Una noche en una fiesta de 'swingers': “Más allá del sexo, es un juego que le da picante a la vida”
Cuando Mary sube al ascensor, se da un repaso rápido en el espejo. Se retoca un poco el maquillaje y se ajusta el vestido, una prenda corta y con marcadas transparencias. Viene de la mano de Manuel, su pareja, a quien coloca dos pulseras de colores chillones que les han dado en la entrada del hotel Hyatt de L'Hospitalet de Llobregat (Barcelona, España), donde esta noche se celebra una fiesta swinger y liberal.
A medio camino hacia la planta 29, suben otras dos mujeres al ascensor, que se funden en un abrazo con Mary. Se elogian los atuendos mutuamente y, todavía cogidas por la cintura, se preguntan cómo encaran la noche. “Ya se verá, como siempre. Lo único seguro de momento es que traigo un gran vestido”, dice una de ellas, entre risas.
El ascensor les lleva a la discoteca que se encuentra en el ático del hotel. Allí hay unas 200 personas, de entre unos 35 y 50 años, todas vestidas con sus mejores galas. Ellos, con americana, y ellas, con tacones altos y vestidos ceñidos.
Mary y Manuel están en su salsa y en seguida se van a la pista de baile, donde otras parejas los reciben con los brazos abiertos y las copas en alto. Muchos de ellos ya se conocen de otros eventos similares. “Al contrario de lo que mucha gente se piensa, no es una fiesta de depravados, es como cualquier reunión entre amigos”, asegura Mary.
A media noche se abren las puertas de la fiesta, organizada por Ananda Society. Se trata de un club liberal que aúna a centenares de personas que llevan un estilo de vida liberal. Es decir, no comulgan con las relaciones monógamas y tienen una visión libre del sexo. En este club, al que se accede pagando una cuota anual, los socios están en contacto a través de grupos de Whatsapp en los que se organizan quedadas y encuentros y, en ocasiones especiales, eventos como el del hotel.
Ananda organiza unos pocos al año, pero en ciudades como Barcelona, todos los fines de semana se pueden encontrar fiestas en locales y discotecas pensados para parejas liberales. La diferencia es que esta está pensada para socios, lo que hace que sea más íntima, cómoda y “exclusiva”, tal como presumen desde el club. Una entrada para esta fiesta oscila entre los 60 y los 350 euros, dependiendo si se quiere sólo acceso a la discoteca, a las salas compartidas para tener sexo o una habitación privada.
Porque está totalmente prohibido practicar sexo en la discoteca o desvestirse por completo. Sí es cierto que al principio de la noche el ambiente es sobrio y elegante, transcurridas unas horas, las chaquetas y hasta algunos vestidos se empiezan a colocar sobre las sillas y dejan a la vista lencería y accesorios muy provocadores. Pero no se va más allá. Quienes quieran dar un paso más, deben ir a las playrooms, unas habitaciones colectivas reservadas para mantener relaciones. Para eso es una de las pulseras que Mary le ha puesto a Manuel.
La otra es para la discoteca, el lugar del flirteo y de la seducción. A la que van pasando las horas, los besos en la mejilla son un poco más cerca de la comisura de los labios y las manos reposan durante más rato en las caderas. Y a la que el reloj corre algo más, se empiezan a ver besos y caricias con claras intenciones. Como en cualquier discoteca, pero aquí con matices y normas.
“Cuando salgo de fiesta, me siento carnaza, un cebo. En cambio, aquí estoy segura. Sé que puedo comunicar mis límites y serán respetados y no va a pasar nada que no quiera que pase”, explica Vanessa. Ella es single; es decir, soltera. “En otro sitio, me daría apuro salir sola, pero aquí he llegado a hacer grandes amigos y amigas. Y vengo a lo que surja. Igual me voy sin que haya llegado a pasar nada, pero seguro que me habré divertido”, asegura.
Este tipo de clubes están pensados para parejas, pero las personas solteras también son bienvenidas. Con la diferencia de que ellas no pueden reservar acceso a las playrooms o a las habitaciones privadas. Para poder entrar, deben ser invitadas por alguna pareja. “Más allá del sexo, esto es como un juego, algo que da un poco de picante a la vida”, opina Vanessa.
Un club para cualquiera, pero con normas
Mary y Manuel son pareja desde hace casi un año y, si bien se conocían porque tienen amigos en común, su relación empezó en una fiesta liberal organizada también por Ananda Society, que organiza este tipo de eventos desde 2019. “Todo empezó con un grupo de Whatsapp a través del cual organizaba salidas para ir a clubs swingers”, explica Bruno, el fundador.
Él se considera liberal desde los 34 años, cuando fue con un amigo a una discoteca y descubrió un abanico de posibilidades. Le gustó tanto aquel ambiente que ha querido hacer de él su trabajo. Su propuesta se diferencia de otras opciones en que Ananda no tiene sede física, sino que alquila espacios para organizar fiestas y eventos. Y, al contrario de las discotecas, tiene ciertas normas de acceso y de comportamiento para garantizar que todo el mundo esté seguro.
Para empezar, aunque es un grupo pensado para todo el mundo, el derecho de admisión está reservado. “Miramos muy bien las solicitudes”, explica Mireia, pareja y socia de Bruno. Ella es la encargada de dar el visto bueno y cuenta que, si bien a casi todas las parejas se le abren las puertas, se han llegado a encontrar con casos de “parejas falsas” a los que se ha negado la membresía. Y eso pasa porque es mucho más fácil acceder a estos ambientes siendo dos que viniendo solo.
