El fallo contra el aborto en Estados Unidos y todos los botones del Mortal Kombat
En la carrera de Filosofía había una profesora, Silvia Magnavacca, que empezaba todas sus cursadas de Historia de la Filosofía Medieval pidiendo que levantaran la mano por un lado los que pensaban que existía la amistad porque existían los amigos y por otro los que pensaban que existían los amigos porque existían. A los primeros les decía que serían aristotélicos; a los segundos, que serían platónicos. En su momento me pareció que era una buena forma de explicarlo. Hoy pienso que el gesto era todavía más interesante: Magnavacca nos estaba diciendo que hay creencias que no se eligen, que una no acepta solamente las teorías que quiere sino las que puede. Que hay cosas que no tienen que ver tanto con la calidad de los argumentos sino más bien con la personalidad, esa mezcla de azar, circunstancias de nacimiento y tiempo transcurrido en el mundo.
Estoy bastante segura de que debo haber levantado la mano en la sección de los que dicen que existe la amistad porque existen los amigos, porque mi primera intuición (por judía, por testaruda, por chica de barrio de comerciantes, por militante de esta tierra y esta vida, del vaso medio vacío pero que se puede tomar ahora, del pájaro en mano) es siempre el materialismo, la realidad de las cosas por sobre la de las ideas ante todo, pero si es cuestión de confesar tengo un temperamento vergonzosamente universalista. Cuando me empecé a interesar por el feminismo en la adolescencia y me enteré de que el aborto era legal en los Estados Unidos gracias a un fallo que tenía nombre y apellido, el nombre y apellido de una mujer real (bueno, en realidad, el seudónimo de una mujer real) que no llegó a utilizar el derecho que contribuyó a establecer para todas las mujeres de su país, me obsesioné con la fragilidad de las cosas, con lo azaroso de todo esto que somos nosotros: me parecía increíble que un derecho dependiera de un caso individual, la idea de que si esa mujer no hubiera existido ese derecho podría no haber existido. Hoy pienso que esto es así, pero también no es así. Todas nuestras conquistas son profundamente frágiles, tanto en el sentido de que pueden desaparecer en cualquier momento como en el hecho de que sus orígenes reposan en algún grado de casualidad: un caso que moviliza al país, la composición de una Corte Suprema, una coyuntura que hace posible conseguir una mayoría. Hay que aceptar, y no digo que sea fácil, que las cosas más importantes que tenemos (derechos, libertades, amores, países) las tenemos casi de milagro. Esto es así, pero también no es así. Antes de Roe hubo otros casos que allanaron el camino. Antes de la IVE, estuvo el fallo FAL. Y antes de Dobbs hubo oportunidades que el Partido Demócrata eligió no tomar, decisiones que hicieron que esto que hoy algunos pintan como fatalidad fuera casi absolutamente predecible. La vida, y la política es parte de la vida, es básicamente eso, una combinación inexorable de suerte y construcción. No importa que las cosas sean verdaderas o que las cosas sean justas, y no importa la cantidad de veces que se repita que las cosas son verdaderas o justa: lo que pasa depende de otra cosa.
Leo distintas convocatorias del feminismo norteamericano, a hacer lobby, a romper todo, a autoflagelarse; distintas formas del argumento de quien tiene un martillo y todo se le vuelve clavo. Leo, también, acusaciones cruzadas de fatalismo y pronósticos fatalistas. Están quienes dicen que no es tan grave, que no va a ser tan grave: que quien no pueda hacerse un aborto en Texas va a poder tomarse un avión y hacerse uno en Nueva York. Por supuesto que cualquier persona puede deducir que las mujeres que necesitan un aborto legal (es decir, las que no pueden pagar de bolsillo uno clandestino que además sea seguro) suelen estar bastante complicadas para hacer sus valijas y tomarse un avión como si fueran celebrities de Colegiales yendo a pasar el verano a Barcelona. Están quienes dicen que esto devuelve a Estados Unidos al mundo antes de Roe y están quienes dicen que será peor, que en la era de la vigilancia el hecho de googlear “misoprostol” va a ser evidencia para criminalizarte (no es paranoia: en su artículo en The New Yorker Jia Tolentino explica que esto ya ha sucedido, que el público pro-choice de las grandes ciudades no vio el avance de la criminalización del aborto para las mujeres más pobres en otras partes del país). Están quienes dicen que esto le pasa al progresismo por concentrarse en las cosas no importantes y no ver el regreso de la derecha, cuando la verdad es que todos lo vimos pero aunque no lo confesemos nadie sabe exactamente qué hay que hacer con eso. Estoy a favor de la estrategia de tocar todos los botones al mismo tiempo como en el Mortal Kombat, porque de verdad estamos perdidos; y también porque recuerdo otra cosa que aprendí en la facultad, y es que aunque a veces pensemos la justificación como algo que va de arriba hacia abajo, de las cosas importantes y básicas y fuertes e inconmovibles a las menos importantes y más flexibles, en realidad las formas de la justificación que más me convencen son aquellas en las que queda claro que las creencias se apoyan entre ellas de un modo mucho más reticulado, enredándose de formas mucho más complejas e impredecibles entre lo supuestamente fundamental y lo supuestamente accesorio. Los edificios se derrumban por cualquier parte; los incendios empiezan por los lugares más insospechados. Y rara vez se contienen con la indiferencia o la persistencia de lo mismo.
TT
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