El estremecedor relato de Marco Bechis sobre sus días en un centro clandestino de la dictadura: “Sentí vergüenza de ser sobreviviente”
“¿Quién soy yo, aquí y ahora? ¿Uno que no habla y morirá atravesado por las descargas eléctricas o uno que se convertirá en un animalito dócil? ¿Un héroe o un traidor? Una diferencia absurda que, aquí y ahora, pierde todo sentido. El único objetivo claro y que todavía me mantiene cuerdo –¿hasta cuándo?– es tratar, por todos los medios, de evitar la mutilación. Sobrevivir entero. Mi preocupación está enfocada completamente en mi cuerpo y no sé nada de lo que le está ocurriendo a mi alma”. Así describe Marco Bechis en su reciente libro de memorias La soledad del subversivo (Editorial A.hache, 2023) el momento crucial que partió su vida y ahora marca un sentido a su relato: cuando lo metieron a la sala de torturas de un centro clandestino de detención luego de ser secuestrado por un grupo de tareas de la dictadura. Ese joven de 20 años, desnudo, los ojos vendados y un montón de preguntas encima va y viene en el tiempo en un texto que, lejos de las asertividades de otros testimonios, se para desde el interrogante para ofrecer un relato estremecedor y honesto.
Destacado durante años en el ámbito audiovisual, en especial a partir de su impactante película Garage Olimpo de 1999, donde toma muchos elementos de su experiencia para exhibir los horrores de la dictadura, Bechis ahora optó por la palabra escrita. “Me planteé cuáles eran otras formas de volver a contar la misma historia. Porque de alguna manera una de las obsesiones de nosotros, los que somos sobrevivientes, es contar siempre la misma historia. Tenemos algo un poco compulsivo. Eso les pasó a todos los sobrevivientes de Auschwitz, por ejemplo a Primo Levi, y en mucha menor dimensión a nosotros, los sobrevivientes de acá”, señala ante elDiarioAR el cineasta y traza una diferencia con el lenguaje cinematográfico: “Lo que a mí me interesa filmar en una película es ese espacio que hay entre las personas y el fondo. Eso finalmente creo que es una película, algo que además está hecho de muchos silencios y de muchos vacíos. Con el libro, por el contrario, pensé qué se podía hacer que fuera puramente literario, o sea que sea puramente anti cinematográfico y pensé en la voz interior. Entonces dije ‘bueno, si me planteo contar esta historia voy a contar lo que recuerdo que me pasaba cuando estaba ahí adentro’”.
Soledad y diferencias
En abril de 1977 Bechis era estudiante de un profesorado porteño nocturno y quería convertirse en maestro para cumplir su sueño de ir a enseñar a comunidades del norte argentino. Hijo de una familia acomodada con dinero y contactos (madre chilena, padre italiano empleado por grandes empresas internacionales), había crecido entre Buenos Aires y San Pablo entre colegios de élite, niñeras y barrios pudientes. En un gesto que ahora califica como “suicida”, luego de que su familia se instalara definitivamente en Italia, él decidió volver a la Argentina de la dictadura a formarse y encarar el proyecto de convertirse en educador en zonas necesitadas del país tironeado por sus ideales. Aunque sin militancia orgánica, tuvo cercanía con cuadros montoneros y llegó a vivir con amigos en un departamento por donde pasaron militantes que para entonces ya se movían en la clandestinidad. Allí conoció, entre otros, a una militante llamada Muñeca y a su pareja Pablo, vio armas, escuchó que los jóvenes “caían” en manos de los militares y hasta recibió un recado por parte de la organización, durante un viaje que hizo a Europa: debía llevar material fotográfico de la revista clandestina Evita Montonera y repartirlo en distintas redacciones de medios.
De alguna manera una de las obsesiones de nosotros, los que somos sobrevivientes, es contar siempre la misma historia. Tenemos algo un poco compulsivo.
Bechis cumplió en parte aquella tarea y volvió al país, continuó con sus días de reuniones con amigos, de amores pasajeros y “mucha inconsciencia” hasta que esa noche, cuando salía del profesorado, fue interceptado por un grupo de hombres vestidos de civil y terminó secuestrado. Tal como relata detalladamente y con sensibilidad en el libro, fueron varios días entre un centro clandestino –que mucho después supo que se llamó El Atlético– y meses en cárceles comunes hasta que, después de negociaciones que encararon sus padres con amigos empresarios con vínculos entre los militares, logró ser liberado, subido a un avión con su pasaporte italiano y enviado de regreso a su casa familiar de Milán.
–Contás que, pese a todo lo que te tocó vivir, recién te empezaste a ver como una víctima justamente a partir de escribir el libro. ¿Qué sentías antes de eso?
