De celos y celosos
En otras ocasiones escribí para este medio sobre los celos. Creería que, con el tiempo, varias de estas notas podrían compilarse y armar un breve ensayo sobre la cuestión. El punto es que el tema insiste y, cada vez que creo que dije algo preciso, a los días me doy cuenta de que hay otra arista de la cuestión que faltó explorar.
En esta oportunidad, destacaré dos matices que no consideré antes. Por un lado, una observación general sobre los celos narcisistas, en particular cuando se manifiestan en los varones. Y, por otro lado, una puntualización sobre el modo en que poner celoso a otro, en el caso de la mujer, no es necesariamente una actitud histérica.
Estoy seguro de que lo que plantee en esta columna también será insuficiente y necesitará futuras enmiendas, pero pasemos a la primera observación.
Pongámonos de acuerdo en que hay tantas clases de celos como celosos, pero en términos generales se podría distinguir entre los celos neuróticos –de rivalidad con un tercero, claramente edípicos– y los celos narcisistas basados en el valor que se obtiene a partir del otro.
Los celos narcisistas, además, tienen como refuerzo inconsciente la envidia hacia el otro. Esto se ejemplifica en una actitud que, como todo en psicoanálisis, parece lo contrario; me refiero a los varones que se ocupan denodadamente del goce de la mujer en la relación sexual.
Sin que sea la única interpretación, en el marco de la envidia inconsciente la traducción de esa actitud es: yo te doy algo, porque tengo algo, que vos no. Es decir, esa pseudo-gratificación es en verdad castradora.
Los narcisistas suelen jactarse de lo buenos amantes que son, sin reconocer que usan el sexo con fines que no son eróticos –sino agresivos–. Entonces, el narcisista envidioso no tolera ningún deseo en su pareja del que él no sea la causa. Su síntoma está en la dependencia, que confirma la raíz oral (no fálica) de su fijación: en la medida en que depende de su pareja, se aleja o la detesta; pero lo más intolerable es que ella dependa de él.
Este último punto es importante, porque revela la falta de integración de impulsos (amorosos y hostiles), pero sobre todo cómo la envidia no le permite ser protector, preocuparse por el otro ni dar algo sin sentir que se lo pueden sacar. No puede admitir la dependencia de otro sin sentirse usado.
En este punto se parece al histérico. No puede depender de otro ni permitir que dependan de él, es decir, la envidia lo inhabilita para relaciones afectivas de realización recíproca.
A propósito de la histeria, pasemos a la segunda nota.
En una pareja, de vez en cuando uno busca que el otro tenga celos. Esta estructura es más común en mujeres con varones. El punto es entender su razón profunda.
Cuando se dan con esta estructura, antes que un “histeriqueo”, creo que se trata de un modo indirecto de rectificar algo del deseo del varón que, en pareja, puede ser un poco monótono y repetitivo –si no condesciende demasiado directamente a la satisfacción–.
Dicho de otra manera, es como si ella le dijera: “No te olvides de que haya algún rodeo”. No se trata de que ella quiera ser deseada por otro, sino de que a través de ese otro deseo le muestra a él algo de lo más propio del deseo humano en su diferencia con el goce animal: la mediación.
En última instancia, es como si se ofreciera al otro en la pareja un soporte para que esa escena le sirva para representarse. No lo veo como una forma de amenaza de castración (“mirá que podés perderme”) sino todo lo contrario, es más bien como una oportunidad antes de la pérdida.
Esta última distinción es importante para pensar que, a diferencia de lo que propone el sentido común (incluso del psicoanálisis), la mujer que busca poner celoso a un hombre no es que no lo quiera. Al contrario, esa es una forma desesperada de quererlo, a la espera de que él haga algo, que recupere un lugar simbólico del que está destituido.
LL/MF
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