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Oda al contrabando, el camino de los libros

Gena Rowlands, en una escena de un largometraje de John Cassavetes.

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Uno. “Paso de los Libres es una ciudad fronteriza. La palabra ‘contrabando’ era común en mi niñez. La aduana era una institución omnipresente. Todo era, sin embargo, muy vago en esa zona de transición. A través de esas orillas se traficaba lo prohibido: bebidas alcohólicas, perfumes, tabaco, medicamentos, prendas textiles. Obviamente, la noción de contrabando se asociaba al desvío de la norma. Aún no se había instalado de manera masiva la palabra narcotráfico. Pero había otro desvío de orden temporal. Fugarse por un momento a un sitio convocado por el ritmo del carnaval, huir del tiempo de las complicaciones y los trastornos diarios nos permitía ingresar a una realidad paralela. Era una fuga y, también, una puerta de entrada a una especie de alteridad vivida de modo colectivo. Esas horas se volvían vertiginosas. Correspondían al éxtasis y al furor. Presumo que la poesía, difusamente, estaba allí, en esa metamorfosis y en esa ruptura, en esa suerte de contrabando en la que se filtraba una imagen discontinua del tiempo”, leo subyugada en el libro Primeras luces (Ampersand, 2024), del poeta Carlos Battilana. La publicación, excelente, repleta de zonas epifánicas, forma parte de una colección de lo más interesante que dirige Graciela Batticuore. Se llama Lector&s y reúne textos de autores y autoras que ofrecen sus miradas bien diversas alrededor del acto de leer (hay ensayos, entre otros, de Tamara Kamenszain, María Moreno, Edgardo Cozarinsky, María Teresa Andruetto y el último que salió, que se lanzó por estos días, fue escrito –me pongo de pie– por Luis Felipe Yuyo Noé).

Dos. La palabra contrabando en el texto de Battilana me hizo volver a escenas propias –algunas antiquísimas y otras crocantes, de esta semana– y a algunas lecturas. Con ese puente que el autor cruza de niño hasta Uruguayana para encandilarse con otra lengua y otras palabras, con la escuela omnipresente, con esa mudanza a otra ciudad clavada en la mitad de la infancia que lo lleva al descubrimiento de algunas fisuras del lenguaje –él les proponía a sus compañeros jugar a la embopa sin saber todavía que en el conurbano bonaerense era la mancha–, el texto se me volvió prisma. A partir esos destellos incipientes que evoca el poeta –Primeras luces se llamaba el libro que la señorita Zulma le había dado para leer en primer grado en aquel pueblo de frontera– volví a mi propio camino, a mi nacimiento en una ciudad en la que casi no viví, pero figura en mi documento de identidad; al reloj vital siempre marcado por el ciclo lectivo y las vacaciones en pueblos ajenos, a los manuales “del alumno bonaerense” que diferían de los textos de los estudiantes primarios porteños, a los primeros encantamientos con cuentos de Elsa Bornemann, a mis propias letras garabateadas, a mis maestras y mudanzas, a los momentos en los que hice el camino inverso, a los puentes que crucé: de la gran ciudad a un pueblo cuando arrancaba tercer grado, del pueblo a la gran ciudad para venir a estudiar. “¿De dónde sos?” sigue siendo, hasta hoy que llevo más de 20 años instalada en Buenos Aires, más precisamente en Villa Crespo, una de las preguntas que más me cuesta responder. (Una confesión: jamás hice un trámite por cambio de domicilio).

Tres. Leo unos artículos preciosos de Erri De Luca que llegan por estos días a nuestras tierras en el libro Napátrida. Volver a Nápoles (Periférica). Quizá uno de los mejores contrabandistas de escenas del siglo XX en este incierto XXI sin décadas y por lo tanto sin balizas, De Luca disecciona el vínculo tirante que tiene con su ciudad natal. Un lugar del que escapó cuando tenía dieciocho años y al que regresa siempre a tientas y por escrito. Nápoles es el mar recordado, es la niñez, es la ciudad insomne, es los textos cómicos leídos de ediciones baratas, es Maradona, es la familia. Pero sobre todo, Nápoles es sus palabras, con ese particular y sonorísimo dialecto que De Luca no hace más que bagayear en su memoria. Un sonido que rememora a la distancia transformado en un adulto que necesita de un neologismo –napátrida; Napòlide en italiano– para constituirse como escritor errante. Como él mismo escribe, “alguien que se ha raspado del cuerpo sus orígenes para entregarse al mundo”