–Cuando salí de ahí y me preguntaban yo decía que había estado “de turista” ahí adentro, llegué a usar esa palabra. Me decían “¡pero te torturaron!” y yo respondía “sí, pero poco”. Esa era un poco mi visión, no querer remover tanto lo que me había pasado. Evidentemente después vi que lo que pasó no fue un paseo. Pero eso tardé mucho tiempo en asumirlo. Era una forma también de discreción hacia los demás. Era un poco la vergüenza del sobreviviente, sentí vergüenza de ser sobreviviente. Ayer discutimos con otra periodista sobre la diferencia entre la vergüenza y el sentido de culpa.
–¿Vos cómo lo vivías o cómo lo pensaste?
–Más como una vergüenza. El sentido de culpa es algo católico que tiene que ver con algo que vos hiciste. Yo no hice nada, yo tuve la suerte de sobrevivir y la suerte de no tener que denunciar a otros. Porque estaba desenganchado justamente. Me había preparado mental y conscientemente: si me pasaba algo, yo no tenía contactos reales. Y eso me salvó de otro tipo de vergüenza o culpa que sienten otros sobrevivientes que fueron torturados salvajemente por mucho tiempo y que “cantaron” y que, a raíz de eso, otra gente desapareció. Imaginate la culpa que llevan ellos encima, siendo víctimas también ¿no?
Cuando salí de ahí y me preguntaban yo decía que había estado “de turista” ahí adentro, llegué a usar esa palabra. Me decían “¡pero te torturaron!” y yo respondía “sí, pero poco”. Esa era un poco mi visión, no querer remover tanto lo que me había pasado.
Con una mirada particular sobre la lucha armada y, al mismo tiempo asumiendo sus propias contradicciones, Bechis recrea en su texto intercambios durante los interrogatorios que sufrió, escenas de elucubraciones alrededor de lo que él podía llegar a saber sobre otros detenidos o personas que eran buscadas por aquellos días de terrorismo de Estado y también sus ideas alrededor de la militancia que ya desde entonces veía con ojos distintos.
“Yo venía de Italia, había crecido en un movimiento político que se llama Lotta Continua que ya entonces hablaba de feminismo, de derechos de la mujer, de la crisis del hombre como rol central de la familia. Había tenido una historia con una mujer más grande que yo, todo otro mundo. En la militancia de acá te hacían juicio político si vos tenías una historia con otra, la homosexualidad era considerada una enfermedad. Algunos ex compañeros de militancia que sobrevivieron, gente que vive en Italia, me ha dicho ”vos no estabas“ o ”no te comprometías“. Pero yo estaba, quería ser maestro de primaria, quería cambiar el mundo igual que ellos. No era que no estaba, tenía otra visión. No voy a negar que yo no estaba de acuerdo con una cierta violencia, pero lo que me parecía una locura era enfrentarse con armas robadas o improvisadas contra un ejército financiado por Estados Unidos y con personal que se había formado en Panamá con la School of Americas, donde enseñaban todas las técnicas de tortura, de interrogatorio y de contrainsurgencia. Entonces me parecía que era un poco presuntuoso”, resume Bechis.
–En el libro sos crítico de muchos mecanismos de las organizaciones guerrilleras y cuestionás la lucha armada.
–Sí, en esa época no era contrario a la violencia revolucionaria, si no no hubiera estado en ese movimiento. Pero digamos que había cuestiones suicidas. Yo entendía que había algo de mal funcionamiento en el sistema. Aparte que era un hecho empírico: caía gente todos los días. Entonces te armabas como una especie de caparazón de insensibilidad y ni te dabas cuenta. Después de un mes de escuchar que alguien estaba “desaparecido”, entre comillas, te acostumbrabas. Yo me acuerdo de haberme sentido humanamente un ser mucho más incompleto, carente en ese momento y no en el máximo de mi humanidad porque estaba luchando contra un enemigo. Porque la técnica de ese conflicto y de vivir en dictadura es la de anularte como ser humano, de eliminar tus características esenciales. Y yo pienso que había una degradación humana en todos nosotros. En los milicos era evidente, pero también en nosotros que no estábamos más al tanto de lo que nos estaba pasando interiormente. Una caparazón de miedo que nos envolvía en una especie de humo en el cual seguíamos como un poco en automático y generalmente hacia la muerte.
–¿Era esa soledad de muchos que aparece en el título del libro?
–Éramos todos solos. Yo me acuerdo cuando me encontraba con toda esa gente sola.
No voy a negar que yo no estaba de acuerdo con una cierta violencia, pero lo que me parecía una locura era enfrentarse con armas robadas o improvisadas contra un ejército financiado por Estados Unidos.
