Bielorrusia: las sanciones consolidan su alianza militar con Rusia y afectan a países como Brasil al bloquear el comercio de fertilizantes
Aleksander Lukashenko puede presumir de favorito en el pequeño club de líderes mundiales que nunca han dejado de llamar amigo, aliado y socio al presidente ruso Vladimir Putin. Sin embargo, al permitir la guerra de Putin contra Ucrania, el presidente de Bielorrusia ha cedido el control de su país al Kremlin, sostiene con firmeza desde hace tiempo Svetlana Tijanóvskaya, líder de la oposición bielorrusa en el exilio.
Como lo hacía un mes atrás, Lukashenko sigue negando que sus FFAA estén operando en Ucrania o que sus tropas vayan a intervenir en algún combate al otro lado de la frontera. Pero el ejército de Bielorrusia ahora está bajo el control del Kremlin, asegura Tijanóvskaya en su entrevista con The Guardian.: “Nos parece que Lukashenko ya no controla a nuestro Ejército, lo único que controla es la represión contra el pueblo bielorruso. Vemos señales de la ocupación militar de Bielorrusia”, detalló en la entrevista.
Según EEUU un despliegue de tropas bielorrusas dentro de Ucrania provocaría una gran escalada en el conflicto bélico. También desde hace meses publicaban las redes sociales imágenes de las que inferían una acumulación de fuerzas bielorrusas cerca de la frontera con Ucrania. La semana pasada, un taxista de la ciudad de Borisov, al norte de Bielorrusia, publicó un video en el que se rehusaba a transportar soldados rusos; ignoraba que el derecho de elegir pasajeros tenía este límite militar, y que excederse en el derecho de admisión era delito de extremismo: enfrenta una pena de hasta 7 años de cárcel.
Tijanóvskaya sostiene que entre los objetivos de Putin está “poner sangre en las manos de los soldados bielorrusos, conectar al régimen de Lukashenko con esta guerra, convertirlo en cómplice”.
Bielorrusia se convirtió en una plataforma de lanzamiento para los ataques con misiles balísticos rusos en Ucrania y para la invasión de las tropas terrestres rusas el 24 de febrero. Moscú trasladó aproximadamente 30.000 soldados de sus tropas a Bielorrusia en las semanas previas al asalto, oficialmente para “entrenamiento militar”.
Cuatro días después de que comenzara la invasión, Lukashenko revocó la neutralidad constitucional de su país posterior a la Guerra Fría después de que un referéndum organizado le diera autorización para albergar no solo las fuerzas rusas de forma permanente, sino también las armas nucleares rusas, retiradas del país después de la caída de la Unión Soviética en 1991.
La nueva doctrina militar de Bielorrusia y su decisión de abandonar su estado libre de armas nucleares y permitir que Rusia coloque armas nucleares en suelo bielorruso genera una alarma estratégica inmediata para Occidente.
También coincidió con el anuncio de Putin el 28 de febrero de que estaba poniendo en alerta a la fuerza nuclear de Rusia.
“Si Putin quiere tomar el control de todo el territorio de Bielorrusia mañana, podría hacerlo”, dce Tijanóvskaya. La supresión por parte de las autoridades de Minsk de cualquier actividad cívica o política permite a las tropas rusas utilizar el territorio de Bielorrusia como quiere Putin, hasta el punto de intervenir en su vida política en cualquier momento“, continúa. A los ojos de Tijanóvskaya, Lukashenko es un títere y Putin controla el país a través de él.
La oposición se plantea una doble misión: oponerse al régimen de Minsk y movilizar a los bielorrusos para oponerse e incluso sabotear la guerra de Ucrania a través de una campaña de desobediencia civil. “Nuestra lucha se ha duplicado, tenemos dos frentes, contra el régimen y para demostrar que no estamos del lado de la guerra”, dice Tijanóvskaya . Las protestas, que se habían vuelto raras en Bielorrusia, estallaron en Minsk contra la guerra durante las primeras semanas pero la respuesta oficial, nunca rara, nunca demorada, fueron cientos de arrestos.
Para la oposición en el exilio, ha llegado la oportunidad para que los gobiernos occidentales vean con urgencia a Ucrania y Bielorrusia como casos estratégicamente vinculados: convendría que EEUU, Gran Bretaña, la UE y la OTAN coincidieran en que frustrar un asalto final de Putin a Ucrania significa también ocuparse de su cómplice, o súbdito, en Minsk. En mensajes de vídeo de apoyo a Ucrania, llevan una camiseta con el lema “Gloria a Ucrania, larga vida a Bielorrusia”.
Bielorrusia y Rusia juntas son los mayores exportadores mundiales de potasa, y Rusia sola, de urea. Brasil, quinto agroexportador mundial, importa el 85% de sus fertilizantes, que ahora no puede comprar a los países sancionados por la guerra en Ucrania.
Licenciada en Filología, ex profesora de inglés, Tijanóvskaya, quien ahora se hace llamar líder legítima de Bielorrusia, se visto forzada a encontrar refugio en Lituania. Había rivalizado con Lukashenko en las elecciones de agosto de 2020, cuyo resultado desconoce porque califica de fraude y manipulación la derrota infligida a su candidatura opositora por el oficialismo que gobierna desde 1994. Los gobiernos europeos se han negado a reconocer a Lukashenko como vencedor legítimo de esta última presidencial.
