¿Cuánta violencia machista vamos a tolerar?
Su nombre era Ezechia Marco Lombroso, aunque pasó a la historia como Cesare Lombroso, el padre de la criminología. Cuando lo enseñan en la Facultad de Derecho señalan por un lado el intento de sistematización de los tipos de criminales y el intento de encontrar las causas físicas y biológicas que daban por resultado delincuentes. También señalan las aberraciones en la que incurrió al tipificar a los delincuentes por sus características físicas. Según Lombroso el delincuente lo es principalmente por causas innatas de orden genético y que existen características físicas que señalan a los delincuentes. Así determinados tipos de mandíbulas u otro tipo de rasgos físicos son propias de la misma genética que determina que alguien con dichas características físicas será un delincuente. La ausencia de un método científico riguroso en la obra de Lombroso es algo que también señalan los profesores.
Afortunadamente para todos, la teoría Lombrosiana ha sido superada por el avance de la criminología. Aun cuando y, en honor a la verdad, conocer los juzgados penales a veces me hace preguntarme si realmente está taaaan superada como creemos.
Lo cierto es que a veces, con la misma ausencia de rigor científico de Lombroso, un sector de la sociedad acepta que se establezcan determinadas circunstancias físicas como asociadas a determinadas condiciones morales o intelectuales. El caso de las mujeres es paradigmático.
Ser mujer y al mismo tiempo ser persona pública es someterse – a veces voluntariamente, a veces no- a un escrutinio que a ratos parece una tortura. No importa la razón por la cual la mujer es una persona pública, toda su persona es juzgada por su actividad pública y también por su condición de mujer. Así, el cuerpo de la mujer es juzgado, su modo de vestir es juzgado, su modo de hablar, sus hábitos de vida, el modo en que ejerce su sexualidad y cientos de aspectos que poco o nada tienen que ver con su actuación pública son puestas en tela de juicio solo por el hecho de ser mujer.
Esa mirada sobre la mujer como persona pública está teñida de prejuicios que en muchos casos maquillan -mal- un altísimo nivel de misoginia. Que a veces parece chistosa, pero no lo es en absoluto. Vamos a un ejemplo de manual: hay opinadores que consideran digno de calificar como estúpido una opinión vertida por una mujer, no por el contenido de dicha opinión sino porque la mujer es rubia, como si su color de cabello tuviese algún tipo de impacto o influencia en el contenido de su opinión.
Para decirlo claramente: ni las rubias son tontas, ni las mujeres bellas son tontas, ni las feas son inteligentes. Pero más nefasto aún es someter a criterios estéticos la validez de una opinión, solo porque es vertida por una mujer.
Yo recuerdo con especial desagrado una nota que Jorge Fontevecchia escribió en 2013. “Como si lo supiera, Cristina Kirchner precisa erotizar continuamente a su audiencia, con un perrito en un living haciendo mohínes, o en el balcón de la Casa Rosada acompañando con su cuerpo el ritmo de los cánticos de sus militantes. No es un dato frívolo que el talle de ropa de Michelle Bachelet sea un 54 –cintura de 88 centímetros– y el de Dilma Rousseff y Angela Merkel sea 56 –cintura de 104 centímetros–, mientras que el de Cristina Kirchner sea 44 –cintura de 70 centímetros– (la exactitud de estos datos proviene de dos revistas de Editorial Perfil: Labores y Look, especializadas en moldes y costura). Y no es un dato frívolo porque Merkel, Bachelet o Dilma, líderes nutricias, no precisan que sus cuerpos estén sexuados, como sí resulta positivo para el populismo, en el que la erotización de las masas de la que hablaba Freud es un componente tan visible como el éxtasis de los jóvenes que vivaban a Cristina en la Casa de Gobierno durante su discurso ”reinaugural“ tras la jura de los nuevos ministros.”
Verán con claridad cómo la conducta política de la entonces presidenta de la Nación es analizada según si puede o no puede erotizar a su audiencia. Y cómo eso es asociado directamente en esa nota a datos tan relevantes para la discusión política como el diámetro de cintura y cadera de Cristina Fernández de Kirchner, Michelle Bachelet, Dilma Rousseff y Angela Merkel. Si no erotiza, si no tiene un cuerpo sexuado, entonces son líderes nutricias. Ahora, si la líder tiene un físico con capacidad de erotizar, entonces no se trata de una líder nutricia. Ni maternal. Porque está claro que para un sector de la sociedad es claro que las madres no deben erotizar sino alimentar.
Digámoslo con claridad: muchas veces se da por sentado que las mamás no cogen. Sólo son mamás. Y que las que cogen o pueden despertar el deseo desde cierto criterio estético, no son mamás, son mujeres que erotizan o, en muchos casos, putas.
Y me detengo acá para decir algo que creo necesario decir expresamente: las mujeres cogen, sean madres o no lo sean, sean deseables según determinados estereotipos o no lo sean. Notifico formalmente que la sexualidad de las mujeres no se define por el rol que cumplen ni por si alguien no la encuentra deseable. Cogen porque se les da la gana, lo desean y porque tienen la libertad de decidirlo. Pero más importante aún, es que no entiendo porque hay personas que se sienten en condiciones para juzgar o analizar la vida sexual de las mujeres. Menos aún hacerlo públicamente. Y menos que menos, que el periodismo no realice de inmediato algún tipo de aclaración cuando se vierten declaraciones misóginas.
