Confirmado por “Hacks”: lo que pasa en Las Vegas, no se queda en Las Vegas
Quienes no se cuecen al primer hervor –ni al segundo, como la cronista que suscribe estas líneas– recordarán que, particularmente en el cine del siglo 20, hubo dúos cómicos exitosos que solían ser exclusivamente masculinos: de Laurel y Hardy a Jerry Lewis y Dean Martin; de Bob Hope y Bing Crosby a Jack Lemmon y Walter Matthau; de Abbott y Costello a Gene Wilder y Richard Pryor. Localmente, hemos tenido a Olmedo y Porcel, a Emilio Disi y Francella... Hechas estas menciones, claro, sin agotar la lista, en la que podrían entrar las buddy movies con escenas jocosas como la saga Arma mortal, los tríos (Chiflados) o los grupos (Monty Python, Hermanos Marx, nuestros Cinco Grandes del Buen Humor). Todos ellos al frente de situaciones risibles físicas y/o verbales.
¿Las mujeres con vis cómica, a veces con letra propia, en el siglo pasado? No tan bien, gracias. Solo lograron avanzar unas pocas en solitario, merced a un talento cierto combinado con tesón: Mae West, Niní Marshall, Joan Rivers, Lucille Ball, Carol Burnett, Elaine May…, amén de las grandes comediantes que funcionaron con parejas masculinas (Katharine Hepburn, Rosalind Russell).
A mediados de los ’80 se produjo la irrupción local de las irreverentes Gambas al Ajillo en el Parakultural. Y ya llegando los ’90 emergieron en la tevé talentos del nivel de la genial Juana Molina y de Fran Drescher, ambas autoras y actrices de irresistible comicidad; la Meg Ryan de Cuando Harry conoció a Sally (1989, sobre guion de Norah Ephron). A quienes se fueron sumando en el XXI, entre muchas otras humoristas –desde la actuación, la autoría como guionistas, como directoras– Valeria Bertuccelli, Tina Fey, Miranda Hart, Amy Poehler, Ali Wong, Malena Guinzburg, Carola Reyna (deliciosa en la muy recomendable Okasan, obra que cierra temporada los próximos lunes 4, 18 y 25 de noviembre, en el Picadero).
En la tele, para encontrarse con un grupo de graciosas formando equipo protagónico, habría que remontarse a las Golden Girls, serie creada por Susan Harris que duró siete temporadas (1985-1992, con ¡180 episodios!), de tanta aceptación popular que se versionó en varios países (en el nuestro se pasó por Canal 13, con alto rating). Las intérpretes del original: impagables Betty White, Beatrice Arthur, Estelle Getty y Rue McClanahan. Merece subrayarse que esta producción, aparte de los muy ocurrentes diálogos entre cuatro señoras maduras –viudas o divorciadas– que compartían casa, encaró asuntos poco habituales en esos años: el edadismo, el sexismo, el matrimonio homosexual, la violencia doméstica, la cirugía plástica, la sexualidad de la llamada tercera edad.
Juntada feliz del hambre y las ganas de comer
Pero nunca hubo una serie del género comedia con toques dramáticos protagonizada por dos personajes femeninos dedicados a crear humor en el espectáculo: una, de 70, intérprete de sus propios textos de stand-up con sostenido suceso durante varias décadas; la otra, guionista veinteañera en en ascenso, contratada por el agente, que ambas comparten, para que la ayude a la primera a renovar su repertorio de chascarrillos. Tal la arriesgada apuesta de Hacks, que este año estrenó –en Max– tercera temporada obteniendo una serie de importantes premios, y ya firmó para la cuarta, a presentarla en mayo de 2025, con aspiraciones, desde el vamos, de llegar a la quinta.
El caso es que esta serie sin estrellas –salvo algunas invitadas circunstanciales– está funcionando a las mil maravillas gracias a una armoniosa conjunción de talentos. Empezando por Lucia Aniello y su marido Paul W. Downs, ambos ahora de 41, que cranearon la idea central durante años, mientras hacían series web, películas. Para la escritura de los guiones convocaron a una amiga, Jen Starsky, de 38, y completaron la plantilla con colaboradores de primera en la dirección de arte y demás rubros.
Sin embargo, el mayor acierto fue la elección de las dos actrices principales, sin rango estelar (se lo ganaron a partir la primera saison): Jean Smart, entonces de 70, prestigiosa por su calidad profesional pero lejos de ser una prima donna, y rara vez habiendo dado pasos de comedia en un recorrido donde cumplió, sobre todo, roles secundarios; Hannah Einbinder, de 26 al arrancar en 2021, solo había sido registrada por algunos medios como comediante atípica por su stand up.
