Soñar el futuro: de Silvio Rodríguez a L-Gante
Por esas cosas de la nostalgia pandémica, la otra noche me puse a escuchar de nuevo a Silvio Rodríguez. Silvio fue la banda sonora de mi adolescencia y de mi juventud universitaria, una herencia de mi mamá, que me enseñó todo sobre la revolución cubana, Playa Girón y la Sierra Maestra. Mi mamá no fue militante pero con la vuelta de la democracia se embebió de ese espíritu rebelde y soñador que, paradójicamente, mientras se construían los cimientos de nuestra frágil democracia, circulaba en los subsuelos de las peñas y las guitarreadas. Silvio representaba algo del idealismo revolucionario perdido, justo cuando la única revolución imaginable era la democrática, justo cuando la violencia parecía desterrarse para siempre en el pasado.
Pero Silvio habla de revolución, habla de fusiles, de matar y morir por ideales, habla de hacer los sueños a mano y sin pedir permiso, habla de arar el porvenir. En el famoso concierto que dio en Buenos Aires en 1984 canta con cierta tristeza, como si ese sueño ya hubiera empezado a desmoronarse, pero aún así insiste: te convido a creerme cuando digo futuro, y el futuro es revolucionario.
Y así fue que muchos viajamos a Cuba a ver con nuestros ojos el declive de esa amalgama de justicia, idealismo y resistencia, a tramitar la incomodidad que nos generaba el choque entre el deseo de igualdad y el deseo de tener, de comprar, incluso de viajar. Nosotros teníamos también nuestro humilde ideal de futuro, que tenía poco que ver con el que soñaba Silvio. Los jóvenes de los 90 nos convencimos de que la igualdad sólo es posible en democracia y en el mercado. Nos volvimos neoliberales, empresarios de nosotros mismos, cultores del mérito y de la libertad, pero en Cuba no hay mérito que valga y la libertad se paga cara. Esto no es una elegía: como dice Javier Franzé, Cuba es un problema para los que sostenemos ideales democráticos. Y sin embargo, los que estamos de este lado no sabemos bien qué hacer con la libertad: ¿libres para qué? Tampoco sabemos bien cómo es eso de la igualdad. Ya nadie piensa en la revolución.
Leo que en Cuba el movimiento de protesta empezó por los jóvenes y por el rap. Unos días antes de la revuelta cubana Cristina Kirchner había evocado la figura de L-Gante, también rapero, también pobre, también rebelde, en un acto de entrega de netbooks, las mismas que muchos chicos como L-Gante recibieron hace diez años con el plan Conectar Igualdad. L-Gante se resistió a ser encorsetado en las grillas de la política: ni peronista ni macrista, sino hecho de abajo. “No hay que recibir cosas así porque sí”, dijo, en un sintético verso de trap.
Muchos de los jóvenes de la generación de L-Gante son hijos de la asistencia estatal, hijos del emprendedorismo precarizado, hijos de la clase media empobrecida. Son también los que sacrificaron todo con la pandemia: autonomía, clases, amigos, fiestas, intimidad, quizás familiares, seguramente ingresos. Poco saben de la mística del Bicentenario, del cuadro de Videla descolgado en la ESMA, de los superávits gemelos. A ellos, ¿qué los invitamos a creer cuando decimos futuro?
Las encuestas dicen que los jóvenes son los más desencantados, como debe ser (¿cómo podría un joven ser conformista?). La ESPOP, el sondeo bimestral de la Universidad de San Andrés, por caso, registró en mayo que el 62% de los jóvenes de entre 16 y 22 años –la generación Z– está muy insatisfecho con la marcha de las cosas, que solo un 10% votaría al oficialismo, y que el 63% está en desacuerdo o muy en desacuerdo con las medidas anunciadas por el gobierno en relación a la pandemia. De todas las franjas etarias, los más jóvenes son los más reticentes a la vacunación (33% no se aplicaría la vacuna). De un estudio reciente de Zuban, Córdoba y asociados especialmente dedicado a la juventud surge que los jóvenes de 16 a 24 años aprueban las iniciativas gubernamentales como el aborto (39,5%) o la ley de cupo laboral travesti/trans (48,9%). El apoyo es masivo cuando se trata de programas como Conectar Igualdad (81,7%) o de las Becas Progresar (85,2%). Para este segmento, la promoción de empleo joven de calidad, las becas de estudio, las políticas de reducción de la pobreza y la promoción económica de actividades culturales y deportivas son los temas prioritarios. También esta encuesta revela una baja adhesión de los más jóvenes al Frente de Todos (29,5%) frente a los potenciales votantes de Juntos por el Cambio (29,5%) y de los “libertarios” (15%).
En algún programa periodístico se dijo que Cristina quiso hablarles a ellos cuando citó a L-Gante: una manera de acercarse, como cuando las madres aprendemos forzosamente sobre fútbol o miramos youtubers para tener tema de charla en la mesa con nuestros hijos. Alberto lo hizo de otra forma, más anacrónica: les cantó Todas las hojas son del viento con la guitarra, en un spot, para pedirles que se quedaran en casa. Pareciera que, cuando tiene que hablar del futuro, el gobierno habla con el lenguaje del pasado: no es solo Spinetta, Alfonsín o Litto Nebbia. El gobierno camina hacia adelante mirando hacia atrás. Es el cuarto hermano de la fábula de Silvio: no es el que mira demasiado lejos, ni el que mira demasiado cerca, tampoco el de mirada panorámica. Camina con el cuello torcido, mirando hacia un pasado que nos pisa los talones: denunciando a los que nos endeudaron, anhelando volver al 2015, celebrando el logro de las vacunas y el aguante del sistema de salud.
¿Y el futuro? Es un futuro inmunizado. ¿Cuántas escuelas, viviendas, autopistas, fuentes de trabajo se les prometen a los jóvenes? ¿Cuántos técnicos, artistas, científicos o deportistas vamos a necesitar en los próximos años o décadas? ¿Cuánto consumo, cuanto ocio, cuántas computadoras, y sobre todo: para qué? Estamos de acuerdo: el Apple Store en la 9 de Julio no era un sueño, era una tilinguería. Un segundo semestre siempre aplazado. En su lugar, ¿por qué no imaginar una industria no contaminante, potente, de calidad? ¿Un mercado laboral no precarizado, un mínimo suelo de certidumbres? ¿Podemos soñar cosas imposibles? Los avances en materia de género parecían imposibles y ahí están, como una puerta que se abre hacia el futuro y deja entrar rendijas de luz.
Es cierto que, como dice Silvio, el porvenir se ara con viejos bueyes. Hay que mirar al pasado para soñar el futuro, pero mirarlo sin nostalgia, sin esa melancolía de la que habla Enzo Traverso cuando se refiere al duelo de la izquierda, pero que también podría ser la melancolía de los jóvenes. La melancolía expresa los límites de nuestra época, dominada por un presentismo paralizante, para pensar el futuro. Se trata, entonces, de atravesar el duelo y canalizarlo hacia un “fecundo trabajo de reconstrucción”. Uno en el que los jóvenes sean los protagonistas.
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