El fraude de la heredera misteriosa que dejó en ridículo a la alta sociedad de Nueva York: lujo, arte y millones
Tenía siempre a mano algún billete de 100 dólares que se encargaba de dejar como propina en hoteles, barras y los restaurantes más destacados de Nueva York. Se encargaba, también, de que su acompañante eventual viera el gesto: el papel crujiente apenas doblado entre los dedos, los dientes apenas asomados en la sonrisa.
Desde que llegó a la gran ciudad en 2013 cierto grupo selecto –ese que integran las llamadas socialités y que circula entre las galerías de arte, los bares de moda, los desfiles, las inauguraciones, porque siempre hay algo nuevo y hay que estar ahí– decía que Anna Delvey era una veinteañera y aristócrata alemana, que gastaba el dinero de su familia alemana en sus atuendos impactantes de los diseñadores más reconocidos, las habitaciones de hoteles de lujo en las que vivía, los salones y spa a los que asistía casi a diario, los jets privados en los que se movía cuando quería irse por un tiempo de la ciudad, sus excentricidades.
Algunos aseguraban que su padre era un diplomático de larga trayectoria, otros la habían escuchado decir que era un ejecutivo de alto rango del mundo del petróleo, otros que se había convertido en millonario gracias a sus inversiones en el rubro de los paneles solares. Todos coincidían en que Anna era una heredera millonaria y repetían algo que ella les había contado en más de una oportunidad: que era la destinataria directa de una fortuna que la familia le legó bajo el formato de un fondo fiduciario valuado en unos 60 millones de euros.
Entre viajes de lujo y fiestas, Anna se rodeó de gente que, impactada ante su desparpajo, no dudó cuando, al momento de pagar algunas cuentas –la ronda en un bar, el ticket de un restaurante, la habitación de un hotel– la joven alegaba que no tenía encima su billetera o que había algún tipo de inconveniente burocrático con su cuenta bancaria porque era del exterior. Alguien la rescataba y pagaba. Para ella el dinero no era nunca un problema, tal vez apenas una circunstancia.
Un proyecto descomunal
Entre los planes más ambiciosos de Anna Delvey estaba el de tener su propio centro de creación artística, una fundación que llevaría su nombre y que tenía como objetivo promover las artes plásticas. Quería levantar un edificio descomunal en el Soho de Nueva York, ese barrio entre mítico y aspiracional, y llegó a presentar papeles ante entidades bancarias para que le otorgaran préstamos por $22 millones de dólares.
También lo hacía entre sus amistades transitorias: a ellos les contaba del plan, les proponía invertir, copa en mano, en algún cóctel, entre sonrisas que después quedaban estampadas en su cuenta de Instagram.
Todos repetían algo que Anna les había contado en más de una oportunidad: que era la destinataria directa de una fortuna que la familia le legó bajo el formato de un fondo fiduciario valuado en unos 60 millones de euros
Mientras tanto, la vida de excentricidades no se detenía. A una de sus amigas más cercanas, la editora fotográfica de la revista Vanity Fair Rachel Williams, la invitó a un viaje a Marruecos en una exclusiva finca con mayordomos y pileta privada que costaba casi 10 mil dólares la noche. Al momento de pagar, Delvey alegó un inconveniente con su banco y fue Williams quien se hizo cargo de todo. Anna prometió devolverle el dinero, unos 62 mil dólares, pero eso jamás ocurrió.
Fue al regreso de ese viaje que el nombre de Anna empezó a salir en los medios y no en la vidriera de fotos o por participar de algún desfile o inauguración: la acusaban de múltiples estafas a entidades bancarias, con tarjetas de crédito y también por fraude a personas que habían creído en su palabra.
Por entonces se reveló que su nombre real era Anna Sorokin. Que había nacido en 1991. Que provenía de una familia rusa que emigró a Alemania cuando ella tenía 16 años. Que su padre, Vadim Sorokin, había trabajado como chofer de camiones mientras que su madre tenía una pequeña despensa en la casa. Que cuando Anna terminó con dificultad la secundaria –el idioma alemán le costaba, no se terminaba de adaptar al país y era sumamente retraída– se mudó a Londres, donde intentó cursar la carrera de Arte en la escuela Central Saint Martins hasta que abandonó. Que luego se fue a París donde ingresó como pasante en la revista de moda Purple. Que fue allí donde empezó a hacerse llamar Anna Delvey.
En 2017, la joven fue arrestada por seis cargos, entre los que se contaban el de haber estafado a varios hoteles, a sus allegados y a bancos, inicialmente por unos 275 mil dólares. Se comprobó que había presentado papeles adulterados para pedir el préstamo para su fundación, algo que jamás obtuvo. La señalaron también por haber alquilado un avión privado por 35 mil dólares que nunca pagó y por haber usado fondos fraudulentos para abonar la cuenta de un hotel de lujo del Soho por 30 mil dólares.
