Perdón que interrumpa
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Opinión
La ruta de la seda y la política que la mira de lejos
Hay trabajos del lado de adentro. Que pisan el jardín. Que entran al clóset. El portero y la mucama: la clase obrera con cama adentro en el paraíso. Uno de los problemas del lenguaje: el del personal doméstico, la trabajadora de casas particulares, según la ley. Tema de culo sucio de la sociedad: ¿cómo llamarla? ¿Cómo nombramos? ¿Mucama, sirvienta, empleada doméstica, la chica que nos ayuda en casa? La chica que nos ayuda usa los términos “colaborativos” tan criticados en las plataformas de trabajo 4.0. Hay en esta tensión una información precisa más sobre cada uno que sobre lo que puede modificar en los otros. “Vine a la marcha porque vino la chica a cuidarme el nene”. Decir con culpa, culpar al que dice mal.
La foto de 2008 que mostraba una señora bajando a la calle a hacer tronar el escarmiento de sus cacerolas y que (la imagen da a entender) puso a cacerolear a su empleada pretendía materializar el corte de clase deseado por el kirchnerismo. Pero la pelota pica en todas las canchas. Se recuerda el no tan lejano affaire de Victoria Donda y su empleada, cuya “solución” laboral vendría tercerizada de la mano del Estado. O antes, en 2018, cuando se difundió un audio del ministro de trabajo, Jorge Triaca, a grito pelado contra su empleada (“Sandra, no vengas…”). Y también pasó en ese 2018 la rebelión de las Rosa Park de Nordelta: empleadas que cortaron las vías al barrio porque querían viajar dignamente y que, en ese mismo bardo, en varias declaraciones radiales pusieron sobre la mesa el acoso sexual clásico de algunos patrones o sus hijos. El piquete en la puerta del barrio privado tenía ese puñal bajo el poncho. “¿Y si hablamos de esto también?”, parecían decir. Sé a quién acosaste el verano pasado. Es complicado tener ‘en blanco’ todo, todo. La ganaron en Nordelta ellas. Memoria no es sólo el recuerdo catequizado del pasado, sino lo que no sabés que sabés: si la gente se junta puede ganar. Una verdad argentina sin límite.
Vayamos a 1949, año de la Constitución peronista. Una pareja sale. Va al teatro o al cine. Dejan al bebé en casa con la empleada doméstica. Vuelven y encuentran a la chica con el vestido blanco de novia de la esposa parada mientras sostiene una bandeja al bebé asado. El mito del bebé asado sobre el que escribió y reescribió la psicoanalista Marie Langer. El mito elaboraba el trauma del “revanchismo”, las representaciones inconscientes de una Evita todopoderosa. Ernesto Sábato elaboró algo de esto en su libro contra Mario Amadeo (El otro rostro del peronismo): las mucamas que lloran la caída del peronismo en la casa de una familia que la celebra. “Aquella noche de septiembre de 1955, mientras los doctores, hacendados y escritores festejábamos ruidosamente en la sala la caída del tirano, en un rincón de la antecocina vi cómo las dos indias que allí trabajaban tenían los ojos empapados de lágrimas. Y aunque en todos aquellos años yo había meditado en la trágica dualidad que escondía al pueblo argentino, en ese momento se me apareció en su forma más conmovedora.” Del niño asado a los ojos empapados de estas indias por quienes las defendían. Al párrafo no hay con qué darle. Es otro de sus prólogos.
Y a veces hay más información sociológica en un poema que en mil papers. Este poema de Martín Prieto (de su libro “Lo que no debió pasar y pasó”, Editorial Neutrinos, 2021), por ejemplo, va al hueso contemporáneo sobre ese contacto bajo el mismo techo entre “las clases”. Acá no hay indias que lloran. Copio y no adelanto más:
La profesora de Filosofía
un manual de buena conciencia
que da clases con un echarpe cubierto de pines
estampados con consignas que defienden todas las causas
—se diría: un auto de Turismo Carretera promocionado
por empresas autogestionadas de izquierda— en un acto de contrición
por haber obrado mal en su vida vieja
cuando creía en el dinero y en la hetenormatividad
le dio un baúl de ropa usada a la chica que trabaja en su casa
y gastando de la herencia residual de su propio pasado
unas semanas después en una confusión temporal de roles
—la patrona que había sido, la que no quería ser—
le preguntó qué había hecho con las prendas
que no modificaban en nada su vestuario habitual
—el jogging, las zapatillas, la camperita de cuero—
y la chica, de repente distante, en modo principesco natural
empapando una esponja en detergente y agua:
“se las regalé a los pobres”.
El poema es perfecto y el pobre es el otro. La chica con “camperita de cuero” rompe el modelo y desnuda, si es que cabe, la autoindulgencia de la patrona para quien la ideología viste tanto (“un echarpe cubierto de pines”) que oculta lo esencial: su lugar en la cadena alimenticia y el desconocimiento sociológico más fino del “Otro” mitológico, la otra clase.
Y tal vez hay una medida de las cosas en el poema de Prieto: seguir el camino que hace la ropa para conocer la economía (y mucho más que la economía). Es el camino que hacemos con la ropa, el camino que hace la ropa sobre nosotros. Es la ruta de la seda. Pensemos en la bolsa de ropa que viaja de mano en mano. Porque esta crisis se podría llamar así: “¿tiene ropa para dar?”. El destino de esa ropa que se da (cuando se da) poniendo cara de Farinello, con la creencia de que va a cubrir una mano fría, un pie helado. Pero parece que… no es sólo tan así. La ropa entra en un circuito propio, en una economía.
