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Al final, no era tan así

Venecia, una excusa ante la decadencia argentina

Paisaje del Gran Canal, en Venecia.

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Es difícil escribir sobre política internacional abstrayéndose de lo que sucede en Argentina, como ocurre habitualmente en esta columna. En los últimos días se escribieron diversos artículos sobre el malestar que sufre el país, con la denuncia contra el expresidente Alberto Fernández como disparador. Marcelo Falak, en Letra P, escribió dos artículos –jueves y viernes– que describen de forma brillante y mesurada el declinamiento de una dirigencia política que no está a la altura de las necesidades, y de una sociedad que, de alguna forma, lo acepta con el argumento del mal menor.

Cabría, en todo caso, hacer alguna mención sobre lo sucedido en Bangladesh estos días, donde el régimen autocrático que encabezaba Sheik Hasina por fin terminó (tras 20 años), no sin causar antes más de 300 muertos producto de la represión política de los últimos días. Lo reemplazó Muhammad Yanus, premio Nobel de la paz en 2006. Sus primeros pasos son auspiciosos porque llamó a construir una verdadera democracia, con respeto a los derechos humanos y plena libertad de expresión y de actividad política. Además, incluyó en su gabinete a dos de los líderes estudiantiles que encabezaron las últimas protestas contra Hasina.

De todas formas, lo que sucede en la tierra donde veneran como a un dios a la selección argentina de fútbol queda muy lejos de nuestra realidad. Quizás podría pensarse que el reinicio que parecería estar viviendo aquel país podría servir de inspiración para el que necesita el nuestro. Nada, sin embargo, indica que eso vaya a suceder; y, por eso, en medio del desconcierto y la tristeza, aproveché una invitación a Venecia para hablar sobre esta ciudad de ensueño, que contra todo mal y desgracia, proyecta inspiración y una belleza infinita.

Si uno llega de día a Venecia, sobre todo por la tarde, cuando cae el sol, la sensación es abrumadora. El ingreso por el gran canal (a esa hora un espejo titilante) a bordo de un taxi privado (una pequeña pero bella lancha) o el vaporetto (el barco público) ofrece en el horizonte como primera imagen la cúpula de la Iglesia de San Simeon de Piccoli, revestida de bronce oxidado, recortándose por encima de los edificios y palacios de la ciudad. Atrás los últimos rayos de sol descienden hacia el fondo de la laguna. 

El poeta ruso Joseph Brodsky llegó de noche, en invierno, y tuvo otras sensaciones, que describió en su libro Marca de agua (1989). Pero en los días subsiguientes se sentiría tan atraído y emocionado por la belleza de Venecia que jugaría con la idea de un cuerpo humano subordinado a la actividad exclusiva de los ojos. 

“La belleza que nos rodea es tal que, instantáneamente, se concibe un incomprensible deseo animal de emularla, de ponerse a su par. Esto no tiene nada que ver con la vanidad, con el normal exceso de espejos que hay aquí. Se trata, sencillamente, de que la ciudad ofrece a los bípedos una noción de superioridad visual ausente en sus cubiles naturales, en sus entornos habituales”, escribió el escritor, cuyo cuerpo descansa en el cementerio municipal en la Isla de San Michele, a la que se llega en barco desde el centro de Venecia.

No es el único artista presente en San Michele, también descansan el músico Igor Stravinsky y el poeta Ezra Pound, entre otros. Eso en lo que se refiere a la muerte; si hablamos de vida son incontables los escritores y artistas de todo ramo que visitaron Venecia y sucumbieron al poder de sus maravillas. 

Pero no es precisamente la vida de ellos lo que importa en este contexto de decadencia argentina, sino, por el contrario, el desarrollo político de la antigua república veneciana, plena de virtudes políticas y comerciales. Virtudes, precisamente, que la convirtieron en centro gravitante del arte y de la cultura mundial, un espacio de inspiración para los artistas más importantes de la historia, de Shakespeare a Mann, por citar caprichosamente a un par. 

Venecia fue entre los siglos ocho y diecisiete una potente república independiente. Su devenir hasta la capitulación final, cuando el ejército de Napoleón la obligó a rendirse en 1797, es narrado de forma exquisita por el historiador británico Robert Kaplan en su libro Adriático, claves geopolíticas del pasado y el futuro de Europa (2022). Allí cuenta cómo la elite de la ciudad, desprovista de tierras como sucedía en el caso de las ciudades feudales, convirtió al dinero en su principal mercancía, y fundó en ello las bases de su desarrollo.

Ahora bien, no era algo sencillo de hacer, y el éxito de un esquema que descansaba exclusivamente en el beneficio (“«Partida. Riesgo. Beneficio. Gloria», así es como el historiador Roger Crowley describe el modelo de los periplos marítimos venecianos”), precisaba de un sistema político que le permitiera desarrollarse libre y armoniosamente. Kaplan escribe: “La mentalidad veneciana medieval era muy dura, pues cultivaba la supervivencia comunitaria, así como la moderación política y económica y la realpolitik, mediante métodos tales como poner un decidido énfasis en la diplomacia, practicar el secretismo más extremo y establecer uno de los servicios de inteligencia más excelentes de la historia”.

