¿Qué pasará en Chile después de un triunfo de la izquierda muy superior al de la Unidad Popular en 1970?
Las elecciones del fin de semana fueron únicas en Chile -y en el mundo- por votar una Convención Constitucional en pandemia, por hacerlo con paridad de género asegurada, por reservar un cupo de convencionales a los pueblos originarios, por votar al mismo tiempo poderes constituyentes (la convención) y poderes constituidos (gobernaciones, alcaldías y concejos municipales). Fueron únicas en Chile, porque era la primera vez en su historia que votaba una asamblea constituyente y elegía por voto directo a las autoridades de las regiones. Pero también fue un elección única en la historia de Chile por sus resultados, porque en la elección de convencionales triunfó un conjunto de fuerzas de izquierda más a la izquierda que todas las izquierdas que alguna vez gobernaron y porque la derecha derrotada quedó reducida a una minoría sin masa para proponer y ni siquiera para oponer. Sobre 155 convencionales, 118 son de la izquierda, 38 de la derecha (los mínimos restantes, de fuerzas intermedias, pero izquierdizadas, como la Democracia Cristiana que ganó 2). De las 16 regiones, sólo en 1 Chile Vamos, el bloque de derechas oficialista, lleva la delantera. De los 345 municipios, Chile Vamos sólo 88.
En lo de los resultados, mirado de más cerca, es una elección casi única. Porque en la historia chilena la elección del 15 y 16 de mayo de 2021, como victoria contundente de una izquierda de izquierda remite a otra. La del 4 de septiembre de 1970, cuando ganó la presidencia Salvador Allende al frente de la coalición de izquierda Unidad Popular (UP). La posición de Allende, con todo, era más desahogada, porque no venía en 1970 la UP a abolir una Constitución y sustituirla por la que arbitrara mejor, sino a respetar la vigente. Tampoco le alcanzaban los apoyos a Allende para gobernar solo, y supo conciliar y llegar a un acuerdo con la Democracia Cristiana (DC). A pesar de respetar la Constitución vigente, y del pacto de garantías democráticas que también respetó, el presidente socialista se suicidó, cuando su gobierno fue derribado por el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973. En 2021, el bloque resultante de la buena elección para la Convención Constitucional del Partido Comunista (PC), el izquierdista Frente Amplio (FA), una mayoría de independientes diversamente progresistas pero no de derecha y nunca de centro (se es independiente para huir del centro), y un cupo fijo de convencionales de los pueblos originarios también orientados a la izquierda, escribirá la Ley Fundamental de Chile que ha de ser el marco definitivo y determinante de la convivencia nacional en el futuro.
Épicas y épocas
Dos postergaciones sufrió la votación del fin de semana, por motivos de bioseguridad en tiempos de pandemia, y esas postergaciones fueron fatales para la derecha, que sufría un deterioro que aceleró su velocidad. Es inútil decir que si se hubieran celebrado cuando debían, los números habrían sido menos desequilibrados. El resultado de la elección, en sus números reales y no hipotéticos, significa que el bloque de Chile Vamos nada aportará a la nueva Constitución. El porcentaje que supo conseguir inhabilitó a la derecha de antemano: con menos de un tercio del total de convencionales, cualquier moción que adelante será vencida. Coartada, nada podrá coartar: cercenado el músculo para avanzar, insuficiente la potencia para detener. Si abre la boca, la derecha histórica perorará sin ser oída, aunque, de respetar los turnos oratorios, también sin verse interrumpida. A quienes desde la oposición asocian con la confección de la Constitución abolida (la de 1980), y con sus mandantes (Augusto Pinochet), ningún papel activo tocará desempeñar en la Convención que la reformará o sustituirá sin residuo.
