Reyes del engaño, crimen atroz en Islandia
“Fue el maestro absoluto del suspenso. Y, por lo tanto, era un maestro a la hora de manipular. Uno quiere que Hitchcock le diga hacia dónde mirar, qué pensar. Uno quiere que él lo engañe y es feliz de haber sido engañado por él”. Al comienzo del documental Yo soy Alfred Hitchcock (lo dirigió el canadiense Joel Ashton McCarthy, lo subió hace poquito HBO Max a su plataforma) habla Steven Spielberg y también aparecen un montón de personas del mundo del cine que intentan contar qué es lo que para ellos hacía especial al director de Psicosis, Los pájaros, Vértigo, La ventana indiscreta, La soga y tantas otras.
La crítica más cinéfila protestó, dijo que la película es muy básica y que cuenta episodios archiconocidos de la vida de uno de los mayores artistas de todos los tiempos. A mí me interesó justamente para volver a recorrer su obra (¿si ya armé una lista y un cronograma posible para ver todo lo que pueda de acá de él de hasta que empiece el Mundial? no niego ni afirmo), para pensar en esa felicidad que produce ser manipulados un buen rato por alguien como Hitchcock, para darle una vuelta más a este tipo de personalidades tan atractivas, tan irradiantes, tan encantadoras. Estos hombres que son como lámparas inagotables, que encandilan y al mismo tiempo no podemos dejar de mirar.
En el documental, de hecho, es el único que aparece hablando a cámara, en imágenes de archivo, durante entrevistas y apariciones televisivas. Los demás son apenas testimonios en off –de las voces de grandes estrellas como James Stewart, Janet Leigh, Kim Novak y los que se les ocurran, hasta los familiares de Hitchcock, los productores con los que trabajó, las personas que lo estudiaron o el propio Spielberg–, mientras se suceden las tomas de sus películas indelebles.
Con todo su magnetismo, con toda la seguridad del que quería que las cosas se hicieran a su manera, con su vozarrón diciendo “soy Alfred Hitchcock” (como si hiciera falta y como si no hiciera: una firma, un autor para las teorías que lo rescatarían unos años después, un hombre cercano para quienes lo metieron por la noche en el living de sus casas con la llegada de la televisión). El mismo que supo desde casi siempre lo que quería, el que a los 16 mandó una carta para ofrecerse a escribir los intertítulos de las películas mudas de una empresa que acababa de establecerse en Londres y no paró, el que a los 23 nunca había estado con una chica ni se había emborrachado y esperó a que lo ascendieran para invitar a salir a la montajista Alma Reville, la mujer que luego sería su esposa por décadas. El que hacía trampa para saltear la censura, el gran simulador, el que se aseguró de no perder nunca el control (la película, con el diario del lunes de la época, no esquiva los maltratos ni los episodios violentos del director, en especial sobre las mujeres protagonistas de sus películas). El que inventó el marketing cinematográfico, el que quería que la gente sintiera miedo desde el montaje, el que había sido encerrado de chiquito en una celda y de grande lo exorcizó poniendo barrotes en varias de sus películas.
Pocas cosas más seductoras que una persona haciendo lo que sabe. Y cuando digo haciendo me refiero a eso: la pura acción, ese silencio, esa concentración que los recorta un rato del mundo, de sus desgracias y de sus urgencias.
La casualidad, los algoritmos o el mismísimo desorden de los días hicieron que viera esta película pocas horas antes de cruzarme y quedarme enganchada con Roadrunner: A Film About Anthony Bourdain (la dirigió Morgan Neville, también la subió hace poquito HBO a su plataforma, después de su estreno muy comentado en 2021 y después de que circulara ampliamente por los pasillos non sanctos de internet).
Otro hombre atractivo (por motivos bien distintos, claro; otro siglo), otro rey de la manipulación y el engaño, otro de los que nos encandilan y no tenemos problemas en dejarnos llevar hacia sus garras. La lámpara, en este caso, es de las que se prenden y apagan, de esas hipnóticas, pero en su evanescencia. De esas que no plantean seguridades ni firmezas y nos invitan a caminar de la mano, apenas por un rato, para mostrarnos que todo es precario. No hay plan, no hay certezas.
“¿Qué carajo estoy haciendo acá? Voy a intentar explicarlo: en un minuto estoy parado frente a una freidora y al siguiente me encuentro mirando el atardecer en el Sahara. Me di cuenta de que una cosa llevaba directamente a la otra. Si no hubiera aceptado un trabajo de lavaplatos, no habría sido cocinero. Si no hubiera sido cocinero, no me habría convertido en chef. Si no me hubiera convertido en chef no habría metido la pata de una forma tan espectacular. Si no hubiera sabido lo que era meter la pata, ese odioso pero tremendamente exitoso libro que escribí no habría sido ni la mitad de interesante. No te voy a decir acá cómo vivir tu vida. Solo digo que tal vez tuve mucha suerte”, se lo oye decir a Bourdain casi al principio de Roadrunner y de inmediato, aunque no sabemos si fue parte de la misma declaración o se trata de una trampa de las varias que ofrece la edición del documental, dispara: “Seguramente te enterarás de alguna manera, así que aquí dejo una pequeña verdad para prevenirte: no hay final feliz”.
