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Entrevista

Eugenia Almeida, una escritora audaz: desarmaderos, abismos y el gesto amoroso de contar historias

La escritora Eugenia Almeida acaba de publicar la novela "Desarmadero".

Agustina Larrea

1 de mayo de 2022 00:02 h

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El imperio de un hombre misterioso que se dedica al tráfico de autopartes empieza a desmoronarse. Ocurre a partir de algunos pasos en falso que dan un par de jóvenes quienes, como las piezas que comercian de manera sigilosa, forman parte de un engranaje a punto de estallar. Un polvorín. Un circuito plagado de vínculos turbios, de corrupción y silencios.

La escritora argentina Eugenia Almeida acaba de publicar la novela Desarmadero (Edhasa, 2022), un libro impactante que bucea en ese universo y deja expuestas las complicidades y también las fracturas de un orden arrasado, tensionado, tambaleante.

Con una prosa afiladísima, audacia y un ritmo desenfrenado que pese a su velocidad da lugar a algunos pliegues del lenguaje, a las pausas poéticas y a una escucha muy atenta del registro oral de los protagonistas, en Desarmadero confluyen varios personajes al borde de distintos abismos. Desde el líder de la banda hasta las altas esferas del poder, pasando por una pareja de clase media, además de chicas y chicos jóvenes perdidos en un mundo que los expulsa todo el tiempo. Nadie parece estar a salvo. 

La novela llega después de la gran repercusión que tuvo el libro anterior de la autora, Inundación (Ediciones Documenta, 2019), un ensayo pequeño y luminoso sobre la escritura y sus derivas  (N. de la R.: al cierre de esta edición, la publicación se llevó el Premio de la Crítica como mejor libro de 2019, una distinción que brinda la Feria del Libro de Buenos Aires). Muy poco antes de esta noticia y desde su Córdoba natal, Eugenia Almeida habló por videollamada con elDiarioAR.

“Escribir fue la voluntad, quizás un gesto de amor. El último gesto de amor de quien reconoce el deseo de retirarse del lenguaje y se resiste a entregarse a ese deseo”, escribiste en Inundación, tu libro anterior a Desarmadero. ¿Qué ficha se movió o cómo fue ese deseo que te llevó en este caso a escribir esta historia puntual sobre todo porque tus libros suelen salir con varios años de distancia?

Sabés que Inundación cobró todo otro sentido para mí después de comenzada la pandemia. Todo lo que está ahí yo ahora lo leo de otra forma. Cuando comenzó la pandemia, la parte más dura o la más dura que conocemos hasta ahora, digamos, en esos primeros meses en los que todo era mucha incertidumbre ese deseo de retirarse del lenguaje fue más fuerte que nunca. Y Desarmadero estaba comenzada, pero detenida. Durante el primer año de la pandemia me planteé muchas preguntas sobre por qué todo. Por qué seguir haciendo todo o para qué seguir escribiendo y qué eran algunas preguntas que aparecían y que no me había hecho nunca. Y no digo publicando sino escribiendo. De alguna manera me permití todo ese tiempo de no saber si iba a volver a escribir algo. También, bueno, ese primer año estuvo muy marcado por muchas pérdidas personales además de las que vivimos todos y también de las que me tocaron muy de cerca. Y en el segundo año, en el 2021, ese deseo cobró exactamente esa forma: la forma de un gesto de amor. No necesariamente un gesto de amor para los lectores. Fue más bien un gesto de amor como el de creer que todavía vale la pena contar historias. Y bueno, de entre las posibilidades que había, la historia que me llamó fue Desarmadero. A partir de ahí fue darle toda una vuelta diferente porque tenía escrita menos de la mitad y tuve que volver a meterme en ese mundo.

En tus novelas te metés de una manera oblicua al tono del policial. Quiero decir que no traés el policial clásico de los que proponen ir viendo cómo se resuelve un asesinato o un caso determinado sino que las historias son como universos. En Desarmadero es uno bien específico, el de la venta ilegal de autopartes, de este tráfico de pedacitos de máquinas. ¿Cómo surgió eso? ¿Por qué te metiste ahí?

