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ENTREVISTA
LUCERO CORRALES

Una detective de yaguaretés se adentra en el Gran Chaco argentino para evitar la extinción del felino más grande de América

Lucero Corrales busca la colaboración de famillias y personas que viven y trabajan en los campos del monte chaqueño.
17 de julio de 2022 00:01 h

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Lucero Corrales es cordobesa y guardaparque. Es lunes por la tarde y acaba de llegar a Villa Río Bermejito, en el departamento de General Güemes, provincia de Chaco, muy cerca de la frontera con Formosa. Estuvo de expedición, más hacia el noroeste chaqueño, tras un nuevo dato que podría confirmar la presencia de un yaguareté, el jaguar, panthera onca, tigre manchado, “verdadera fiera” en guaraní, “el bicho” que solía reinar por estos montes o bosques chaqueños hasta que la cacería y el avance sobre su hábitat lo llevaron al borde de la extinción, explicó Corrales. 

Aquí, en el Gran Chaco argentino (Chaco, Formosa, Santiago del Estero y Salta) es temido por los locales, injustamente, asegura Corrales. No hay registros de ataques del yaguareté a humanos a excepción de raros episodios en los que el animal debió defenderse para evitar ser cazado.

Esta “detective” de tigres manchados -como le gusta bromear al pasar- integra el equipo de Proyecto Yaguareté, un programa del Centro de Investigaciones del Bosque Atlántico (Ceiba) junto con institutos del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) y apoyado por decenas de universidad, instituciones públicas y organizaciones no gubernamentales como Fundación Vida Silvestre.

Al margen del tranquilo río Bermejito, que desemboca en su hermano mayor, el Bermejo, Corrales recibe a elDiarioAR y otros medios en el marco de un viaje organizado y financiado por Greenpeace hacia el territorio del yaguareté, donde continúa avanzando la deforestación o desmonte que lo amenaza ante la extensión de la frontera agropecuaria de las pampas hacia la región chaqueña. 

“Lo que hago es estar en contacto frecuente con gente que vive en el campo o que trabaja y se mueve en el campo, donde tenemos mayores posibilidades de detectar la especie. Es imposible que nosotros podamos detectar este bicho cuando quedan menos de 20 animales. Entonces hemos elegido esta metodología: la ciencia colectiva o monitoreos participativos. Necesitamos de la colaboración del conocimiento popular o del campo en la ciencia”, afirma Corrales. 

“Lo que hacemos es buscar a los colaboradores que constantemente nos están aportando esta información: dónde está presente la especie, por dónde se mueve. Buscamos principalmente hallazgos de huellas; relatos de avistaje; información sobre conflictos entre las personas y el yaguareté por depredación del ganado doméstico; o datos de individuos posiblemente cazados o atropellados”, asegura y resalta: “Cualquier dato de presencia, ya sea potencial o confirmada, es de gran valor. Y esta información la tiene la gente de la ruralidad: productores, investigadores, maestros y maestras rurales, policías, técnicos de otros proyectos de conservación, guardaparques, cualquier persona que esté en el monte”. 

No es un trabajo fácil, asevera, y el Proyecto Yaguareté tiene apenas dos ejemplares identificados: Qaramtá y un segundo felino. Su singular rugido, seco y extraño, de garganta profunda, despierta a los lugareños del sueño a la pesadilla. Además, sus colaboradores viven en condiciones de aislamiento y carencias. Corrales asegura que se recuerda permanentemente que ella les habla desde un lugar de privilegio.

¿La gente está predispuesta a aportar información sobre el yaguareté?

No, hay una reticencia al principio porque hay una imagen en general un poco negativa por parte de la gente del campo, que entiende al yaguareté como una especie peligrosa, se le tiene un poco de temor, a veces temores que son infundados. Hay realmente muy pocos registros de ataques a personas y los casos en los que se han dado han sido porque lo han intentado matar, y el bicho ha actuado en defensa. Tenemos que tratar de llevar información sobre cuál es el comportamiento del animal para desmitificar esto del ataque sobre personas. Una vez que uno genera un vínculo con la gente, que alguien lo visita varias veces y estamos tres horas tomando mate, nos quedamos a dormir en el puesto, compartimos una comida y vamos a caminar, se va generando un tipo de vínculo casi de amistad. Me pasó de gente que visité en tres oportunidades y no me contó nada y a la cuarta vez, me contó todo.

¿Por qué cree que tardan en abrirse?

Porque contar los datos del yaguareté es casi como contar un secreto familiar. Acá es como algo muy, muy guardado y que no se confía a cualquiera. Entonces, es importante dedicar tiempo y hacer presencia generando esos vínculos de amistad. Luego los datos van apareciendo. Salimos a campo cuatro o cinco, hasta 26 días seguidos, visitando puestos que son considerados de interés previamente por nosotros porque tenemos datos antiguos de colaboradores de antemano o porque tenemos referencia que en ese puesto pueden llegar a tener alguna información de valor y a veces aleatoriamente también. Los invitamos a seguir siendo visitados por nosotros, a colaborar por la conservación del bicho, a aportar cualquier dato de valor, a que tengan confianza en nosotros también, como no un ente de control o de fiscalización, sino alguien que sin juzgar mucho quiere ir a escuchar el conocimiento que tienen esas familias, siempre dejando en claro que la cacería del yaguareté es una práctica ilegal.