Después vamos a ver a sus amigos, algunos de ellos con desconfianza sobre el propósito de la película. Uno le pregunta al director si todo va a girar alrededor del suicidio de Bourdain o del chisme sobre sus últimos días (fuera de cámara el realizador vacila, se oye su voz diciendo “quiero hacer una película sobre por qué él era quien era, ¿se entiende?”).
Pero tal vez lo más interesante de Roadrunner sea volver a ver a ese hombre en movimiento después de una vida en apariencia tranquila. A los 43 creía que ya había vivido todas mis grandes aventuras“, dice sobre el cambio rotundo que vino después de la salida de su libro Kitchen Confidential que lo llevó a saltar a la televisión, a convertirse en una celebridad. A él las cosas le pasan.
Casi nunca lo vemos cocinar, aunque sí lo muestran en muchos detrás de escena de sus famosos viajes, enmarañado por momentos, asumiéndose como un desertor, pensando si estaba bien exhibir las precariedades de algunos puntos del planeta para convertirlas en un condimento más de la maquinaria televisiva.
Pocas cosas más seductoras que una persona dudando. Y cuando digo dudando me refiero a eso: el puro titubeo, el silencio, esa concentración que también los recorta un rato del mundo, de sus desgracias y de sus urgencias.
En este rincón la primavera está a pasitos, con sus colores, con sus hechizos, con sus engaños, con sus promesas. Esta entrega de Mil lianas es un péndulo más, encantado por las luces inagotables y también por esas efímeras, las que cada tanto se animan a decir hasta acá.
Pasen, si gustan.
1. Entrapped. Antes la conocimos como Trapped, para esta secuela decidieron llamarla Entrapped. Qué sé yo. En cualquier caso, se trata de una historia que, como en las entregas anteriores, tiene lugar en un pueblo de Islandia, con el frío, el hielo, un ferry y los enormes paisajes blancos de fondo, y tiene como protagonistas destacados a los policías Andri e Hinrika, quienes serán esta vez los encargados de investigar un asesinato cruento que tiene lugar dentro de una especie de secta llamada The Extended Family. (Una apostilla, ya que estamos en tema: quienes quieran ver series documentales sobre sectas y cultos extraños con gurúes sexuales y ritos sangrientos incluidos, por acá hice un repaso por algunas y les dejé también las plataformas de streaming donde están disponibles).
Los detectives de Entrapped, para quienes seguían de antes la serie, son viejos conocidos: ella es discreta y adorable, él vive en un derrumbe personal que en los seis capítulos de esta secuela se va desplegando y agigantando. Pasaron algunos años desde la última vez que supimos de ellos, sus vidas se vieron modificadas (él cada vez más solo, ella cada vez más acompañada). El caso que deben dilucidar ahora, que también incluirá a un grupo de motoqueros por momentos muy violentos, está envuelto en una disputa territorial. Es que el lugar donde aparece muerto el joven Ivar de un golpe en el cráneo es considerado un terreno sagrado para los integrantes de la secta, mientras que para los viejos lugareños se trata de tierras privadas que quieren recuperar.
Como suele ocurrir en esta serie –por su profundidad, una de las más interesantes del llamado nordic noir– a medida que avancen, los investigadores irán encontrando pistas para resolver el asesinato del presente y también para aclarar crímenes de un pasado que no deja de volver. Algo parecido sucede con las vidas de los protagonistas de la serie y sus vaivenes emocionales: hay algo que no deja de inquietarlos, hay algo que deben buscar tiempo atrás.
Los seis capítulos de la serie islandesa Entrapped están disponibles en Netflix.
2. Lluvia y viento sobre Télumée Milagro, de Simone Schwartz-Bart. Para empezar a hablar de este libro, lo mejor es ubicar el lugar donde transcurre la historia, que es también el sitio donde vivió buena parte de su vida su autora. Se trata de la isla de Guadalupe, una de las que conforman las Antillas, en el Mar Caribe, “un territorio francés de ultramar”, tal como se suele decir formalmente. Una tierra en disputa a lo largo de su historia y en tensión por las distintas colonizaciones crueles sobre su población durante años considerada esclava. Un lugar que, como varios de los que lo rodean, busca reafirmar su identidad desde la lengua creole como respuesta a la forzada asimilación de la cultura europea.
Considerada por muchos “un clásico de la literatura antillana”, Lluvia y viento sobre Télumée Milagro cuenta la historia de varias generaciones de mujeres que viven en ese archipiélago en tiempos posteriores a la abolición de la esclavitud.
