Superhéroes bajo la lupa, la guía más completa del Mundial
Movimiento, las cosas tienen movimiento. Las cosas tienen movimiento - Fito Páez
“Todo pensamiento por escrito es un pensamiento exagerado. Los pensamientos son frágiles cosas, son cosas como pájaros volando. El vuelo de un pájaro es errático y se deja llevar por su deseo, los vientos y el azar; nadie diría que un pájaro ‘afirma’ ninguna ruta cuando vuela, a lo sumo decimos que ‘traza’, que dibuja. Acá lo mismo. Los pensamientos son apenas sinapsis químicas, pequeños impulsos eléctricos entre células muy débiles; ponerlos por escrito, fijarlos como musgo en superficie, es un error vano y resbaloso. Tal vez por eso lo más honesto que puede hacer un escritor es escribir solo teatro; en él la escritura reproduce la oralidad, lo pasajero, lo irrepetible, lo de hoy, lo que dicen sus seres pero no exactamente lo que son, lo que está destinado a perderse en el aire acondicionado de la sala, la doble ventilación, la desmemoria.
Después está el tema de los superhéroes, que me enoja y me quita el sueño. Estoy en contra de cómo se construye la noción de humanidad a la sombra de la superhumanidad“. Así arranca el texto Superdiatribas, del dramaturgo y director teatral Rafael Spregelburd, que integra El libro de las diatribas y acaba de salir por Vinilo Editora (de paso: por acá se puede leer un texto mazazo de Ángeles Salvador, que también forma parte de la publicación).
Me atrapan las palabras de Spregelburd de entrada. Más allá del enojo del autor con los superhéroes actuales (con el que adhiero en buena parte) y más allá, también, de que cualquier diatriba encubre, en su intención por ir en contra, una proximidad, un apego feroz, el roce que provoca una chispa sobre lo que se hace fuerza por despreciar (repeler, en su raíz, es volver a impulsar: esa llama, ese empujón). Un te amo, te odio, dame más que, de todos los fuegos, es el fuego.
Le doy vueltas a ese comienzo porque trae a la exageración como un intento desesperado por retener algo resbaladizo y me engancha. Escribir es exagerar y es desesperar, desandar una espera o volverla hipérbole. Entonces, más que ir queriendo cazar ideas –como si se pudiera, como si tuviera algún sentido superheroico–, lo que propone Spregelburd es la escritura como un rescate chiquito, un tipo de movimiento que no requiere de superpoderes ni de trajes especiales para la misión. Apenas un intento por acercarse a lo que se esfuma, a lo que se dice, al lenguaje en su dimensión menos pesada y más fugaz.
Me hizo acordar a esto que leía hace poquito en la reciente edición de La palabra heredada (Impedimenta, 2022), de la escritora estadounidense Eudora Welty (un li-bra-zo, abajo les cuento más).
“En nuestra familia se pregonaba que las mentiras no corrían, de forma que hasta muy avanzada la adolescencia no me di cuenta de que en infinidad de casas, en las que entraba yo a jugar con mis compañeras de clase (...) los niños acostumbraban a mentir a los padres y los padres a mentir a los niños. Me costó mucho tiempo darme cuenta de que esas mentiras cotidianas y las estratagemas, y los chistes y los trucos y osadías con las que se respondían entre ellos, servían como base a las escenas que tanto disfrutaba escuchando, y que confiaba en escuchar en las conversaciones de los adultos para atesorarlas.
Mi instinto –el instinto teatral– habría de indicarme, a la postre, el camino adecuado para un narrador: la escena se mostraba repleta de sugerencias, pistas, indicaciones y promesas de cosas aún por descubrir, aún por conocer acerca de los seres humanos. Tuve que crecer y aprender a escuchar tanto lo que se decía como lo que no se decía; y, para conocer una verdad, tuve también que saber reconocer una mentira“.
Pienso en ese instinto teatral que propone Eudora Welty, entonces, como una forma de vida posible: vivir escuchando. Pienso, también, en la potencia de las escenas como esas unidades mínimas y vitales.
De escenas minúsculas (quédense que abajo les cuento más) está hecha la serie State of the Union. De viñetas, diría, protagonizadas por un matrimonio en crisis un rato antes de entrar a una sesión de terapia de pareja, donde lo único que hay es un diálogo semanal, en apariencia nimio, en un bar. Me gusta el gesto de la dupla Stephen Frears-Nick Hornby (una fórmula que votaría sin dudar en cualquier elección, venga esa urna) que lo único que pretende es atrapar esa conversación en la espera. Porque hay chicanas, desvaríos, reclamos, llantos, silencios, complicidades que son puro umbral: nunca nos muestran lo que se dice ante el analista. Somos testigos, entonces, del entre, del resquicio. Nada más pasajero y al mismo tiempo nada más encantador que las palabras antes de las palabras.
