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Opinión

Racismo y antirracismo en avance

David Gudiño, actor, dramaturgo, integrante del colectivo Identidad Marron.

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Para quienes deseamos no digamos ya justicia e igualdad, sino al menos algo parecido a una vida civilizada, las noticias no vienen siendo muy alentadoras. Las frustraciones que por todas partes alimenta el capitalismo revierten en una tensión interétnica cada vez más violenta. En las recientes elecciones para el parlamento europeo, la ultraderecha arrasó en varios países. En la primera vuelta de las elecciones francesas también se impuso un partido de antecedentes antisemitas y de prédica islamofóbica. Alemania, Francia, Italia se inclinan hacia partidos xenófobos, de esos que intentan (y logran) convencer a las personas de que la caída de su bienestar es culpa de los inmigrantes, antes que de esos empresarios perfectamente blancos de sus propios países que aportan cada vez menos impuestos y se llevan los puestos de trabajo a lugares en los que pagan salarios de hambre a trabajadores de tez más oscura y sin derechos. Esos mismos que luego emigran buscando una vida un poco mejor.

En Israel, la brutal limpieza étnica de los territorios palestinos avanza como si nada, apoyada por una mayoría de la población en caída libre hacia la barbarie racista total y por la complicidad de la “comunidad internacional” (en rigor, ya solo Estados Unidos y el puñado de sus aliados más genuflexos, entre los que hoy, penosamente, se cuenta la Argentina). 

En nuestro país ese mismo clima racista avanza de manera alarmante. Nuestra extrema derecha libra su guerra más urgente contra los pobres, pero también se embarca en esa paranoia compartida por la defensa de “Occidente”, tras la cual no cuesta ver la vocación de sostener la supremacía de los blancos a como dé lugar. En las redes sociales y en las decisiones públicas se ocupan de alimentar un racismo que no introdujeron ellos, por supuesto, pero que les sirve exacerbar. Cada semana suman episodios. En estos días vimos a Ramiro Marra o a alguno de sus acompañantes insultar a los “negros de mierda” como si nada (algo que admiradores menos conocidos de Milei y de Macri hacen todo el tiempo). En algunos shoppings hubo paranoia racial y de clase a cuento de la presencia de jóvenes del conurbano, a los que se prohibió el ingreso y quienes fueron objeto de las habituales agresiones de simpatizantes de la derecha, que hicieron foco en su color de tez amarronado. Por ignorancia o negación, el diputado Agustín Romo explicó a sus seguidores que la Argentina nunca trajo esclavos, por lo que las críticas al racismo no tendrían sentido entre nosotros. Al mismo tiempo, no deja de compartir en redes su odio a los musulmanes y cuanta noticia vea en la que alguien de tez oscura agrede a alguien blanco. Como para que los percibamos como enemigos. Al conjunto de agresiones que viene tomando contra los pueblos originaros, el gobierno sumó en estos días el cambio de nombre del lago Acigami en Tierra del Fuego, de su denominación yagán original a la de Lago Roca y la prohibición de que Parques Nacionales envíe su tradicional saludo a los pueblos andinos y mapuche por sus fechas sagradas. Para que no queden dudas de que su presencia en la nación no fue ni es bienvenida.

En este rubro, por suerte, no son todas malas noticias. A la barbarie racista se oponen resistencias por todas partes. La rebelión en las universidades de Estados Unidos contra la destrucción de Gaza es verdaderamente conmovedora, lo mismo que los millones de judíos que en todo el mundo (Israel incluido) salen a la calle a decir “No en nuestro nombre”. Por toda Europa se alzan muros y campos para detención de inmigrantes, pero también voces que defienden su dignidad y un trato humanitario. O que señalan la contradicción de quienes sostienen que el Estado nunca debe coartar la libertad de los individuos, salvo que sean de piel oscura, en cuyo caso no deben gozar de la libertad de vivir donde quieran. Porque hay individuos e individuos, se entiende.

En nuestro país se sigue desarrollando un movimiento antirracista que desde hace unos años cuenta con grupos de activismo organizado. Como muestra, de entre varias noticias recientes, destaco dos. Hace poco se estrenó la serie “Antirracistas”, cinco cortos de animación producidos en 2023 por DIAFAR (Diáspora Africana de la Argentina) con financiamiento del ENACOM (hoy diezmado por Milei). Se trata de la primera serie de animación de contenido antirracista para el público infantil. Idea general de Federico Pita, activista afroargentino y referente de DIAFAR, los videos cuentan con la locución de algunas voces famosas. Cada entrega explica alguna manifestación del racismo en nuestro país e invita a combatirlo. La primera enseña a los niños que entre los argentinos y argentinas existen colores de piel muy variados. La segunda la emprende contra algunas agresiones contra los afrodescendientes típicas en las canchas de fútbol. La tercera, contra la fantasía de que Argentina es un país exclusivamente de origen europeo. La cuarta, contra los estereotipos físicos, aquellos que mueven a los fabricantes a ofrecer muñecas solamente de piel rosácea o que representan a los indígenas de manera exotizante. La última es contra la costumbre de tiznarle el rostro a los niños en los actos escolares por el 25 de Mayo, algo que el video presenta como equivalente al blackface estadounidense. Cada entrega termina con una canción rapeada que invita a estar “todos unidos sin racismo”.

Acaso por estar dirigida a niños, la serie no profundiza en el carácter estructural del racismo, en su conexión con las diferencias y privilegios de clase y de color. En cambio, ese eje es más visible en la obra de teatro El David Marrón, que volvió a la cartelera porteña en estos días. Se trata de un unipersonal estrenado el año pasado, escrito y protagonizado por David Gudiño y montado con aportes del Instituto Nacional del Teatro (otro de los blancos de los ataques del gobierno). Con mucho de autobiográfico, la obra tematiza la experiencia de un joven del noroeste argentino de piel amarronada que se muda a Buenos Aires y las ambivalencias de la relación amorosa que establece con un hombre de clase superior y tez blanca. La dificultad de los argentinos blancos para percibirlo como un compatriota, los estereotipos que lo ubican necesariamente en la clase baja, las violencias cotidianas que padecen quienes no son suficientemente blancos a ojos de los demás, aparecen retratados con agudeza. Es que, además de actor, Gudiño es activista de Identidad Marrón, uno de los colectivos antirracistas de mayor visibilidad en los últimos años. En el diálogo constante que el protagonista entabla con otro David, el “David blanco” –un calco del David de Miguel Ángel, contrapuesto al David marrón que lo interpela– suma una interesante reflexión sobre la representación de los cuerpos en el arte Occidental y argentino. Muy recomendable, El David Marrón recibió el premio Trinidad Guevara y puede verse los viernes de julio en el teatro Santos 4040. 

EA/DTC

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