Caída y resurrección de la periodista estrella que prefería “retocar” datos de sus crónicas y se convirtió en una destacada poeta
Un auditorio repleto de periodistas la escucha hipnotizado. Se suponía que la mirada de todos iba a estar puesta en la entonces secretaria de Estado de los Estados Unidos, Madeleine Albright, que era de alguna manera el número principal del evento. Pero ella, la afroamericana que creció en Chicago entre la necesidad y el impulso por salir adelante, la que tuvo que lidiar con su trabajo al tiempo que criaba a un bebé prácticamente sola, la que fue finalista del Premio Pulitzer por sus textos filosos, la que recita casi como en un trance, se roba las miradas y los aplausos.
Es abril de 1998 y Patricia Smith, columnista estrella del diario Boston Globe, se hace escuchar con una historia que involucra a otra afroamericana, más joven que ella, en una entrega de premios que tiene lugar en un hotel lujoso que contrató la Asociación Americana de Editores de Diarios para galardonar a quienes la institución consideraba “los mejores periodistas de los Estados Unidos”. Ella, por supuesto, es una de las reconocidas de la jornada por sus escritos que salen dos veces por semana en el diario y tienen cada vez más repercusión.
Varios editores, impactados por su figura, quieren robársela al Globe y llevarla para sus redacciones. Eso fantasea, por ejemplo, Robert Rosenthal del Philadelphia Inquirer, tal como contó poco después en una entrevista para el Chicago Tribune.
“Había 300 o 400 personas en el salón, mayormente editores varones y blancos. Lo que pasó (con el discurso de Smith) los arrolló. Los impactó. Fue una performance. Fue teatro. Fue dramático. Fue poderoso. En el momento dijo: ‘Si esta mujer gana el Pulitzer, va a terminar siendo una enorme celebridad del país. Va a ser como un paseo en cohete”, recordó Rosenthal.
Parte de esa escena que pronosticaba el editor no estaba tan equivocada. Porque apenas unos meses después, en junio de ese mismo año, Smith se convirtió en uno de esos personajes que son comentario por varios días en los medios. Ocurrió cuando la periodista debió admitir ante sus lectores que algunos de sus textos elogiados contenían personajes inventados, situaciones que no habían ocurrido tal como las había narrado, diálogos que nunca habían tenido lugar.
Eligió “retocar” algunas circunstancias que describía en sus escritos, según aclaró en la última columna que escribió para el Globe, porque quería que los artículos les dejaran a los lectores “una impresión indeleble”.
ASCENSO Y POLÉMICA
Patricia Smith nació en 1955. Creció en Chicago y es, según escribió la periodista Ellen Warren en un extenso perfil que escribió para el Chicago Tribune, un “producto de la educación pública” de esa ciudad. Sin embargo, luego de cursar casi un año en la Southern Illinois University, la joven dejó por momentos de lado sus estudios, tuvo un hijo al que debió criar en soledad y aplicó para un puesto como periodista en el Chicago Daily News.
Los diarios y en especial ese matutino, tal como la propia Smith relató en una de sus columnas, eran parte de sus recuerdos más queridos de la infancia. Al caer la noche su padre, en lugar de los tradicionales cuentos infantiles, le leía noticias de ese periódico.
“Sí, yo también creía que era raro. Pero estaba tan prendada de mi padre (...) que obedientemente me acurrucaba cerca suyo mientras él abría la sección Ciudad del Chicago Daily News y me contaba con entusiasmo historias de robos, asesinatos, desastres naturales, embrollos políticos”, apuntó Smith. “Mi padre le daba al diario un pulso. Él me enseñó a amar su lienzo cambiante, su ojo omnipotente, su garganta infinita”.
Hacia fines de los ‘70, el ambiente de las redacciones de los Estados Unidos no era el más receptivo para mujeres como Patricia Smith, que había sido una de las pocas afroamericanas en conseguir un lugar en su universidad. Con las esquirlas del escándalo del Watergate cerca, los principales medios estaban detrás de aspirantes a periodistas de investigación, por lo general varones blancos, llenos de diplomas y pergaminos académicos para exhibir.
Estaba tan prendada de mi padre que obedientemente me acurrucaba cerca suyo mientras él abría la sección Ciudad del Chicago Daily News y me contaba con entusiasmo historias de robos, asesinatos, desastres naturales, embrollos políticos.
Sin embargo, a fuerza de un carisma arrollador, Smith, que entonces rondaba los 20 años, transitó de a poco su camino en distintos roles para algunos medios: primero le pidieron que cumpliera tareas básicas como atender los teléfonos, repartir la correspondencia o tipear lo que escribían los demás, hasta que empezó a hacerse un lugar propio.
En 1986, casi diez años después de sus incursiones en distintos diarios locales, el Chicago Sun-Times le pidió que cubriera un recital de Elton John y que escribiera una crónica, que salió publicada en agosto de ese año. Pocos días después, el artista en persona llamó al periódico para quejarse por los errores del artículo: Smith había mencionado una serie de canciones que el cantante no había interpretado ese día. También las descripciones de la ropa del músico, por lo general extravagante, eran erróneas: Smith le atribuyó al británico un atuendo que él nunca usó.