Pienso en la cita de Kaplan y trato de encontrar analogías con Argentina, pero es imposible. La última semana mostró que la moderación política se encuentra en extinción. ¿Puede el gobierno de turno mofarse de las leyes e instituciones que quisieron promover los derechos de la mujer? Sí; no solo eso, el vocero presidencial puede ser irónico y arrogante, para nada empático con la mujer que denuncia, pero tampoco con las millones de personas que creyeron en esas políticas. ¿Es posible que la dirigencia –independientemente de su partido– se sienta obligada a expresar una opinión (reflexión es mucho pedir para los tiempos que corren) concluyente? Sí, por arriesgado e inoportuno que parezca. 

Releo la cita de Kaplan: “Practicar el secretismo más extremo y establecer uno de los servicios de inteligencia más excelentes de la historia”. Justo lo contrario de lo que sucede en nuestro país. ¿Es posible que una causa de gravedad inédita en la historia de nuestro país pueda filtrarse a través de la justicia, la política, y el periodismo? La respuesta es sí; e, incluso, pareciera que estamos tan solo en el inicio. Es posible que veamos más videos, más chats, más rumores de toda clase, desde adicciones a suicidios, por qué no.

¿Cabe mencionar al servicio secreto argentino? Si es para hablar de la vergüenza entonces sí. Desde los años 90, el servicio secreto nacional es más conocido por las operaciones políticas y judiciales partidarias que por llevar adelante tareas de inteligencia al servicio del Estado argentino. 

Vuelvo al capítulo del libro de Kaplan en el que se habla de la república, del funcionamiento de los distintos poderes de la ciudad-estado: “El gobierno veneciano era una máquina burocrática «en la que las voluntades y las pasiones de los hombres no jugaban ningún papel», constituyendo, en palabras de McCarthy, «una invención en el campo de la ciencia política, un dispositivo patentado» en el que cada rama del poder mantenía a la otra en jaque, lo que lo convierte en una variante temprana del sistema estadounidense”.

La república veneciana de antaño parece ser la antítesis de la argentina actual, en la que las causas judiciales se inician de forma simultánea en la justicia y en los medios de comunicación. Es posible que la división de poderes se encuentre en su peor estado de putrefacción desde que las instituciones de la democracia se suspendieron durante la última dictadura militar. Incluso, el ejemplo de una Venecia en las antípodas de la Argentina es aún más contundente cuando se hace mención a su órgano de gobierno: 

“El Consejo de los Diez, que estaba involucrado en todo, que disponía sobre la vida y la muerte de los ciudadanos, así como sobre el ejército y las arcas del Estado [...], se renovaba anualmente por elección, siendo los votantes la casta dirigente en pleno, el gran consiglio, y así constituía la expresión inmediata de los deseos del mismo. No es muy probable que en estas elecciones se produjeran grandes intrigas, ya que la posterior responsabilidad que este cargo implicaba y su corta duración no lo hacían atractivo. [...] actuaba normalmente con motivos fundados y no movido por la sed de sangre. Ningún Estado de la época ejerció nunca tan gran influencia moral sobre sus súbditos”.

La “casta” veneciana no se parece en nada a la actual, ni a la de un peronismo que acumula denuncias, condenas, torpezas políticas y, sobre todo, una angustiante falta de horizonte; pero tampoco a la casta libertaria del gobierno de Milei, que es un burdo reciclaje de años pasados, con menos formación pero más lanzada y virulenta. Quizás, solamente, podría encontrarse una similitud en lo relativo a la “corta duración” de los cargos de su ejecutivo. Aunque en su caso sería más bien por “la sed de sangre” que por los “motivos fundados”.  

Como fuera (en Argentina), la república de Venecia fue un prodigio de la política occidental durante varios siglos. Su caída hay que buscarla en las transformaciones mundiales (la revolución industrial, el ascenso del resto de los estados europeos) y la falta de flexibilidad de la élite veneciana respecto de los cambios que exigía el nuevo tiempo. No obstante esa caída, logró mantener su atracción estética y espíritu inigualable hasta estos días… 

Venecia puede ser un remanso durante las horas del sueño, escribe Brodsky. Un lugar para librarse de las pesadillas, y dormir profundamente. Mientras  anochece en el centro de la ciudad y termino los últimos párrafos del artículo, me pregunto si también servirá para librarse de las pesadillas argentinas, de la idea de un país declinante que no parece encontrar fondo. Apostaría a que no, pero para evitar ser referencial, elijo cerrar el texto con los mismos párrafos que usó el poeta ruso para darle fin al suyo: 

“El agua es igual al tiempo y proporciona a la belleza su doble. Constituidos en parte por agua, servimos a la belleza del mismo modo. Al rozar el agua, esta ciudad mejora la apariencia del tiempo, embellece al futuro. Ése es el papel de esta ciudad en el universo. Porque la ciudad es estática, mientras que nosotros nos movemos. La lágrima es prueba de ello. Porque nosotros partimos y la belleza queda. Porque nosotros vamos hacia el futuro, en tanto que la belleza es eterno presente. La lágrima es un intento de permanecer, de rezagarse, de fundirse con la ciudad. Pero eso va contra las reglas. La lágrima es una reversión, un tributo del futuro al pasado. O es el resultado de sustraer lo mayor a lo menor: la belleza al hombre. Lo mismo vale para el amor, porque nuestro amor, también, es más grande que nosotros”.

AF/DTC

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