La izquierda española suda para formar gobierno y la derecha se plantea el parricidio
Con el ingreso de los votos del exterior ayer sábado, el cuadro de posibilidades no ha cambiado demasiado. El bloque de la izquierda puede intentar revalidar una coalición similar a la que ha gobernado hasta ahora, aunque Pedro Sánchez necesita el voto favorable del sector más radicalmente independentista de Cataluña. La derecha, por su parte, sigue sin alcanzar una mayoría, y el proceso se enfoca ahora en entender por qué no se llegó a La Moncloa, y qué hacer con el hijo maldito, Vox.
De lo primero se sabe que el PSOE y sus socios de Sumar tendrán un trabajo de riesgo. La derecha y los medios de derecha (que son ligeramente mayoría que los de izquierda, para anhelo del progresismo argentino) tienen fobia por todo lo que huele a soberanismo. Si en la coalición pasada, los acuerdos del PSOE con los moderados de Esquerra Republicana levantaban urticarias, no es difícil imaginarse lo que pasaría ahora que Sánchez necesita el sí de un partido cuyo líder es la cara visible del referéndum de autodeterminación que realizó Cataluña en el 2017, Carles Puigdemont.
Para evitar el desgaste y porque los partidos de izquierda que apoyarían la nueva coalición no quieren arriesgarse a una repetición electoral, el PSOE enfrió las negociaciones, y dejó el espacio para que Sumar -la fuerza de Yolanda Díaz, vicepresidenta en funciones y ex-aliada de Pablo Iglesias- lidere las gestiones para convencer a Puigdemont de darle sus votos a Sánchez.
Las conversaciones incluyen temas como la amnistía total para los imputados por el citado referéndum; la cesión de mayores competencias para el gobierno catalán, y hasta una votación vinculante sobre la independencia de Cataluña. Esta última, fuera del marco constitucional, indigerible para el PSOE, y sinónimo de herejía para la derecha. En suma, un panorama complejo que requerirá tragar sapos de un lado y otro de la mesa de negociaciones.
Sánchez ha dicho que las negociaciones comenzarán luego de mediados de agosto (que los españoles tengan al menos dos semanas de vacaciones en paz), aunque nadie descarta que en el interín se intercambien ofrendas y amenazas.
En el mientras tanto, el Partido Popular ensayará, al menos, un par de escenas entre cómicas y dramáticas. La primera, simular que nadie quiere serrucharle el piso a su líder, Alberto Núñez Feijóo. Para los acólitos de Isabel Díaz Ayuso supone un esfuerzo enorme. Desde la misma noche electoral -cuando los cantos a favor de la alcaldesa de Madrid interrumpieron el discurso de Feijóo-, más de un dirigente de la derecha sueña con la posibilidad de que su jefa tome las riendas del Partido Popular.
En segundo lugar, habrá que ver si Feijóo decide o no presentarse a una votación para ser investido presidente aún sin que le den los números. El Partido Nacionalista Vasco (la única opción posible para avanzar en una mayoría del PP con Vox) ya dejó en claro que no está por la labor. En tanto que la idea de una gran coalición PP-PSOE no ha sobrevivido en los medios más de 24 horas.
De momento, los principales barones del PP han jurado lealtad a Feijóo. Dicen que, en el peor de los casos, el líder gallego tiene con qué conducir la oposición, y ha dado muestras de saber cómo enfrentar a Sánchez (en alusión al único debate electoral que protagonizaron ambos). Ahora bien, la pregunta es cómo continuar ese camino, ¿disimulando la cercanía ideológica con Vox o rompiendo con ellos definitivamente?
Es un dilema dramático. Mientras que algunos critican el extremismo de Vox y piden que el PP se aleje del partido de Santiago Abascal y vuelva al centro derecha. Otros encontrarían raro pegarle a una fuerza cuyo nacionalismo español, la negación del feminismo y el cambio climático, o el agite del fantasma del “comunismo”, son el insumo habitual que se encuentra en los discursos de Díaz Ayuso.
Resolver la encrucijada es central para el Partido Popular ahora que constató que parado en el lugar (ideológico) que está no alcanza los escaños para formar gobierno, y junto a Vox, tampoco.
Lo interesante es que el dilema forma parte de uno igual de enrevesado, y es el que enfrenta al PP y las regiones con sensibilidades soberanistas. El editor de La Vanguardia, Jordi Juan, contaba ayer que de los 66 escaños que estaban en juego en País Vasco y Cataluña, el PP sólo consiguió 10, mientras que todo el resto fue hacia los partidos soberanistas o de izquierdas (posibles aliados del PSOE).
Es decir, cuando el PP enarbola el nacionalismo español a ultranza retiene votos de la derecha, pero, al mismo tiempo, pierde gran parte del electorado catalán y vasco. ¿Cómo gobernar sin el apoyo de dos de las regiones más potentes del país? ¿Debe terminar la alianza ondulante con Vox? ¿Feijóo o Ayuso? El drama está aún en desarrollo…
AF
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