Estuvo secuestrado, lo acusaron de traidor, aportó la lista más importante de desaparecidos y ahora vive oculto
Los vecinos aseguran que casi no sale de su casa, que se lo ve poco y nada, que apenas camina unos metros hacia un almacén cercano para comprar lo mínimo que necesita. Con 75 años y una vida intensa, nunca se fue del barrio Echeverría, ubicado en la zona oeste de San Miguel de Tucumán, cuya principal característica es que más popular no viene. El otrora “petiso fornido, de bigotes anchos, pelo largo, campera de cuero y que se hacía notar en las reuniones”, como lo describió una militante peronista tucumana de los duros años 70 que lo conoce, hoy pasa sus días desapercibido. Ese es Juan Carlos Clemente, un testigo clave en los juicios que se realizaron en Tucumán por crímenes de lesa humanidad. Fue él quien aportó la hasta ahora, única lista de detenidos del país que permitió reconstruir el mecanismo de desapariciones, torturas y crímenes que se aplicó durante la última dictadura cívico militar.
En los años 70, Clemente ya era conocido en la zona como “El Perro”, “por su físico, su aspecto y su modo de ser que intimidaba”, contó a elDiarioAR otro compañero de su militancia con el que ya no tiene contacto. Su hermano menor, Alberto, que también se sumó a las luchas de entonces, heredó un apodo similar. Fue bautizado como “El Caschi”, un vocablo que viene del quechua y que quiere decir “perro pequeño”. Es una palabra común en el norte argentino, en especial en la ruralidad.
“El Perro” permanece bajo la custodia del Programa de Protección de Testigos del Ministerio de Justicia de la Nación, por lo que vive casi en la clandestinidad. Es la consecuencia de haber escondido en su casa y durante 33 años, 250 hojas de documentos que aportó al Tribunal Oral Federal (TOF) de Tucumán, en junio de 2010. Los biblioratos que entregó contienen nombres de agentes de inteligencia, de “delincuentes subversivos” que eran buscados y de cadáveres identificados. Además, aportaron detalles de operativos y lo principal: nueve páginas con 293 nombres, historias de vida y, de ese total, 195 hombres y mujeres que tienen escrito a su lado las iniciales DF: “disposición final”, sus condenas a muerte. Jamás la Justicia había accedido a un documento tan importante y esclarecedor. El nombre más conocido del registro es el de Diana Oesterheld, secuestrada en Tucumán, hija del escritor y guionista Héctor Oesterheld, creador de “El Eternauta”, quien continúa desaparecido junto a sus otras tres hijas.
Las 250 hojas de documentos que aportó al Tribunal Oral Federal (TOF) de Tucumán, en junio de 2010 contienen nombres de agentes de inteligencia, de "delincuentes subversivos" que eran buscados y de cadáveres identificados
Clemente es hijo de un suboficial del Ejército que oficiaba de cocinero, estudió la carrera de Medicina en la Universidad Nacional de Tucumán (UNT) pero no la terminó. Mientras tanto, se entregó a la militancia cristiana en su barrio, en la parroquia de Montserrat, por lo que se sumó a la Juventud Obrera Católica (JOC). En nada, dio el salto a la organización Montoneros, que en los 70 ya tenía una importante presencia en Tucumán en sus distintos frentes, uno de ellos con vinculación con los curas tercermundistas, que también estaban en la provincia. “El Perro” se sumó al movimiento villero, por opción. Entonces, el Echeverría era lo más parecido a una villa. En poco tiempo se convirtió en “el jetón del barrio”, como se definió ante el TOF, cuando se sentó por primera vez ante los jueces y dejó enmudecida a la sala al entregar la primera lista de desaparecidos desde el retorno de la democracia, en 1983.
“Era un tipo muy comprometido con la causa, nadie podía dudar de eso porque participó en acciones en donde había un riesgo cierto de ser detenido. Sobre todo, después de septiembre de 1974, cuando Montoneros ordena el pase a la clandestinidad”, señala a elDiarioAR Francisco “Pancho” Viecho, exmilitante de la organización, quien conoció a Clemente. La decisión de la cúpula de ocultamiento incluyó el regreso a la lucha armada y se tomó dos meses después de la muerte del expresidente Juan Domingo Perón, que aceleró el enfrentamiento interno en el seno del peronismo y las divisiones en un país que se encaminaba hacia una de sus más grandes tragedias: el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976.
