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El jazz argentino desciende del Mono

Enrique "Mono" Villegas
2 de septiembre de 2023 00:05 h

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En 1948, a Enrique Villegas todavía no lo llamaban Mono. Tocaba en el grupo Los Punteros, con Juan Salazar en trompeta, Bebe Eguía en saxo tenor, Jaime Rodríguez Anido en guitarra, Nene Nicolini en contrabajo y Pibe Poggi en batería. Había sido el solista en el estreno argentino del Concierto en Sol de Ravel, dieciséis años antes, y había tocado la versión original, con banda, de Rhapsody in Blue de Gershwin. Se lo veía, sobre todo, de noche. Villeguita, le decían algunos. Y “Villeguita” fue el título de la pieza que le dedicó Astor Piazzolla. Fue su última grabación con la orquesta que había creado en 1946 y, con sus síncopas y contratiempos y su notable contrapunto entre el lirismo de la melodía del violín y la angularidad del contracanto del grupo, en su sección central, tal vez la mejor –y más osada– de sus creaciones tempranas. Dos jóvenes en Buenos Aires. El pianista tenía 35 años y el bandoneonista apenas 27. Y un tango sellaba la admiración de uno por el otro.

Un año después, en 1949, Villegas fue el acompañante de un dúo de folkloristas, Martínez y Ledesma (que también tocaron con Carlos García y con Horacio Salgán). Y había grabado, en 1944, para el desaparecido sello Harlequin y al frente de un grupo bautizado Enrique Villegas' Rhythmakers. Allí tocaban Booker Pittman en saxo alto, Emilio “Pipo” Troise en trompeta, el trombonista Hugo Quintana, Horacio “Chivo” Borraro en clarinete, Jorge Curutchet y Alci Chico Lappas en guitarras, Benny Horowitz en contrabajo y Carlos Giménez y Juan Duprat alternándose en la batería. Y en junio del año siguiente registró un tema, “Tooth Blues”, en cuarteto junto con Borraro, el contrabajista Leopoldo Quintana y el baterista Carlos “Chingolo” Casalla, que era también pintor –formaba parte del taller de Lino Spilimbergo– y luego se convirtió en uno de los grandes dibujantes del comic argentino –en ese entonces se llamaban historietas– creando entre otros personajes al Cabo Sabino.

Villegas hablaba en los conciertos. Hacía chistes. Se lo podía ver acodado en la barra de El Cuartito, en la época en que era una pizzería normal (y buena). Era un gran personaje. Y eso eclipsó, tal vez, al músico. Eso y un pecado capital para el público “entendido” de ese género: fue demasiado conocido por los oyentes no especializados. Al respecto, y a manera de digresión, recomiendo leer un libro que acaba de volver a distribuirse localmente. Su título en castellano –esas licencias de los nunca suficientemente mal ponderados traductores españoles– es Música de mierda pero el original es mucho mejor: Let's Talk About Love. Por qué los otros tienen tan mal gusto. A partir de ese disco de Celine Dion que incluía la canción de Titanic, Carl Wilson reflexiona –y argumenta– brillantemente alrededor del tema del gusto –y el “buen gusto”– y el prólogo de Nick Hornby, el autor de Alta Fidelidad, no le va en zaga.

A Villegas, según parece, quien lo bautizó “Mono” fue el compositor Rodolfo Arizaga que, en los años sesenta era crítico de música (clásica) en la revista Primera Plana. Y el motivo, no apto para el INADI, era nada menos que su aspecto. El pianista, por supuesto, bromeaba: “Por ahí me dicen Mono porque imito bastante bien a los seres humanos”. Entre 1955 y 1958, Villegas vivió en los Estados Unidos. Algunos magnificaron la importancia de esa estadía y la conquista de la cuna del jazz a manos de un argentino y otros, simétricamente, la minimizaron. Lo cierto es que allí el Mono grabó dos discos excelentes con un trío excepcional, que conformaron con él el contrabajista Milt Hinton, que había tocado con Charlie Parker, Dizzy Gillespie, Thelonious Monk y Count Basie entre muchos otros, y el baterista Cozy Cole, integrante de las bandas de Benny Goodman y de Lionel Hampton y pionero al grabar por primera vez un solo de batería en el tema “Topsy”, en 1948. Los álbumes fueron Introducing Enrique Villegas, grabado en 1955, y Very Very Villegas, registrado a comienzos de 1957 y afortunadamente fueron reeditados por el sello Fresh Sound con el título Enrique Villegas Trio. Complete New York Sessions 1955-1957.

Su sueño (norte) americano terminó cuando la Columbia le pidió que grabara un disco con obras de Ernesto Lecuona, algo a lo que Villegas se negó de plano. Para un músico de jazz argentino no podía haber afrenta mayor que el hecho de que lo confundieran con un “latino”. Carl Wilson algo tendría que decir sobre el mal gusto (de los otros) a partir de esa anécdota y, seguramente también los uruguayos del Cuarteto de Nos y su perfecta, irónica y, claro, incorrecta “No somos latinos”.

En 1966, el Mono grabó su primer disco de estudio en la Argentina, En cuerpo y alma. Y lo hizo en Trova, un sello recién creado –de hecho ese fue el primer título que editaron- por Alfredo Radoszynski. El pianista grabó ocho discos con su producción y actualmente su hijo, responsable de RP (Radoszynski Producciones) ha encarado la reedición de todo ese material. La última entrega es un verdadero clásico. En Encuentro, grabado en 1968, al trío de Villegas (él, Alfredo Remus en contrabajo y Eduardo Casalla en batería, el hermano del dibujante) se suman dos de los músicos que habían llegado a Buenos Aires con la orquesta de Duke Ellington, Paul Gonçalves en saxo tenor y Willie Cook trompeta.

Varios discos con grabaciones inéditas, publicados por Melopea, y la discografía completa en Trova, en la que se destacan los volúmenes dedicados a Thelonious Monk, a Baladas de amor y a las canciones de Porgy & Bess, brindan un pretexto inmejorable para bucear en una de las carreras musicales más influyentes de la Argentina. Y, sobre todo, para escucharlo más allá del personaje. Para oír lo que la leyenda no llega a contar. 

DF

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