Nueve apuntes sobre la literatura y los escritores: irreverencia, fe en el lenguaje y un gesto vital
Eugenia Almeida (Fragmento de su libro Inundación. El lenguaje del que estamos hechos (Ediciones Documenta, 2019). “Para quienes hemos intentado vivir como monjes, la escritura a veces funciona como el primer gesto hacia los demás, la señal de que todavía hay modos de habitar un mundo que a veces resulta ajeno. Pero escribir es un acto de fe. Fe en el lenguaje (una fe mil veces destruida y vuelta a levantar), fe en que existe una posibilidad de encuentro. Y escribir, es a veces, la mano que se levanta en señal de saludo, del gesto que aún conserva su significado primero: la mano abierta para indicar que no llevo armas, que no soy el enemigo, que me acerco en son de paz”.
Martín Blasco. “A diferencia de muchos colegas, me cuesta pensar en el escritor como un trabajador. Aún a quienes vivimos de eso. He tenido trabajos de verdad y eran otra cosa. Casi diría que, en mi caso, escribo para no tener que trabajar. Uno escribe por una búsqueda personal, nadie escribe su primera novela, cuento o poema, pensando que está trabajando. Todos empezamos a escribir sin que nadie nos lo pida y sobre todo, sin que nadie nos pague. Entonces, ¿qué somos? ¿Artistas, trabajadores, vagos, monotributistas? Como dijo el gran Abraham Simpson: Un poco de esto, un poco de aquello”.
Florencia Canale. “Para mí el gesto de la escritura es un gesto vital. Si yo no escribo estoy muerta. A mí me va bien y yo puedo vivir de mi escritura. Pero siento que soy bastante intransigente: yo escribo lo que yo quiero, no escribo a pedido. Y es lo que a mí me calma. Escribo sobre lo que me calma. La historia y el amor son mis dos obsesiones y sobre lo que escribo, entonces me llevo bien con eso”.
“Para quienes hemos intentado vivir como monjes, la escritura a veces funciona como el primer gesto hacia los demás, la señal de que todavía hay modos de habitar un mundo que a veces resulta ajeno"
Santiago Craig. “Siempre escribí pensando que no iba a pasar nada. Que no tenía que pasar nada. Que, si pasaba algo, iba a ser, a lo sumo, un invento. Escribía pensando siempre que iba a ser un escritor. Y ser un escritor, para mí, a los trece, a los quince, a los veinte, era ser lo que habían sido otros antes. Lo que yo me había inventado que habían sido otros antes. Yo escribía para ser eso que ya había pasado. No me proyectaba hacia adelante, me proyectaba hacia atrás. Yo siempre escribí sin pensar en el futuro. O peor, pensando que el futuro, así como lo imaginaba, era imposible.
Sin futuro, escribir siempre me sostuvo. Me hizo saber por qué todo lo demás. Pero no fue fácil ser, además de todo lo que fui siendo (hijo, alumno, empleado, amigo, novio, esposo, padre) escritor. Sobre todo, antes de publicar. La escritura es mi vocación y mi oficio, es algo que se me impone como necesario y es, a la vez, una actividad marginal. Muy marginal. Es algo que hice y hago cuando tengo un rato. Pero no me quejo: desde los trece años, siempre tengo un rato.
Escribir es poder estar callado, poder estar solo, poder usar el tiempo para algo que no sirve. Escribir va en contra de todo lo práctico, de todo lo útil. Escribir, para mí, es estar, además de en las cosas, a un costado de las cosas. Distraerme de mí. No ser tanto. Y poder estar ahí, ir armando ese espacio paralelo a lo coyuntural, fue una especie de entrenamiento sin querer que, ahora, me favorece. El mundo que nos toca, como el que le tocó a cada época, es inestable, absurdo, difícil de transitar. Con sus particularidades, su forma específica de la peste y de la muerte, es igual a todos. Yo tengo conmigo, como todos los demás, todo ese miedo, pero además escribo. Y si escribo, no pasa nada. O si pasa es, a lo sumo, un invento“.
"Todos empezamos a escribir sin que nadie nos lo pida y sobre todo, sin que nadie nos pague. Entonces, ¿qué somos? ¿Artistas, trabajadores, vagos, monotributistas? Como dijo el gran Abraham Simpson: Un poco de esto, un poco de aquello".