Tras las huellas

Las familias y personas que Corrales visita en el Gran Chaco argentino se extienden en un área de 6.000.000 de hectáreas, muchas veces, de difícil acceso. “En algunas provincias se trabaja más, en otras menos, de acuerdo a las posibilidades que se van dando, permisos o datos que van apareciendo, o de posibilidades que tenemos nosotros de movernos en campo”, asegura.. 

“Yo recopilo ese dato que me llega de la posible presencia del yaguareté, lo analizo, lo sistematizo y lo comunico. Si llegamos a confirmar un dato, mi responsabilidad, mi deber, es comunicarlo a las autoridades de aplicación”, dice Corrales. Actualmente, Proyecto Yaguareté cuenta con más de 150 personas que han aportado datos en las visitas y que luego mantienen contacto de manera virtual, aunque la conectividad es escasa. 

“En la mayoría de los lugares -afirma Corrales-, la gente pone el teléfono en una botella plástica en una soga colgada de un quebracho, pone compartir datos, levanta la botella hasta la punta de quebracho y comparte datos para el resto. Ese es como uno de los mejores panoramas. Además, la disponibilidad de fondos no siempre es constante para poder movernos y estar hablando con la gente”. 

Una vez que tienen un dato de la posible presencia del animal, ¿cómo corroboran que se trata de un yaguareté?

Básicamente con la medición de las huellas que nos aportaron en una fotografía. Pocas veces la gente saca la foto de la huella porque no tiene teléfonos con cámara de fotos pero saben dónde está la huella. También se colectan los excrementos y los pelos. Se envían al Museo Argentino de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia en Buenos Aires para que la investigadora Patricia Miraba los analice y así también pueda determinar la especie de la cual se trata. También se estudian los animales depredados, se puede diferenciar un yaguareté o tigre de un puma o león del monte por algunas marcas o formas de ataque. ¿Por dónde lo comió? ¿Por dónde lo mató? Las marcas de colmillo. Tenemos que ser tolerantes porque muchas veces es frustrante. A veces tenemos 50 datos potenciales o sin identificación de la especie, hicimos un esfuerzo de muestreo súper grande para conseguir esta información, pero no lo puedo confirmar.

¿Es fácil para las personas distinguir si es la huella de un yaguareté o de un puma?

Sí, por lo general sí. A veces surgen ciertas dudas, pero por lo general reconocen las huellas. Depende mucho del suelo en el que fue marcada, los días que pasaron desde que la huella se marcó hasta que la persona lo encontró o cuántos animales pasaron por encima. Si llovió, si el bicho estaba subiendo una barranca o estaba caminando planito. Nosotros sometemos la foto de la huella a un análisis de medidas y formas a través de un programa y a partir de ahí nos dan un porcentaje de la especie. 

Acaba de regresar del monte o bosque en busca de información sobre el yaguareté. ¿Qué encontró?

No son datos publicados todavía, pero tenemos un dato del mes de junio, muy reciente, el primer dato de presencia del animal en 2022. Con Rocío -su actual colaboradora- estuvimos en el noroeste de la provincia de Chaco. Tenemos un dato confirmado en esa zona. Muchas veces dar publicidad a la información juega en contra, porque ese individuo puede llegar a estar en riesgo de ser cazado. Debemos alertar a las instituciones. Eso habla también del trabajo colaborativo con quienes hacen control y fiscalización para hacer presencia en el territorio y tratar de disuadir a los cazadores y evitar que lo maten.

Esperando a la Corte

La invitación de Greenpeace a los medios de comunicación en este viaje a Formosa y Chaco tiene un motivo particular: en julio de 2019, demandó a los gobiernos de la Nación, Formosa, Chaco, Salta y Santiago del Estero ante la Corte Suprema de Justicia de la Nación. La ONG ambientalista solicitó al máximo tribunal ponga fin al avance sobre el hábitat de este felino, es decir, a los desmontes para ganadería y soja. El amparo y medida cautelar fueron presentados en nombre del yaguareté y por primera vez en la historia un animal llegó a la Corte Suprema.

“Es imposible serle indiferente al yaguareté” asegura Corrales en Chaco. En la ciudad de Buenos Aires, sin embargo, la urgencia que marcan los expertos como Corrales y las organizaciones ambientalistas quedó en suspenso: la audiencia pública anunciada por la Corte para el primer semestre de 2022 y un posible fallo judicial no se cumplieron.

En Argentina, el yaguareté solía entender su territorio desde el norte de la patagonia hasta el extremo norte del país. En territorio argentino, quedan alrededor de 250 ejemplares de este felino, el más grande de América, nativo del sur del continente, y el tercero más grande del mundo.  