Contra algunos pronósticos agoreros, la química funcionó desde el primer momento tanto en los choques como en los acercamientos. Smart encarna estupendamente a Deborah Vance, una leyenda del monólogo cáustico que está siendo bajada de su pedestal por su empleador, dueño del casino Palmetto en Las Vegas. Einbinder es Ava Daniels, una pelirroja prometedora como libretista que ha sido cancelada por un tuit desafortunado y es enviada por el sufrido agente Jimmy para que aporte aggiornamiento a los shows de Deborah, quien de entrada no quiere saber nada con esa zoomer (persona nacida entre 1995 y 2010) un poco petulante, vegana, tirando a woke. Y Ava subestima a priori el trabajo de la boomer (persona nacida entre 1945 y 1964) sin conocerlo y sin valorar que la diva abrió tempranamente camino a otras mujeres en el stand up. En otras palabras, que en esta ficción se juntan el hambre y las ganas de comer.
Hay confrontación generacional y de mentalidades diferentes en Hacks, mientras que, en la vida real, en entrevistas, la bella dama curtida y la damisela pizpireta se adoran incondicionalmente y no pierden oportunidad de tirarse con flores. Para ambas intérpretes, la serie ha resultado una auténtica bendición. Para el público de los países donde se está pasando, también. Y para Lucía Aniello, un doble alumbramiento, puesto que –aparte de pensar, escribir, producir y dirigir Hacks– tuvo las primeras contracciones en pleno rodaje de un capítulo de la primera temporada y debió dejar instrucciones antes de partir hacia el hospital.
A esta producción no le falta nada
En sus caps de media hora, Hacks garantiza alternadamente diversión y momentos de verdadera profundidad, irreverencia y ternura, delirio y ligereza, jugando a menudo –del lado de Deborah– con los límites de la corrección, e incluso con algo de crueldad para torear a Ava o poner en aprietos a su empleador. Pero ella siempre es considerada con su personal subalterno y con su público, especialmente si se trata de sus devotos gays. Aunque esta sitcom decae levemente en un capítulo de la segunda temporada (el show en el crucero de lesbianas) y en otro de la tercera (el pedido de disculpas a los universitarios), siempre se mantiene en un alto nivel de amenidad y de creatividad para desplegar personajes que alcanzan relieve propio en sus respectivas historias. Pero obviamente ninguno con el grado de complejidad, de evolución y potenciación mutua con que están bordados los roles de la pareja protagónica de esta producción inteligentemente adictiva.
Los méritos de Hacks se extienden al arte con que han sido diseñados los interiores de la opulenta mansión de la legendaria humorista, a cada uno de los detalles que la rodean y retratan: en sus paredes hay cuadros de artistas contemporáneos; por caso, del gran expresionista abstracto Franz Kline que evoca la caligrafía china con sus trazos certeros (en nuestro Museo de Bellas Artes está representado por su obra Black, Blue and White); en sus estantes hay una colección de saleros y pimenteros franceses de larga data; por la mañana, en su mesa de desayuno, Deborah tiene periódicos en papel: el New York Times, el Washington Post, el New Yorker y… Las Vegas Sun. El refinamiento de la casa contrasta con la vulgaridad de neón de Las Vegas, del interior de los sitios de juego, y también de las publicidades que hace la diva.
Imposible nombrar a decenas de personajes que se salen de cuadro, pero justo sería mencionar a algunos de muestra: Kayle, la asistente del agente, redondita, cargosa y ridículamente ataviada, en manos de Megan Stalter; Josefina, la adorable ama de llaves que todos/as querríamos en nuestras casas, responsable, respondona y más fiel que Lassie, enaltecida por la actuación de Rose Abdoo; el impecable pero enamoradizo secretario negro con poderes, Marcus, desde los dos metros de Carl Clemons-Hopkins; la impresentable, ambivalente hija de Deb que defiende con uñas y dientes Kaitlin Olson. Y por favor, la exasperante madre de Ava a cargo de Jane Adams (inolvidable protagonista de Happiness, 1998, de Todd Solondz).
Quedó claro que Hannah Einbinder y Jean Smart solo merecen plácemes. Empero, la segunda tiene una boccata di cardinale en cada réplica salpimentada, en ocasiones despiadada o muy zarpada: “La mitad de los matrimonios termina en divorcio, y la otra mitad sigue siendo desdichada”. Al personaje le cabe aquello que Mae West decía de sí misma: “Cuando soy buena, soy muy buena. Pero cuando soy mala, soy aún mejor”.
MS/MG
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