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Opinión
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Los trabajos y los días de los tres primeros meses de Lula 3

El 1° de enero de 2023 fue el primer día de la tercera presidencia de Luiz Inácio Lula da Silva. El ex obrero metalúrgico, ex líder sindical, antiguo militante contra la dictadura y candidato triunfante del Partido de los Trabajadores (PT) en las segundas vueltas de 2002, 2006 y 2022, había vencido el 30 de octubre a su rival derechista por 1,8 puntos porcentuales, el margen más exiguo en la historia de los balotajes presidenciales en Brasil. Con 60 millones de votos, más que los ganados en 2008, Jair Messias Bolsonaro sin embargo perdió su oportunidad de reelección. Derrotado, a fines de diciembre el ex capitán del Ejército y ex diputado federal viajó a EEUU, donde todavía se encuentra ahora, para así evitar traspasarle en persona el mando a su sucesor en el Palacio de Planalto. Ausente el presidente, en la jornada de su ceremonia de asunción Lula fue a jurar en Brasilia tomado del brazo de un cacique amazónico. En la foto, de aquel domingo incial de enero y del año, Lula mira el mundo por el hueco de un sombrero de plumas de  pájaros de la Amazonia.
25 de marzo de 2023 00:01 h

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“¡Fiesta! ¡Linda! ¡Alegre! ¡Con música! ¡Con militantes negras, con mujeres indias! ¡Con muchos deficientes! ¡Con hombres gay!”. Con Jair Bolsonaro de vacaciones en Disney World, confraternizando con terraplanistas, comenta la periodista Eliane Cantanhêde, Brasil pudo dedicarse seriamente a festejar la democracia. El 1° de enero, bajo un cielo sin nubes, una recicladora urbana afrodescendiente le colocó la banda a Luiz Inácio Lula da Silva: por tercera vez en su vida, el obrero fundador del Partido de los Trabajadores (PT) desfiló en el Rolls Royce presidencial saludando a la gente de a pie en Brasilia.

Muerto Pelé, Lula es el brasileño más famoso del mundo. Símbolo de su país, del Mercosur, del Sur Global, de la Democracia, de las Elecciones Directas Ya, de la Organización Obrera de base, de la Resistencia organizada contra la Dictadura, de la Reducción eficaz de la Pobreza, de la Amazonia verde y oxigenada, símbolo de la vieja Izquierda proletaria y de la Nueva Izquierda progresista, Lula es también un político experto en  retórica simbolista. Su primer acto de gobierno fue inmunizarse contra un juego de palabras. Para que nadie dijera  ‘Lula subiu a rampa do Palácio do Planalto y subieron los precios’, ordenó seguir pagando el subsidio a los combustibles que pagaba Bolsonaro.

El pájaro de plumas de cristal

Con Gabinetes de ministros avaros en carteras, Michel Temer y Bolsonaro simbolizaban la responsabilidad fiscal y su perfil de jefes de gobiernos austeros. En sus tres mandatos, Lula pobló de Ministerios los inmuebles de la Esplanada, el área que el plano de Brasilia reserva al personal de cada Administración. Repudio de la penuria neoliberal, símbolo y prenda de una agenda plural de urgencias, todas y cada una, impostergables.

Símbolo en el símbolo, sobre 37 juras ministeriales, el Presidente petista asistió sólo a dos. A la de su vice Geraldo Alckmin, el ex rival al que en el balotaje presidencial de 2006 derrotó con el 60,33% de los votos. Varias veces gobernador de San Pablo, el más poblado y rico de Brasil, Alckmin renunció en 2022 al partido de toda su vida, el PSDB (Partido de la Social Democracia Brasileña, el partido neoliberal de Fernando Henrique Cardoso) para afiliarse al PSB (Partido Socialista Brasileño) y acompañar a Lula en el binomio ganador. Educado por el Opus Dei, y médico anestesista de profesión, Alckmin asumió al frente del Ministerio de Desarrollo, Industria y Comercio.

Por sobre todo, Lula racionaba su presencia para así brillar más en otra asunción, posterior a la suya propia, pero guionada de antemano como jubilosa culminación espectacular de la asunción presidencial. Una ceremonia diseñada con regocijada minuciosidad, y celebrada el 11 de enero, de acuerdo con el libreto, en el Palacio de Planalto. Puntuales, a las 5:00 de la tarde, entraron en escena las dos protagonistas: Sonia Guajajara, primera ministra indígena de la historia de Brasil, y Anielle Franco, militante negra, a cargo de la cartera de igualdad racial, hermana de la concejal carioca Marielle Franco, asesinada en 2018. Vestidas una con plumas y otra con textiles de motivos africanos, descendieron tomadas de la mano, la rampa helicoidal que lleva al Salón Noble de Planalto. Centenares de personas, incluido el Presidente, incluida la ex presidenta petista Dilma Rousseff, depuesta por impeachment express en 2016, aplauden; algunas, lloran.

Las cámaras captaron el cuadro viviente, poderoso, irresistible. La imagen de las que son mucho más que dos recuerda y actualiza la de Lula diez días antes, el día de su asunción, el primer domingo del mes de enero que era también el primer domingo del año 2023, cuando marchó del brazo del cacique Raoni Metuktire. Sin embargo, la continuidad es ilusoria. Está fracturada. Tres días atrás, el 8 de enero, el segundo domingo del mes y del año, en una tarde sin nubes,  una sublevación popular derechista que había asaltado Brasilia invadió y vandalizó el Palacio de Planalto. Las cámaras también captan los vidrios rotos, testimonio de la violencia del asalto.