Cuatro. Hace unas semanas, la escritora argentina Fernanda Nicolini se refirió en este texto divino a esa sensación incómoda y también profunda de tener que pensar una respuesta cada vez que le preguntan ¿de dónde sos? (no se pierdan la columna, además, porque incluye un recorrido por textos de autores como Eduardo Berti, Clara Obligado, Agota Kristof y Alejandro Zambra y otros que por distintos motivos oscilaron entre lenguas, patrias, orígenes). “Suelo tener la fantasía (¿que camufla cierta envidia?) de que cuando las personas dicen ‘en mi casa se hacía tal cosa’, tienen una sola casa en su cabeza. En cambio a mí, del mismo modo que la memoria trama recuerdos con los retazos sueltos que va encontrando en la cabeza, se me aparece un rasti de habitaciones, livings, cocinas, patios, perros, gatos y barrios que se arma y desarma cada vez”, apunta Nicolini, que de un tiempo a esta parte adoptó el barrio porteño de Villa Urquiza como su lugar en el mundo.

Cinco. Sigo sin poder responder de dónde soy y, tal vez, escribir, para mí, no sea otra cosa que fabricar alguna respuesta a esa pregunta que insiste. Un vaivén que me ayuda a darle forma al contrabando. Después de todo, ¿no componen la infancia, el origen, las primeras luces, los barrios adoptados un diccionario imaginario que no hacemos más que llevar de un lugar a otro? ¿No podemos ser –en la lectura, en la escritura– un poco traficantes de tiempos y de palabras?

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1. Gris Tormenta por dos. Les hablaba arriba de los contrabandos y pensaba que quizá los escenarios más me atraen suelen ser aquellos en los que justamente se produce el tráfico alguna cosa. Con los libros me ocurre algo parecido: me suelo enganchar con aquellos que proponen algún tipo de contrabandeo. Algo en esta dirección ocurre con los flamantes libros La invención de un lector, de Cecilia Fanti, y El destino de una caja, de Victor Malumián, ambos publicados por el sello mexicano Gris Tormenta, que por suerte se distribuye en nuestro país. En los dos casos, el bagayeo es temporal. Y es que las dos publicaciones ofrecen detalles sobre dos actividades, digamos rápido, del siglo XX para pensarlas en el XXI: la venta y la distribución de libros. Dos oficios que se desarrollan entre lo artesanal, la intuición, el comercio, la efervescencia, los inventarios, los números y las ganas genuinas de expandir la lectura. 

En La invención de un lector, Fanti ofrece lo que ella misma llama “seis apuntes” sobre la formación del catálogo de una librería y una reflexión sobre su trabajo como librera al mando de Céspedes, un local de venta de libros que arrancó de manera modesta en el barrio porteño de Colegiales y que, luego de algunos años de trabajo intenso, está por abrir su tercera sucursal.

Contado en capítulos cortos, el libro abarca desde los primeros –y podríamos decir tímidos– acercamientos de la autora a los libros en su casa familiar hasta su paso por la universidad, su deslumbramiento por la lectura y sus diversos trabajos en el universo editorial que la llevan a reflexionar sobre lectores, autores y esa suerte de clic que debe suceder para unirlos.

El libro de Malumián, por su parte, se dedica a una cuestión técnica y también fascinante de la circulación de los libros: la distribución. “¿Alguna vez te preguntaste cómo llegó ese libro hasta tus manos? ¿Cómo llega un libro a la librería? El recorrido no es lineal. En el ecosistema del libro se repiten las mismas lógicas que ya conocemos en la sociedad, el pequeño proyecto y la gran empresa, la atención al detalle y el volumen. ¿Cómo son las redes de colaboración entre colegas que pivotan entre lo industrial y la mirada artesanal sobre un objeto tan hermoso como antiguo?”, son algunos de los interrogantes que el autor, que también es editor y uno de los fundadores de la Feria de Editores, se propone responder también desde sus propias vivencias.

Los libros La invención de un lector, de Cecilia Fanti, y El destino de una caja, de Víctor Malumián, salieron por el sello Gris Tormenta.

2. Cabeza parlante. Boca muda, de Matilde Michanie. “Migrar es moldear una hendidura, una cuña, una grieta, una frontera interna que es, a la vez, un camino, un signo, un pasadizo”, se lee en los intertítulos de este documental.