Por entonces, “El Perro” ya formaba parte de la Unidad Básica de Combatientes, rango superior al que se llegaba en Montoneros luego de haber demostrado valor e inteligencia, y se le habían asignado funciones de mando en la Unidad Sur de la provincia, que abarcaba desde el extremo sur de la capital tucumana hasta el límite con Catamarca, una zona considerada caliente por la presencia de integrantes del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). Esto supuso que allí, al año siguiente, se instalen divisiones del Ejército Argentino y se ponga en marcha el sangriento Operativo Independencia, una horrorosa escuela de la represión que sobrevendría antes y tras el golpe de Estado.
Soy menor que él y compartimos mucho, incluso acciones en donde arriesgamos nuestras vidas pero por varias situaciones, no tengo dudas que es un traidor
“Soy menor que él y compartimos mucho, incluso acciones en donde arriesgamos nuestras vidas pero por varias situaciones, no tengo dudas que es un traidor”, señala Gustavo Herrera, un exmilitante montonero que fue detenido, liberado y estuvo frente a frente con Clemente, en un careo, en uno de los juicios por crímenes de lesa humanidad que se realizaron en Tucumán. “Pancho” Viecho coincide con él y apunta que el nombre de su esposa de entonces, Rosa Quinteros, que también militaba, está en el listado que entregó “El Perro” y a su lado las iniciales DF, su destino trágico. “Fue secuestrada cuando iba en ómnibus hacia el sur de la provincia. A la altura de Famaillá subió una patota, la bajó y la subió a un auto. Clemente tuvo acceso a esa información y no dijo nada. Un traidor es un traidor”, sentencia.
La huida
En 1975, una patota de civil ingresó a la casa de Clemente, en el barrio Echeverría, y se llevó al “Caschi” y a su cuñada. Ambos fueron liberados pero para él fue un límite. Al sentir que estaba en riesgo su seguridad y la de su compañera (y prima), María del Carmen Clemente, dejaron todo y viajaron a la capital de Salta, en donde se instalaron y unos meses después ella quedaría embarazada. Más tarde, “El Perro” regresa solo a Tucumán para trabajar en un ingenio azucarero. De acuerdo a su propio testimonio, lo secuestran y a los pocos días –el 13 de agosto de 1976– también a su compañera, que era conocida como “Mafalda” o “La gorda Mary”, y a su niño de 15 días, quienes son trasladados a Tucumán. Se cree, según Cristina Barrionuevo, que militó con ambos en Montoneros aunque en su caso, en la agrupación Evita, que ella fue asesinada unos días después pero sus restos nunca fueron encontrados, por lo que su nombre figura en la larga lista de desapariciones durante la dictadura. El niño, en circunstancias poco claras, fue entregado a los abuelos y a poco de terminar la secundaria se radicó en España, en donde vive en la actualidad.
Hace unos años, en la plaza del barrio Echeverría, un grupo de militantes de los 70 colocó una placa para recordar a esa vecina y compañera desaparecida. Ese día, Barrionuevo leyó un texto en donde señaló: “Compañera ‘Gorda Mary’, viviste tu maternidad sola, lograste preservar a tu hijo de las garras de la dictadura y soportaste la traición del hombre que quisiste y que te entregó a cambio de su vida. Hoy queremos recordarte como la luchadora que fuiste, sin menguar por ello tu simpatía y tu sonrisa, tu alegría de vivir”. Cuentan que “El Perro” fue invitado al acto pero faltó. Algunos tenían alguna esperanza de que asistiera por tratarse de la madre de su hijo. “Como militante que fue, sabe cómo moverse y a qué lugares es conveniente no ir para evitar encontrarse con alguno de nosotros”, reflexionó Cristina a elDiarioAR. La plaza se encuentra a unas cuadras de la casa en la que todavía vive Clemente, sobre el tranquilo y poco transitado Pasaje Montserrat. El recorrido, a pie, se cubre en apenas 10 minutos. Un vecino que optó por el anonimato y que conoce al exdirigente villero, contó que una tarde de mucho calor, con poca gente en la calle, lo vio parado frente a la placa de mármol que tiene escrito el nombre de quien fue su compañera. “Todos sabemos quién es pero es de hablar poco, nadie lo molesta, estuvo como cinco minutos mirando para abajo y se fue”.
Las dudas
En la página 197 de su libro “Los Traidores. Intimidades de la guerra revolucionaria”, Carlos Manuel Acuña se refiere a Clemente: “sospecharon que fue un traidor, incluso un infiltrado de los servicios, en particular de la policía de Tucumán y llegaron a acusarlo no sólo de colaborar con los represores sino hasta de participar en las torturas”. El autor se refiere a militantes que lo conocieron y para los que no está claro porqué sobrevivió tantos años como detenido y luego convertido a agente policial, todo en la exJefatura de Policía.