Según se supo después, Sorokin usaba cheques sin fondo para mover dinero entre cuentas de distintas entidades bancarias y retiraba los fondos antes de que los cheques rebotasen.
En 2018 la cara de Anna volvió a aparecer en los medios cuando empezó el juicio en su contra en los tribunales de Nueva York. Fue una saga de audiencias estruendosas en las que se dijo de todo. La Fiscalía, algo dura, llegó a criticar hasta la ropa que usaba la joven, mientras que la defensa la describía como una emprendedora que nunca quiso herir a nadie y que tenía la intención de devolver el dinero a quienes habían confiado en ella.
En 2017, la joven fue arrestada por seis cargos, entre los que se contaban el de haber estafado a varios hoteles, a sus allegados y a bancos, inicialmente por unos 275 mil dólares.
Los medios, mientras tanto, siguieron el juicio como un folletín e intentaron aproximarse al personaje para intentar entender cómo había logrado engañar a la alta sociedad neoyorquina hasta dejarla en ridículo.
“¿Por qué los hoteles y los bancos le creyeron?”, se preguntó Azy Paybarah en una columna del New York Times en mayo de 2019. “Porque tenía billetes de 100 dólares y actuaba como rica. La gente que la rodeaba era rica. Para muchos, eso fue suficiente”, se respondió.
La joven llegaba a los tribunales con peinados y maquillaje impecables y vestida con ropa de marcas como Yves Saint Laurent y Miu Miu, que provocaban comentarios de todo tipo. Inclusive en una ocasión, Anna debió escuchar una especie de reproche de la jueza Diane Kiesel, que en medio de una audiencia a la que la joven llegó demorada, lanzó: “Esto no es un desfile de moda. Esta es la última vez que estamos jugando con la ropa”.
Finalmente la joven fue condenada con una sentencia que la debía llevar a prisión entre 4 y 12 años. Además, debió pagar una multa por 24 mil dólares y fue obligada a devolver otros 200 mil. Sin embargo, luego de una serie de recursos legales, quedó en libertad condicional en febrero de este año.
El juicio y la condena que recibió Sorokin fueron cuestionados por algunas personas, que vieron en el trato que recibió la joven un sesgo de misoginia. En un artículo para el New York Times, la periodista y crítica Ginia Bellafante describió el episodio como un claro ejemplo de cómo las mujeres son castigadas más fuertemente que los varones en juicios donde se investigan delitos de los llamados “de guante blanco”.
A su vez, también resaltó que uno de los fiscales del distrito de Nueva York, Cyrus Vance Jr., celebró la condena a la joven en su cuenta de Twitter, mientras que en el pasado se había negado a enjuiciar a varones acusados en investigaciones más graves, como el ex director del Fondo Monetario Internacional Dominique Strauss-Kahn y el productor de cine Harvey Weinstein, ambos condenados posteriormente por delitos sexuales.
Tan fascinante resulta la figura de Sorokin –ese modo de moverse, esa irreverencia–, que fueron varios quienes se aproximaron a su historia. Un interesante artículo de la periodista Jessica Presler para la revista New York se aproximó al perfil de la joven y a varias de las personas que la conocieron mientras que la BBC llevó adelante el podcast Fake Heiress, en el que a lo largo de seis episodios se narra el ascenso y la caída de Sorokin.
Pero no es todo: la historia de la misteriosa heredera pronto llegará a las plataformas de streaming. La guionista y veterana productora Shonda Rhimes, la mujer detrás de series memorables como Grey’s Anatomy, Scandal y How to Get Away with Murder, está escribiendo y produciendo para Netflix una superproducción que se estrenará este año.
Con Julia Garner como protagonista y bajo el nombre de Inventing Anna, el proyecto cuenta con el visto bueno de la impostora. De hecho, la propia actriz, recordada por sus participaciones recientes en la serie Ozark y en la película The Assistant, fue a visitar a Sorokin a la cárcel. Y Anna, que volvió a circular por las redes sociales, viene hablando del tema en su cuenta de Instagram, donde hoy tiene más de 130 mil seguidores.
Además, aunque todavía sin fecha definida, la actriz y guionista Lena Dunham, recordada por la exitosa Girls, también está detrás de una adaptación de la historia para la cadena HBO.
En los últimos días, Delvey dio las primeras entrevistas luego de salir de prisión a varios medios británicos. Habló con la revista The Sunday Times, con la BBC, con Insider. A todos les que aseguró que jamás quiso quedarse con el dinero de otras personas ni hacer trampa, que recibió una condena injusta, que en muchos medios la mostraron como una persona manipuladora sin piedad y que su paso por la cárcel fue una gran pérdida de tiempo.
También adelantó que está escribiendo un libro y que quiere convertir toda la atención que está recibiendo de parte de los medios “en algo positivo para los demás”.
En su renovada biografía de Instagram puede leerse: “Reinventando a Anna. Mi vida es una performance artística”.
AL
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