En la provincia de Misiones, queda un número estimado de entre 90 y 110 individuos que habitan la selva paranaense. La población en las Yungas (selva de la región andina de Jujuy y Salta) es similar.  En el Gran Chaco argentino, mucho más extenso que los otros dos ecosistemas, es donde el yaguareté se encuentra más amenazado: quedan apenas 20 animales que Corrales intenta rastrear. “Ese número lo estimó Verónica Quiroga, quien estaba a cargo de la coordinación de la región chaqueña hasta el año pasado. Actualmente no estamos haciendo nuevos análisis del número o la cantidad”, explica Corrales.

¿Por qué es importante que el yaguareté no se extinga en el Gran Chaco argentino?

El yaguareté es un predador tope, regula toda la cadena alimentaria del bosque chaqueño, del monte. Su rol es comer ciertas especies que se comen a las especies que están por debajo de él. Tenemos que intentar que no se rompa el equilibrio. Ni siquiera podemos dimensionar lo que puede significar en estos espacios que el yaguareté no esté presente. Lo que sí sabemos es que está en peligro crítico de extinción y que con 20 animales no está cumpliendo su rol ecológico, de depredador tope. Las amenazas y la velocidad con las que estas actúan es enorme. No damos abasto. Entonces sí o sí necesitamos intentar trabajar articuladamente, unirnos para intentar salvarlos. Ahí interfieren todos los gobiernos, nacional, provinciales, las organizaciones de la sociedad civil.

¿Cómo se llegó al punto de la extinción en la región chaqueña?

Por las amenazas como la pérdida del hábitat por la deforestación, junto con la cacería directa de los yaguaretés, que está culturalmente muy arraigada a la gente que habita estos territorios. Ir contra una práctica cultural es difícil. También la disminución de sus presas (chanchos del monte, corzuelas, tapires, entre otros). Trabajar en bajar la intensidad de estas amenazas, eso es definitivamente lo más difícil. Yo no puedo imaginar el monte sin el tigre. A veces pensamos que ya no está. Este año, no había ningún dato de presencia del yaguareté en el Chaco. Cuando ves la huella y encontrás el rastro y los datos van apareciendo, es un alivio y una luz verde de que vale la pena seguir estando acá, en este espacio. 

Solitarios

“Lo que más escucho son historias de contacto con el animal y, cruelmente, la mayoría de las historias que se cuentan son de cacería de los animales. Es durísimo saber que lo que más se recuerda de esta forma de interacción es a través de la violencia y la matanza de los bichos”, se lamenta Corrales. “Más recientemente, el contacto con los yaguaretés o los pocos casos de avistaje que hay, me ayudan a llevar esas historias hacia otras familias y desmitificar el peligro que la gente cree que el yaguareté significa para su propia vida”.

¿Qué le cuenta la gente sobre esos encuentros?

Tenemos algunos casos de relatos de avistaje muy cómodamente desde arriba de una camioneta. La gente que ha tenido la fortuna cuenta que ha sido siempre muy tranquilo. El animal tiende a seguir su camino, nos detecta, generalmente, antes que nosotros lo veamos, tiende a cambiar su rumbo e irse hacia otro lugar. La gente siempre menciona que se quedó paralizada, alzó su perro y se fue corriendo.

¿Qué motiva la caza del yaguareté?

Hay varias razones por las cuales lo han cazado históricamente: por sus cueros o su piel, que tenían muchísimo valor. Por una especie de hombría que implica el hecho de cazar un yaguareté, una cuestión honorífica, generalmente patriarcal. Como represalia ante la depredación del ganado doméstico y también como una medida preventiva: por las dudas hay que matarlo. Eso sigue pasando al día de hoy: se sigue sintiendo la sensación de que la presencia del yaguareté es potencialmente peligrosa para el ganado y nuestra economía. Y también por miedo a que se coma a las personas, lo que es casi improbable, muy difícil. El yaguareté tiene sus presas. Hace unos días me llamaba un poblador de allá, justamente de esta zona donde detectamos estas huellas, pidiéndome que vayamos a buscar al animal y lo saquemos de la zona porque se lo iba a comer a él. Trabajamos mucho eso con la gente. Le dije: “¿Cuántas personas conoce que fueron comidas por un yaguareté?”. Y él me dice: “Ninguna. Pero yo estoy en el monte, con mi perro y mis vacas, solo, no tengo linterna”. Y uno se pregunta cómo hacer entender desde un lugar de privilegio. A veces cuando voy a las escuelas, le muestro la foto del animal a chicos de dos años, y apenas la ven dicen: “Me va a comer, malo”. No se le puede decir a esa persona que lo que él cree no es así, sino que hay que hacer presencia, sentarse a hablar con él, ponerle ejemplos, mostrarle casos, hablarle de números, explicarle por qué, invitarlo al análisis. Es un trabajo que requiere mucho tiempo y paciencia.

¿Suelen ser solitarios?

Son super solitarios. Normalmente el tiempo que suelen estar juntos son cuatro días durante el celo de la hembra. Ustedes imagínense que fuéramos, en el mejor de los casos, 20 personas en cuatro provincias, en 6 millones de hectáreas, sobreviviendo a la cacería, el atropellamiento. ¿Qué posibilidades tendríamos de encontrarnos?

ED

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