Cynthia Edul. “¿Qué es ser escritor hoy? ¿qué es ser escritor, todavía, y más específicamente, en el 2021, en el momento en el que probablemente los paradigmas conocidos hayan empezado a desplomarse?. Por supuesto que la consigna me inspira muchas ideas. Podría hablar de la historia del escritor y del intelectual en la Modernidad y me sería grato pensar que por suerte tantos mandatos que se proyectaban sobre la figura del escritor también hayan caído. Pero últimamente vuelvo a un texto, más bien a un fragmento de un texto, muy seguido. Tan seguido que hasta lo puedo recitar. Se trata de ”la literatura y la vida“ de Gilles Deleuze. En un momento de ese texto, Deleuze define al escritor, o a la posición del escritor. Dice Deleuze: 'Igualmente, el escritor como tal no está enfermo, sino que más bien es médico, médico de sí mismo y del mundo. El mundo es el conjunto de síntomas con los que la enfermedad se confunde con el hombre. La literatura se presenta entonces como una iniciativa de salud: no forzosamente el escritor cuenta con una salud de hierro (se produciría en este caso la misma ambigüedad que con el atletismo), pero goza de una irresistible salud pequeñita producto de lo que ha visto y oído de las cosas demasiado grandes para él, demasiado fuertes para él, irrespirables, cuya sucesión le agota, y que le otorgan no obstante unos devenires que una salud de hierro y dominante haría imposibles. De lo que ha visto y oído, el escritor regresa con los ojos llorosos y los tímpanos perforados. ¿Qué salud bastaría para liberar la vida allá donde esté encarcelada por y en el hombre, por y en los organismos y los géneros? Pues la salud pequeñita de Spinoza, hasta donde llegara, dando fe hasta el final de una nueva visión a la cual se va abriendo al pasar'. Médico de sí mismo, irresistible salud pequeñita producto de lo que ha visto y oído, los ojos llorosos, los tímpanos perforados. ¿Qué de todo esto no soy yo? Pero claro, esa irresistible salud pequeñita, la salud de quien puede oír, quien puede ver, quien puede sentir, sufrir, doler, las cosas demasiado grandes, las cosas demasiado fuertes, es la que tiene la fuerza para liberar la vida de allá donde está encarcelada. Eso es el escritor, para mí, hoy, en el siglo XXI”.
"La escritura es mi vocación y mi oficio, es algo que se me impone como necesario y es, a la vez, una actividad marginal. Muy marginal. Es algo que hice y hago cuando tengo un rato. Pero no me quejo: desde los trece años, siempre tengo un rato".
Magalí Etchebarne. “Hay una respuesta muy linda de Hebe Uhart sobre cómo se hace alguien escritor, ella dice que es un poco un disparate esa pregunta porque no es que un día te das cuenta de que sos escritor, no es un tipo de revelación y dice: ‘No se nace escritor, se nace bebé’. Hebe me caía extremadamente bien porque parecía una escritora no preocupada por ser escritora. Nadie espera que yo haga esto, no gano plata escribiendo, no vivo de esa 'gloria', entonces escribir para mí, muy en la intimidad, es una irreverencia”.
Gabriela Margall. “El deseo de escribir existió. No puedo decir que sé cuándo nació. Quise ser escritora. Sé que mi mamá me puso en las manos Mujercitas de Alcott y que con Jo March entendí que quería ser escritora. Pero fue entender algo que ya existía. Que el deseo exista no significa que allí termine el camino, al contrario, fue el comienzo de una lucha. Junto con la biblioteca Robin Hood y la Billiken empecé a leer autores clásicos, sobre todo del siglo XIX. El problema de leer a los clásicos es que son… clásicos, y, por lo tanto, lo más extraordinario que ha dado la literatura europea occidental. Así que crecía bajo la protección de los clásicos, pero también bajo su sombra. La batalla, en ese momento era ‘nunca voy a ser tan buena como tal o cual escritor’. Y no. Esa era la verdad, que aprendí muchos años y muchos libros después. Solo voy a poder ser la escritora que habito. Pero eso es hoy. En mi adolescencia y en mi primera juventud la pelea era contra las palabras que no dicen lo que uno quiere decir. Escribir era frustrante. Quería abandonar todo, quería destruir lo escrito -nunca lo hice-, quería no escribir nunca más. Por suerte el deseo era más fuerte. Y, por suerte, estaba en la universidad. No estudié Letras, sabía que quería ser escritora, no profesora o licenciada en Letras. Fui por mi otra pasión: el conocimiento. Estudié Historia. Aún hoy, sigo sorprendida por haber sido capaz de saber, a los diecisiete años, que la Historia era la mejor elección para mí. Supongo que fue la ventaja de una introversión militante. No solo porque años después escribiría novelas históricas, sino porque la misma carrera, los exámenes, la escritura de parciales domiciliarios, la dificultad de ciertos temas, en fin, el día a día de la vida universitaria, me dio la capacidad de tener herramientas para domesticar las palabras. Cuando terminé la carrera pude escribir mi primera novela. El deseo siempre había estado ahí, faltaba saber cómo transformarlo en texto. Desde esas primeras novelas hasta la última, escrita en pandemia, ha pasado mucho. El mundo cambió, yo cambié. La vida es cambio y después es Historia.