Clemente declaró en varios juicios en el TOF de Tucumán. Entre ellos, “Jefatura I - Arsenales I” y “Jefatura II - Arsenales II”, dos megacausas en las que –además de aportar en la primera los biblioratos claves que permitieron condenas– relató sobre su secuestro y los centros clandestinos de detención (CCD) a donde lo llevaron y fue torturado. Por ejemplo, al ex ingenio azucarero Nueva Baviera, a unas cuadras de “La Escuelita de Famaillá”, otro CCD; y a la exJefatura de la Policía, en la zona céntrica de San Miguel de Tucumán, hoy Sitio de la Memoria, desde donde se centralizó y coordinó parte de la actividad represiva. Insistió también en que desde el regreso de la democracia y de manera periódica, lo llamaban por teléfono y hasta se presentaban en la puerta de su casa, exmiembros de la Policía de Tucumán que lo intimidaban con frases como “tené cuidado con lo que vayas a declarar” o hacían contacto para tratar de averiguar el paradero de otras personas. “Era para meterme miedo, para que me sintiera amenazado”, señaló en el TOF, una vez. Aunque por entonces se desconocía que tenía documentación clave, estaba claro que por su larga estadía en la exJefatura –desde 1976 a 1983– conocía rostros, nombres y acciones de hombres comprometidos con la represión ilegal.
Clemente declaró en varios juicios en el TOF de Tucumán en las que –además de aportar en los biblioratos claves que permitieron condenas– relató sobre su secuestro y los centros clandestinos de detención (CCD) a donde lo llevaron y fue torturado
Durante las tres horas en las que declaró, en junio de 2010, “El Perro” detalló cómo fue extrayendo los documentos del CCD exJefatura de la Policía y que escondió por más de tres décadas: “Los iba sacando en la pierna, como se pone una tobillera, y los enganchaba con la media. No los leía, pero intuía que eran importantes. Por algo los iban a quemar”. Pudo hacerlo porque ese mismo año le permitieron que durmiera a diario en su casa, con la amenaza de que sus padres pagarían las consecuencias si realizaba algún movimiento extraño. En los primeros meses de 1977 le asignaron funciones administrativas, le entregaron un carnet de policía, del rango más bajo, y cobraba un sueldo. “Nunca lo solicité”, aclaró en ese juicio. Contó que a fines de ese año se dio la orden de desmantelar el Servicio de Informaciones Confidenciales (SIC) y el CCD que funcionaban en la ex Jefatura. Una parte de la documentación fue guardada, mientras que otra fue quemada. Fue del destino de esta última que extrajo los papeles en tandas. “Enterré los papeles en mi casa, en una bolsita antihumedad, como vienen las golosinas, y los envolví en plástico cuatro o cinco veces”, relató ante los jueces. Ese lugar estaba a centímetros debajo de su cama, por lo que durmió encima de ellos cerca de 33 años, imaginando quizás que serían un salvoconducto para tiempos difíciles. En 1984, el ahora exMontonero renunció a la Policía y continuó en silencio por temor. Recién habló cuando la Justicia lo citó.
“El Perro” kiosquero
Antes de dar su testimonio en los juicios por crímenes de lesa humanidad e ingresar al Programa de Protección de Testigos del Ministerio de Justicia de la Nación, Clemente encontró su medio de vida en el mismo lugar en donde amaneció a la militancia religiosa de su juventud, en la Parroquia Montserrat. Algunos todavía lo recuerdan como ese hombre amable que tenía un kiosco de golosinas en el colegio del mismo nombre que está pegado al templo. “Un día dejó de ir y después de un largo tiempo nos enteramos que había sido testigo de una causa por desaparecidos. Se comentó que estaba amenazado y que por eso cerró el kiosco”, contó Emilia, una mujer entrada en años que se sorprendió cuando el autor de esta nota le informó sobre la importancia de la documentación que “El Perro” aportó en las causas. “Habrá tenido miedo, en este barrio anduvieron mucho los Montoneros”, reflexionó.
