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Opinión - Panorama de las Américas

Para un Papa peronista no hay nada mejor que un “Juan Domingo” Biden

Alfredo Grieco y Bavio Panorama de las Américas rojo

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Jorge Bergoglio y Joe Biden son los dos católicos más importantes del mundo y los dos peronistas más poderosos del universo. Estos dos americanos se parecen tanto, que las fotos, los videos, las declaraciones, los gestos y el lenguaje que usan cuando se muestran juntos extravían sus diferencias radicales. Que oponen, pero no separan, al pontífice octogenario, seis años mayor que el presidente septuagenario. De la misma generación, ambos nacieron en enclaves blancos, que la estratigrafía social consideraría funcionalmente intercambiables. Países que multiplicaron varias veces su población por obra de la inmigración que entre los siglos siglos XIX y XX había cruzado el Atlántico. Migraciones católicas vinieron a América desde Italia (italiano era el padre de Bergoglio, como el padre y la madre de su madre) y desde Irlanda (como la familia de la madre de Biden). La inmigración española, polaca, croata, eslovena, checa, eslovaca, húngara, ucraniana también era católica. Venían a América desde aquellas regiones europeas periféricas hasta las cuales nunca habían llegado los beneficios de la Revolución Francesa. Desde un hinterland rural, semi rural, o aldeano, desembarcaban en puertos de grandes metrópolis súbitamente multiétnicas y plurilingües. Ahí vivirían sus primeras horas en repúblicas presidencialistas; hasta entonces, sólo habían conocido el poder político de que disponen reyes o emperadores, zares o sultanes. Más democrática, en comparación, es la Iglesia: monarquía, pero electiva.

El Papa es elegido por un cuerpo colegiado, el de los cardenales reunidos en cónclave. Tampoco eran elegidos por el voto popular directo los presidentes de Argentina y EEUU. También los elegía un colegio electoral, institución que en EEUU sigue funcionando. El pueblo no elegía, pero elegía a quienes eligen, los electores.

Las masas migrantes católicas lucían más creyentes, más practicantes, más religiosas en suma, que las sociedades a las que arribaban. Así todavía en el clasemediero barrio de Flores a fines de la década de 1930 en la ciudad de Buenos Aires, como en la ciudad proletaria de Scranton en el estado de Pensilvania a comienzos de la siguiente. La mirada ansiosa de las autoridades locales encontraba que estas masas laboriosas, religiosas, peligrosas eran más arcaicas, más supersticiosas, primitivas y prejuiciosas, más antihigiénicas, menos científicas y más rígidamente moralistas que la tolerancia media de las élites ante quienes no se aferraban al laicismo como primera regla básica y orgullosa de la convivencia civilizada.

En EEUU, la mayoría de la población, y el gobierno, era protestante, al momento de abrirse a la gran inmigración europea. Para las élites WASP, irlandeses, italianos, polacos están un decisivo escalón encima de los negros africanos ex esclavos, pero dos escalones debajo de ellas. Celtas, latinos y eslavos no son anglosajones, no son protestantes. Solo hubo un único presidente católico antes de Biden, y no completó su mandato: J F Kennedy, también de familia irlandesa, murió asesinado.

El papa y el presidente son íntimamente conservadores. Su ideal político y social es un ideal formulado en el pasado, el ideal peronista de la comunidad organizada, que respira y existe como un organismo viviente, dinámico pero armónico, donde cada sector está contento con la función que le toca, como en el cuerpo humano el riñón no se resiente con el corazón, ni el páncreas con el cerebro. La desigualdad material de las morfologías cede ante el igualitarismo ideal de la cooperación imprescindible. Pero no son en absoluto reaccionarios. Saben que ese ideal del pasado nunca se realizó en el pasado. Biden es un político profesional, y el jesuita Bergoglio, ex arzobispo. Buscan las posiciones que menos divisiones fatales generen en el interior de la Iglesia o del Partido Demócrata ahora en el poder. Están aliados con los grupos más progresistas. Aunque a título personal Biden está en contra del aborto, pública y activamente defiende este derecho. En el episcopado de EEUU, los obispos más a la derecha iniciaron una campaña para negarle a Biden la hostia si quería comulgar en misa.

El obispo de Rhode Island tuiteó, antes de la visita del presidente norteamericano al Vaticano, pidiéndole a Francisco que zamarreara a Biden y le diera una buena lección a ese católico abortista que hacía quedar mal a los católicos de todo el mundo. Tuvieron un encuentro excepcionalmente largo, de una hora y media, donde las conversaciones fueron a puertas cerradas, del que los medios vaticanos ofrecieron un resumen excepcionalmente breve. A la salida, Biden dijo a la prensa que habían hablado de migraciones, pobreza y miseria, paz y justicia pero no, no de los derechos de las mujeres. O sí, en realidad mucho, pero no, no de ese único derecho específico, el de interrumpir su embarazo. El Papa le había dicho que él es un buen católico, y que debe seguir comulgando y recibiendo la comunión en público y en misa. La eucaristía, había dicho el Papa, no es un premio para los perfectos, es un don de Dios. El obispo de Rhode Island, disgustado, tuiteó que ya no hay profetas en Roma, como aquel san Juan Bautista que dejó que su cabeza fuera cortada (y colocada en una bandeja) antes de dejar de denunciar a Herodes. Para este epíscopo, evidentemente el Papa no es ningún santo. Pero el presidente de EEUU es como aquel rey judío, el que había ordenando que mataran a todos los nacidos en Navidad, la masacre de los Santos Inocentes.

AG/WC

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