Subrayados
Para Osvaldo Umérez, in memoriam
Una obra lo es también por los subrayados. Los de otros y también los propios y también lo que subrayamos en lo que otros subrayaron. Una especie de Mamushka de resaltados, un palimpsesto que no cesa. El texto se hace en y con los subrayados; en definitiva, como dice Juan Ritvo, “un texto por venir es el único texto de que disponemos”. No hablo sólo del género “comentario” o de los análisis, hablo de subrayados. Los lugares en los que alguien se detiene por algo: una palabra, una idea, una resonancia; esa porción que se decide anotar, escribir al margen, sacar del total del texto o, en rigor, para hacer del texto algo que se resista a la totalidad. Ahí leer implica un gesto que produce, como señala Ritvo, un “más allá de la totalidad, es la singularidad que se impone más allá de la totalidad. [...] Supone un objeto que se ha excluido de la totalidad, pero a la vez queda excluido de la totalidad el que lee”. Ni interpretar ni analizar, leer. Y en esa lectura se produce un efecto: el lector. Ni el texto ni el lector pueden ser dados, siempre son un efecto de la lectura, de esos subrayados. Detenerse en esos subrayados permite que un texto no se cierre sobre sí mismo, que no rechace nuevas lecturas. Acaso ahí radique la diferencia entre los distintos modos de leer. ¿Qué hace que un texto constituya una lengua viva? Que se lo pueda seguir leyendo, que se lo pueda seguir subrayando. Que no se coagule en un dogma. Sobre todo cuando se trata de textos tan leídos, comentados y analizados como Hamlet, de William Shakespeare.
Las lecturas hacen de un texto algo vivo en la medida en que no pretendan ser una hermeneusis. Nicolás Rosa dice que para enfrentar esas lecturas hermenéuticas, “podemos postular una lectura de las ruinas textuales operando sobre la desaparición, fragmentación y parcelamiento para luego intentar reconstruirlos, lo que Freud llamaba construcción- reconstrucción dando pie para una nueva lectura arqueológica donde el Sujeto- lector contribuía a la reconstrucción de los restos”. No se trata del sentido último del texto. Quizás la pregunta no sea, como sugiere Jacques Lacan, ¿qué quiere decir eso?, sino ¿qué es lo que al decir, eso quiere?
Ruinas textuales, restos. El subrayado es mío.
Alguna vez Lacan definió la literatura como la acomodación de restos. Y entonces pienso en Hamlet, no sólo en el texto mismo, en su literatura, sino en aquello de lo que se trata a la vez que aquello que trata, eso que queda tratado en la obra. El tratamiento de la cosa. Quizás también se trate de eso: de cómo se acomodan los restos, como en un duelo. Esos restos que insisten, que vuelven intocados, que se repiten y se precipitan ineluctables. Esos restos que no descansan. Es que sí, “los restos”, dice Eduardo Rinesi, “con todos los valores que contiene esa palabra, son un tema fundamental en Hamlet”.
Cuando leemos Hamlet, asistimos a una coreografía de la imposibilidad en lo que a los duelos se refiere, los restos se resisten a ser acomodados. Ya en el comienzo leemos a Claudio decir que el recuerdo de su hermano está todavía fresco -¡como el cadáver!- pero que aunque haya que mantener el luto en el corazón y en el reino, también hay que seguir ocupándose de sí mismos. Que se puede seguir con “un ojo esperanzado y el otro sin consuelo/con alegría en el funeral y lamentos en la boda” (las citas corresponden a la traducción de Eduardo Rinesi). Claudio y Gertrudis están juntos, se van a casar, Hamlet no disimula su desagrado ante la rapidez de ese casamiento y esa rapidez, ese pasar de uno a otro, va a quedar plasmada así:
Economía, Horacio, economía. Los manjares cocidos
[para el funeral
Sirvieron como fiambres en las mesas de la boda.
(La palabra fiambre en esa traducción lo hace todavía más impresionante).
