Caso Mammon: Hablemos sin saber
Lucas Benvenuto y Jey Mammon se conocieron hace mucho tiempo y tuvieron una relación, o “un vínculo”, como le gusta llamar al segundo lo que haya sido que compartieron. Al comienzo de los encuentros, Mammon era un hombre curtido y Benvenuto tenía entre 14 y 16 años, zona turbulenta del Código Penal sobre la que los actores que envenenan de incontinencia la esfera pública se han puesto a discutir sin conocimiento de causa.
Digamos que hubo ciertos hechos, y los hechos, hechos son, pero los desconocemos. Mammon dice que comenzaron a desarrollarse a partir de los 16 años de Benvenuto, y Benvenuto que fue a partir de los 14, lo que inauguró una etapa sórdida de su vida, que Mammon habría matizado con las calamidades de la violación y las drogas luego de que alguien se lo entregara.
No sabemos nada, pero sí sabemos que la ley determina tanto el principio de inocencia como el castigo al abuso de menores. Esos son los mundos que se enfrentan en un tercero, el del conventillo público, al que caen a diario Niágaras de logorrea.
Las autoridades encargadas de abrir las llaves del prejuicio, la condena, el malentendido y la desinformación con la tendencia a dejar pasar en chorros supersónicos la magia de la adivinación y la defensa del parecer, son los pajarracos del talk show, fósil del entretenimiento que sobrevive a todas las eras y ya encontró su arte y su pico de verdad en la parodia “Hablemos sin saber”, de Peligro sin codificar.
El núcleo que hace girar toda esta chatarra mental tiene dos realidades. Una es que la causa de Benvenuto Vs. Mammon prescribió. La otra, consiste en que, aun así, hace días que se descarga sobre Mammon el peso irreversible de la condena social. De pronto, Benvenuto emerge del anonimato mientras Mammon entra al túnel de la cancelación.
La figura de la prescripción, que es la del no pronunciamiento, le da al litigio entre dos personas un volumen de ambigüedad que los hechos necesitan para continuar hasta el cansancio la línea del suspenso. Pero la discusión pública no tolera la ambigüedad, y en el hueco que deja vacante la verdad (y que podemos resumir como un “misterio”) lo que se pronuncia en su nombre es la toma de posición emocional, el me gusta/no me gusta acerca de las personas que no conocemos, como a casi todas, incluyendo a las más cercanas, del modo en que podríamos pronunciarnos acerca de si nos gusta o no nos gusta Bariloche, nos gusta o no nos gusta el postre Balcarce, nos gusta o no nos gustan las drogas, la ensalada verde, Riquelme, etcétera.
En este sistema, que es el del juicio de valor adjudicado arbitrariamente a las personas o a las cosas, a lo que le agregamos el principio de desconocimiento de los hechos, el me gusta/no me gusta se desliza hacia al le creo/no le creo respecto de los involucrados en el affaire Mammon.
La calidad de las intervenciones del público, cuya forma es una polución que gotea de la rama de la ansiedad, es baja y llama constantemente al error. Porque puede ocurrir que quien nos cae simpático sea culpable, así como que sea inocente aquel con el que no simpatizamos. Habrá quien haya sostenido que Alfred Dreyfus era culpable de espionaje y que Jorge Rafael Videla era inocente de crímenes de lesa humanidad. Sobre gustos está todo escrito.
En la buena entrevista que Jorge Rial le hizo a Jey Mammon para C5N, Mammon le reprochó haber dicho que, si la denuncia de Benvenuto prescribió en la justicia, eso no significaba que los hechos no hayan ocurrido: “Ocurrieron”, dijo Mammon que dijo Rial. Lo que es posible. Como es posible que no hayan ocurrido. La situación produce una suelta de enigmas que podría desembarcar en una pregunta desesperante: ¿con qué tipo de realidad hay que asociar un hecho que es posible y no es posible que haya ocurrido?
