Brasil: una derecha más ganadora y más fragmentada que nunca
Salvo en el Nordeste, los gobiernos locales siempre han sido en Brasil un reducto de las derechas locales. Desde un punto de vista lo suficientemente distante, las elecciones del pasado domingo no han sido así una novedad. Pero apenas se miran los números y recuentos oficiales definitivos con un poco de detalle, hay cambios que resaltan tan radicales como en apariencia indetenibles. El mayor es el crecimiento de una nueva-nueva derecha, a la vez joven, conservadora y digital, que a fuer de la frescura y espontaneidad de su incontaminado compromiso, enarbola como propios, y sólo propios. los estandartes de la verdadera derecha genuina. Una derecha ultra que está a la derecha de los cuadros del Partido Liberal (PL) del ex presidente Jair Messias Bolsonaro.
Si es extrema, esta derecha no lo es por doctrina o por un programa más avasallador, urgente o fundamentalista. Tan sólo porque reclama para sí una pureza sin mancha y una autenticidad que la distingue de la vieja política. Del savoir-faire del ex capitán del Ejército que después de abandonar las FFAA vivió en campaña electoral permanente. Cuyo buen éxito le aseguró al ciudadano paulista Bolsonaro retener y renovar a lo largo de dos décadas su banca como diputado carioca en el Congreso federal.
Las cosas por su nombre, o por otro
La nueva nueva derecha es una corriente transversal que puede presentarse con nuevas siglas partidarias o como corriente interna dentro de las formaciones preexistentes del espacio derechista. Se autodenomina ‘derecha’ sin miedo y sin reproche. Es una derecha que osa decir su nombre: derecha. Un movimiento que desconfía del eufemismo preferido aun hasta el fin de la anterior presidencia por los enemigos del Partido de los Trabajadores (PT).
En esta derecha reclaman a Bolsonaro haberse apoyado en su gobierno, y seguir haciéndolo ahora como líder de la oposición, en los partidos del Centrão. Este núcleo sólido de partidos que dominan la mayoría en las dos Cámaras del Congreso de Brasilia desde el fin de la dictadura y que no presentan candidatos propios a la presidencia sino por excepción calculada. Son derechistas en los hechos y centristas en las palabras de sus plataformas. En la democracia brasileña, toda candidatura derechista que se llamara tal parecía destinada al fracaso electoral. Hoy son las que han ganado en muchos de los 11 estados donde el gobierno de la capital ya se resolvíó en primera vuelta el domingo.
Del triple empate al balotaje fortuito (pero providencial)
De las 15 capitales de estados brasileños cuya jefatura de gobierno debe dirimirse en balotaje, sólo 5 enfrentarán a un candidato de izquierda a un rival de derecha. De estos 5 duelos, el más importante es en San Pablo, la capital económica de Brasil, la ciudad más próspera y poblada del país. El actual jefe de gobierno Ricardo Nunes, del derechista Movimiento Democrático Brasileño (MDB), se jugará la reelección contra un desafiante Guilherme Boulos del Partido Solidaridad y Libertad (PSOL). Con el 28,48% de los votos, y el apoyo enfático de Bolsonaro, Nunes no aseguró su segundo mandato el domingo 6 de octubre. Si deberá esperar para ello a una segunda vuelta que las encuestas le dan por ganada con comodidad, esto se debe a la entrada en lid del candidato ultra-derechista Paulo Marçal, que obtuvo el 28,14 por ciento. Este empresario y autor de libros de autoayuda con compitió bajo la enseña del Partido Renovador Laborista Brasileño (PRTB) pero una campaña que lejos de escudarse en la ambigüedad del rótulo desambiguaba hasta la violencia física su derechismo puro y duro.
En Rio de Janeiro el jefe de gobierno derechista Eduardo Paes del Partido Social Democrático (PSD) del fue reelecto con el 60% de los votos. Es decir que tanto en Rio como en San Pablo el 60% del electorado votó por la derecha.
Boulos le arrebató a Marçal la ilusión de un desempate por sólo 60 mil votos de diferencias. La primera vuelta paulistana fue una primaria de las derechas para decidir la candidatura derechista a la jefatura de gobierno de la ciudad capital. El derechista gobernador del estado de San Pablo, el ingeniero Tarsício de Freitas, del partido Republicanos, de 49 años, ex ministro de Infraestructura de Bolsonaro, y como él ex capitán del Ejército, significó un apoyo más decisivo que el del ex presidente casi septuagenario para para Nunes, cuya popularidad personal es baja. A esta disputa, que ocupó a los medios y a la especulación de quienes temían o auguraban una segunda vuelta entre dos derechas para San Pablo, y en absoluto a un crecimiento o afianzamiento de su popularidad o del conocimiento de sus méritos, debe Boulos una oportunidad que de otro modo jamás habría sido suya.