Esa coreografía de duelos imposibilitados pasa entonces por varios lados a lo largo de la obra: el Rey asesinado que vuelve como espectro y que no logra descansar en paz, Gertrudis que pasa de un marido al otro sin temor y sin temblor, Polonio y su “furtivo funeral”, como dice Laertes, Ofelia enterrada casi sin ceremonia. Los ritos, dice Lacan, han sido abreviados y clandestinos. Esas muertes, esos duelos impedidos, terminan por desacompasar, descuajeringar, desencajarlo todo. Time is out of joint es también la cifra de esa especie de zafarrancho. Un zafarrancho que desorienta a varios, pero sobre todo a Hamlet. Hamlet no encuentra las coordenadas para orientarse en lo que al deseo se refiere. No hay agujero en donde refugiarse porque todos se desviven por taparlos. Esas muertes no logran agujerear el macizo estado de cosas, pretendidamente impenetrable, en el que todos saben demasiado y en el que nadie está dispuesto a perder nada. Y entonces Hamlet ensaya hasta la desesperación algún movimiento que pueda al menos rasgar alguna tela.
Cuando entré a la cátedra de Osvaldo Umérez en 1998, Hamlet formaba parte del programa de la materia. Formarse en psicoanálisis nunca es sin las marcas subjetivas de aquel que nos enseña, sobre todo cuando el que nos enseña no está en el lugar del pedagogo, ni del que sabe. Osvaldo Umérez era un apasionado del psicoanálisis y tanto Hamlet, como la lectura que Lacan hace de la tragedia, le encantaban. Fue así que yo también aprendí a deleitarme con el texto de Shakespeare. Hamlet es la tragedia del deseo, no un tratado filosófico, y así aprendimos a leerla con él. Y mientras daba clase sobre Hamlet, Umérez también hacía mención a las relaciones amorosas, al lugar que la mujer ocupa para un hombre, a cómo se anudan y se desanudan los partenaires, al deseo y sus rodeos. Sus clases eran de antología. Desbordaban de estudiantes sentados en el piso escuchándolo. Muchos ya habían cursado la materia, pero volvían como oyentes.
Hamlet es la tragedia del deseo, no un tratado filosófico, y así aprendimos a leerla con él.
El 20 de julio de 2008 Osvaldo Umérez muere en un accidente de auto. Muchos de mis compañeros y yo seguimos en la cátedra. Me gusta contarles a los estudiantes, en cada cuatrimestre que empieza, que entré a esa cátedra cuando Osvaldo Umérez era su titular. Quizás sea una excusa para seguir pronunciando en voz alta su nombre. Siempre nos quedará Hamlet, pensaba. Pero este año un nuevo adjunto se hizo cargo de la cátedra y sacó Hamlet del programa. Me entristecí mucho. Para mí, Hamlet era lo que aún persistía de Umérez en la transmisión del psicoanálisis en esa cátedra, era su perfume, ese que nos dejaba impregnado cuando nos saludaba. Hamlet no está más en el programa y entonces volví a experimentar la pérdida. Una vez más, otra vez. O quizás todavía la esté construyendo, como dice Ritvo: “la pérdida no es un dato, porque hay que construirla”.
The time is out of joint. Me gusta mucho esa frase. Es una de mis preferidas de todo Hamlet. Y por eso me gusta mucho lo que hace Eduardo Rinesi en Actores y soldados. Cinco ensayos hamletianos (UGNS), un trabajo minucioso, sutil en el que la va destejiendo, va desmenuzando la frase. Lo que Rinesi subraya, entre otras cosas, es que The time is out of joint, de Hamlet, es el Something is rotten in the state of Denmark, de Marcelo. “Lo que está podrido en Dinamarca es el lenguaje. Las palabras y los eslabonamientos de palabras que conforman los discursos que propone el poder político estatal para explicar lo que ha pasado, las razones de la muerte del antiguo rey y de la legitimidad del que siguió, y que nadie, como descubrimos a poco de andar, cree demasiado que digamos”. Se dice cualquier cosa, nadie se entiende, no hay un relato que logre acallar el cuchicheo del populacho. Subrayo lo siguiente: “los juegos de palabras, los dobles sentidos, las ambivalencias y las polivalencias, las palabras que se dicen con un significado y que son entendidas (...) con otro, no son una demostración más o menos pintoresca del genio literario de Shakespeare, no son un decorado de la acción que se desarrolla a lo largo de la pieza, sino que son, en realidad el verdadero tema de la pieza. Hamlet es una pieza sobre el lenguaje y sobre su desquicio”. Los cuerpos y el lenguaje desquiciados. Un análisis también hace con eso.