Me acordé de esta nota sobre Cristina a propósito de la discusión que se generó estos días por el trato misógino y absolutamente reprochable – y repudiable- que recibió Florencia Peña por parte de dos diputados de “Juntos por el Machiruleo”- Los diputados en cuestión son Waldo Wolff y Fernando Iglesias. Gracias a un pedido de acceso a la información pública Florencia Peña había visitado al presidente Alberto Fernández en la quinta de Olivos durante la cuarentena implementada para evitar la propalación del COVID 19.
Digámoslo: Florencia Peña es una reconocida actriz y conductora de TV. Además, tiene una pública militancia en temas de género, cuestiones vinculadas a la situación de actores y de apoyo político al gobierno de Cristina Fernández de Kirchner.
Es decir que existían múltiples motivos por los cuales Florencia Peña podría haberse reunido a conversar con el presidente de la Nación. Pero Fernando Iglesias y Waldo Wolff prefirieron omitirlos y presuponer que la visita se había debido a motivos sexuales. Florencia Peña, además de talentosa y comprometida, es una mujer joven y hermosa desde criterios de belleza hegemónicos.
Les voy a ahorrar las alusiones horribles que debió tolerar Florencia Peña respecto a los detalles humillantes que imaginaron los diputados, respecto a la visita que había realizado al Presidente de la Nación. Digamos simplemente que no ahorraron siquiera la nada velada alusión a determinadas prácticas sexuales.
Pero la verdad es que todo lo que dijeron Iglesias y Wolff es falso. No existe ni existía prueba alguna – que no radique en la socarrona, discriminatoria, violenta y porque no, erotizada imaginación de los diputados- que la reunión haya tenido algún tipo de connotación sexual.
Pero la verdad le importa poco a los que desprecian a las mujeres. Y menos le importa a quienes creen que la violencia contra las mujeres es una conducta admisible e incluso chistosa. En el barrio donde crecí dirían que esa conducta es típica de varones con un reducido o ineficiente órgano genital. Pero en lo personal, a los hombres públicos los analizo por lo que dicen y hacen y no por el tamaño o funcionalidad de sus genitales, dato que, como el diámetro de caderas de las mujeres, me resulta por completo irrelevante.
Lo que no es irrelevante en el discurso público de estos señores poco dotados intelectualmente es que hayan hecho hincapié en las visitas femeninas. Como si no hubiesen visitado al Presidente un montón de otras personas. ¿Por qué las visitas de mujeres son objeto de escarnio y las visitas masculinas no? ¿Acaso hay un estudio epidemiológico que indica que la posibilidad de contagio se incrementa si se trata de personas de distinto sexo? ¿Acaso Florencia Peña tiene menos autoridad para debatir con Alberto Fernández respecto a la situación del sector audiovisual que Luis Brandoni, que también visitó al Presidente?
¿Saben algo? Visitas reprochables – y sin duda vergonzantes- a la Quinta de Olivos son otras. Las de jueces y fiscales durante el gobierno de Macri. Tan vergonzantes que el entonces presidente Macri decidió ocultarlas, como así también los visitantes.
Porque lo importante en la discusión pública de este tema, es la enorme discriminación que se comete al presuponer que el único rol posible de las mujeres es en términos de objeto sexual. Y la violencia que trae aparejada esa presunción dicha así por dos diputados de la Nación.
Lo significativo y relevante es si vamos a permitir las conductas discriminatorias y los mensajes violentos contras las mujeres. Y lo que ambos diputados hicieron, con especial énfasis en la conducta de Iglesias, respecto a Florencia Peña fue violencia psicológica, simbólica, mediática e institucional contra la mujer. Amén de un trato discriminatorio. Y, por cierto, ambas conductas están previstas y expresamente dispuestas sanciones a quienes las ejecuten.
Pero, en este caso, los machirulos son diputados de la Nación y, como tales, poseen inmunidad de opinión. Y eso complicará la admisibilidad de cualquier acción penal o civil que Florencia Peña pueda entablar para reparar su buen nombre y honor. Y si bien imagino que cuando se estableció la inmunidad de opinión en nuestra Constitución para los miembros del Congreso de la Nación, nuestros convencionales no tenían mente casos como estos ni declaraciones tan violentas, discriminatorias e imbéciles como las que tuvimos que escuchar en este caso. Y para solicitar la corrección, remoción o exclusión de los diputados o su desafuero se requiere la mayoría de dos terceras partes de los miembros, sin aclarar si es sobre los miembros presentes o totales.
Y tal vez sea ese el verdadero debate que deberá darse la sociedad toda y sus representantes parlamentarios. El debate respecto a cuánta violencia y cuanta discriminación contra las mujeres estamos dispuestos aceptar, justificar, disculpar o pasar por alto. Mi temor es que pase como pasó con la teoría Lombroso, que hoy nadie defiende, pero aun parecen practicar algunos juzgados. Mi temor es que los repudios públicos que hoy reciben las manifestaciones de ambos diputados no se vean acompañados por la decisión política de dar una señal clara y unívoca respecto a que la violencia y la discriminación contra la mujer resulta, a esta altura de nuestra evolución como sociedad, intolerable.
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