Mientras unas vecinas discutían por unos arreglos que hay que hacer en mi edificio, hace unos días le escribí a un amigo un mensajito en broma: “Soñaste con romances de película, viajes iniciáticos, experiencias exóticas en países remotos y la vida te da reuniones de consorcio”. Pero ahora, de lejos, volviendo a Rafael Spregelburd, a Eudora Welty y a la dupla Frears-Hornby vuelvo también a la escena: las caras pesadas, la tensión de un chiste que nadie entiende, la sonrisa a media asta, el ruido del ascensor que podría anunciar la llegada de un vecino al que todos detestan, la luz del pasillo que se prende y se apaga, las sombras que se proyectan en el piso como un reclamo más; ese tic-tac que marca un compás ahí donde todo es guerra fría, donde no hay superhéroes ni se juega el destino de la humanidad. O sí: porque alguien habla de la gotera del quinto, de la humedad, que es lo que mata, siempre mata, y abre un mundo. Porque incluso ahí, en ese universo ínfimo, algo se filtra, algo se puede escuchar, algo se exagera, algo único está diciendo presente.
Arranca una nueva edición de Mil lianas.
1. La palabra heredada, de Eudora Welty. “Cierta pasión por la independencia, no es de extrañar, se despertó en mí a edad muy temprana. Me costó mucho tiempo disponer de ella, pues amaba a quienes me protegían y anhelaba, sin remedio, devolverles esa sensación; pero nunca he logrado lidiar con mis remordimientos. En el acto y en el curso de la escritura de un relato, esos son los dos manantiales –uno luminoso, otro oscuro– que alimentan el arroyo”, apunta la escritora estadounidense Eudora Welty en La palabra heredada. Mis inicios como escritora (Impedimenta, 2022). Un libro que es memoria y, al mismo tiempo, una clase magistral sobre la escritura y el poder de los relatos de manos de una pionera y leyenda de las letras de su país. De hecho, el texto primero tuvo la forma de tres conferencias que la escritora brindó en la Universidad de Harvard y luego se convirtió en un verdadero hit con su publicación en un único tomo en la década del ‘80.
Welty recorre el paisaje sureño estadounidense que la rodeó desde pequeña –y por el que hizo tanto, junto con autores y autoras centrales del siglo XX como William Faulkner y Flannery O’Connor, entre tantos otros– para trazar un recorrido sobre los orígenes de su escritura. Una atmósfera que combina viajes en tren, relojes que su padre trata con muchísimo cuidado, palabras que roba de los adultos, historias que escucha, libros, secretos familiares, verdades a medias, revelaciones que tardan en llegar.
La nueva edición en español, que ahora desembarca en la Argentina por el sello Impedimenta, suma también fotografías de la escritora y de su familia, lo que le añade a la lectura un perfume muy particular.
Eudora Welty nació en Jackson, Mississippi, en 1909. Considerada una de las referentes fundamentales de su generación, fue la primera escritora que vio publicada en vida su obra en la prestigiosa Library of America de los Estados Unidos. En 1936 apareció su primer relato, Death of a Traveling Salesman, que llamó la atención de otra autora central de la época, Katherine Anne Porter, quien se convirtió en su mentora.
Con una carrera extraordinaria y autora de más de una decena de libros de cuentos, de libros de no ficción y de novelas como El corazón de los Ponder y La hija del optimista, considerados clásicos de la literatura moderna, Welty murió a los 92 años en su ciudad natal.
La palabra heredada. Mis inicios como escritora, de Eudora Welty, fue publicado en español por la editorial Impedimenta.
2. State of the Union. La dupla entre el cineasta Stephen Frears y el escritor Nick Hornby ya dio sus frutos cuando el realizador adaptó y llevó a la pantalla la novela Alta fidelidad (por acá la repasamos, por acá también recordamos las palabras de John Cusack frente a cámara en esa película hermosa). En 2019, el dúo británico volvió a reunirse, esta vez para incursionar en el mundo de las series. O algo así. El resultado fue State of the Union, una comedia agridulce por momentos, que se despliega en 10 capítulos de 10 minutos cada uno. Como decíamos más arriba, State of the Union muestra a Louise y Tom, los integrantes de un matrimonio que después de varios años, hijos e ilusiones compartidas entra en una especie de tembladeral y decide ir a terapia de pareja. No sabemos si se meten a un diván, qué pasa adentro, de qué hablan: todo lo que vemos es la previa, los diálogos, los miedos, las chicanas que tienen lugar en el bar, antes de entrar a la sesión.
