El oro gaseoso en las manos de Alberto y Cristina
Por razones particulares, tengo mucha familiaridad con el mundo petrolero. Soy patagónica, donde la industria del petróleo y el gas organiza la economía y la vida diaria de los pueblos y las ciudades. Crecí entre cigüeñas, tanques y barcos cargueros. Conocí, desde afuera, el manto protector de la comunidad ypefiana y su desmantelamiento, y vivo con un ingeniero en petróleo.
Las actrices y dramaturgas de la compañía Piel de Lava retratan de forma magistral el paisaje petrolero en su obra Petróleo, donde se escenifica no solo la masculinidad del mundo petrolero sino también la hostilidad del yacimiento y del tráiler donde sucede la obra. En esos yacimientos, la fuerza de la naturaleza y la estructura industrial que se despliega para explotarla y para encauzarla son apabullantes. Hay algo épico, solitario, hostil en las toneladas de metal, en las antorchas, en la brutalidad del producto que brota desde las capas geológicas milenarias. En Petróleo, la obra, unos ruidos tronadores vienen de afuera y los, las, les operaries (nunca fue más pertinente ni más significativo usar el inclusivo que en estos días, y para hablar de este tema) tienen miedo de esa naturaleza y (o) de esas máquinas que crujen. La obra sucede en un campo productor de la cuenca neuquina, uno de los tantos que iluminan el desierto en la noche patagónica.
Hoy en día la cuenca neuquina es la más importante del país en producción de gas. Existen otros dos polos muy ricos, el del norte y el del sur austral, pero esas cuencas se están vaciando, igual que las reservas de Bolivia. Neuquén, en cambio, tiene gas para abastecer la demanda de nuestro país por ciento cincuenta años más. Luego, esa reserva también se va a agotar, pero para ese entonces ni siquiera sabemos qué va a pasar con la humanidad. La reserva gasífera de Vaca Muerta es inmensa, es oro gaseoso. Para explotar esa riqueza es necesario ampliar las vías de evacuación de todo ese gas y distribuirlo por todo el país, para cubrir una demanda creciente, hoy insatisfecha.
Hay otros países que tienen mucho gas pero solo para exportar, porque no tienen gasoductos para ofrecérselo a su propia población. En cambio nosotros tenemos seis gasoductos troncales, más de 15.000 kilómetros de caños que unen todo el país, desde el norte y el sur hacia el centro del país, del oeste hacia el este, e incluso uno que cruza el Estrecho de Magallanes. Son como vasos sanguíneos por los que fluye el gas que se produce en Salta, en Tierra del Fuego, en el Golfo San Jorge y en Neuquén. Esos gasoductos se construyeron en distintas etapas de nuestra historia, bajo gobiernos de distinto signo político, desde 1949 a 2010.
Estos días escuchamos discusiones técnicas y especulaciones políticas sobre el gasoducto Néstor Kirchner, el que va de Tratallén a Saliqueló, dos puntitos en el mapa de la Patagonia norte que ahora reconocemos. Renunció un ministro y el jefe del proyecto, miembros del gobierno cruzaron acusaciones, el tema se judicializó, y, por supuesto, el proyecto se detuvo. Comenzó un derrotero judicial por el que el exministro, ingenieros, profesores universitarios y operadores declararon ante el juez Rafecas, que quiso informarse y despejar los principales puntos de acusación: el tamaño del ducto, la posibilidad de usar chapa naval, la eventualidad de una licitación direccionada, la urgencia de la obra.
Considerando algunas variables (cantidad de fluido, presión, velocidad, distancia, composición del gas, normativa) los nueve expertos que asistieron a las audiencias con Rafecas coincidieron, en un coro homogéneo y sin fisuras, en que el caño debe ser de 36 pulgadas (no 31 ni 33 mm, como figuraba en el off) de diámetro (no de espesor, como decía el mismo mensaje). Que la chapa naval no es la que se usa en la industria por no responder a las especificaciones técnicas normadas. Que la aleación de los caños debe ser “tenaz”, es decir: capaz de soportar la presión y suficientemente flexible. Que la licitación fue correcta. Que el gasoducto es asunto de urgencia nacional, como lo indica el decreto. Es decir: no hay un solo elemento que suscite dudas o sospechas. Así lo entendió Rafecas, y por esa razón archivó la causa: “como representante del Poder Judicial de la Nación en esta causa, tuve plena conciencia, desde el primer momento, de la enorme trascendencia del asunto, de la importancia estratégica que este gasoducto tiene desde el punto de vista energético y para la economía nacional (...), y si hay algo que nunca debería hacer la Justicia, es constituir un factor de distorsión, de entorpecimiento o de interferencia”. Recursos perdidos, semanas de distorsión e interferencia para volver al punto de inicio.
Despejado lo técnico, queda la política. ¿Por qué los actores hicieron lo que hicieron? Me refiero a la acusación de la lapicera, al off, a la desmentida ulterior. Es probable que ni Cristina creyera que fuera posible traer, en el tiempo récord que requiere la obra, “las chapas” de Brasil a Argentina, ni que Kulfas creyera que hubo una licitación direccionada, acusación que, por otro lado, afectaría a su propia gestión. También es inevitable preguntarse cómo interpretar las erratas técnicas del off del Ministerio: ¿en qué contexto se escribió ese whattsapp, con qué propósito, por qué contiene errores o ambigüedades de las que el propio ministro se retractó?
Claro que la política es conflicto, y que desborda la gestión técnica, pero aun así queda la pregunta por los incentivos: ¿Qué tipo de cálculo mueve a los actores a bloquearse mutuamente poniendo en riesgo un proyecto que interesa a todos? ¿Cuál es la lógica de la política en este caso? Las lecturas conspirativas, que aducen motivos secretos y egoístas, me suelen parecer pobres. Me pregunto si lo contrario del cálculo y la racionalidad es la torpeza, el error, el absurdo, la bajeza, el sinsentido, o si siempre hay un sentido que orienta lo político. El sentido mentado de la acción: ¿cálculo racional, tradición, emociones, valores, o qué?
SM
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