Tanto es así, que los solteros son mirados con lupa. “Vamos con cuidado. Sobre todo con los chicos. Hemos llegado a tener entrevistas para asegurarnos de que son buena gente y educados”, asegura.
El motivo de ir con pies de plomo son los prejuicios que imperan en la sociedad sobre las relaciones liberales. “Mucha gente se piensa que somos unos viciosos, que nos gusta todo y que todo vale. Que nos drogamos sin parar y que estamos todos con todos. Y a las mujeres se nos sexualiza y creen que nos dejaremos hacer lo que sea. Y no es así”, sentencia Mireia.
Además, al contrario de lo que se pueda pensar, si bien el sexo es una parte importante de estos encuentros, no está garantizado. “Muchos hombres se piensan que es llegar aquí y follar. Y eso no es así. Como en cualquier lugar, tienes que trabajarte tus vínculos antes de irte a la cama”, añade Bruno.
Sinceridad y transparencia
Nada más llegar, Vanessa se dirige al photocall de la discoteca donde posa, enfundada en un vestido de leopardo, junto a unas amigas. Adoptan posturas seductoras, sabiendo que muchos ojos están puestos en ellas. Y eso pasa con todo el que entra: los asistentes observan a los recién llegados, primero para determinar si puede haber algo de feeling, y luego para intentar leer en su cara y gestos cómo está o si le apetece que le entren. “El lenguaje corporal es superimportante y se escucha mucho en sitios así”, explican los organizadores. Sólo por la postura se puede adivinar si alguien tiene experiencia o si es su primera vez.
A unos pocos metros de la pista, donde abundan los brindis y los bailes, una decena de parejas toman una copa en unas mesitas, apartados del resto y hablando sólo con sus respectivos acompañantes. Hay risitas, juegos nerviosos con las servilletas y miradas tímidas hacia la pista.
Son parejas novatas, que viven sus primeras experiencias liberales. “Es muy normal estar nervioso. Es un cambio del que no hay marcha atrás en una pareja”, asegura Ginger, una coach especializada en relaciones libres que colabora con clubs como Ananda para acompañar a los inexpertos.
Y es que no es tan fácil iniciarse en estos espacios. “No pasas de ser monógamo a liberal de un día para otro”, cuenta Mireia, pareja de Bruno, ambos organizadores del evento. Los dos venían de matrimonios cerrados y aseguran que “hay que trabajarse mucho” el cambio. Y, aun así, no hay una fórmula perfecta. “Quien te diga que no tiene celos, te está mintiendo. Es imposible no sentirlos, como es imposible no sentir tristeza”, añade Mireia.
“Hay que hablar mucho antes para evitar malentendidos”, asegura Ginger, que apunta que en situaciones así suelen surgir muchas inseguridades. En el caso de los hombres, se sienten descolocados cuando ven a sus parejas “hacer cosas y disfrutar de maneras que no habían visto nunca”. Y, en el caso de las mujeres, surgen dudas sobre sus propios cuerpos y miedo a que sus acompañantes puedan enamorarse de otra. O incluso de que ellas mismas se enamoren.
Por eso es indispensable hacer pactos. Mary y Manuel hace poco que se sentaron e hicieron un acuerdo. Lo escribieron en un papel, como si fuera un contrato, en el que figuraban planes de futuro, límites y supuestos como qué pasaría si alguno de ellos quisiera cerrar la relación temporalmente.
“Lo mejor de las relaciones liberales es que se habla todo. Es cierto que puede ser un poco incómodo a veces, pero es necesario. Sobre todo porque en la monogamia luego pasan cosas igualmente”, asegura Manuel. “Yo tengo claro que no quiero mentirle a la persona que más quiero”, añade.
Los acuerdos son clave en ese tipo de relaciones porque, como asegura Ginger, las experiencias liberales acentúan lo que ya existe en la pareja. “Si sale bien, puedes vivir la mejor etapa de tu relación”, asevera. Así lo confirma Mary, que opina que “el amor es dejar a alguien toda la libertad del mundo. Y si aún así te sigue escogiendo...Eso es lo más bonito que hay”. En cambio, muchas otras parejas acaban rompiendo “porque los celos, las envidias o las inseguridades se vuelven insostenibles”, tal como apunta la coach.
Por eso, precisamente, hay quien prefiere tener un estilo de vida liberal, pero como soltera. Cuando Vanessa se casó, su marido le pidió tener una relación cerrada. “Pensé que valía la pena apostar, pero no fue bien y la monotonía pudo con nosotros”, cuenta. Después del divorcio volvió a salir y empezó a frecuentar clubs liberales donde no sólo ha encontrado parejas sexuales, sino diversas amistades.
“Más allá del sexo, tenemos cosas en común. Es una manera de ver la vida y entender la libertad. Eso y que somos personas normales y compartimos experiencias sobre nuestras familias, trabajo e hijos”, asegura. De hecho, Vanessa tiene 39 años, un hijo y trabaja como profesora de psicología en diversas universidades. “La gente flipa cuando sabe a qué me dedico, pero es que no somos viciosos, somos gente normal que también se sienta con las mamás del cole a tomar un café”.
Por eso, ella apuesta por no esconderse y contarle a sus amistades y familia cómo es su estilo de vida. Su hijo todavía es joven, pero otras muchas parejas se lo cuentan a sus pequeños cuando llegan a la adolescencia. “Si nosotras hubiéramos tenido otro modelo de relación que no fuera el mandato de casarnos y tener hijos, igual nos habría ido mejor”, intuye Mary que, después de saludar a sus amigos y conocidos, se adentra en el mar de cuerpos que flanquean la barra a pedir la primera copa de una noche que promete ser larga.
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