En tres décadas, este bloque de derechas nunca había sufrido una crisis de representación ni de identidad. El nexo con su electorado era inequívoco, y biunívoco. Ahora queda reducido a espectador de primera fila. Desde donde observará cómo una mayoría nueva, que ha anudado por lazos heterogéneos esa representación con sus votantes que le permite obrar con la fuerza del mandato que alegan, chocará con una dificultad técnica. La de dotar de consistencia a la Ley Fundamental, sea las que fueren las que en su albedrío la Convención escoja como formas de Estado y de Gobierno, una vez extinta la pasión por las declaraciones de derechos nuevos y garantías poderosas y el prolijo y entusiasta transmutar cada línea de sus pliegos de demandas en artículo o inciso de derecho humano inalienable. Como lo sintetizado para elDiarioAR Rafael Bielsa, hoy embajador argentino en Santiago, “las constituciones son un pacto de convivencia, pero no crean bienestar ni tampoco riqueza”.
Hazte a un lado, Pinochet
Si en los últimos meses de vacunación y pandemia hubo algo que convenció a enormes números de la población sobre la urgencia de una reforma constitucional fue el oír las voces de juristas que opinaban que los retiros de los fondos de pensión de las AFP (Administradoras de Fondos de Pensión) eran inconstitucionales. Esta opinión no prevaleció, a pesar de que Sebastián Piñera objetó ante el Tribunal Constitucional el tercero de estos retiros. Al público, sin embargo, no pasó desapercibido lo ocurrido. Consideraba injusta, inicua una Constitución que no declarara expresamente o dejara absolutamente en claro que los retiros de fondos de pensión eran constitucionales. Esta injusticia no podía esperar, y era más insufrible que el vivir todavía bajo la Constitución de Pinochet. En tres retiros sucesivos, fueron retirados más de 50 mil millones de dólares. Quien en un Congreso sin olfato social advirtió cuánto había para ganar con esa causa, fue la diputada humanista ex comunista Pamela Jiles. Es sexagenaria, pero es ‘la Abuela’ desde cuando trabajaba como periodista en televisión y este era el nombre de su personaje. El sábado la abuela fue a votar a un candidato que es también su pareja y el jefe de gabinete de su despacho en la Cámara de Diputados. Esperó a que llegaran las cámaras y le aseguraran el vivo. Proclamó que Pablo Maltés sería mejor gobernador de la Región Metropolitana, insultó a Piñera y tranquilizó al público, porque votando al Partido Humanista ganarían un cuarto y un quinto retiro de fondos de pensión.
Una encuesta del Centro de Estudios Públicos (CEP), conocida a principios de mayo, dejó ver, a la clase política, medios, academia, una fotografía tan incómoda de la opinión pública que preferían declararla trucada. Marta Lagos, directora de Latinobarómetro y fundadora de Mori Chile, infirió la irrelevancia de las conclusiones a partir de las imperfecciones de su método y las deficiencias de su enunciación, que provocaban a sus veces erróneas interpretaciones sensacionalistas por los medios. Dentro del sondeo, la pregunta cuyas respuestas esos medios más difundieron era la de evaluación de las principales figuras políticas chilenas. Dos extremos se destacaban. El presidente Piñera tenía 9% de aprobación y 78% de desaprobación y la diputada Jiles 54% de aprobación y 28% de desaprobación. La abanderada del retiro de los fondos de pensión era la figura política con mayor aprobación en Chile. Joaquín Lavín, político de la derechista Unión Demócrata Independiente (UDI), al que se había considerado a principio de año presidenciable mayor para las elecciones de noviembre, estaba más de 20 puntos de aprobación por debajo que Jiles y más de 10 puntos desaprobación por arriba. Siendo menos querido, es también más detestado este economista que fue Chicago Boys, y es supernumerario del Opus Dei y alcalde de la opulenta comuna de Las Condes en el sector oriente de Santiago.