El enigma fósil del partido de Fernando Henrique Cardoso
En Rio de Janeiro el jefe de gobierno derechista Eduardo Paes del Partido Social Democrático (PSD) del fue reelecto con el 60% de los votos. Es decir que tanto en Rio como en San Pablo el 60% del electorado votó por la derecha.
En Belo Horizonte hubo un ‘triple empate’ como en San Pablo. Pero en la capital de Minas Gerais, tercer estado del país, el balotaje quedó definido pugna entre dos candidaturas de derecha. El actual jefe de gobierno Fuad Norman salió segundo en primera vuelta y batallará por su reelección contra Bruno Engler del PL de Bolsonaro. Fuad Norman es del PSD, un partido formado con disidentes de varios partidos, entre ellos el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) cuyo candidato Fernando Henrique Cardoso ganó dos presidencias sucesivas. El PSD ganó el domingo en 800 ciudades brasileñas y se convirtió así en el mayor vencedor del domingo, desplazando de ese vértice, por primera vez en 20 años, al MDB.
El PSDB está en el corazón de del territorio clasificatorio donde sólo hay tinieblas para medios, analistas, y aun bolsonaristas, pero no para la nueva derecha. Si al MDB la nueva derecha le cree que es tan centrista como el partido dice ser (y por lo tanto no es una alternativa válida –previenen- para el electorado de valores conservadores-), también al PSDB le creen que es socialdemócrata: es decir, directamente, “comunista”.
El que no es de derecha ni de izquierda, es comunista
Alejando la lente con precipitación, podrían relevarse adversidades taxonómicas sufridas en común, con escaso derecho de réplica creíble, por diversos partidos socialdemócratas o liberales. En EEUU Donald Trump espera derrotar el primer martes de noviembre a la “marxista” Kamala Harris para ganar su primera reelección presidencial. En Bolivia, el ex presidente Evo Morales del Movimiento al Socialismo (MAS) y el actual presidente y ex ministro de Economía masista Luis Arce, pelean por la candidatura presidencial 2025 vía un cisma del MAS donde los adversarios traducen un diferendo político en guerra entre el carisma (evista) y la rutina (arcista). En Francia, el actual premier de derecha obra como si el Partido Socialista (el del neoliberal Mitterrand) fuera indistinguible de la ultra-izquierda de La Francia Insumisa.
En la Argentina, el comunismo parece empezar apenas se saca uno solo de los dos pies de la vereda de Balcarce 50. En el Uruguay, que votará presidente en octubre, el buen éxito (relativo) de una formación política como Cabildo Abierto debe su mera existencia a responder a una demanda del electorado por una fuerza que no temiera a las tres sílabas de la palabra de-re-cha.
Boulos se visto sostenido o impulsado sin ostentación ni discreción por el presidente Lula. En el oficialismo gustan decir que cada elección es una nueva elección. Es su respuesta a los sondeos que jamás se fatigan de augurar que Nunes vencería en cualquier escenario posible a un contrincante aliado al oficialismo de Brasilia.
Boulos es candidato del PSOL: un partido que está a la izquierda del PT. Una pecularidad del tercer mandato del primer presidente obrero (y sexto período petista contando elección y reelección de Dilma Rousseff primera presidenta mujer Brasil) es que por primera vez el PT gobierna sin oposición de izquierda.
El plebiscito que no fue
A dos días de la primera vuelta, hay una atmósfera de opinión o una perspectiva de análisis que parece haberse difuminado, refiere Bruno Boghossian: la de que las elecciones locales del primer domingo de octubre significaba un plebiscito de medio término sobre la presidencia Lula. Según este columnista de Folha de S.Paulo, ni esto ha resultado así, ni se oyen voces que digan que así sea. En una ojeada retrospectiva límpida, se advierte qué poco implicado estuvo el presidente en la campaña. A diferencia de Bolsonaro, que viajó por el país, y que se entregó a un desgastante juego de dobles sostenes en cada contienda que opusiera a candidaturas derechistas ambas competitivas. Las guerras civiles de la derecha acapararon la atención, y agotaron a vencedores y vencidos acusándose de ultras y de centristas.
AGB
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