Algunos colegas señalaron entonces que Smith no había asistido al concierto y que había inventado los datos. Pero su editor de entonces, Scott Powers, fue benévolo y prefirió pensar que se había tratado de un error de principiante: “Parte del tema es que ella no era una cronista del staff cuando esto ocurrió. Lo hizo como freelancer. Por otra parte, en un sentido más filosófico, ella era una mujer enormemente talentosa y nunca llegué a tener pruebas de que no había concurrido al concierto”.
Con las esquirlas del escándalo del Watergate cerca, los principales medios estaban detrás de aspirantes a periodistas de investigación, por lo general varones blancos, llenos de diplomas y pergaminos académicos para exhibir.
Por esos años, Smith empezó a moverse también en el circuito de la poesía de Chicago. Asistía a lecturas, le interesaban especialmente las performances y soñaba ella misma en ocupar algún día un espacio similar en algún escenario.
Entrada la década de los ‘90, con Smith ya establecida en la redacción del Boston Globe, la tarea que tenía era completamente distinta. Por el magnetismo de su escritura, llegó a convertirse en una columnista estrella. Sus textos aparecían dos veces por semana, los lunes y los viernes, y eran de los más esperados del medio: una voz afroamericana que venía a refrescar un panorama por momentos estancado.
“En Boston, mi cara era mi columna. Quería que los artículos sacudieran a todos, que se hablara de ellos”, escribió tiempo después.
Todos destacaban las observaciones agudas, la palabra justa a la hora de detectar personajes y ponerlos en acción. Smith, mientras tanto, avanzaba también en el terreno de la poesía y empezaba a publicar algunos libros.
Hasta que en mayo de 1998 empezaron las dudas sobre el material de Smith. Uno de los editores veteranos del Globe detectó que los escritos, por momentos, ofrecían citas “demasiado perfectas”. En simultáneo, otro editor empezó a revisar los nombres y apellidos de las personas que le daban testimonios a la cronista. La mayoría de ellos no existía.
En Boston, mi cara era mi columna. Quería que los artículos sacudieran a todos, que se hablara de ellos.
La autora fue convocada entonces por las autoridades del diario. Llegó a admitir que muchas veces había fabricado esas voces y algunas escenas. Incluso confesó que había inventado la historia de una mujer víctima del cáncer que supuestamente había empezado un tratamiento alternativo promisorio.
Fue obligada a renunciar y la historia de la periodista que prefería retocar algunos datos en sus crónicas fue noticia en los diarios de todo el mundo. Según los editores del Globe, fueron por lo menos 52 las columnas “cuestionables”. “Smith había dicho años antes que a veces se sentía como ‘una impostora’; ahora parecía que había estado en lo cierto todo este tiempo”, describió por esos días el Chicago Tribune.
El 19 de junio de ese año Smith escribió su última columna, titulada A note of apology. Se trata de un pedido de disculpas, pero también de una especie de manifiesto.
“De vez en cuando en mi columna, para crear el impacto deseado (...) otorgué citas a personas que no existían. Podía darles un nombre, incluso ocupaciones, pero no podía darles lo que ellos más necesitaban: el latido del corazón. Como cualquiera que alguna vez haya apenas abierto las páginas de un diario sabe, ese es uno de los pecados del periodismo: ”No inventarás“. Sin excepciones. Sin excusas”, detalló.
“Y sin embargo, siempre hay excusas. Por lo general estas señalan hacia la falibilidad maldita de los seres humanos, nuestra tendencia a escupir en la cara del sentido común, hacer zig cuando el mundo dice zag. A veces las excusas revelan insuficiencias reales o imaginadas, o la creencia de que el mundo, si es que va a ser conquistado, debe conquistarse sin ayuda de nadie”, siguió.
“Fui alimentada por una mezcla de ingenuidad, ambición y, por sobre todas las cosas, un amor insano por los poderes del lenguaje. Para compensar que no había tenido el comienzo ‘correcto’ en el mundo del periodismo, me propuse ser diez veces mejor para hacer diez veces más. Escribir columnas, reseñar libros, escribir y hacer performances de poesía”, destacó.
En su texto final, Smith dejó un mensaje a quienes, ante el escándalo, auguraban un final abrupto para su trabajo: “Escribiré mientras pueda respirar, pese a las predicciones de que estos errores suponen el fin de mi carrera”.
Y pese a que al principio no resultó simple, los años le dieron la razón. Patricia Smith se convirtió en una de las poetas más importantes de su país, participa de lecturas en varios estados y hasta retomó su carrera académica y se desempeña como profesora.
En un artículo publicado en 2015, The New York Times destacó su trabajo y la señaló como “la sensación literaria de Staten Island, una poeta, profesora de literatura y estrella nacional”.
“El mes pasado, ella ganó el premio nacional de poesía Rebekah Johnson Bobbitt, entregado por la Biblioteca del Congreso y otorgado entre otros a luminarias como James Merrill, Louise Glück y Mark Strand. En abril también ganó la Guggenheim Fellowship en poesía”, destacó el diario, que más allá del éxito literario de esos días, le preguntó por la polémica que la tuvo como protagonista.
“Pasaron 16 años, saben – respondió Smith con fastidio– La gente debería darte la oportunidad de ser quien sos ahora”.
Nota: Gracias a Carlos Ulanovsky por su lista salvadora. Y por haberme recordado esta historia.
AL
0