Una vez en una conversación como cualquier otra, Osvaldo Umérez deslizó, sin estridencias, que el deseo de mi papá -que era casi un ingeniero en sonido y fabricaba equipos de audio- tenía mucho que ver con mi elección por la práctica del psicoanálisis. Quedé atónita. Nunca lo había pensado antes. Fue muy lindo saber, a partir de ese momento, gracias a él, que llevo la marca de ese deseo en lo que hago. Fue un hallazgo. Cuando leí en Jean Allouch que la transmisión se produce por fuera de lo familiar pensé en eso, en esos padres que hacen que algo de su deseo pase en la medida en que no están aleccionando en el lugar de Padres, esos que creen que saben lo que es bueno para sus hijos.
Cuando era adolescente escuchaba un grupo de música que se llamaba This Mortal Coil. Me gustaba muchísimo ese grupo. Nunca me pregunté qué quería decir ese nombre, tampoco busqué nunca su significado. Me bastaba experimentar lo que me producían esa música, esas letras y esas voces: una tristeza amable, una alegría moderada, una pequeña sensación en el pecho, una especie de nostalgia agazapada, una melancolía en estado de inminencia. Cuando llegué a la lectura que hace Lacan de Hamlet -por primera vez en la cátedra-, me encontré con que es una expresión de Hamlet y que, además, Lacan se detiene en ella: This mortal coil. Me acuerdo de la sorpresa, la emoción, la conmoción de leer en el texto esas tres palabras que para mí significaban tanto: this mortal coil. Me pasó algo que puede que sea exagerado, esa clase de exageración de la que habla Alan Pauls, “un trance de lectura sublime”. Y es que fue un instante en el que todos los fragmentos de un mundo se acomodaron, fue un instante en el que toda la dispersión que implica vivir se reunió en un solo sintagma, fue un instante que hizo que el deseo quedara situado. Quizás sea efímero, sí. Pero eso pasó y sigue pasando.
Y es que fue un instante en el que todos los fragmentos de un mundo se acomodaron, fue un instante en el que toda la dispersión que implica vivir se reunió en un solo sintagma, fue un instante que hizo que el deseo quedara situado.
La literatura acomoda los restos desquiciados de una vida, esos “restos de mundos que se han ido sucediendo y que no por ser incompatibles dejan de hacer buenas migas, demasiado, en el interior de cada uno de nosotros”, como dice Lacan. “Partir de los restos desperdigados. Producir lo existente como resto”, subrayo apenas empieza Quipu, de María Pía López. Un poco más adelante subrayo: “Vivir: romperse. ¿Qué vida no está rota? Aprender a reír mientras se rompe (...) Vivir es romperse. En el amor, en el deseo, en el esfuerzo, en el lloro, en la envidia, en los celos, en la pérdida y en la victoria”. Se trata otra vez, una vez más, de hacer con esos restos, con esos trozos de vida.
Es a partir de Hamlet que Lacan precisa que, para que alguien nos haga falta, antes tuvimos que haber sido para ese alguien la causa de su deseo. No hay deseo sin duelo, no hay deseo sin agujero
Es a partir de Hamlet que Lacan precisa que, para que alguien nos haga falta, antes tuvimos que haber sido para ese alguien la causa de su deseo. No hay deseo sin duelo, no hay deseo sin agujero. Allouch lo dice así: “el duelo no es solamente perder a alguien (...), es perder a alguien perdiendo un trozo de sí”.
También con ese trozo de sí que se pierde, que agujerea, se escribe un texto hecho de subrayados, de restos, de trazos en los rodeos de un mapa del deseo.
AK
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