“Los carros de la cooperativa entre cartón, plástico y botellas también traen ropa”, me dice Marta (“Pichi”) como si describiera lo que trae un río. Pichi ya está grande, tiene algunos problemas de salud (el corazón) y sigue siendo presidenta de la cooperativa de cartoneros “19 de abril” de Villa Soldati. Llega ropa que juntaron en distintos lugares. “Algunos vecinos la tiran y los chicos la juntan, y otros no, cuando los chicos les piden, entran a la casa y salen con ropa. Hay gente que les dice ‘les damos alguna ropa pero nos tenés que limpiar el lugar’”. Los chicos son los más de veinte muchachos que forman la tropa de la cooperativa que durante la semana empujan el carro y cobran lo que se vende los sábados en el galpón de mejor precio. La ropa juega un papel clave en la recolección.
Los muchachos no tienen “hambre”, pero se quejan de su dieta en la crisis. Pichi comenta el hartazgo del arroz con pollo. “¿Sabés lo que me dicen los chicos? Me dicen que ya están cansados de comer arroz con alita de pollo. ‘Estamos podridos de la alita, tía’, me dicen. A mí me da tristeza. Ellos comen, duermen. Vienen unos días y después, varios, vuelven a la provincia. Es muy triste. La verdad que yo nunca pensé que íbamos a tener un país así como el que estamos viviendo ahora.”
-¿Y qué hacés con la ropa?
-Yo la lavo bien, las zapatillas, las botitas. La lavo bien, la acomodo y la vendo. Ayer me trajeron lapiceras que encontraron los pibes y las vendí a cien pesos cada una. Me la rebusco.
-¿Y dónde las vendés?
-Se las doy a los que venden en la feria.
La feria se arma entre el Barrio de Fátima (la villa 3) y Los Piletones. Y funciona todos los sábados. “Encontrás miles de personas”, dice Pichi. “También hay trueques, hacen cambio por un paquete de fideos, arroz, azúcar en algunos puestos. Les dicen ‘yo tengo tres leches’ entonces le responden ‘te cambio la remera por las tres leches’. O por dos aceites, y entonces negocian unas zapatillas por dos aceites.
Del otro lado de la capital se amplía el circuito. “Hay muchas personas del Gran Buenos Aires que van a pedir ropa a Capital y les dan ropa en buen estado, y esa ropa la venden en ferias, trueques, que todavía hay, o también por grupos de Facebook o WhatsApp”, dice Cristian Navarrete, que vive y milita en González Catán. “Se toman buena parte del día para pedir cosas y ropa. Seguramente otras cosas ligarán. Esa es la ruta de la seda de la ciudad al Gran Buenos Aires. Conozco un par de casos muy cercanos. Una vuelta estaba en el edificio de mi novia en capital, y tocaron el timbre pidiendo ropa. Entonces bajamos y me encuentro que era una vecina mía. Nos miramos y nos hicimos los boludos. Le dimos la ropa y siguió su camino. Después, la vi vendiendo en una feria chica en una plaza cerca de casa.”
Hay grupos de WhastApp donde venden ropa que la consiguen las chicas que van a pedir. “El otro día mi hermana compró unas remeras de marca. Creo que de Cheeky. Intuyo, que la ropa por el olor que tiene, antes de venderla la mandan a un lavadero. Después te las venden embolsadas, usadas claramente, pero a pocos pesos.”
Al economista Leandro Mora Alfonsín le pido “en dos líneas” un panorama de qué es y quién trabaja en la industria textil argentina. “Cuando hablamos de textil como industria, hablamos de mucho más que la ropa. La cadena productiva del sector textil e indumentaria es una industria multifunción y abarca desde el procesamiento de fibras, la fabricación de hilados y tejidos (insumos para la industria) hasta el diseño y confección de prendas de vestir y artículos para el hogar (bienes finales para el consumo). En los primeros eslabones (fabricación de hilo, ya sea de algodón o sintético) tenés pocos jugadores, con muy buen nivel de tecnología, alta formalidad laboral con buenos salarios relativos, tecnología en la frontera mundial y buen nivel de competitividad. Aguas abajo, va atomizándose el ecosistema, aumentando el nivel de informalidad y bajando la productividad y competitividad. En la confección los trabajadores informales alcanzan casi el 67%; cerca de 150.000 personas se estima, donde entre 10.000 y 20.000 lo hacen en talleres clandestinos”.
¿Quién trabaja en cada máquina? 700 beneficiarios de planes en La Rioja pasaron a tener su empleo formal en la confección, me informan. ¿Cuándo le toca al del taller de Flores? ¿Quién se acuerda de él? En la pobreza hay paradojas. “La producción nacional de ropa está creciendo, aunque enfrenta límites más bien estructurales por la escasez de costureros capacitados, más allá de los vaivenes en el nivel de actividad y la provisión de insumos”, dice Mora Alfonsín.
Ropa nueva, ropa usada, ropa confeccionada en la clandestinidad. Ropa de ricos hecha por pobres. Ropa carísima. ¡Abran las importaciones! Ropa de pobres hecha por pobres que no pueden pagarla. La vendedora de una feria de una plaza de capital dice: “hay los que fabrican y que ya fabrican para ellos mismos, eh, para vender en las ferias”. Mientras las capas medias y media alta despotrican con todo derecho contra el IPC de la ropa de shopping que se va por las nubes, se abre en el camino de las donaciones la venta de feria (y de donde a esta altura terminarán mordiendo casi todos). Ese mundo es el zumbido que acopla el “¿tiene ropa para dar?”, el hormigueo de las otras economías (populares). Lo que se mueve en negro, con el posnet de Mercado Pago, a lo sumo, la parte de la parte en que esta crisis se podría llamar la rebelión fiscal, y que la política (todos) miran de lejos. La economía real nos muestra a veces la velocidad astuta de la gente. ¿Dónde están estas realidades en todos los discursos de hoy?
MR
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