Juicios en Argentina
Después de una detallada reconstrucción de su periplo por distintas cárceles, por los angustiantes meses que transcurrieron hasta su liberación y el viaje hacia Ezeiza, lugar al que fue llevado esposado por la policía, Bechis se encarga de reconstruir cómo fue su vida posterior, en especial la negociación de parte de sus padres y de un grupo de célebres empresarios que contactaron a la cúpula militar para obtener su libertad. Aunque el padre le había pedido que no revelara quiénes fueron los que hicieron esos contactos, el cineasta dio sus nombres en sede judicial y también en el libro. “Tampoco quería acusar a nadie porque la idea no era acusar a nadie. Inclusive en el tribunal les agradecí: yo agradezco a estas personas pero no puedo no dar los nombres y reflexionar sobre el hecho de que el establishment industrial sabía perfectamente todo lo que pasaba en 1977. No pueden venir a decir que recién en el ‘82 lo supieron”, afirma ahora.
Tampoco faltan escenas en las que expone la culpa que sintió por saberse libre mientras los demás eran desaparecidos y torturados en lo que él llamó “sótanos” de la dictadura, los días del Mundial ‘78 ya instalado en Italia, sus distintos viajes por el mundo, sus encuentros con otros testigos del horror, sus búsquedas artísticas desde el cine como un ejercicio vital de la memoria, sus reflexiones familiares por la muerte de un hermano pequeño cuando él tenía 8 años y el vínculo de esa tragedia con otros recuerdos de su vida.
En el segundo tramo de La soledad del subversivo, el autor parte de una convocatoria que recibió en 2010 para prestar declaración en un juicio contra los responsables del centro clandestino de detención donde estuvo secuestrado. Para entonces, ya había dado su testimonio de manera virtual. Ahora, pasados los años, le tocaba, si aceptaba, verles las caras a sus verdugos en un tribunal de Buenos Aires. Primero con reticencias y luego con una preparación que llevó adelante con amigos para intentar mantenerse firme durante su declaración, Bechis finalmente asistió al juicio. Allí les dijo a los acusados que quería que cada uno se presentara, porque durante su detención lo habían mantenido vendado y nunca había podido saber quiénes eran realmente. Simuló anotar los nombres de cada uno de ellos en un papel, aunque en realidad apenas esbozó unos garabatos. “Ellos me miraban como diciendo ‘nos fichó’. Pero eran garabatos, no era escritura. Ni me interesaba el nombre, era el gesto. Después de que salí de ahí fue como si hubiera perdido 30 kilos. Muy liviano, como si hubiera renacido.
–Visto a la distancia, ¿creés que fue importante para vos participar?
–Fundamental. Me cambió muchísimas cosas. También el hecho de haber visto después la conclusión de ese juicio con la condena a perpetua a la mayor parte de ellos. Me acuerdo del Turco Julián, que se agitaba en la silla y que se levantó y dijo: “Quiero ir al baño” y le dijeron “no, usted no va a ningún lado”. Me dio pena porque era un hombre que tenía ganas de ir al baño y el juez no lo dejó. Imaginate, ¡tenerle pena al Turco Julián! Pero digamos, de alguna manera que esa humanización de estas personas me sacó de la visión monstruosa de la figura que había padecido. Porque de alguna manera es una forma también de desengancharse ¿no? Humanizarlos, no perdonarlos, ojo, pensando que también es gente que tiene ganas de ir al baño.
–Por estos días, en plena campaña electoral, Victoria Villarruel, la candidata a vicepresidenta por la fuerza que obtuvo la mayor cantidad de votos en las primarias, llegó a hablar del final de los juicios o de poner cierto límite. ¿Cómo vivís eso de que siempre estemos volviendo a esos episodios y que exista gente que los ponga en duda?
–Yo creo que es inevitable que esos episodios sigan volviendo y por más que haya una candidata a vicepresidenta que imponga el final de los juicios, ellos caerán desde todo punto y yo creo que más rápido que tarde. Es parte constitutiva de la cultura nacional lo que pasó. Una página oscura, pero es parte de la cultura también de los jóvenes que saben que (Jorge Rafael) Videla murió en la cárcel. Así como los chilenos saben que (Augusto) Pinochet se murió en su casa. Es muy diferente acá. Pero creo que no me preocuparía porque por más que hagan lo que quieran la Justicia, el sistema y los anticuerpos de la sociedad son muy altos. Yo no tengo miedo de eso. La cuestión es la violencia que ellos siguen ejercitando con el silencio. O sea, el silencio es la máxima violencia que ellos pueden ejercitar contra la sociedad civil al no decir dónde están los desaparecidos. Imaginate cuánto puede cambiar la vida de una abuela de Plaza de Mayo, una madre de Plaza de Mayo, un hermano de o un hijo al saber dónde están los cuerpos de los padres. Pero yo creo que se ha llegado lejos acá en Argentina en relación a otros países, Chile por ejemplo, inclusive Uruguay. Y que por suerte es algo irreversible.
AL/DTC
Con entrada libre y gratuita, Marco Bechis presenta en Buenos Aires La soledad del subversivo el miércoles 30 de agosto a las 18.30 en el Auditorio del Museo Malba (Figueroa Alcorta 3415, CABA). Tras la presentación, a partir de las 20 se proyectará su película Garage Olimpo.
0