“Hasta la última cosa tiembla”: el brutal día a día en la Franja de Gaza, según un periodista palestino
Ahmad Al-Kabariti no respondía los mensajes de Whatsapp desde el jueves. El día anterior había avisado que el acceso a internet y la cobertura de teléfonos en la Franja de Gaza era prácticamente inexistente después de los bombardeos constantes de las Fuerzas de Defensa de Israel. A veces tuvo que caminar 4 o 5 kilómetros para conseguir wifi en un almacén o una farmacia. “Vecinos generosos”, dice.
El día anterior al último contacto, miércoles, Ahmad había alcanzado a enviar varias fotos que sacó un colega suyo de la agencia de noticias palestina Safa: personal de emergencia de la Medialuna Roja removiendo escombros con la ayuda de otros palestinos, sacando gente de abajo de edificios colapsados; un chico recostado en una camilla de ambulancia con la cara ensangrentada; un video en el que se ve el bombardeo sobre la plaza Al-Jala, en Ciudad de Gaza. “Veintiséis muertos en menos de una hora”, escribió Ahmad en el pie de foto.
En otro grupo de imágenes se veían bolsas de cadáveres cargados en un camión: “Treinta muertos por un ataque aéreo de F-16 en el campo de refugiados de Khan Yunis esta mañana”. Un recién nacido adentro de una incubadora del servicio de neonatología del hospital de Al-Shifa, el más grande de Gaza: “Dependen de la nafta que les prestan los taxistas para hacer funcionar el grupo electrógeno”. Tomas del patio del mismo hospital, donde se refugian miles de personas, con nenes dibujando: “Pintan sus sueños… escaparon con sus familias, 35.000 se quedaron sin casa después de que destruyeran más de 250.000 viviendas”. En todos los dibujos se ven casas y banderas con los colores de Palestina.
Unos días después del ataque terrorista de Hamas en territorio israelí, el 9 de octubre, aviones israelíes sobrevolaron la Franja y lanzaron miles de panfletos advirtiendo a los palestinos que debían evacuarse al sur. Él, con 43 años, su mujer Hanin (34) y sus tres hijas de 13, 9 y 6 años se vieron forzados a escapar ante la amenaza de invasión. “Los cohetes caen por todos lados sin aviso previo. La ausencia de conversaciones sobre un cese al fuego están causando pánico entre la gente”, escribió el 14 de octubre desde Rafah, ciudad fronteriza con Egipto, 37 kilómetros al sur de Gaza, donde debió refugiarse.
Más de 1,5 millones de palestinos se vieron forzados a abandonar sus casas desde el comienzo del conflicto, más de la mitad de un país de 2,6 millones de habitantes. La mayoría, refugiados en escuelas, hospitales y estadios de Rafah o de la vecina Khan Yunis. Pero al mismo tiempo que los israelíes tiraban panfletos llamando a la evacuación, los bombardeaban desde el aire mientras huían.
En huida permanente
Los palestinos viven escapando: los abuelos de Ahmad y de Hanin fueron forzados al exilio como consecuencia de la guerra árabe-israelí de 1948 y tuvieron que dejar atrás sus respectivas ciudades natales, Beir Shiva y Jaffa, para reubicarse en Gaza. Los palestinos se refieren a este episodio como la ‘Nakba’: un desplazamiento forzado que en la memoria del pueblo palestino se conmemora todos los 15 de mayo como una catástrofe nacional. Tanto Ahmad como Hanin nacieron en Gaza. Él es periodista, ella maquilladora. Ahora se ven forzados a escapar de nuevo.
El día a día de Ahmad es brutal y se reduce a misiones básicas como conseguir un bidón de 20 de litros de agua potable para compartir con las 55 personas con las que habita una casa de dos plantas. Alrededor explotan bombas y fuego de artillería. Decenas de muertos se reportan cada hora. Desde su teléfono relata la pesadilla: “Nos vemos forzados a apagar las luces para estar más seguros, en medio de cientos de drones volando alrededor nuestro. No estoy seguro que pueda seguir escribiendo. Estoy temblando”.