En general mis novelas surgen de una escena que tengo en la cabeza. Y acá esa escena transcurría en un desarmadero, no me preguntes por qué (risas). Era un tiroteo en un desarmadero. Después rastreando hacia atrás noté que son espacios que a mí siempre me han llamado mucho la atención. Los ilegales y los legales, las Chacaritas, esos cementerios de autos. En 2019 estuve en México para la Feria del Libro de Guadalajara y una de las actividades era ir a una escuela que estaba súper metida, teníamos dos horas de viaje por la montaña. En el camino yo veía carteles que decían huesario. Entonces le pregunté al maestro que nos llevaba y me dijo que ese es el nombre que le dan en México a los desarmaderos. Y pensé, claro, ahí quedan las cosas en los huesos. Y es también un espacio que desarma o que expone cierta cosa de nuestro sistema productivo ultra capitalista. Qué son los residuos, qué es lo que queda, para qué se usa. Y después, ya en clave para una historia policial, son más que interesantes porque los desarmaderos ilegales, viven por un circuito de robo y de personas que compran esos repuestos. Uno sabe que si compra en ciertos lugares está contribuyendo con ese esquema. Aquí en Córdoba, para con los teléfonos. Hay lugares donde si vos comprás un celular es porque se lo robaron a alguien ¿no? No hay dudas. Entonces esto muestra un circuito productivo fuera de la ley que me parecía interesante. Pero sobre todo eso, lo que queda, los residuos, los restos en las cosas. 

Durante el primer año de la pandemia me planteé muchas preguntas sobre por qué todo. Por qué seguir haciendo todo o para qué seguir escribiendo y qué eran algunas preguntas que aparecían y que no me había hecho nunca. Y no digo publicando sino escribiendo.

A diferencia de tus novelas anteriores, donde quizá había una conexión con el pasado muy fuerte, especialmente con la dictadura, acá te metés en el ámbito de un delito muy actual. Hay una red de delincuentes y también un sistema de policías y funcionarios muy podrido, con muchos problemas, pero vistos desde un hoy y también, sin spoilear el final, hacia el futuro. ¿Eso lo pensaste así, se fue dando a medida que lo escribías o cómo apareció?

Se fue dando así. Una quizás podría imaginar que algún personaje del libro, sin spoilear tampoco, pero uno que está un poco en las sombras es alguien que podría haber participado durante la dictadura, ¿no? Y es que aun si esta historia está como mucho más centrada en el presente, para mí no hay un corte porque son los mismos poderes los que están más allá de sustratos administrativos oficiales: no es el gobernador, no son los legisladores, no es el presidente, sino algo que está mucho más arriba. A mí me preocupa particularmente hoy que ese tipo de poder que en general está invisible y se jacta de que puede burlar todos los sistemas administrativos gubernamentales, hoy empieza a proponerse –y lo digo con espanto– como una alternativa política. Como cuando vemos una marcha como la de hace unos días, donde hay reproducciones de cadáveres en bolsas ahorcados y allí ponen fotografías de personas como Estela de Carlotto, la vicepresidenta, y diferentes personas. Porque hay un grupo político que plantea esto lo vamos a conseguir por las buenas o por las malas, y lo dice abiertamente, sin ningún temor. Es como si ese poder ya mostrara todas las cartas y dijera bueno, nosotros consideramos que en una actividad política podemos propiciar una idea que invita al linchamiento. Con lo cual me parece que Desarmadero es suave en comparación a algunas realidades que estamos viendo ahora.

¿Qué te da el policial que no te ofrecen los otros géneros para contar estas historias? 