Cuando siento que todo se complica vuelvo a unas palabras que fueron mi guía durante años. Para mi generación, la que nació en los ’70, Alma Maritano no es un nombre desconocido. El visitante -y toda la saga de Niqui, Gora y Robbie- marcó nuestra adolescencia. En el año 1992 fui con la escuela a Rosario, a conocer a Alma Maritano. La conocimos en uno de los parques, no recuerdo cuál. Ella estaba sentada en un banco y nosotros en el piso. En un momento, Alma preguntó si alguno de nosotros escribía y si tenía problemas para escribir. Muchos años después supe que sus talleres para adolescentes eran muy conocidos y respetados. Yo, en esa época, no hablaba. Moría por hablar, quería decir que escribir era una batalla. Como dije, era -y soy- dueña de una introversión militante. Callé que escribía y que siempre tenía problemas para continuar la historia. Una de mis compañeras habló. Dijo exactamente lo que me pasaba a mí -y a cientos de escritores, como descubrí después-. El problema no era empezar, el problema era seguir. Alma asintió, movió la mano como si revelara algo invisible, y dijo: ‘Hay recursos. Hay recursos para continuar con la escritura’. Nunca supe cuáles eran esos recursos. Pero la frase me quedó en los oídos. Cada vez que no puedo continuar, cada vez que aparece la batalla entre deseo y palabras, repito como un mantra ‘hay recursos’. La experiencia de la escritura, se convirtió desde ese día en esa mezcla de deseo-que-existe, la domesticación de las palabras y un gesto mágico en el aire que me recuerda que siempre hay una vuelta más“.
“Hay una respuesta muy linda de Hebe Uhart sobre cómo se hace alguien escritor. Para ella es un poco un disparate esa pregunta y dice: 'No se nace escritor, se nace bebé’".
Claudia Piñeiro. “Creo que antes, ahora, siempre, escritor es quien tiene una pasión por escribir que no es comparable con ninguna otra de las pasiones de la vida. Lo pienso en el sentido de que esa persona le roba tiempo a lo que sea para escribir porque hay una necesidad hasta física de hacerlo. Después, en medio de eso, puede estar quien lo haga bien o quien lo haga mal, quien sea publicado más o menos veces. Pero hay una actitud hacia la palabra escrita que me parece que es lo que te define como escritor”.
"La batalla, en un momento era ‘nunca voy a ser tan buena como tal o cual escritor’. Y no. Esa era la verdad, que aprendí muchos años y muchos libros después. Solo voy a poder ser la escritora que habito".
Antonio Santa Ana. “Los escritores no somos seres aislados de todo. Yo nunca pensé que iba a poder vivir de la literatura, jamás, pero se dio así. Fue: ‘Che, yo puedo vivir de eso, estoy ganando más con los libros que con mi sueldo en una empresa’. A algunos privilegiados nos pasa. Porque, además, nadie tiene la fórmula, nadie puede decir: 'Si escribo tal libro, voy a vivir de eso'. Lo que por lo general pasa, y de pedo, es que vas construyendo y podés hacer una carrera alrededor de la literatura. Lo que yo noto, después de trabajar casi cuatro décadas en la industria del libro, es que no hay tanta gente tratando de construir esa figura del escritor intelectual, como podrían ser Lugones, Borges, Piglia o el que sea. Hay gente que escribe y se divierte. Las redes sociales permiten, además, que conozcas a los perros, a los gatos de los escritores, que hagan chistes, que se sientan más cercanos. Eso creo que ayuda a desacralizar la figura del escritor y está bien”.
AL
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