En algún momento del intercambio da su opinión sobre el conflicto: “Tanto el Reino Unido como Estados Unidos apoyan la destrucción de Gaza”. Para él, la visita de Joe Biden a Israel solo sirvió para demostrar el apoyo de Estados Unidos a Israel.
Para él no hay posibilidad a la vista de que se declare un alto el fuego. “No hay ningún esfuerzo real”, dice. También es escéptico sobre la ayuda humanitaria y cree que forma parte de la propaganda israelí. “Entraron veinte camiones, uno entró con una carga de 50 kilos de cosas inútiles. ¿De qué sirven 20 camiones semicargados para una población de 2.6 millones?”. Dice que las posibilidades de huir de Gaza son “0.000%”. Y si ese milagro ocurriera, dice, significaría no volver jamás, quedarse sin casa y humillado en el desierto del Sinaí. Una segunda nakba.
Hasta el miércoles pasado, en la casa donde estaba refugiado Ahmad quedaba: algo de pan, latas de atún, leche en polvo recolectada de un cuartel de las Naciones Unidas y unas monedas. “El agua es escasaaaaaa” (sic), escribió. ¿Cajeros automáticos? “Cerrados”. Sólo se puede recibir dinero desde el exterior vía Western Union. “Encontré uno frente a la plaza”. No se sabe por cuánto tiempo permanecerá en pie.
'El agua es escasaaaaaa' (sic), escribió. ¿Cajeros automáticos? 'Cerrados'. Sólo se puede recibir dinero desde el exterior vía Western Union. 'Encontré uno frente a la plaza'. No se sabe por cuánto tiempo permanecerá en pie.
A partir del jueves fue silencio. Uno, dos, tres días. El último mensaje sin doble tilde. Noticias durante el fin de semana: “Gaza sufre un apagón de comunicaciones mientras Israel intensifica el asedio” (The Guardian); “La gente en Gaza incomunicada, todas las comunicaciones están cortadas mientras Israel intensifica los bombardeos” (BBC). Ojalá esté bien. Un mensaje más: “Escribime cuando estés de vuelta online”. Y otro: “Are you safe?”.
Finalmente el lunes llega la respuesta. “¡Supongo que no!”, responde. “Todavía seguimos sin poder alejarnos más de 400 metros por las explosiones. ¡Esto ni siquiera pasa en las películas! Las noches se transformaron en una pesadilla; los bombardeos se intensifican a partir de las 7 pm y hasta el amanecer. Hasta la última cosa tiembla. A mucha gente le hace pensar que es parecido a los bombardeos de Estados Unidos en las montañas de Afganistán”. La situación en los hospitales es dramática: la infraestructura y los equipos de emergencia no se actualizan desde el 2006 y los cirujanos operan sin anestesia desde hace tres semanas.
Con el poco wifi que consigue mientras se mueve alrededor de cuatro manzanas de Rafah, Ahmad cuenta que el apoyo a Hamas por parte de la gente subió un 200%: creen que es la única fuerza que puede darles revancha por todo el dolor causado por Israel. También piensan que Hamas es el único actor capaz de negociar la liberación de 6.000 prisioneros palestinos en cárceles israelíes que fueron detenidos hace 30 años. Y el fondo mantienen la esperanza de que el partido islamista sea la llave para recuperar territorio. “Esto es lo que se escucha claramente por parte de los refugiados, en lugares como escuelas de la ONU donde se alojan. Es lo que opina cada uno de los jóvenes de acá”.
Cuando nos conocimos en un curso para periodistas en Londres en 2012, me fue inevitable caer en el lugar común de preguntarle si creía que alguna vez iba a haber una solución para el conflicto con Israel. “Sí”, respondió. “El Día del Juicio Final”. Quisiera que tenga más wifi para volver a preguntarle si sigue pensando lo mismo.
AJ/JJD
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