Libros anacrónicos, el humor como bandera
“El delirio en esta época / es tomar conciencia”. Esta época, Victoria Mil.
Uno. Empezó el momento en el que tengo que hacer un repaso por los libros que salieron y leí en el año (la neurosis obsesiva o esa vuelta en calesita donde se combinan la obligación laboral, el gusto un poco enajenado por las listas, las ganas genuinas de hacer memoria, la angustia por un posible olvido, el reloj que corre). Me refiero, claro, a las llamadas novedades editoriales, no a todo lo demás que leo sin ton ni son, sin pensar en el almanaque. Sin excepción, cada vez que encaro esta actividad me causa gracia. Es que apenas empiezo a ver mis apuntes, me doy cuenta de que por lo general los libros que más me atraen son justamente esos que le escapan al año en el que salen o, mejor, a esa convención resbaladiza que llamamos época. Y, por lo general también, quienes los escriben no lo hacen desde el pataleo o desde el rótulo anti algo (pocos gestos más vacuos que la transgresión autoimpuesta, un punk cristalizado que solo puede nacer y morir como remera), sino desde la forma, que no es otra cosa que una mirada sobre el tiempo. Son libros desubicados, corridos, inadaptados. Son libros anacrónicos que, a la vez, trabajan con imágenes, objetos o personajes extemporáneos.
Dos. “La imagen digital es fantasma del objeto. Tengo la teoría de que el objeto va a volver, con toda su realidad, su dignidad, su belleza, su apelación a los cinco sentidos. No creo que la humanidad se resigne al mundo espectral de las pantallas, teniendo a su alcance a los objetos. Sobre todo porque el objeto nunca se fue del todo. Los mismos dispositivos del mundo digital, pasablemente fetichizados, están ahí para recordarlo”. Encuentro esto en el cuaderno donde guardo algunos de los subrayados de lo que leo. Lo escribió César Aira en Ideas diversas (Blatt & Ríos, 2024), una de las publicaciones que más me gustó entre las que leí y se publicaron este año. Un Aira fragmentario, peleador, cómico en las sombras, casi vitalista desde la oscuridad. Un Aira que, a partir de escenas anacrónicas que transcurren en bares, en libros, en cuadros, en fotos, lee e ilumina la época de manera oblicua.
Tres. Sobre Aira escribió el domingo pasado Juan José Becerra en esta columna para elDiarioAR (para seguir con el jueguito del repaso anual: si me preguntan, una de mis preferidas de 2024). Dijo que lo de Aira “es el hechizo por vía del pensamiento entendido como una rama de la imaginación. Una imaginación pura (la especulación hecha poesía), en la que la gracia consiste en darle a las abstracciones un efecto irresistible de entretenimiento espontáneo, como si a través de una transparencia más prístina que el aire lo viéramos a Aira en su laboratorio mental, especulando en vivo para nosotros (a diferencia de Borges, que especulaba en diferido)”. Becerra también se refirió a la época o, mejor, a la dificultad que trae adherida su lectura: “Qué difícil es ver y contar de qué está hecha una época. Sobre todo, si se la ve cursando la actualidad como un río, digamos el Río de la Historia, a un ritmo cada vez más acelerado en busca, como siempre, de su ilusión de progreso autodestructivo. La Historia es un poquito cocainómana. Desea sucesos grandilocuentes para poder contarlos, y por lo general no tiene en cuenta los costos de su despliegue. Su avance no conoce la suspensión. Falopera vieja, va para adelante porque la misión de los humanos que la empujan es correr como locos el furgón de cola del tiempo y, si fuese posible, adelantarlo. Y el presente, para seguir con la comodísima metáfora del río, es el mirador desde el que lo vemos pasar llevando sus resplandores y su mugre”.