En principio es una matriz narrativa que me encanta. Leo mucho policial. Es posiblemente el género que más me gusta. Entonces no me es raro que aparezca eso a la hora de contar historias. A mí hay algo de la literatura que me sigue gustando mucho, que es la cosa más decimonónica de contar una historia. También me gusta mucho quien experimenta, quien pone en tensión el lenguaje y demás. Pero quizás los libros a los que voy con más entusiasmo son aquellos que me cuentan una historia. Y creo que el formato de contar una historia desde el policial es lo que es más afín a mi forma de ver el mundo, que tiene que ver con pensar de a ratos que en todo hay signos. ¡Aunque también sé que esa puede ser la definición de una paranoia! (risas).

Una pista por ahí. 

Bueno, capaz que la tengo, qué sé yo. No voy a ser yo la que confiese la patología. Pero en el policial hay algo que te crea una ilusión de red, de trama, y eso va a una unidad de sentido. El mundo es mucho más desordenado y caótico y quizás azaroso. En una novela como esta a mí me dio placer tratar de construir una historia en la cual se cruzara esa sensación de trama, de unidad, pero que también se cruzara el tema del azar, un azar brutal que te lleva puesto. Que te toca.

Es muy impactante y brutal, para usar tu palabra, cómo en la novela una cosa va detonando otra, enredando unos personajes con otros, hasta que eso estalla en pedacitos. ¿No hay forma de salvarse?

Quizá esto también tiene que ver con mi mirada. Uno suele creer que las cosas están afuera, me refiero a las cosas terribles, y que no tienen por qué rozarte. De esto también habla la cita de François Emmanuel que abre mi novela anterior, La tensión del umbral (N. de la R.: Los sucesos, las historias de las que queríamos ser sólo testigos, actores secundarios, a veces narradores, un día arrojan sobre nosotros el espectro de su evidencia). Uno cree que esas cosas pasan en otro lado, hasta que una cosa azarosa, una estupidez, un movimiento, te convierten en víctima o peor, en victimario de una cosa horrible que quizás lo que has visto es algo mínimo.

Hay algo de la literatura que me sigue gustando mucho, que es la cosa más decimonónica de contar una historia. También me gusta mucho quien experimenta. Pero quizás los libros a los que voy con más entusiasmo son aquellos que me cuentan una historia.

¿Cómo se combina ese vértigo de una historia como la de Desarmadero, que es como una máquina muy pulida y redonda, con un proceso de escritura que, imagino, debe tener tiempos más calmos?  

Siempre es un proceso muy lento y de mucha poda. De escribir mucho más largo y después ir cortando para dejar lo esencial. Sobre todo porque yo soy mañera, doy muchas vueltas para decir algo y entonces todas esas vueltas después tienen que ser sacadas. Pero para mí en este caso fue un proceso muy placentero. Por un lado con mucha zozobra porque nunca escribo con planes, entonces no sabía lo que iba a pasar. Llega un momento en que ves todo abierto y, no sé, era agosto o septiembre del año pasado y yo estaba en un estado de desesperación. Me preguntaba qué es esto, qué hago con esto. Hasta que me puse más firmemente y estuve una buena cantidad de horas por día para ver hacia dónde me llevaba la historia. También es cierto que en esta novela el tiempo de publicación ha sido mucho más corto porque la terminé en noviembre y acá estamos.

Señalabas tu interés por contar esas historias de un modo más clásico, para resumir de algún modo, y el mundo de los libros en los últimos tiempos está yendo en muchos casos por el lado de la autobiografía o del relato personal. Como lectora y como escritora, ¿cómo ves ese movimiento?