Con actuaciones impecables, State of the Union tiene como protagonistas a Rosamund Pike y al irlandés Chris O’ Dowd (venimos suspirando por él desde The IT Crowd, una de las mejores comedias de la televisión británica de todos los tiempos, lo seguimos en tiras más pequeñas y hermosas como Moone Boy –que también escribió y dirigió– y la espinosa Family Tree, de la mano de Christopher Guest).
Por estos días Amazon Prime subió a su plataforma las diez entregas de State of the Union que se pueden ver ahora como una única película llena de humor, ironía, ternura, preguntas sobre el amor y eso que nos une a las personas que queremos.
Para quienes se enganchen y tengan ganas de bucear un poco más, les cuento que la dupla Frears-Hornby lanzó este año la segunda temporada de State of the Union, aunque con otra pareja protagónica.
Los 10 episodios de State of the Union, ahora convertidos en un largometraje, están disponibles en Amazon Prime Video.
3. Cada cuatro. Hablamos alguna vez por acá de las cuentas regresivas y hasta citamos una placa roja del canal Crónica, que señalaba que faltaban 1902 días para Qatar 2022. Ese peso, esa fascinación se incrementan ahora que falta mucho menos para que comience el Mundial. Por estos días se multiplican las ofertas de lecturas, producciones especiales, documentales y todo tipo de publicaciones que intentan, quizás, hacer más tolerable la ansiedad. Entre la gran variedad de lo que pude pispear, me interesó mucho el podcast Cada cuatro, que cuenta una historia de los mundiales de fútbol, pero lo hace sin convencionalismos, con contextualización, a puro archivo y análisis histórico. Una narración, además, discreta y a la vez muy amena que busca contar lo alternativo de estos campeonatos que reúnen la atención de millones de personas alrededor del mundo, pero que en su enfoque tampoco deja a nadie afuera.
Cada cuatro está conducido por Lola del Carril, una joven que con 23 años se convirtió en la primera mujer en relatar en la televisión argentina un partido de la Copa de la Liga Profesional luego de ganar un reality de relatoras en la Televisión Pública.
Ya está disponible para escuchar el primer capítulo de la serie que se llama Cemento fresco y trae historias, voces de analistas, sonidos y recuerdos que rodean al mundial de 1930, que tuvo lugar en Uruguay.
El podcast Cada cuatro, que cuenta la historia de los mundiales de fútbol, se puede escuchar en Spotify. Por aquí, el primer episodio de la serie, dedicado a Uruguay 1930, con la conducción de Lola del Carril.
Banda sonora. Lo de hoy es directamente una jarra loca que me acompaña por estos días. El primer ingrediente llega después de haber visto el documental Ennio, dirigido por Giuseppe Tornatore (es precioso y sé que queda en pocas salas y pocos horarios con el título The Glance of Music, pero también circula en lugares non sanctos de internet y es una cosa de locos). Ahí pude percibir que, además de componer música genial para películas, Ennio Morricone inventó sensaciones. O algo así como un tipo de emoción que no sabías que la tenías hasta que aparece gracias a que él la rescató de una imagen y la hizo inseparable del sonido: un temor, una pesadilla, una tensión muy específica y también universal. Así que agregué algunas de sus composiciones a nuestra lista compartida.
También se suma Lou Reed, porque estuve escuchando el disco Words & Music, May 1965. Salió hace poquito y tiene un germen curioso: cuando Reed murió, en 2013, Laurie Anderson, su última esposa, se encargó de custodiar papeles, cintas del músico, anotaciones. Metido detrás de unos libros de arte apareció un sobre con la letra de Reed que indicaba la dirección de la casa de sus padres. Adentro, un tesoro: grabaciones de un tiempo mítico para el artista: mayo de 1965, cuando se encontró con John Cale –en ese momento un amigo reciente– en un estudio y empezaron a darle forma a lo que luego pasaría a formar parte de los pilares de la Velvet Underground. Escuchar ahora esas sesiones es rarísimo –hay una cosa un poco folk y un poco rota que insiste– y a la vez es meterse a una cocina descomunal de canciones que se volvieron la banda sonora de varias vidas.
Por último, vi por ahí que el domingo 23 de octubre Benito Cerati hará una suerte de homenaje a los discos Dynamo, de Soda Stereo, y Colores Santos, de Gustavo Cerati y Daniel Melero, que cumplen 30 años por estos días. Con el nombre Viajando en la luz el músico se presentará acompañado, entre otros, por Emmanuel Horvilleur, Richard Coleman, Charly Alberti y Andrea Álvarez en el Centro Cultural Kirchner de Buenos Aires a partir de las 20. Para quienes no estén cerca o no puedan pasar, habrá transmisión en vivo por YouTube. Obviamente también agregué a la banda de sonido de Mil lianas algunas canciones que seguramente van a sonar esa noche.
¡Hasta la próxima!
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