El raid de despegue de Mammon de aquello a lo que una versión de su pasado quería pegarlo comenzó con una placa de letras blancas sobre fondo negro. Allí, sus abogados le hicieron escribir un texto destinado a lectores pelotudos, en el que primero se dice que la justicia “resolvió prescribir”, como si se tratase de un fallo clásico y no de un cajoneo de la denuncia por causas administrativas. Y, después, se declama que la justicia “sobreseyó y cerró” la causa, cuando hasta Viviana Canosa sabe que la palabra “sobreseimiento” y la palabra “prescripción” tienen el mismo parentesco que el agua y el aceite.
Para reforzar su supuesta inocencia, que directamente no fue enjuiciada y, por lo tanto, no hay consecuencias de ella como tampoco las hay de su supuesta culpabilidad, Mammon insinúa que al denunciante Benvenuto podrían caberle acciones legales, en un típico gesto de amenaza mafiosa con forma de inversión de cargos.
Luego, entre esa placa y el encuentro con Rial, Mammon compuso un video de dotes actorales fallidos en el que intentó reforzar su voluntad de inocencia con un expresionismo emotivo fuera de control. Como esas imágenes que se desajustan respecto de su sonido enloqueciendo un poco la realidad, lloró “mal”, y gritó y susurró en registros extraños. Pero, ¿eso probaría que mintió? ¿Quién puede saberlo? Tampoco los que “analizaron” el video son Lee Strasberg, ¿no? Lo que indica que puede haber una inocencia mal representada como una culpabilidad volatilizada por una buena actuación de inocencia. Se trata del drama de la verosimilitud, y nadie puede estar seguro de que, como decía Heráclito, lo que parece, es.
Pero si esa causa en vez de prescribirse hubiera derivado en una condena o en una absolución, ¿qué más da? Al principado que ejerce la ley se le opone la fiebre de las opiniones. La justicia puede fallar con diferentes grados de injusticia, eso es un hecho. Lo infalible es la tentación social a pronunciarse. Nadie hace uso del derecho al silencio (ni yo, como vemos). Y del derecho a opinar, habrá que decir que como es un bien renovable, además de gratuito, se lo derrocha como a ninguna otra cosa.
La causa de Benvenuto contra Mammon prescribió. No parece ocurrir lo mismo con las conversaciones que se encienden como un círculo de fuego a su alrededor. Los campos destinados a la liberación de sentimientos se fracturaron, y las posibilidades de que Mammon sea culpable o inocente son del 50 % y 50%, proporciones típicas de las caras de una moneda.
Pero ¿y Benvenuto? En palabras de Mammon: “Lucas es víctima de una historia que ahora estoy dilucidando”. Lo que significa que antes no, pese a que le confesó a Rial llorando: “Yo siempre le creía a la víctima”. Además, reforzó la distancia entre algún daño que pudiera haberle ocasionado a Benvenuto y el daño que Benvenuto (violado de niño por su padrastro) traía de origen: “Empatizo con que es un chico que para mí la vida lo rompió todo, la sociedad lo rompió todo”. Si no proteger a una víctima es dañarla, no podemos saberlo hasta que… habla la víctima.
La insistencia de Mammon en todas sus apariciones por subrayar que su primer encuentro con Benvenuto es a partir de los 16 años, recordando incluso el lugar y el día de la primera vez que lo vio (y de quiénes estaban acompañándolo) contrasta con no recordar qué edad tenía Benvenuto cuando comenzó el vínculo. Así de escurridizo es el recuerdo. Pero hay algo, una voluntad del acusado, que no se esconde bajo el amparo de la prescripción, y es lo que, ante Rial, Mammon llama “el debate moral” sobre los 18 años, es decir sobre el consentimiento sexual. No está mal, aunque las circunstancias para la discusión (“debatámoslo”, le dijo a Rial), no parecen ser las ideales para él.
Algo se filtra de su cuidadoso descargo en favor de sí mismo, y es un modo indirecto, resignado de asumir que la sociedad actual no es la de hace 14 años, tiempo en el que Benvenuto fecha su denuncia. “Lo conocí una noche en la que yo no me fui con él. Después lo vi y no recuerdo qué edad tenía”, dice Mammon. Las nieblas del tiempo se cierran sobre su recuerdo. Pero queda claro, y asumido hasta donde puede, que en aquella otra sociedad vínculos como los de él y Benvenuto existían. Ellos sabrán, cada cual, por su lado, qué es lo que no cuenta como amor. Nosotros, no.
JJB
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