Tótems de la derecha, tabúes de la izquierda

Último país de América en abolir la monarquía y la esclavitud, Brasil fue, desde la emancipación de Portugal declarada en 1822 una referencia conservadora en todo el continente. La Ley Áurea de la princesa Isabel acabó con la esclavitud en 1888, y en 1889 un Golpe de Estado racista y resentido con la abolición tumbó al Imperio y derrocó al emperador Pedro II. Coroneles golpistas y masónicos fundaron la República. La única sangre derramada en defensa del Imperio derribado fue de libertos afrodescendientes y de campesinos católicos nordestinos. Un lema del filósofo positivista francés Augusto Comte modernizó para siempre la bandera nacional: Ordem e Progresso.

En Brasilia, por delante de los palacios de gobierno de arquitectura modernista, desde el golpe de Estado de 1964 cinco veces un general nacionalista sucedió en el poder a otro general desarrollista en Brasilia.

Cuando en 1985 un político civil asumió la presidencia en Brasil, la arquitectura de la nueva capital diseñada por el comunista Oscar Niemeyer había sido tan reproducida por los medios que, perdido su carácter de obra de arte laica, había ganado un aura religiosa. Extinto el milagre económico de un Brasil que crecía a tasas de un 14% anual, misticismo y nostalgia se resistían a fenecer. Brasilia era prosaico símbolo de la dictadura militar latinoamericana más larga del siglo XX, a la cual había servido de escenografía y santuario.

Golpistas con palos y con piedras que odian la hoz y el martillo

Edificios públicos de pisos y columnas de hormigón y muros exteriores de cristal figuran en todo slogan fotográfico de Brasilia. El 8 de enero, cientos de opositores virulentos, armados con piedras y palos, llegados a la capital brasileña en decenas de transportes colectivos, rompieron cuanto era de vidrio y estropearon cuanto era de madera, tela, plástico u otro material vulnerable en las arquitecturas modernistas, brutalistas, funcionalistas de las sedes de los tres Poderes del Estado. Parecía el ataque del Paleolítico resentido contra el Neolítico.

Al final de la tarde del segundo domingo del mes, un millar y medio de golpistas fueron detenidos por las fuerzas policiales. Sus procesos judiciales están en curso. Entre los cargos penales que se les formulan está el de ataque contra la Democracia, en flagrancia: atacaron a la democracia porque los edificios que son la sede de los Tres Poderes del Estado son el símbolo de la Democracia. ¿Quien ataca el símbolo ataca la cosa, cuando el primer mérito de todo símbolo es el de no ser en absoluto una cosa, esa cosa? El palacio de Planalto, la sede de una presidencia que Bolsonaro había abandonado una semana antes, ¿simboliza la Democracia? ¿O es comodidad periodística nomás, metonimia prosaica, como cuando el Palacio de López o La Moneda designan a los Ejecutivos de Paraguay y de Chile?

Una gacetilla firmada por Lula, por los presidentes de las dos Cámaras del Congreso y por la presidenta de la Corte Suprema condena los actos «terroristas, vandálicos, delictivos, golpistas» de los asaltantes. «Terroristas» es metáfora, aclaran, porque en Brasil es delito o xenófobo o racista. “Golpistas”, con piedras y palos en edificios públicos vacíos, ¿buscaban derribar a las autoridades elegidas?

Para el gobierno, los asaltantes eran golpistas que hicieron menos de lo que intentaban (frustrados en su tentativa).

Para Bolsonaro, según tuiteó desde Florida, la sublevación era una manifestación opositora que hizo más de lo que debía cuando vandalizó la propiedad ajena (no fueron frustrados en sus excesos). En apariencia, se comportaron, atacantes derechistas y autoridades electas, como manifestantes de izquierda y como un gobierno inepto o cooptado. Según ocurrió, según una analogía favorita del ex presidente derechista, cuando el 'estallido social' chileno de octubre de 2019.

Cien días en Brasil, un año en Chile

Mientras Lula cumple sus ardientes primeros cien días nuevamente al frente del gobierno brasileño, Gabriel Boric ha cumplido el primer año de su primer mandato en la presidencia chilena. Juró el cargo en el palacio de La Moneda, sucediendo al centroderechista Sebastián Piñera, el 11 de marzo de 2022. Lula y Boric significaban el retorno de la izquierda al poder en sus países. Los dos padecen Constituciones de la década de 1980, redactadas atendiendo a necesidades de las dictaduras militares en trance de enfrentar, y a su voluntad de controlar, las transiciones democráticas venideras. Los dos sufrieron al inicio de sus períodos dos catástrofes protagonizadas, de diversa manera, por la derecha: la derrota del proyecto de Constitución antipinochetista en el 'plebiscito de salida' y el asalto a Brasilia de la oposición sublevada. Los dos acontecimientos secuestraron sus agendas, lo cual ha sido lamentable para la administración.

Está por verse, sin embargo, si el saldo de estas contingencias adversas no resultará al fin positivo milagro para las izquierdas chilena y brasileña. A José Antonio Kast y a Bolsonaro les va mejor cuando polarizan: es lo que saben hacer. No es el caso de Boric y de Lula, que son más que el Apruebo, que son más que el PT.

AGB

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