Con anterioridad a la eclosión del conflicto ucraniano, la líder de la oposición bielorrusa exiliada evitó enmarcar su lucha por la democracia en términos geopolíticos; su enfoque era Minsk, no Moscú. Desde el 24 de febrero esto ha cambiado drásticamente. “Lukashenko nos arrastró a este conflicto y esta guerra. Tenemos que estar del lado de las personas que luchan por su independencia”. Y hay combatientes voluntarios bielorrusos luchando en Ucrania para apoyar la resistencia, pudo añadir Tijanóvskaya.
Países unidos en las sanciones
Algunos analistas creen que el apoyo de Lukashenko a la guerra rusa en Ucrania acelerará, en el mediano si no en el corto plazo, el desgaste y la caída del presidente bielorruso. En cambio, Tijanóvskaya prefiere apuntar antes al peligroso horizonte, no menos concebible, y más catastrófico en lo inmediato para la oposición bielorrusa, donde Putin se impone en Ucrania, o logra un armisticio en sus términos, y sobrevive al bloqueo económico internacional. Una supervivencia de la que los gobiernos de Minsk y Moscú emergerían parejos. Bielorrusia ha sido sede de rondas de conversaciones de paz entre Rusia y Ucrania.
Hay que decir que el fin del ese bloqueo no dejaría de vivirse como alivio por una comunidad internacional que cuanto más severa y eficaz es como verdugo de las sanciones que infiere a los reos condenados, tanto más se lastima a sí misma en la ejecución de la pena. Más allá de los universos simbólicos de la cultura y el deporte, los castigos comerciales que desde febrero hermanan a Moscú y a Minsk desorganizan, en las expectativas de quienes intervenían en ellos, los mercados globales.
Bielorrusia es un país de una superficie de 207 mil llanos km2 (un poco menos extensa que la provincia argentina de Santa Cruz) y una población de 10 millones de habitantes (3 millones menos que el AMBA). El punto más alto no supera los 345m pero su subsuelo es rico en potasio, mineral esencial para fabricar fertilizantes y medicamentos y más de 50 compuestos químicos de gran utilidad en la vida diaria. Bielorrusia produce el 20% y es el tercer exportador mundial de potasa, sal hidrosoluble del potasio. Juntos, Rusia y Bielorrusia exportan el 38% mundial de potasa.
El primer exportador mundial de potasa es Canadá. Países como Nigeria, exportador de petróleo y el más poblado de África, que desde el 2019 compraba toda su potasa a Rusia, ha debido dirigirse para adquirirla al mercado canadiense. Y pagar más caro. El precio de la tonelada de potasa ha aumentado desde el comienzo de la guerra, y ha subido hasta el valor récord de 1125 dólares la tonelada a fines de abril.
Designado por el presidente Jair Bolsonaro para sustituir a Tereza Cristina Dias , el flamante ministro de Agricultura de Brasil planeó como una de sus primeras actividades en la cartera un viaje de casi dos semanas a Jordania, Egipto y Marruecos en busca de los fertilizantes que ni Bielorrusia ni Rusia podrán proveer (y China, otro exportador, mayor, ahora no quiere vender). Aunque sí hasta hace no tanto, aun con la guerra en Ucrania de fondo. País agrícola productor y exportador, Brasil importa el 85% de los fertilizantes que consume.
Exonerada de su cargo a fines de marzo para habilitarla como candidata a senadora oficialista por el estado de Mato Grosso do Sul en las elecciones generales de octubre, Dias había viajado en febrero a Irán acompañada de empresarios del agronegocio brasileño, que buscaban adquirir urea como fertilizante y ofrecían maíz a cambio. Pero también la República Islámica está golpeada por un repertorio propio de sanciones, paralelo pero interconectado con el de Rusia y Bielorrusia. Lo que dificulta unas negociaciones que sin embargo continúan su avance, bajo el sucesor de Dias en el Ministerio de Agricultura de Brasil, guiadas por el objetivo final de aumentar de uno a tres millones el cupo importador brasileño de urea.
Marcos Montes, el nuevo ministro agrícola de Brasil, se ha impuesto como prioridad la diplomacia de la potasa. Habría viajado antes a Medio Oriente, pero respetó el mes santo musulmán de Ramadán. Parte el primer jueves de mayo. Pero no quiere agotar su ministerio en tours de compras subsidiarias. También quiere, según dijo en una entrevista con la agencia británica Reuters, conseguir inversores interesados en producir fertilizantes alternativos en Brasil. Una agenda que había ya quedado encaminada con su reunión en Brasilia del 6 de abril con el ministro argentino de Agricultura, Ganadería y Pesca, Julián Domínguez, en pro de un autoabastecimiento de fertilizantes. No menos intensos que los perseguidos pueden ser los efectos de sanciones comerciales internacionales bien coordinadas: así como ratifican la unión estratégica de Rusia y Bielorrusia, aumentando el compromiso militar de MInsk en Ucrania, también pueden generar alianzas comerciales y productivas perdurables entre terceros países afectados por el bloqueo de socios comerciales antes dados por sentado como previsibles y aun inamovibles términos de cómodos intercambios.
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