Hilo conductor
Conocí Capital a los 22 años. Me tomé un micro sola desde mi localidad de 100.000 habitantes para ver a Soda Stereo entre 60.000 almas. Pero esta no es una columna de rock sino de la ciudad. Y el primer impacto al conocerla ese día no fue musical, sino arquitectónico: las medianeras. Grises, sucias, infinitas, a ambos lados de la autopista. El segundo shock fue tanta gente junta. Terminé aturdida. Después entendí.
No fue la marea humana lo que me abrumó, sino la suma de historias —edad, origen, destino, motivo— de cada persona que vivía detrás de esas medianeras, o que esperaba el colectivo, o que iba parada o sentada en uno de tantos internos de alguna de las 135 líneas que cruzan la ciudad, cada una con dos, tres, hasta ocho ramales. Me tomó meses darme cuenta de que era el exceso de narrativa —y no el ruido, el apuro, la cantidad de gente en sí— lo que me apabulló como recién llegada.
Tres años después, ya mudada para hacer un posgrado, pasé de turista temerosa a ser llamada “Guía T” y moverme a mis anchas. ¿Qué había pasado en el medio? Había caminado la ciudad; la había observado; la transitaba a pie, en bondi o en tren; le encontraba un sentido o varios. Había dejado de ver Buenos Aires desde arriba, desde lejos. Había empezado a leerla, por fin, a escala humana.
En el documental titulado, justamente, “The Human Scale” (2012), el arquitecto y urbanista danés Jan Gehl observa que “las ciudades antiguas siempre se recorrían a una escala de cinco kilómetros por hora. Cuando te desplazás a pie a esa velocidad, podés ver a la gente y es un mundo muy sensual e interesante. Podés ver todos los detalles: hay colores, olores, sonidos. (...) Es la escala del hombre [y, debería agregarse, de la mujer] que camina”.
El ejemplo más cabal lo da uno de los personajes de la nueva miniserie “All the Light We Cannot See” (2023), que tras huir de los nazis llega a una ciudad desconocida junto a su hija, quien no puede ver. El padre entonces le arma maquetas del lugar donde estén, para que ella reconozca los espacios con sus manos y después pueda transitarlos. Para obtener las medidas correctas, él sale a caminar por la ciudad y cuenta sus pasos.
En territorio, a la altura de uno, paso a paso (literal), armando el rompecabezas después de estudiar las piezas. En esta columna invito a leer la ciudad a escala humana, a pie o en bici, con tiempo, con lupa, con tracción a sangre, con lo que el cuerpo dé. Del zoom-in al zoom-out, del insert al plano general: mirar un aspecto a partir de detalles que pinten un panorama.
Pero no sigo porque no quiero spoilear, y paso a un caso real y más llano para graficar la escala humana: el de un grupo de conocidos míos que juegan fútbol mixto en Villa Crespo y pasan el tercer tiempo en una pizzería a unas cuadras. Todo ocurre porque hay un bondi, un subte o un tren que los deja cerca, o porque la canchita deja entrar la bici, o porque por ahí pasa una ciclovía, que a su vez se conecta con la de la avenida. Y ocurre también porque hay turnos para jugar hasta la medianoche, porque la pizzería abre hasta la una de la mañana y porque la ciudad mezcla usos, los yuxtapone. Aunque la pandemia la adormeció de a ratos, Buenos Aires, en algunas cosas, sigue siendo la que nunca duerme.
Un efecto mariposa imposible si esas canchas estuvieran por Panamericana, donde hay menos densidad y reina el auto porque las distancias son largas, porque el restaurante está alejado y las paradas de colectivo están más separadas. Aquí la escala es, justamente, no humana sino sobrehumana, maquinal. Allí la chance de encuentro grupal se va borrando como la familia de Marty McFly en la foto de “Volver al Futuro”, de a un integrante a la vez.
La escala humana es entonces salud: física, mental, vincular. Es horario compatible con todo tipo de rutinas, no solo de la casa al trabajo y viceversa. Es poder planificar, saber cuándo pasa el tren o el colectivo, o que al menos se cumpla un cronograma. Es no solo acceso, también disponibilidad.
Escala humana es comercio justo y barrial. Es prioridad de paso a una persona y no a una máquina. Es registro del otro y contrato social. Es café notable, es decir, “digno de nota, atención o cuidado”. Es detalle, diversidad, singularidad. Es más caer a ver un partido y menos fila virtual.
Es encuentro fortuito —en el trabajo, el bar, el centro—, una posibilidad reducida tras la masificación del home office. Para muchos, es inconcebible volver al viaje diario a la oficina. Pero otros tantos —algunos de ese mismo grupo— van con gusto a un coworking. Es que no siempre prefieren trabajar en sus casas y extrañan el contacto con los demás: solo buscan tiempos de traslado a escala humana; que no tome tantas horas de vida; que se pueda llegar a pie, en bici o en un rato de transporte público; que no se vuelva a casa cuando ya es de noche y solo quede resto para cenar y a la cama.
¿Qué no es escala humana? No es ni autos como símbolo de progreso, ni que el transporte público sea igual a pobreza, ni que los políticos le huyan al bondi, el tren o el subte. Tampoco el diseño urbano con lógica de varones, que caminan las calles en zapatos chatos, en general sin chicos colgados, sin temor a sufrir acoso o abuso.
Pero la mayor piedra en el zapato de la escala humana pasa menos por el movimiento y más por la edificación: el desarrollo inmobiliario sin planificación —con 16 años de continuidad política como oportunidad perdida—, su uso en el blanqueo de capitales, su relación con la inestabilidad económica y su función de reserva de valor en lugar de creación de oferta de vivienda.
El domingo pasado fui a La Boca para la 12ª edición del Festival de Caminatas. Por una hora y media, el colectivo Llenos y Vacíos nos habló de cómo la ciudad transformó el río y viceversa, nos hizo escribir haikus sobre el Riachuelo y guió un paseo por Caminito mientras en nuestros auriculares sonaba “Azul y oro” de Trueno.
A esa mirada extraña y extrañada que alguna vez tuve —de manera orgánica— y mantuve después —porque el periodismo también es desnaturalizar— es que apunto con esta serie de textos, que se publicarán jueves de por medio. Y animo a quien quiera proponer su definición de este hilo conductor que es la escala humana, porque una columna es opinión pero también debería ser debate, postura pero también apertura.
KN
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