Milei busca retomar la iniciativa, con la calle encendida y un FMI que observa

El gobierno de Javier Milei navega uno de sus momentos más ásperos desde que llegó al poder. La CGT confirmó esta semana un nuevo paro general para el 10 de abril —el tercero desde el incio de la gestión libertaria— y obligó al Presidente a replegarse sobre el frente doméstico. Dos viajes que estaban en agenda, a España e Israel, quedaron suspendidos por “acontecimientos internos”. Un explicación escueta, pero con mensaje claro: la calle volvió a marcar el ritmo de la política. Mientras la conflictividad social crece, Milei y su entorno intentan no solo contener el malestar, sino también recuperar la iniciativa. Pero, por ahora, corren de atrás.
Desde su asunción, La Libertad Avanza apostó a una lógica de avance constante: reformas exprés, enemistades sin matices, un discurso que mezcla dogmatismo económico con la estética del ring. Pero las últimas semanas ofrecieron un giro: el Gobierno corre detrás de los hechos. El caso $LIBRA, esa mezcla de criptomonedas, estafas y conexiones gubernamentales, hizo estallar la agenda. A eso se sumó una serie de movilizaciones que desnudaron no solo malestar social sino también una fisura en la narrativa oficialista: la de que todo aquel que protesta es parte de una conspiración.

El 1° de febrero, una marcha antifascista marcó un punto de inflexión. No por su masividad, sino por el tono. La convocatoria surgió como respuesta al discurso de Milei en Davos, que sectores del progresismo y la izquierda leyeron como una negación de las conquistas democráticas.
El mismo clima se había vivido varios meses antes, durante las dos grandes marchas universitarias que tensionaron el primer año de gestión libertaria: la de abril y, sobre todo, la de septiembre de 2024, cuando miles de estudiantes y docentes coparon las calles en defensa del presupuesto educativo. Aquellas protestas, más que erosionar el capital político del Presidente, dejaron en evidencia un límite: el modelo de Milei necesita enemigos, pero también requiere evitar el caos.
Faltaba todavía para el 12 de marzo, día en el que los jubilados e hinchas que fueron a manifestarse a las puertas del Congreso fueron blanco de una brutal represión que terminó con varios heridos, entre ellos el fotógrafo Pablo Grillo, que recibió el disparo de un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza. Ante esas imágenes, similares a las vistas el 12 de junio del año pasado durante el debate de la ley Bases, en el Gobierno hubo un doble movimiento: mientras la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, endurecía el discurso (“es consecuencia de los que generan violencia”), el jefe de Gabinete, Guillermo Francos, buscaba relativizar lo sucedido con Grillo como un “accidente”. Dos voces, una estrategia: no retroceder.

Pero más allá de cierto regodeo en la “mano dura”, en el oficialismo nunca dejaron de ser conscientes de algo: la represión es útil como gesto de autoridad, pero que puede volverse en contra cuando las víctimas tienen nombre, rostro y oficio. Un fotógrafo herido y una jubilada empujada por un policía son escenas que incomodan incluso a quienes apoyan a Milei.
Por eso, en la Casa Rosada celebraron lo sucedido el miércoles pasado. El Presidente no solo obtuvo una victoria puertas adentro del Congreso, sino también un alivio puertas para afuera. Durante la sesión en la que Diputados convalidó el DNU que habilita un nuevo acuerdo con el FMI, la calle volvió a llenarse, pero esta vez el operativo de seguridad logró controlar la protesta sin que se desmadre, a diferencia de lo sucedido la semana previa.
El detrás de escena fue revelador. Bullrich coordinó los pasos a seguir junto a la SIDE y bajo la atenta mirada de Santiago Caputo, el asesor todoterreno de Milei. Se blindó el Congreso con una “zona estéril”, se filtraron colectivos en los accesos y se evitó el contacto cuerpo a cuerpo. A diferencia de lo ocurrido la semana anterior, no hubo mayores escenas de violencia. El dato fue leído como positivo por el ala dura del Gobierno, que aun así insiste en redoblar la apuesta. En ese marco, Bullrich sigue siendo una figura intocable: “Milei la recontra apoya”, repiten en el entorno presidencial.

Ahora, el oficialismo se prepara para lo que viene. Este viernes, la CGT confirmó lo que ya era un secreto a voces: el 10 de abril habrá paro general. Será el tercero contra Milei en apenas cuatro meses. Una anomalía histórica, incluso para estándares argentinos. Y no vendrá solo: el paquete incluye una movilización el 9, presencia en la marcha por el Día de la Memoria, este lunes 24 de marzo, apoyo a los jubilados y una gran marcha el 1° de mayo. “Es una acción sindical de 36 horas”, explicó Héctor Daer. No hay margen para confusiones: tras meses de letargo, la central obrera decidió escalar el conflicto.
En el Ejecutivo, mientras tanto, la tarea de evitar la huelga recayó sobre Francos, el único puente con los sectores dialoguistas del sindicalismo. “Va a intentar convencerlos esta semana, pero no creemos que sea factible conseguir la postergación”, admitió una fuente oficial a elDiarioAR. En el círculo íntimo del Presidente sospechan que la CGT fue empujada a la medida por la presión social tras la represión del 12 de marzo. “Es una sobrerreacción. Estuvieron compelidos”, analizaron. En la lógica libertaria, los sindicatos no protestan: complotan.

En ese clima, Milei debió recalcular. Su viaje a Israel, que iba a realizar este fin de semana, fue cancelado. La excusa fue escueta: “acontecimientos internos”. Pero nadie en Balcarce 50 ignora que la verdadera razón fue la convulsión callejera que se vivió las últimas dos semanas. Lo mismo ocurrió con su frustrada visita a Madrid. Dos suspensiones en diez días. La política exterior, por ahora, debe esperar.
Lo cierto es que el Gobierno se enfrenta a una paradoja. Cada gesto de firmeza refuerza su base, pero también tensa el vínculo con el resto del electorado. Cada represión, cada ajuste, cada viaje suspendido lo acerca a un límite difuso. “Van a buscar muertos”, había dicho una voz oficial tras la marcha del 12 de marzo. Una frase brutal que, más que una advertencia, se parecía demasiado a una amenaza. En la Argentina de Milei, cada día que pasa sin estallar es, para la Casa Rosada, un triunfo. O al menos, una prórroga.
PL/JJD
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