El plan oculto de las Nenas de Sandro, una película íntima
“La bola de luces mancha el living de rojo y después de azul y verde. Y siguen los flashes, los que interrumpen el movimiento y le parece, a Rosita, mientras baila, que se mueve en cámara lenta. O como en una película muda, de esas antiguas, donde los fotogramas se suceden sin continuidad. El brazo arriba y todo negro, de pronto abajo, negro, y otra vez arriba, quedan huecos por todos lados. Y eso es igual, igualito, porque aunque sabe cómo llegó hasta ahí, a esa casa, a esa habitación, no le entra en la cabeza y tiene imágenes sueltas, como flashes, como los de las luces y solo sonríe”.
Así comienza la novela Frenéticas, de Magdalena Girardi (abajo les cuento más, ¡quédense!): Rosita, una de las protagonistas del libro, escucha Trigal, de Sandro y se puede ver a sí misma adentro de una película. Una escena que implica un movimiento doble: al mismo tiempo, ella es directora y estrella de ese relato temporal en el que una cámara registra sus movimientos y el frenesí que le provoca un ídolo que es también una bomba atómica.
Rosita elige qué mirar y qué mostrar: ese destello ñoño, musical, íntimo detonado por una canción o un recuerdo que tironea alguna soga privada. Ojos que miran para adentro, ojos de videotape. Suene Sandro o suene Charly García, aguante la ficción. (Sergio Denis, otro príncipe de la música popular argentina, lo inyectó en nuestra educación sentimental como una súplica: tratemos de vivir con fantasía). La ilusión como impulso vital: Rosita somos todos.
Esta semana vi la película The Tender Bar (otra vez: abajo les cuento más). En medio de una historia con altibajos narrativos, este momento: un adolescente tímido de Long Island –a su modo, una periferia– se enamora de una chica un poco más experimentada y van a pasar juntos la Navidad con los padres de ella. Él, que llegó en tren con un bolsito medio rústico, la mira embelesado mientras ella maneja hacia la casa. Ella se sorprende con ese entusiasmo; en su visión, no está haciendo nada más que lo habitual: vivir su vida. Él, por el contrario, siente que está metido en una especie de sueño, una irrealidad cinematográfica, una secuencia larger than life, el cine mismo.
Ella: ¿Qué?
Él: Es Navidad, estoy en Connecticut, en un Volvo.
Élla: ¿Nunca podré sacártelo de la cabeza, no?
Él: ¿Sacarme qué?
Ella: La idea de que las cosas son más grandes de lo que son.
Algunas escenas más tarde el chico va a terminar con el corazón roto. Pero en ese instante él, enamorado y en pleno deslumbramiento, no tiene cómo saberlo. Entonces sonríe.
Hacerse la película, hacerse los rulos, dos giros en español que me fascinan. El encantamiento de ese modo reflexivo cuando se impone para una acción que suelen llevar adelante otros: una victoria verbal.
Por lo general esas expresiones vienen acompañadas de un no, de una prescripción en negativo, de un no te hagas, de una orden. De eso se ríe en una ilustración que les dejo por acá un artista visual que conocí hace poco en Instagram y que me cautivó. Se llama Damián Lluvero y lo encuentran en redes como @pint0rcito.
En el cierre de La única historia, una novela demoledora de Julian Barnes (es un favorito de esta casa virtual, lo mencionamos por acá y volvemos a él siempre que podemos), el protagonista va a ver por última vez a una mujer a la que amó profundamente. Ella está inconsciente, agoniza en la cama de un hospital. Vuelvo a la imagen porque es hermosa y porque, como todo discurso amoroso, está lleno de contradicciones, de fugas, de paradojas. En su monólogo interior, Paul, que quiere convencerse y mostrarse impermeable, dice que lo atragantan “las palabras reconfortantes como redención y conclusión”.
“La muerte es la conclusión en la que creo; y la herida seguirá estando abierta hasta el definitivo cierre de las puertas. En cuanto a la redención, es demasiado limpia, tópico de película; y, aparte de eso, suena a algo demasiado grandioso para que lo merezca la imperfección humana (...)”, sigue.
Y, una vez más, intenta denostar con torpeza la fantasía cinematográfica, hasta que se choca con sus propias palabras.
“Dudé si darle un beso de despedida. Otro tópico peliculero. Y, sin duda, en esa película ella respondería removiéndose un poco, se le alisarían las arrugas de la frente y relajaría la mandíbula. Y entonces, en efecto, yo le retiraría hacia atrás el pelo y susurraría en la delicada hélice de su oreja un último ‘adiós, Susan’. Ante lo cual ella se removería ligeramente y esbozaría un asomo de sonrisa. Luego, sin enjugarme las lágrimas de las mejillas, me levantaría lentamente y la dejaría.
No sucedió nada de eso. Miré su perfil y volví a recrear momentos de mi propio cine íntimo. Susan con su vestido de tenis ribeteado de verde, guardando la raqueta; Susan sonriendo en una playa desierta, Susan riéndose mientras fuerza los cambios del Austin. Pero unos minutos después empecé a divagar. No podía concentrarme en el amor y la pérdida, en la alegría y en la pena. Me puse a pensar en cuánta gasolina me quedaba en el coche y en que pronto tendría que cargar más: después, que estaban bajando las ventas del queso envuelto en ceniza; y después en los programas de televisión de aquella noche“.
