La deportación a Haití en masa y por avión, nueva escalada en la política migratoria de Joe Biden
Como ya parece ser la regla más frecuente con los mensajes de la administración Biden, también fue desmentida la solemnidad de su repudio a la migración latinoamericana: “No vengan, no los queremos”. Involuntariamente, este viernes se abrió una brecha en el mal trato por una involuntaria morigeración ocurrida a regañadientes. De la masa de 15 mil migrantes que el lunes habían arreado policías montados, y conducido a rebencazos a un campamento (desmantelado el viernes) debajo del puente internacional de Del Río o concentrado a la intemperie en una plana localidad fronteriza tejana, ya separaron una fracción de 2 mil, que fue deportada en vuelos de carga a la capital haitiana de Port-au-Prince. Otra fracción equivalente, la administración retaceó los números exactos, formada en primer término por madres embarazadas o acompañando a menores, fue admitida en EEUU como solicitante de asilo o refugio. Otra fue encerrada en centros de detención más alejados de la vista. Otra fue llevada en ómnibus mexicanos hacia bien al sur de la frontera sur de EEUU. La ONU pidió a Brasil si no puede recibir otra parte de esta masa que había llegado a la frontera.
La administración demócrata reiteró una práctica expeditiva de la presidencia de Donald Trump: trasladar a migrantes a su país de origen, que no era necesariamente su país de residencia. La gran masa de migrantes acorralada en Texas no llegaba desde la isla caribeña y por mar a suelo norteamericano. Habían entrado por tierra, y una importante proporción venía marchando desde América Central o del Sur, en especial de Chile y Brasil. Ahora, miles de migrantes llegaron en avión al aeropuerto de la capital haitiana, donde no vivían, sin medios ni recursos (la Secretaría de Estado hizo dar cien dólares a cada persona deportada), sin un Estado ni una sociedad con capacidad de recepción y asistencia, y con peligro inmediato para su vida. Ante la perspectiva de la deportación en suelo de EEUU, miles de migrantes estaban rehaciendo camino y dar marcha atrás, aun antes de que el Estado mexicano los evacuara en autobús. Pese a las presiones y promesas de EEUU, en México la capacidad de auxilio está siendo sobrepasada, nos dice Andrés Ramírez, jefe de la Comisión Mexicana de Refugiados.
Las deportaciones a Haití provocaron el jueves la renuncia de Daniel Foote, el diplomático de carrera y ex embajador norteamericano que el propio Biden había enviado especialmente a Port-au-Prince para monitorear y acompañar el nuevo episodio de la crisis impulsado por el asesinato del presidente Jovenel Moïse. Foote hizo de su carta de renuncia dirigida al Secretario de Estado Antony Blinken un documento de denuncia de la “inhumanidad” de las deportaciones.
De tiempos de Trump es la reglamentación que sirvió de fundamento para las deportaciones express: fueron autorizadas por el peligro epidemiológico que la migración indocumentada significaba a sus ojos cuando EEUU era el país del mundo con más muertes por Covid-19. Aunque Biden se atrasó más de un mes en cumplir su ambicioso plan de vacunar al 70% de la población en la patriótica fecha fija anunciada del 4 de julio, hoy el riesgo es por ello menor. Sobrarían dosis de las mejores vacunas para inmunizar de inmediato a muchedumbres migratorias más cuantiosas que las que están siendo aerotransportadas para depositarlas mar de por medio.
La penuria médica de Haití en la pandemia es espuela adicional de emigración y aliciente de la diáspora para no regresar al país natal. Cuando el presidente Moïse fue asesinado en circunstancias, con móviles y autores intelectuales aún no dilucidados en una investigación sin pistas ni hipótesis sólidas, todavía no había ni una sola persona vacunada en el país. Aguardaba las que le correspondían según el programa Covax de asistencia de la ONU. La generosidad de los países donantes buscaba al menos afianzar alguna conveniencia recíproca adicional con el país receptor, y Haití es parco en réditos.
