Domingo de clásicos cruzados y empates sin brillo: Racing hizo negocio en el Monumental, Sosa le arruinó la semana a Boca
Gary Lineker dijo alguna vez que el fútbol es un juego en el que 22 hombres persiguen una pelota y al final siempre gana Alemania. Con el historial de River vs. Racing en la mano se podría decir algo similar, cambiando el nombre del país europeo por el del club de Nuñez.
Es verdad que Racing ha conseguido victorias resonantes, como la de la Copa Libertadores 1997, el 3 a 2 del Clausura 1999 -con el mejor partido jamás jugado por el “Chanchi” Estévez- o el 1 a 0 en el 2014, cuando Gallardo decidió guardar a los titulares por la cercanía del choque frente a Boca de la Sudamericana. Pero todo indicaría que se recuerdan, justamente, porque son excepciones en un contexto donde River le lleva más de 40 partidos de ventaja.
El 5 a 0 de la final de la Supercopa Argentina, a principios de este mes, fue un resultado aplastante, pero en cierto modo mentiroso, ya que hasta el segundo gol (a los 69’) Racing no había tirado la toalla. Después de esa goleada (¡y con menos de cinco partidos dirigidos!), se especuló con que iban a despedir a Juan Antonio Pizzi, a quien le reprocharon hasta la forma de los anteojos: es sabido que si el entrenador elige el armazón equivocado puede generar críticas del estilo “Más despacio, Cerebrito” en Twitter. Las cuatro victorias posteriores no habían convencido a los hinchas de Racing.
En el primer tiempo dio la impresión de que si a Racing le hubiesen permitido estacionar el micro que lo llevó al Monumental en el arco de Arias, lo habría hecho sin dudar. River -un equipo que inquieta a los rivales, ya no con lo que hace, sino con lo que, en teoría, puede llegar a hacer- manejó la pelota, pero no tuvo una sola llegada de gol clara.
Lo más entretenido fueron los reclamos de Pizzi y de Marcelo Gallardo al “Cuarto Árbitro”, ese sujeto innominado que ubican al costado de la cancha para que los entrenadores le arruinen el cerebro. Recién a los 19’ del complemento hubo lo más parecido a una jugada peligrosa: un mano a mano que Arias le sacó a Fontana, recién ingresado.
Minutos atrás había sido expulsado Cáceres, pero River, más allá de merodear el área, no tuvo la creatividad necesaria ni con Palavecino ni con el ingreso de Carrascal. En un equipo como el de Gallardo, la proliferación de centros es signo de impotencia. Con el empate -casi un triunfo por la goleada reciente y el jugador de menos- Racing ingresó entre los cuatro primeros de la Zona A. River, cuyo inicio de temporada se advierte decididamente irregular, sigue en la búsqueda de una brújula futbolística para la era post Nacho Fernández.
Lejos del fútbol total
“Para adentro todo, para afuera nada” era la consigna que impuso Daniel Alberto Passarella en su primer ciclo como entrenador de River, a comienzos de los noventa. La frase (¿acaso inspirada en una muy conocida de Fidel Castro sobre la Revolución?), señalaba que la fortaleza de un grupo se respalda en no contar intimidades ante los periodistas. Eran tiempos donde lo peor que le podía pasar a alguien del fútbol era el escrache en “Si lo sabe, hable”, la sección de chimentos de El Gráfico. El presente de Boca está atravesado por una constante ola de rumores sobre el plantel, el cuerpo técnico y los dirigentes, como si todos se hubieran propuesto rebatir la vieja máxima de Passarella.
Por un lado, los programas de fútbol necesitan de la telenovela boquense y son capaces de analizar durante horas si lo de Fabra a Izquierdoz fue un cachetazo, una piña, una caricia o una ilusión óptica: la agenda de los medios está cada vez más supeditada al microclima histérico de las redes sociales. Por otro, el “Mundo Boca” no parece ayudar mucho para que haya calma, como los demostraron, por dar un ejemplo, las declaraciones algo nocivas de algunos jugadores después de la eliminación contra Santos. La situación es paradójica: los periodistas objetan los problemas de Boca, pero sin este reality semanal el contenido de los programas sería todo un enigma; los jugadores relativizan las objeciones, pero con algunas de sus conductas parecen darles la razón. Mientras, el futbolero estándar suele despreciar la avanzada del espectáculo de sensaciones sobre el fútbol, pero no deja de escucharlo. Lo cierto es que después de la derrota ante Talleres, la idea instalada era que si Boca no le ganaba a Defensores de Belgrano, el ciclo de Miguel Ángel Russo -que ya tuvo más finales aparentes que la carrera política de Elisa Carrió- se terminaba.
Independiente, a pesar de perder en la fecha anterior contra Vélez, encontró un poco de tranquilidad en la seguidilla de triunfos de Julio César Falcioni, un técnico pragmático, que intenta que sus equipos sean tan circunspectos como su cara, y acusado de ser defensivo, pero que llegó a ganar un torneo con Banfield y otro, invicto, con Boca, club en el que, como Bielsa en la Selección, fue reconocido con delay. Poco tiempo atrás el paladar negro no lo hubiese digerido del todo. El shock que generó la aparición de la “Joya” Velasco, un jugador que todavía no es titular pero al que ya le cargaron la pesada mochila de crack, refleja la actualidad del hincha: la ansiedad por recuperar un esplendor que parece cada vez más lejano, la nostalgia por un paradigma de juego exquisito que desde hace años sólo se puede apreciar en Youtube. Si River pasó del infierno del descenso al paraíso del ciclo Gallardo más o menos rápido, Independiente vendría a estar en el purgatorio desde el 2014. Si, la Sudamericana del 2017 fue, como diría un célebre hincha del Rojo, “un gran punto de partida” pero no llegó a colmar la sed de redención de un Club donde alguna vez jugaron Bochini, Bertoni o Usuriaga.
Después del fiasco en el Monumental, Independiente y Boca ofrecieron un encuentro un poco más intenso, aunque, claro, tampoco fue una exhibición de fútbol total. Boca arrancó mejor, con un par de jugadas de contragolpe bastante claras, pero a los 25’, tras un centro de Palacios, Togni conectó de cabeza e Independiente pasó a ganar. La imagen de Tévez tirado atrás, casi de doble cinco, fue tan elocuente como la de los centros de River. Independiente, con buenas actuaciones de Palacios, Bustos, Romero y Menéndez, redondeó un buen primer tiempo. En el segundo, Russo hizo dos cambios a los 7’ minutos. Uno de los que entró, Zárate, le puso la pelota en la cabeza a Zambrano, que marcó el empate. El partido empezó a volverse brusco (Boca recibió 5 amarillas en media hora), y volvieron a tomar protagonismo los ya célebres gritos: la ausencia de público permite que un encuentro de la Liga Profesional sin hinchadas virtuales tenga la banda de sonido de un partido de papi. Cuando todo hacía prever un empate clavado, una mano de Costa le dio la oportunidad a Villa de ganarlo en el último minuto de descuento, pero Sosa atajó el penal. Esta semana, Russo haría bien en bloquear los canales deportivos desde su control remoto. Independiente, por su parte, quedó segundo en la Zona B, a tres puntos de Vélez.
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