Los penúltimos días
En un proceso antes lento y menos visible, después del ‘estallido social’ de 2019 más indisimulado o deliberado, todos los partidos chilenos se han corrido hacia la izquierda, aun la UDI. Lavín dice ahora que él es socialdemócrata y, naturalmente, inclusivo. “Es cierto que Lavín ya ha dicho ser muchas cosas en muchas oportunidades”, evocó en Radio Bio Bio el comentarista político Tomás Mosciatti. La relación de Lavín con su electorado es representativa, pero su electorado no alcanza para ganar una presidencial, y él será candidato, por tercera vez en su vida, en las del 21 de noviembre. Su electorado no alcanza ni siquiera para un tercio de convencionales en la Convención Constitucional, según se vio en el fin de semana. Ya había atraído Lavín el escrutinio sobre su desplazamiento ideológico, al menos exterior, cuando decretó en su comuna multas al acoso callejero, adoptando la medida que antes había decretado en la de Recoleta, en el pobre sector norte de Santiago, el alcalde comunista Daniel Jadue, uno de los presidenciables mejor posicionados a juzgar por el voto del Partido Comunista (PC) en la Convención.
El electorado de Chile Vamos quedó subrepresentado en la Convención, pero si Lavín llegara a una segunda vuelta se reconfiguraría como unidad. Están sobre representados los pueblos originarios, a quienes se asignó un cupo fijo de 17 bancas elegidas por una votación paralela. Esto fue un aditamento; la convocatoria original a la elección de convencionales era más clásicamente republicana y albergaba a toda la población chilena con edad para votar bajo el concepto de ciudadanía. La reserva de cupos especiales con bancas especiales había sido una de las normas conceptualmente más criticadas de la Constitución de 1980, como la senaduría vitalicia que establecía para Pinochet, y en carácter de tal lo defendió el canciller socialista José Miguel Insulza al ex dictador cuando en 1998 fue arrestado en Londres por exhorto del juez Baltasar Garzón. Si en las elecciones sin cupo el ausentismo fue de casi un 60%, en las con cupo, las de los pueblos originarios, fue casi del 80% del padrón. Aquí surge una pregunta, acerca de cuán benéfica será para quienes está dirigida una reparación histórica con representantes provenientes del voto de 2 de cada 10 votantes.
Si en la derecha siempre existió la disciplina de reunirse bajo una cabeza única, no existió nunca en el espacio que va de la centro-izquierda a la izquierda para un frente con un comunista a la cabeza, pero la disolución de la ex Concertación (derrotada como Lista del Apruebo) unida a la emergencia de una suerte de nuevo concierto, más a la izquierda con el Frente Amplio (FA) y el PC (vencedora como Apruebo Dignidad) hace que hoy no sea inviable la presidencia para el PC. En la comuna de Santiago será del PC la nueva alcaldesa, Irací Hassler, que frustró las aspiraciones de Felipe Alessandri (RN) a una reelección, con lo que unidos las comunas de Santiago Centro y Recoleta, todo el centro de la capital chilena -donde el Palacio de la Moneda, la sede presidencial de gobierno, es un enclave- será un consolidado comunista.
En el Palacio de la Moneda, si puede, Piñera durará hasta el fin de su mandato, a mediados de marzo de 2022. Su gobierno padecerá de una estrechez, todavía más angosta que las anteriores, porque convivirá con las sesiones -que las fuerzas triunfantes quieren públicas, y con público en las graderías- de una Convención Constitucional donde el oficialismo quedó reducido a inerme minoría, con una campaña electoral para las presidenciales que va a recurrir a criticarlo como argumento predilecto, y con unas gobernaciones con autoridades electas por primera vez por voto directo, que en su abrumadora mayoría son opositoras, que van a probar su musculatura golpeándolo con la impunidad que otorga el no tener pasado. El presidente no tiene por qué abandonar La Moneda, aun cuando la gran victoria en las elecciones del domingo ha sido de independientes, frenteamplistas y comunistas que han fundado su victoriosa campaña en exigirle la renuncia a Piñera.
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