El martes Jen Psalki, secretaria de Prensa de la Casa Blanca, y el viernes Ned Price, vocero de la Secretaría de Estado, parecieron reaccionar ante las imágenes grabadas en la fronteras con el horror reservado a las catástrofes naturales -un huracán estacional, un terremoto tropical- y no al obrar humano “racista”, según invita a concluir Yoliswa Cele de UndocuBlack Network. Desastres geológicos y meteorológicos como los que sufrió Haití en los dos últimos meses, y que dejaron dos mil muertes. Parece difícil desechar la prominencia de una abrumadora cuota de responsabilidad directa o indirecta, pero nunca imprevisible, de políticas a la larga consistentes (o desde un principio inconsistentes) de la Secretaría de Estado. La indigencia creciente de once millones de personas -población negra y ex esclava en su mayoría-, la previsible –pero no inevitable- crisis sanitaria, económica y política de la sociedad del país más pobre, menos seguro de América. En julio, cuando el presidente Moïse fue asesinado en su dormitorio, en la misma cama donde también fue baleada su esposa, la ONU había informado que en las tres primeras semanas de junio casi 15 mil personas de las que viven en la capital haitiana habían abandonado sus casas y huido de Port-au-Prince. En abril, siete religiosos de la Iglesia Católica habían sido secuestrados por las bandas armadas que dominan territorialmente el país –al punto que el diplomático renunciante David Foote había revelado que vivía en un campamento militar del que no podía salir, porque fuera de él su vida corría peligro.
La cobertura en los medios del episodio con migrantes de Haití en Texas parece alinearse con Biden. El New York Times recuerda que se usan hombres a caballo desde 1924 para patrullar la frontera sur. Que Alejandro Mayorkas, latino que es secretario de Seguridad Interior, había prolongado en mayo por 18 meses más el status de protección especial concedido después del terremoto de 2010 a migrantes llegados al suelo norteamericano desde la isla. Pero señala una contrariedad: que decenas de miles de otras personas originarias de Haití sin embargo buscaron cruzar de todos modos la frontera, a pesar de no calificar para el programa.
El peligro de que los negros se pinten de amarillo
Los autores materiales del magnicidio presidencial eran mercenarios colombianos contratados en Miami por una empresa de seguridad privada, que tercerizó este reclutamiento para quienes habrían ordenado el crimen –de identidad no precisada. La logística de la operación fue eficaz para matar, pero no para escapar. Los sicarios fueron atrapados. Algunos se habían escondido en el jardín de la legación diplomática de Taiwán.
La sola existencia de esta embajada taiwanesa apunta otra causa de desgracias para Haití. La media isla caribeña está entre los países americanos que, como Paraguay, no reconocen como gobierno chino al comunista de Beijing sino al nacionalista de Taipei. Este posicionamiento es sostenido y estimulado por EEUU. Con su fortalecerse en la política exterior de Trump y su orientación de competencia y vigilancias prioritarias hacia la República Popular, el gobierno de Biden ha sido activo en favorecer el alineamiento de Haití con la isla de Taiwán y contra China continental. Privado de vacunas de EEUU y de otros donantes, también quedó auto-excluido Haití de las donaciones de un país con el que no tenía vínculos, y con el cual la potencia regional dominante se interponía para que no las estableciera.
En 1999, según datos del Banco Mundial, por fuera de Sudamérica el principal socio comercial de los países sudamericanos era EEUU. En 2019 ya lo era la República Popular de China. Con dos excepciones de gobiernos históricamente de derecha: Paraguay y Colombia. Algunos gobiernos latinoamericanos preferirían hoy firmar tratados de libre comercio con EEUU antes que con China. Pero Guillermo Lasso en Ecuador y Luis Lacalle Pou en Uruguay -ambos presidentes centroderechistas avanzan con buen éxito en sus negociaciones de TLC con China- se han quejado del escaso entusiasmo que dos administraciones mostraron en Washington por progresar en esta dirección común con sus respectivos países. Poco desinterés puede esperar entonces Haití de EEUU, que al menos ya ha alejado el peligro amarillo de la media isla sin embajada de China comunista como ya la ha hecho de la esa ‘isla de tierra entre tierras’ que es el Paraguay.
AGB
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