Caminos cruzados
Una foto. Una niña muy pequeña. Un beso a su padre. En la tapa del disco el color está virado al azul. La niña es (era) Bebel Gilberto, hoy una de las figuras más importantes de la música brasileña. El hombre, Joâo, es a la vez su padre y el que procreó esa música a partir de la reinvención del samba. La palabra “bossa”, originalmente, quería decir protuberancia. Y por extensión empezó a usarse para hablar de lo que sobrasalía, de lo que aparecía de manera inesperada y, en el ámbito de la música, del estilo personal.
Bossa Nova era, entonces, ese “estilo nuevo” que surgió a partir de los finales de la década de 1950 cuando un grupo de artistas, entre ellos Antonio Carlos Jobim, descubrieron la manera de acompañar en la guitarra de un joven llamado Joâo Gilberto. Alguien que cantaba, además, casi para sí y que había encontrado el arte del matiz y las pequeñas tensiones y del susurro aparente y las infinitas mutaciones entre el blanco y el blanco oscuro y los incontables tonos de lo que acaba de dejar de ser silencio para convertirse en música.
La fotografía fue tomada por la madre de Bebel, Heloisa Maria Buarque de Hollanda, más conocida como Miúcha, hermana de Chico Buarque, ella también cantante y heroína de varios grandes discos, The Best of Two Worlds, con Joâo Gilberto y Stan Getz, Miúcha & Antonio Carlos Jobim y Tom, Vinicius, Toquinho e Miúcha entre ellos. Y la época en que esa hija besa a ese padre es, posiblemente, la del disco Ela e carioca. El disco que ella recuerda haber escuchado de chica, el que funda su educación sentimental y del que proviene la mayoría del material de Joäo, el álbum que se publicó ayer y en el que homenajea a su padre, es el que muchos llaman “el álbum blanco” de Joâo, un disco titulado con su nombre y en el que da un vuelco inesperado a su particular arte de concentrarse a sí mismo hasta la esencia. Allí se da el permiso de extender las versiones de las canciones y de reescribir, con “Undiú”, una pieza cuya letra cuenta con una sola palabra, el tratado de armonía de la bossa nova que había quedado plasmado en “Desafinado”.
“No habría podido hacer este disco si él viviera”, confesó Bebel a la revista Rolling Stone. Y es que el juicio de Joâo, a quien no le gustaba casi nada, resultaba temible. La relación entre ellos no había resultado fácil, por otra parte. Podría decirse que ninguna relación con el gran patriarca lo había sido. ¿Cómo podría haberlo sido con alguien que no salía de su habitación, en una casa cuyo alquiler había dejado de pagar hacía meses y que apenas entreabría la puerta para recibir la comida que le llevaban desde un restaurante?. Bebel acabó desalojado, viviendo en un departamento prestado por la pareja de Caetano Veloso, y Bebel fue quien lo declaró mentalmente incapaz para poder tomar las riendas de sus finanzas –o, más bien, de sus deudas–. Nacida en Nueva York en 1966 y niña prodigio –a los 9 años actuó con Getz y su madre en el Carnegie Hall y fue parte de la troupe que grabó Saltimbancos, con Chico Buarque– Bebel colaboró con artistas como David Byrme y Airto Lindsay pero tardó en comenzar su carrera solista. Y fue de manera explosiva. Tanto Tempo, publicado en 2000, fue certificado como disco de platino y se convirtió casi automáticamente en un nuevo clásico. Contaba con la producción de Suba y la participación del músico electrónico Amon Tobin, de Carlinhos Brown y del guitarrista Celso Fonseca entre otros. Abría con una exquisita relectura de “Samba da Bençao”, de Baden Powell y Vinicius de Moraes, seguida por un notable dúo de Bebel consigo misma en un tema propio, “August Day”. No había allí canciones de su padre.
A lo largo de su discografía, aparece una permanente tensión entre la modernidad y la tradición. Bebel Gilberto suena absolutamente brasileña aunque cante en inglés y esté rodeada de un entretejido de guitarras fantasmales y texturas electrónicas. Y en ese sentido resulta interesante tomar Joâo en conjunto con su disco anterior, Agora, publicado en 2020 y después de un largo hiato de seis años que abarcó, entre otras cosas, la pandemia (y Bolsonaro), y las muertes de su madre, de su padre y de su mejor amigo, que tuvo un ataque al corazón mientras hablaba por teléfono con ella. Agora es la modernidad dialogando con la tradición. Enmascarándola. Resignificándola. Joâo es lo contrario: la actualidad musical –y los arreglos que la recorren– mirada desde el propio centro del Big Bang. Desde esa “Eu vim da Bahia” de Gilberto Gil que Joào Gilberto grabó en 1973 o la extraordinária “Undiu” o “É preciso perdoar” y la magnífica “Caminhos cruzados”, el arte del padre (ese extraño arte de la sustracción aprendido tal vez de Henri Salvador, un francés nacido en Cayena que anduvo por Brasil en la década de 1940 y, según se dice, dejó la semilla de lo que crecería como Bossa Nova) es la lente desde donde se mira un futuro situado exactamente ahora. El juego siegue siendo el de ese “balanço” fundado en un discreto desbalance permanente entre las acentuaciones vocales y las de la guitarra. El de colocar las cosas siempre un poco en otra lugar. El de contar con lo inesperado. Un juego en el que Bebel se mueve con comodidad. Como alguien que creció con él.
DF
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