En ese final, y más allá de cualquier resistencia, gana la película interior –¿qué otra cosa es la memoria?– que se convierte para Paul en ese centelleo donde lo cotidiano y lo onírico se funden. Un montaje indisoluble, la única historia del título, el amor, la propia ficción, un hacerse: Paul también somos todos.
Los dejo con una nueva edición de Mil lianas que intenta filtrarse, como una magia modesta, en medio del hueco de todos los días.
1. Frenéticas, de Magdalena Girardi. El punto de partida de Frenéticas parece simple: un grupo de fans de Sandro, esas mujeres denominadas –popular y curiosamente– como Las Nenas, se entera de que la célebre mansión del cantante ubicada en la localidad de Banfield está a la venta.
A partir de entonces, se desata un vendaval que va a sacudir a las protagonistas y las va a llevar a tramar un plan secreto para mantener a salvo el legado del gran ídolo popular.
Con un tono que oscila entre la ternura, el humor y la epifanía, la primera novela de Magdalena Girardi ofrece un relato en el que cada personaje –en su mayoría mujeres de la tercera edad– despliega una profundidad contada a partir de pequeñas escenas, objetos, disputas. Algo que me pareció destacable: la narración evita el lugar común y no cae nunca en el grotesco. Por el contrario, se aferra a palabras elegidas a partir de lo que parece ser una escucha muy aguda por parte de la autora.
Frenéticas es la primera novela de Magdalena Girardi, quien además de narradora es psicoanalista. Nació en la ciudad de Campana, provincia de Buenos Aires, en 1988.
Frenéticas, de la escritora argentina Magdalena Girardi, acaba de salir por la editorial independiente Conejos.
2. The Tender Bar. Por acá hablamos de las llamadas películas de coming of age. El largometraje The Tender Bar (traducido insólitamente como El bar de las grandes esperanzas) entra en esa categoría. Con dirección de George Clooney –que ya se había puesto al frente de otros largometrajes y que, en mi visión, llegó a su pico con la excelente Buenas noches y buena suerte–, cuenta la historia de un chico lleno de ilusiones, que crece al lado de una madre que proyecta sobre él un gran futuro. Al mismo tiempo, está la figura de un padre ausente (o mejor, que brilla por su ausencia: el protagonista no deja nunca de pensar o de intentar acercarse a él pese a que se trata de un tipo violento y desalmado) y un futuro posible: ir a una universidad prestigiosa y convertirse en escritor.
La película propia de la que hablábamos antes está atada, en este caso, al sueño americano y a una idea bastante inocente y vinculada con esa burbuja llamada meritocracia. Pero incluso así, el largometraje tiene momentos en los que la ternura gana, sobre todo cuando aparece el personaje que encarna Ben Affleck, tío del protagonista y una suerte de cable a tierra. Un hombre que le presta libros y comparte consejos desde el Dickens, un bar que regentea rodeado de un grupo de habitués adorables.
The Tender Bar, dirigida por George Clooney y con una gran actuación de Ben Affleck, está disponible en la plataforma Amazon Prime Video.
3. Un muchacho como aquel. Arrancamos esta entrega hablando sobre un ídolo popular, cerramos con otro. “Creo que hay algo sumamente atrapante en los objetos incómodos, en trabajar con esos objetos opacos, contradictorios, de muchos pliegues. Esos que, cuando creés que llegás a una conclusión, se te corren como la línea del horizonte”, dice Abel Gilbert. Se refiere a Palito Ortega y al reciente libro que publicó junto a Pablo Alabarces, Un muchacho como aquel. Una historia política cantada por el rey (Gourmet Musical, 2021), en el que justamente los investigadores se meten en los terrenos grises de un personaje fascinante. Y lo hacen, por suerte, sin prejuicios, intentando reponer universos perdidos, revisando la obra musical y cinematográfica de uno de los artistas más populares de la Argentina.
Gilbert y Alabarces se ponen el traje de buzos y nadan entre las paradojas de su objeto de estudio y del país donde brilló, mientras ofrecen, además, un mapa de lecturas que va desde lo meramente musical (¿cómo nace un hit? ¿por qué escuchamos lo que escuchamos?) hasta la historia y la literatura argentinas (de Roberto Arlt a El silenciero, de Antonio Di Benedetto, por citar apenas un par).
En estos días entrevisté a los autores y pueden encontrar la nota por acá. Además, por acá repasé algunas escenas de la vida de Palito Ortega que fueron transmitidas por televisión (sí, van a poder escuchar Yo tengo fe cantada en alemán o verlo en un escenario de Mar del Plata a mediados de los '70). Por último, si se quedaron con ganas de chusmear un poco el libro antes de ir a buscarlo, pueden leer este adelanto que publicamos en elDiarioAR.
Un muchacho como aquel. Una historia cantada por el rey, de Pablo Alabarces y Abel Gilbert, salió por la editorial Gourmet Musical. También pueden leer las columnas musicales de Abel Gilbert por acá.
¡Hasta la próxima!
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