Cuatro. Pienso en la estridencia del presente y también en las pocas personas y espacios que nos habilitan pequeñas suspensiones temporales de todo ese ruido (como dijimos la otra vez por acá, la cinchada más o menos de siempre: lo que hacemos de este siglo, lo que este siglo hace de nosotros). De pronto me vuelvo a subir a la calesita y en mi cabeza un listado difuso empieza a tomar la forma de un destello. El repaso me lleva por algunos encuentros, algunas risas, algunas conversaciones, algunas complicidades, la intimidad discreta y, claro, la lectura (sí, incluso los y las que somos más fatalistas podemos notar que todavía existen algunos abrigos posibles). Hasta que el trabajo me llama una vez más y no me queda otra que volver a las listas de libros. Pienso en los motivos bien distintos por los que algunos de verdad me atrapan. Entonces agradezco ese refugio a quienes los escriben y los seguirán escribiendo. Y también les doy las gracias a todos los que, casi siempre sin saberlo, ofrecen amparos mínimos que nos dejan ejercer por un ratito nuestro derecho al anacronismo. Por ese encanto reservado, esa efervescencia persistente, ese vitalismo fuera del tiempo.
Esta entrega de Mil lianas es, como casi siempre, un pequeño catálogo de imágenes y personajes orgullosamente anacrónicos. Por acá.
1. Ruth, de Adriana Riva. Con el humor como bandera. Con impunidad. Con la perspicacia que dan los años y esa mezcla de parsimonia y apuro ineludible: tener todo el tiempo del mundo después de una vida llena de obligaciones y empezar a percibir que las hojas del calendario vuelan. Ruth es una mujer judía de 82 años, viuda y jubilada que pasa sus días estudiando movimientos artísticos, palabras, mapas (“es mi manera de matar el tiempo, porque el tiempo se resiste a matarme”, asegura). Anacrónica, claro, a veces va a la ópera con sus amigas, a veces intercambia mensajes con sus hijos, a veces observa como seres muy extraños a sus nietas, por lo general prefiere quedarse en camisón en su departamento porteño y no tiene problema en confesarlo.
Ruth es el título de la nueva novela de la escritora argentina Adriana Riva y el nombre de su protagonista. “Un personaje entrañable, de esos que no será fácil olvidar”, como apunta Federico Falco en la contratapa del libro.
La historia está contada a partir de la voz de la propia Ruth, una mujer que se dedica, con agudeza y gracia, a cuestionar algunas imposiciones que pesan sobre las personas. En especial sobre los ancianos, en particular sobre las mujeres de su edad. Riva, quien como contamos por acá se dedicó a observar con lucidez los vínculos entre madres e hijas en sus libros anteriores (lo hizo en la novela La sal y también en el poemario Ahora sabemos esto) vuelve a lograrlo una vez más en esta novela tramada a partir de un relato luminoso, fresco y encantador.
Ruth, de Adriana Riva, salió por Seix Barral.
2. Anacronías alemanas, de Patricio Binaghi. “Pienso sobre mi inconstancia en la natación y en otras actividades e intereses a lo largo de mi vida. Cuando algo se vuelve rutina, abandono. Sin embargo, desde chico mantengo la afición por los vinilos, los libros y la fotografía”, afirma Patricio Binaghi en Anacronías alemanas (Paripé, 2024). Se trata de un libro que prefiere no encasillarse en un género –podría pensarse como un diario de viaje, la crónica detallada del día a día de un coleccionista, las memorias fragmentarias de un argentino que busca su lugar en el mundo– para concentrarse en las insistencias de su autor. Y lo que insiste en él son las preguntas, las ganas genuinas de bucear en libros, imágenes y archivos para rescatar algo de la belleza del universo, el afán incansable de atesorar pedazos del siglo XX mientras lo inquieta el XXI.
Contado a partir de una serie de viajes a algunas ciudades alemanas –Binaghi nació en Buenos Aires, pero está instalado desde hace algunos años en Europa– el libro expone una sucesión de recorridos por ferias, museos, galerías, librerías y anticuarios donde el autor puede llegar a encontrarse con esos objetos que lo desvelan y también con algunas sombras de su pasado. Pero, como casi siempre ocurre con los viajes, el relato minucioso de estos trayectos es una excusa que le sirve para reflexionar sobre las partidas, la modernidad, los vínculos, la soledad, los regresos y la identidad.
Patricio Binaghi nació en Buenos Aires, en 1976. Estudió Comunicación Audiovisual y Gestión Cultural. Se especializó en archivos. Produjo varios espectáculos teatrales, entre ellos El corazón del daño, basado en el libro de María Negroni y dirigido por Alejandro Tantanian, y Cae la noche tropical, una adaptación de la novela de Manuel Puig. En 2016 fundó Paripé Books, una editorial con base en España y Argentina. Desde 2021 dirige la revista Bibliotech, dedicada a los archivos, las bibliotecas y la documentación de escritores.