Gustavo “El Cabezón” Herrera, fue uno de los militantes que compartió acciones junto a Clemente y que después se cruzó con él en un careo, en un mano a mano, en una de las causas. “Reconozco que esa vez no hizo ninguna alusión a cuestiones personales, todo fue sobre hechos que se denunciaron y sobre los que mantuvimos nuestras diferencias. Fue la única oportunidad en la que lo vi desde que volvió la democracia”, relató Herrera a elDiarioAR. También recuerda que a la hora de testimoniar desoyó las recomendaciones de los abogados, quienes le habían pedido que tratara con cierta consideración al “Perro” para no desacreditar su valiosa entrega de documentos. “Me pidieron demasiado, era imposible, para mí es un traidor pero no puedo precisar desde cuándo, quizás lo quebraron en las sesiones de torturas”, dijo. “Algo pasó con él y el daño que le hizo a Montoneros podría haber sido peor, estuvo en varios operativos en los que hasta pudo perder la vida y conocía muchos nombres. Si nos hubiera entregado entonces, no sé cuántos más desaparecidos podría haber”, agregó. Herrera también cree que Clemente delató a quien entonces era su compañera. “Unas horas antes de su secuestro de la pensión en la que vivíamos clandestinos, ella estuvo con él y le entregó algo. Y al día siguiente me detuvieron a mí, debido a que la noche en la que se llevaron a mi esposa yo estaba en la casa de mis padres porque estaba enfermo”, recordó “El Cabezón”.
Las dudas sobre su lealtad se sostienen en las propias declaraciones de Clemente en el TOF. En esa primera ocasión ante los jueces, detalló que algunas noches algunos detenidos eran subidos a autos para recorrer barrios tucumanos y “marcar” (señalar) a militantes, que luego eran secuestrados. Se los denominaba “paseadores” y ante la pregunta de uno de los jueces sobre si alguna vez había marcado a miembros de Montoneros u otras organizaciones, su lacónica respuesta fue: “varias veces”.
"El Perro" debía presentarse a declarar en otra causa en 2019 pero se excusó por padecer problemas en la boca que derivaron en un cáncer que le tomó la lengua y parte de la garganta. Desde ese momento no habló más, se calló
Corrían 2019 y 2020 cuando “El Perro” debía presentarse a declarar en otra causa por crímenes de lesa humanidad en Tucumán pero se excusó por padecer problemas de salud. Desde ese momento no habló más, se calló. Por consultas, elDiarioAR supo que primero acusó problemas en la boca y ese padecimiento fue el origen de un cáncer que le tomó la lengua y parte de la garganta. Fue operado y su voz es indescifrable. De “jetón del barrio” al silencio más absoluto, esquivando el encuentro con quienes se jugó la vida, alguna vez.
Hay compañeros que nunca más abrieron la boca por esos tormentos, las heridas fueron tan grandes que optaron por el silencio. Quién puede negar que ante los tormentos solo importa tener un minuto más de vida para negociar por uno mismo y los que ama
“Compasión, no lástima”
Cristina Barrionuevo, la militante setentista amiga de la compañera desaparecida del “Perro”, recuerda que una vez se lo encontró de frente en un negocio del centro de la capital tucumana. “Era una rotisería y cuando casi nos chocamos mi reacción fue decirle de todo, insultarlo, tratarlo de traidor, a los gritos. Pero no respondió, se dio la vuelta y se fue”, contó. “Con los años entendí que no debería haberlo hecho, que tendría que haberme acercado a él, de algún modo, porque aunque teníamos dudas sobre él, al fin y al cabo es una víctima de la maquinaria de destrucción que fue el terrorismo de Estado”, reflexionó.
Para esta militante que sigue clamando por el destino de los desaparecidos, el dolor de las víctimas por las torturas fue insoportable para muchos y hubo reacciones de todo tipo. “Hay compañeros que nunca más abrieron la boca por esos tormentos, las heridas fueron tan grandes que optaron por el silencio. Quién puede negar que ante los tormentos solo importa tener un minuto más de vida para negociar por uno mismo y los que ama”, dice Cristina. “Destruido desde lo moral y quebrado como ser humano, creo que 'El Perro' aprovechó su oportunidad para vivir, que necesitaba una reivindicación y devolver algo, frente a una sociedad que lo juzgaba, y por eso planeó lo de los documentos. El acoso en el que vivió y vive debe ser terrible, por eso tampoco dejó que nadie se acercara a su hijo y lo mandó a vivir en el exterior”. El estado de salud de Clemente lo dispensaría de tener que presentarse una vez más ante los jueces. El 10 de junio de 2010, Clemente quebró su relato ante el TOF con una reflexión que quizás aún tenga vigencia y por la que permanece casi oculto: “Hace 34 años que trato de saber por qué estoy vivo y quién lo ordenó”.
DC/MG
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