Armado íntegramente con imágenes de archivo de la historia reciente de Argentina y de Europa, con una voz en off de su directora y con tomas que ella misma registró en Berlín, este documental cuenta la historia de una mujer que decidió migrar y que no siempre encuentra las palabras para hablar de su experiencia. Tal vez por eso bucea en las imágenes, tal vez por eso prefiere escribir esos intertítulos, muchas veces con tono poético, que se van intercalando a medida que avanza el relato.

“Me fui de la Argentina en 1990, un año turbulento y de precario augurio para el país. Volví en 2003, también otro año de futuro incierto y caótico”, señala la realizadora Matilde Michanie sobre el puntapié de su largometraje. Se trata de una película de cruces y de tránsitos (no en vano, a lo largo de su hora de duración se multiplican las tomas de medios de transporte: hay aviones, subtes, trenes, barcos, tranvías) que a partir de una forma muy particular busca la intersección entre lo íntimo y lo público. Es así que se suceden elecciones, cambios de gobiernos, crisis políticas, escándalos nacionales argentinos y alemanes desde la mirada de una persona que parece preguntarse sobre su propia identidad siempre en movimiento. “Busco a ciegas mi centro de gravedad”, se lee, de hecho, en uno de los textos que aparecen en pantalla. “¿Qué significa mudarse de cultura, de sociedad, de continente? Voces perdidas en el interior que buscan amalgamarse y ser finalmente una para poder decir”, se lee en otro.

El documental Cabeza parlante. Boca muda, de Matilde Michanie, se estrena esta semana en el cine Gaumont de Buenos Aires. Más información sobre horarios y funciones, en este enlace.

3. Los libros de Marie-Pier Lafontaine. “Entre todas las leyes del padre, había una de índole fundamental: no contar. De niña, disimulaba mis deseos en textos de ficción. Dos hermanas en fuga. Perseguidas por un monstruo de dos cabezas. Huían por sombríos bosques. Se armaban con ramas, palos. Hoy ya no escondo mis deseos. Quisiera que este texto diezmara a mi familia toda”. Con esa contundencia y esas palabras comienza el libro Perra (Ediciones Godot, 2024) de la escritora canadiense Marie-Pier Lafontaine. En las propias palabras de la autora, que estuvo de visita en Buenos Aires para participar de la Feria de Editores 2024 y difundir sus publicaciones editadas en la Argentina, se trata de una “autoficción” alrededor de los abusos intrafamiliares que sufrió y la violencia que vivió desde su infancia.

“Cuando empecé la redacción del libro lo concebía más bien como una novela. Había mucha más ficción antes porque tenía una idea bastante fija de lo que debía ser una novela. Pero, finalmente, al trabajar mucho el texto me quedé con todo lo que tenía que ver con la cercanía y la intimidad de mi experiencia personal. Entonces apareció muy claro que el libro tenía que ser una autoficción: quería denunciar los abusos que había vivido en la infancia. En este sentido, no se trata de un testimonio porque lo que hago es denunciar los abusos que padecí a través de la ficción y de la escritura”, cuenta la escritora.

Crudo, fragmentario, con imágenes en las que la violencia se multiplica de distintas maneras y donde los interrogantes se van volviendo cada vez más pesados (“¿Nuestros vecinos nunca oyeron nada?”, se pregunta la narradora), Perra fue el primer libro que publicó Lafontaine y en el que por primera vez reconstruye su infancia en un entorno agresivo especialmente para ella y para una de sus hermanas. También escribió Armas para la rabia (Ediciones Godot, 2023), donde vuelve al asunto en tono ensayístico. Hablé con ella hace unos días sobre estas publicaciones. Pueden leer la entrevista en este enlace.

Perra y Armas para la rabia, de Marie-Pier Lafontaine, fueron publicados por Ediciones Godot, con traducción de Agustina Blanco. En este enlace, una entrevista con la autora.

Banda sonora. Hablábamos arriba de un puente y se me ocurrió que era una buena excusa para buscar canciones que de algún modo los tuvieran como protagonistas. Así que esta semana entran a nuestra banda sonora Gustavo Cerati, Aretha Franklin, Pescado Rabioso, Viejas Locas, Simon & Garfunkel, Mazzy Star, Ariel Rot, Rosal y muchos más. Se escucha, como siempre, por acá.

Posdata. “Todo el fuego de este mundo, para siempre”, escribió Florencia Angilletta cuando se conoció la noticia de la muerte de la actriz Gena Rowlands. Nos quedan las películas, nos queda su chispa infinita, nos queda esa forma irradiante que tuvo de contrabandear emociones desde la pantalla. En su memoria, esta entrega de Mil lianas abre con su imagen.

¡Hasta la próxima!

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