupan varias líneas y operan en distintas jurisdicciones, pero hay otras de una o dos líneas, con menos pasajeros, que quedan vulnerables ante esta situación.
Para visualizar mejor, sugiero un ejercicio: meterse al geoportal Poblaciones del CONICET y mirar cuántas líneas de colectivos operan en los cordones más externos del área metropolitana, donde los transbordos son más necesarios. Con suerte, algún tomador de decisiones pueda usarlo para analizar la distribución de los subsidios y recordar que suele ser desigual no sólo entre jurisdicciones sino también entre empresas.
En esa postal compleja, los descuentos de Red SUBE no representan un gran gasto en el sistema de subsidios pero sí un salvavidas para los pasajeros en un mar de inflación y mal salario. Uno de cada tres viajes en el AMBA tuvo combinaciones en 2022, según un informe del Observatorio de Movilidad y Seguridad Vial de la Ciudad (OMSV). Ese porcentaje aumentó a 38% dentro del territorio porteño, y a 48,4% de Provincia a Capital o viceversa.
Tanto el Gobierno porteño como el provincial se negaron a hacerse cargo de los descuentos y, a apenas nueve días de septiembre, todo es incertidumbre. Por eso es que tantos ojos seguirán la reunión de hoy a las 11 entre Luis Caputo y Jorge Macri para definir la coparticipación, en la que con suerte pueda meterse la Red SUBE en el debate.
El caso del subte
Dicen los que saben que los modos de transporte no son tan sensibles a los cambios de precio. Si uno está habituado a usar cierto modo, seguirá haciéndolo, aunque tenga que pagar un poco más. Pero aquí hay uno que cuesta mucho más que el resto, a tal punto que pone a los usuarios a pensar: el subte.
Si comparamos los valores del boleto mínimo, el de subte es $650, el de colectivo es $371 y el de tren es $200. Incluso con sus descuentos al pasajero frecuente, viajar en subte cuesta mucho más que otros modos, una disparidad que no se ve en ciudades de la región con tarifa integrada como Santiago de Chile, Bogotá, Quito y San Pablo.
Según un estudio del Banco Mundial de 2022, el subte porteño pasó de ser el modo de transporte que más usuarios sumó en los últimos 20 años, al que menos se recupera. En un principio era por el miedo al contagio en lugares cerrados. Hoy habría que sumar a la ecuación tanto las condiciones de viaje como el precio.
Sobre esto último, hay que recordar que en junio, mes del segundo incremento de subte, la cantidad de viajes cayó un 17% con respecto a mayo y un 23,3% comparado con el mismo mes del año anterior. Eso no impactó tanto en términos de recaudación, debido justamente al aumento: según datos de Subterráneos de Buenos Aires (SBASE), el porcentaje de cobertura por tarifa en junio fue del 29%, casi el triple de lo que cubría a fines de 2023.
Sin dudas, la Red SUBE amortiguó una caída en el número de pasajeros que podría haber sido mucho peor. En 2022, uno de cada cuatro pasajeros llegaba al subte después de haberse tomado un colectivo, según el mismo informe del OMSV. Y el 15% de los viajes en subte se combinaron con ferrocarril.
Si se elimina esta Red, el descenso será peor y el vuelco a otros modos de transporte, una respuesta no planificada. El cambio más deseable sería andar en bici o caminar. El menos deseable, el auto o la moto, tanto por la contaminación como por la congestión, sobre todo en el caso del primero. En cualquier caso, son menos pasajeros en un transporte público cuya sostenibilidad se ve cada vez más afectada.
En el medio están los trenes y los colectivos, un cambio mucho menos problemático a nivel ambiental pero sí preocupante en términos de seguridad y calidad del servicio, porque hay menos frecuencias, porque las unidades o coches viajarían más llenos y porque, en el caso de los ferrocarriles, la falta de inversión en mantenimiento, recursos y personal nutre el riesgo de accidentes. El choque de Palermo en mayo fue una de las advertencias.
La otra variante es sin dudas más grave y no implica reemplazar modos, sino simplemente no viajar: quedarse cerca de casa para que los ingresos rindan más, incluso si las ofertas laborales son más pobres.
En cualquiera de los casos, el posible adiós a una parte de Red SUBE no sólo explotaría bolsillos. También podría desencadenar cambios en los patrones de movilidad urbana, con consecuencias que todavía están por verse.
Lo que sí está a la vista es que la verdadera tarifa integrada, una que permita combinar modos por un tiempo determinado a un precio fijo, es un sueño cada vez más lejano. Qué bueno sería tomar esta oportunidad para sentarse a reflexionar, planificar y, si no es mucho pedir, hacer que vuelva realmente la Agencia de Transporte Metropolitano, aquel organismo consultivo que iba a ayudar a pensar soluciones en conjunto sin tener que romper todo.
KN/DTC
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