La voz cantante es la de Télumée, que está en el medio, entre una madre huidiza y una abuela mítica con la que termina pasando gran parte de sus días, “entre cantos ancestrales, cuentos fantásticos ligados a la flora y a la fauna locales, creencias”, como señala Claudia Ramón Schwartzman, encargada de la traducción y también del prólogo. En el relato también son protagonistas los habitantes de la isla, los distintos tipos de violencia que sufren y algunos ejercen sobre otros, los sufrimientos heredados y propios, la naturaleza, las preguntas sobre qué es ser una mujer en esa tierra y en ese tiempo.
“El relato de Télumée se va armando sobre sus vivencias pero también sobre el legado recibido, que le dará la sabiduría necesaria para encontrar su ‘lugar en la tierra’, su ‘destino de negra, de ya no ser una extranjera’”, agrega la traductora.
Lejos de exotismos y repleta de imágenes muy potentes rodeadas de diálogos memorables (según cuenta Ramón Schwartzman, Simone Schwartz-Bart escribe en creole y se autotraduce al francés para “pervertir el espíritu de la lengua francesa inoculándole un aliento creole”), la novela se plantea como una bandera de resistencia. Una bandera exuberante, arrolladora y también muy vital.
La novela Lluvia y viento sobre Télumée Milagro, de Simone Schwarz-Bart, con traducción y prólogo de Claudia Ramón Schwartzman, acaba de salir por la editorial Compañía Naviera Ilimitada.
3. Un cuerpo al fin, Alexandra Kohan. Un catálogo de cuerpos: el que produce la histeria y descubre Sigmund Freud o, como lo llama la autora, “esa piedra angular del psicoanálisis”. Ese que no es pura anatomía, ese que no se deja reducir a la mirada médica; ese que para algunos es una máquina, ese que por simplificaciones se reduce a la mera genitalidad; ese que es silencioso hasta que grita, ese que se olvida hasta que se encuentra con otros; ese que atraviesa duelos y duele, ese que desea. Y muchos otros que se despliegan, como suele hacer Alexandra Kohan en sus textos, a partir de la lectura lúcida.
En su nuevo libro, Un cuerpo al fin (Paidós, 2022), la psicoanalista –vecina de este espacio con su siempre sorprendente newsletter Atención Flotante y a quien pueden leer con todas las semanas por acá– insiste en eso que insiste: las preguntas alrededor de una figura opaca y a la vez elocuente. El texto está repleto de citas de voces que abordaron la cuestión –desde la literatura, desde las canciones, desde las ciencias sociales, desde el psicoanálisis, desde la poesía– y también de los balanceos de su autora, sus propios vaivenes (“fue un libro escrito con la muerte de mi mamá encima y no pude no pasar por ahí”, me contó la semana pasada en esta entrevista).
En este sentido, el libro ofrece un mapa doble y súper atractivo: una cuerda de la que empezar a tirar para quienes no tenemos muchas lecturas encima alrededor del psicoanálisis y, para quienes sí las tengan, un regreso jalonado a partir de miradas novedosas desde Freud y Charcot hasta las redes sociales, la literatura contemporánea o los debates actuales más inquietantes.
Tejido al calor de la pandemia, con una escritura por momentos poética y lejos de querer agotar el asunto, Un cuerpo al fin se propone desmigajarlo sabiendo que es movedizo y también fascinante en sus distintas variaciones.
Un cuerpo al fin, de Alexandra Kohan, acaba de salir por Paidós. Por acá, una entrevista con la autora. Y, en este enlace, un adelanto del libro.
Banda sonora. Suelo escuchar música cuando me muevo. Como anduve un poco débil de salud una parte de la semana y me quedé bastante quieta –ya pasó, nada grave: primavera, comida a las corridas y anemia no se llevan bien–, mi única banda sonora fueron los ruidos de la casa y del barrio.
De todos modos, rescaté algo para este espacio. Hace unos días Martín Rodríguez entrevistó para elDiarioAR a Gabriela Parodi, la gran pionera del rock argentino, que acaba de publicar su libro de memorias Las mil vidas de Gabriela (salió por Marea Editorial, pude pispear las primeras páginas y ya le tengo muchísimas ganas). A partir de esa nota, a Ernesto Semán, a quien pueden leer regularmente por acá, se le ocurrió armar esta playlist hermosa con las canciones que se mencionan a lo largo de la conversación o que por algún motivo son vecinas. Hay temas de la propia Gabriela, de Color Humano, de Joan Baez, de Leonard Cohen y más. No se la pierdan. (Para nuestra propia lista compartida, esa que actualizo todas las semanas por acá y ya alcanzó las 200 canciones que por algún motivo son parte de Mil Lianas, trafiqué apenas un par).
Posdata: “El mundo se derrumba y seguimos queriendo al siglo XX”, escribió mi amiga Florencia Angilletta. Como muestra, les dejo esta imagen de Sin aliento.
¡Hasta la próxima!
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