Como lectora lo disfruto mucho siempre y cuando no sea el fin último. O sea, hay algunos libros en los que a veces hay toda una construcción para decir yo, yo, yo. En ese caso me aburro. Pero porque también me aburro en cualquier reunión en la que el eje sea alguien que solamente esté diciendo yo, yo, yo. Pero cuando está bien hecho, cuando se trabaja bien esa literatura del yo –que en realidad es otra construcción ficcional también, digámoslo–, para mí son libros extraordinarios. Pero bueno, como escritora no me interesa. En Inundación, donde la propuesta de parte de mi editora era tocar algo autobiográfico porque esa colección tiene ese tinte, me costó un montón. Me retorcí como un chancho si incluía o no alguna cosa porque no es un registro que a mí me sea… No sé, muchas veces hablando creo que tengo una vida biográficamente interesante. En lo emocional por ahí no está bueno tener una vida biográficamente interesante (risas) porque significa que te han caído un par de rayos y que en algunos momentos ha sido difícil. Pero muchas veces alguien me dice “bueno, pero podrías escribir de esto, de lo otro que te ha ocurrido”. Y yo a eso le escapo mucho. No me parece interesante para mí, no sé, no me convoca. A mí lo que más me gusta es la ficción, lo que podría ser, lo que no ha sido, lo que está latente. El mundo del hubiera ¿sí? Y en la literatura del yo, para escribirla, siento que se parte de materiales ya conocidos. Quizás más adelante aparezca esa necesidad pero hoy no la veo en contar algo que ya sé. O sea, entiendo que ahí sería el ejercicio de cómo lo contás. Pero bueno, a mí lo que más me gusta de escribir es que no sé qué va a pasar. 

Bueno, la cita con la que abre Desarmadero tiene que ver con los abismos (“Todavía no sabemos/qué forma del abismo es nuestra forma”, Roberto Juarroz).

Es que yo creo que eso está siempre latente ¿no? Te puede tocar, te puede no tocar. Y también eso es a cada uno, según su suerte. A veces el abismo de alguien es perder un trabajo. A veces el abismo de otro es que le maten a toda la familia y se la desaparezcan.

Una de las últimas veces que hablamos fue por el Día del Escritor. Mencionabas la tarea de escritoras y escritores y la dificultad que tienen quienes se dedican a la palabra para que se piense esa actividad en términos de trabajo. Desde entonces aparecieron algunas propuestas, como la de la Unión de Escritoras y Escritores que acaba de publicar un tarifario para tener una referencia a la hora de cobrar por algunos textos. ¿Cómo ves estas iniciativas?

Yo vengo apoyando todas esas movidas que hace la Unión de Escritores y Escritoras. Me parece que están haciendo un trabajo increíble. Son acciones muy concretas que implican muchas horas de dedicación, de discusión, de conversación. Yo creo que ese tarifario va a marcar un hito en la defensa de la escritura como un trabajo, el reconocimiento de la escritura como un trabajo porque lo es. El problema es que no se lo reconoce como tal. Y en eso todo lo que hace la Unión yo lo apoyo, trato de compartirlo con los colegas. También apoyé todo lo que pude la movida para la creación del Instituto Nacional del Libro. Volveremos a apoyarlo como se hizo con la ley de interrupción voluntaria del embarazo. Primero se hizo, no funcionó y se volvió a hacer. Hay que hacerlo hasta que esto funcione y más en un contexto como el de ahora, que es realmente desesperante.

¿No se valora el trabajo cultural?

Por lo general hay como un desprecio. Y para mí el reverso de eso no es plantear  una lucha desde algo como yo quiero como clase media que se me reconozca mi trabajo. Porque  sí, yo quiero eso, obvio, y voy a luchar por eso, por mí y por las generaciones que vienen. Pero lo más grave es que en la medida en que no se reconozca el trabajo de escritura como un trabajo que debe ser bien remunerado, como un trabajo como los otros, se limita su acceso a aquellos que tienen la posibilidad de regalar su fuerza de trabajo. Entonces solo van a escribir los de clase media alta y rica y vamos a tener una mirada muy sesgada de nuestra literatura. Pero además les estamos cerrando el camino a los más jóvenes. Digo, los personajes de mi novela: si Frasquito, si la Negrita, si Pichón quisieran escribir como está hoy en Argentina nunca podrían escribir porque tienen que estar vendiendo su cuerpo y su mente 14, 16 horas por día. Me parece que ahí hay una lucha gremial a encarar. Yo me fastidio mucho cuando veo a algunos colegas que niegan el estatuto del trabajo porque creo, salvo algunos casos y en general sin mala intención, no se dan cuenta de que están custodiando un privilegio.

AL

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