Anacronías alemanas, de Patricio Binaghi, salió por Paripé Books.
3. Clara y confusa, de Cynthia Rimsky. “Al menos yo me aferro a una pregunta, si ella me quiere: en cambio, los plomeros, ¿a qué se aferran?”. En esos dos terrenos –el de la duda que viene siempre adherida al amor y el de un trabajo que recién empieza a conocer– se mueve el protagonista de Clara y confusa (Anagrama, 2024), la nueva novela de la escritora Cynthia Rimsky. Una obra plagada de peripecias, de enredos, de inquietudes vitales y sobre todo de preguntas.
Es que el protagonista de la historia, flamante incorporación al sindicato de plomeros de un pequeño pueblo, conoce a Clara, una artista plástica que lo deslumbra y que lo hace cuestionarse todo. Desde el vínculo que los une, a los manejos de su gremio. De los circuitos del arte y sus códigos misteriosos, al amor y sus zonas opacas. En su mirada de enamorado y de errante, todo entra en el péndulo que va de la claridad a la confusión, todo es tembladeral, todo es querer entender y al mismo tiempo saber que no hay amor sin incertidumbre.
Con vértigo y con humor, el libro acaba de ser distinguido con el Premio Herralde de Novela. Nacida en Chile y residente en la Argentina desde hace más de una década, Cynthia Rimsky se convirtió en una de las voces más delicadas y singulares de la literatura latinoamericana contemporánea. Tuve la posibilidad de hablar hace unos días con ella a propósito de su novela. Pueden leer la entrevista en este enlace.
Clara y confusa, de Cynthia Rimsky, salió por Anagrama. En este enlace, una entrevista con la autora.
Banda sonora. Un notición que se conoció por estos días: en unas semanas llega a la Argentina Patti Smith. La artista viene a presentar el 27 de enero en el Teatro Ópera (Corrientes 860, CABA) una especie de performance que se llama Correspondences junto a la plataforma de arte sonoro contemporáneo Soundwalk Collective. Pueden leer un poco más sobre este show por acá. Para ir calentando motores, sumé algo de su música a nuestra banda sonora compartida. Se escucha, como siempre, por acá.
Algo más: los medios internacionales empezaron a armar listas con las mejores canciones de 2024. Estuve un poco dispersa por estos días y más dedicada a lo instrumental que a la música cantada, así que pude prestarles muy poca atención a estos balances. Pero entre los que más me engancharon, está el que hizo el diario británico The Guardian, que se confeccionó a partir del voto de más de 20 redactores que escriben sobre música allí (se escucha en este enlace si tienen ganas). Para mi gusto tiene la dosis justa de pop, algo canchero, viejos conocidos, sorpresas y novedades a las que nunca hubiera llegado si no fuera por esta selección. Aproveché y de paso elegí algunas de las canciones de ahí para nuestra lista compartida.
Bonus track. “Una época de la Argentina se acaba. Es lógico, las épocas se acaban, pero es duro, cuando es la tuya, verlo. Beatriz Sarlo fue un pilar de esa época que creció en la esperanza sesentista, se acurrucó frente al horror de los setentas y desplegó lo que pudo desplegar a partir de 1983, nuestra fallida democracia”, escribió Martín Caparrós para despedir a Beatriz Sarlo, quien murió esta semana a los 82 años (pueden leer el texto completo en este enlace). Hablábamos arriba de las dificultades para descifrar los tiempos y con ella se va, además de una de las mayores intelectuales de la escena cultural y política de la Argentina, una enorme lectora de épocas.
Posdata. Gracias a todos los lectores y lectoras de Mil lianas que me crucé por estos días de reuniones de fin de año, brindis y encuentros (algunos bastante insólitos) y me dijeron cosas muy lindas sobre este espacio. También a quienes mandan mails o mensajes por las redes. La correspondencia, por la vía que sea, siempre es una alegría. A modo de pequeño homenaje y porque hablamos más de una vez por acá sobre su trabajo, dejo para el cierre una imagen de Marisa Paredes en La flor de mi secreto, una de mis películas favoritas de todos los tiempos. Un agradecimiento eterno para una actriz inolvidable.
¡Hasta la próxima!
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